Archivo de la categoría ‘Historias de becarios’

¿Dónde vas con la sartén?

Es lo que tiene la televisión, que a veces, en el programa más inesperado, ocurre algo que te alegra el día. Así, sin más.

Eso es lo que pasó mientras esta presentadora se esforzaba en conducir rigurosamente su programa. Ella, seria y muy concentrada, no sabía lo que se estaba cocinando (nunca mejor dicho) detrás de su cabeza.

Sencillamente fantástico. La becaria entra con una sartén en la mano y pone cara de póker cuando se da cuenta de la situación. Y yo creyendo que este tipo de situaciones sólo podían ocurrirme a mí.

PD: No sé si será compañerismo, proximidad laboral o que me ha conquistado su inocencia, pero… creo que me he vuelto a enamorar.

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Aprobó el examen sin tener ni idea

No sé si recordáis la historia de Six, aquella lectora a la que le cayó una olla y por poco la mata. Pues a raíz de aquella historia, y como yo me pongo muy pesado pidiendo que me enviéis historietas de becarios, Gordo, grande y poderoso me mandó una sobre un amigo suyo:

«Ayer (ayer decía cuando me lo mandó, vaya a saber usted cuándo fue aquello) me mandaron el típico e-mail de las respuestas de algunos alumnos en exámenes. Y la verdad que tienen gracia:

Ejercicio 1. Escriba una breve historia que contenga los siguientes temas : – Religión – Monarquía – Sexo – (Nota: ser breve y conciso).

Respuesta de un alumno: «Se follaron a la reina. Dios Mío. ¿Quién habrá sido?.

Yo realmente no sé cómo puntuaría a este chico, pero seguro que es un genio.

Pero bueno, a lo que iba… un caso que no sale en los e-mail, porque éste quizás es un poco más típico, es el de un amigo mío, que tiene bastante gracia.

Era su examen de Literatura en Selectividad. Mes de septiembre, porque en junio no hubo manera. Y diez días antes del examen muere el escritor Camilo José Cela, con lo que le preguntaron la biografía de este señor.

Imagínese usted la idea que tenía mi amigo. Dice que tras dos minutos y medio pensando, decidió poner:

DESCANSE EN PAZ EL BUENO DE CAMILO JOSÉ.

No sé si le hizo gracia al corrector, pero a mi amigo le aprobaron con esa respuesta.

Pensándolo bien, tiene que ser un poco rollo corregir tropecientos exámenes, todos contestando lo mismo, y la mayoría sin tener idea e intentando aparentar que la tienen. Pues claro, te toca uno de estos casos y te alegra durante al menos unos minutos.»

(FOTO DE CELA: WIKIPEDIA)

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Natalia, de la Quinta Estación dice que… ¿su boda fue preciosa?

Ay, qué lío tengo. No sé si será porque estamos a viernes o porque llevo un par de días sin yogures, pero no me aclaro con esta chica. Vamos por partes:

Natalia Jiménez, la cantante del grupo La quinta estación, anuló el pasado 13 de marzo su boda. Tras un tiempo de incertidumbre, ella misma explicaba que no se casó porque le habría «distraído» mucho. «Por eso cambié mi decisión en el último momento, porque vi que iba a afectar a mi vida profesional», decía. Y cuando el tema parecía aclarado…

Llegó a mis manos la revista Woman del mes de abril, que publica una entrevista con ella en la que declaraba que su boda fue la leche: «Fue una preciosa ceremonia civil rodeados de nuestras familias y amigos». Además, presumía de no haber vendido la exclusiva del enlace porque no tenía ningún interés en airear su vida privada y porque le parecía «de mal gusto» vender un momento tan personal. Nos ha jodío mayo, como que no iba a haber boda.

PD: Si es que las entrevistas hechas adelantando acontecimientos tienen su peligro, y más en publicaciones mensuales. Luego viene un imprevisto… y pasa lo que pasa, que no tienes tiempo de rectificar y ya hay coña para un mes.

PD2: De todas formas no deja de ser una simple anécdota debido a la mala suerte. ¿Quién lo iba a imaginar? Esto funciona así y a todos nos puede pasar.

PD3: Por cierto, Natalia, y con todo el cariño, creo que le hiciste una faena a la periodista. Si ya lo estabas barruntando… no haber respondido.

PD4: Gracias a Ana por avisarme de la existencia de esta entrevista.

«Cayó una olla y casi me mata»

Sabéis que de me encanta recibir vuestras historias, de todo tipo. Bueno, no me vale que me contéis «he desayunado un yogur y me he dado un paseo por el barrio, luego he venido y te estoy escribiendo esto…» pero a poco que le echéis guasa o que la historia tenga algo de miga, la publico. Al fin y al cabo, este blog es, en gran parte, algo vuestro.

Por eso os dejo aquí la historia que me envió Six (es un seudónimo), que es una mujer con mucha suerte:

«Hace un año volvía a casa con un viento increíble. Llevaba el pelo suelto, así que casi no podía ver, porque se me iba a la cara, y a la vez tenía que ‘vigilar’ mi falda. Total, que a duras penas avanzaba cuando por fin vi que sólo quedaban unos metros para llegar al portal.

Corrí lo más rápido posible, como si yo fuera el Correcaminos y el viento fuera el Coyote.

Paré, había llegado a lugar seguro… o eso creía.

De repente, justo enfrente de mí cayó una maceta (del segundo piso, aunque tiene la altura de un tercero), que por poco me mata. Por suerte, no me hizo nada (bueno, creo que me rozó un trozo, pero nada grave).

Me prometí a mí misma que nunca más pasaría un día de viento por mi casa sin mirar antes de arriba. Y aún cumplo mi promesa.

Hasta ahí puede pasar, bueno, casi me cae una maceta en la cabeza, pero he salido ilesa. Sin embargo, la cosa no acaba aquí…

Hace muy poco tiempo, estaba paseando por una calle de mi ciudad. Crucé de acera y no había dado dos pasos cuando una olla a presión cayó en mis narices.

No preguntes de dónde salió, porque no tengo ni idea, me salvé de milagro.»

(FOTO: Umar Uran)

Marian, perdóname por favor

En el post de los 99ºC bajo cero cometí un error imperdonable. Con buena intención quise nombrar a una serie de gente para dar los buenos días, pero me equivoqué al no acordarme de una de las primeras lectoras de este blog: mi querida Marian. Puse «a todos» porque sabía que me dejaba a mucha más gente, sólo trataba de poner ejemplos, pero es cierto que ella no se merecía esto:

Mi comentario

Jajajjaja, vaya debate! Claro, como el becario es tonto… se tiene que equivocar. Ayyyyy

Gracias a todos, y muchos besos para Rbk, Sara, Gustavo, Madrileñode…, don Antonio, Jom…. a todos!

Qué buen día hace hoy, leches

Tiene razón Sara en que con tanta fiesta Playboy me he quedado más gilipollas de lo que estaba (ella lo ha dicho mucho más suave, pero es que es así) y no he dedicado el tiempo suficiente a aquellos que me han apoyado desde el principio. Por eso quiero aprovechar este post, que escribo a toda leche porque quiero ver el Madrid-Atleti, para pedir perdón.

Marian me ha dicho que me seguirá leyendo, pero yo lo que quiero es que sepa lo importante que es para mí que siga comentando. Al fin y al cabo, ella me escribió la primera poesía, la más bonita del mundo:

Al becario de 20minutos

Becario, al que marginan sus compañeros de trabajo.

Que su sueldo es mínimo y su esfuerzo máximo

para intentar recibir un aguinaldo.

Becario, que censura comentarios,

al que llaman «nazi» o «progre».

Él nunca sale ganando.

Becario, agazapado en un rincón,

decidió hacer un blog, cosa curiosa,

quería hacer una entrevista a Larrosa.

Becario, con sus monos de plástico

y dos yogures de fresa

espera terminar por fin la beca.

Copyleft:by Marian

PD: Marian, por favor, acepta mis disculpas y sigue comentando.

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Arrepentido con Soraya

A ver, Soraya, no es justo que vinieses a un encuentro digital a ’20minutos.es’ y no le dieses dos besos al becario, igual que tampoco que es justo que no te acordases de mí en ninguna de tus respuestas, como sí que hizo Melody antes de que los Vivancos la dejasen tirada en el momento más decisivo.

Lo que dijo sobre mi apoyo (aunque en el vídeo no salga):

Qué me va a parecer, para mí es fantástico, todo el apoyo que me deis, con tanto cariño, me hace muy feliz. Y pienso que esto es una unión de todos.

Y tú, Soraya, como si yo no existiera. Claro que tampoco es justo que yo no te haya apoyado en tu candidatura a Eurovisión públicamente como a ella, así que desde aquí, y para que me perdones, pido el voto masivo para ti esta noche (y para Melody también claro, en mi corazón a partir de ahora váis a pachas).

¡Me arrepiento! ¿Por qué? Pues porque tengo sentimiento de culpa. Tú quieres ser madre y yo quiero ser padre, de pequeña te llamaban cebolla y a mí de todo menos bonito, te gastaste 10.000 pesetas en una muñeca y yo en yogures de fresa, sólo usas tanga y yo compro los gayumbos al por mayor en el mercadillo… Creo que tenemos vidas muy parecidas y por eso que también mereces mi apoyo.

PD: Melody, no te enfades, pero no puedes jugar con ventaja. A veces no soy consciente de lo influyente que puedo ser. Es mejor que el becario no se decante.

PD2: Y digo yo… ¿No podríamos votar para que vayan juntas?

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Amenazado de muerte en plena M-30

Madrid, junio de 2003. Domingo, poco más de las 17.00 horas. Había estado comiendo en casa de los padres de una vieja amiga por la que siempre he bebido los vientos. Ellos siempre me han querido como a un hijo; ella, como amigo. Como amigo tonto.

Las albóndigas estaban ricas y el picoteo previo no le fue a la zaga. Una velada rutinaria más para intentar entrar en la familia. Ya en la sobremesa sonó el teléfono. Una de sus amigas quería ver ‘Una rubia muy legal 2’ que ponían en el Kinépolis. «¿Vamos?», me dijo, cuando en realidad quería decir «¿me llevas?». Asentí con la cabeza y, en plan hombretón, no dudé en hacer gala de mi permiso de conducir recién estrenado. Lo saqué todo a la primera, por cierto.

Salimos de su casa en busca del ‘Juaco’, mi Ford Sierra, que por aquel entonces aún no había heredado completamente de mi padre. Nos montamos y nada más arrancar saltó la cinta de ‘Camela’ que me acompañaba a todas partes. «¡Qué horror!», exclamó. Rebuscó entre los cassettes de la guantera y lo mejor que encontró fue uno de ‘Ella baila sola’. Vale. Por ser ella.

Salimos de su barrio sin problemas y enfilamos por la M-30 rumbo a la Carretera de Extremadura, donde cogeríamos la salida hacia Ciudad de la Imagen. Mucho camino era. Marchaba yo tan tranquilo por el carril central cuando advertí que el coche que circulaba justo delante de mí iba demasiado despacio. Con normalidad, me dispuse a adelantar por el carril izquierdo. Una mala elección.

Justo en el momento de adelantar vi cómo una Berlingo se aproximaba como un obús dándome las largas desde cien metros atrás. «Le paso en un plis y me vuelvo al centro», pensé. No fue posible. Otro coche que iba por la derecha se metió en el carril central y me obligó a seguir adelantando. La Berlingo ya estaba pegada a mí y no desistía. Me estaba tocando el culo el muy descarado. ¡Qué mal rato!. «¿Qué te pasa», me preguntó Laura (creo que da igual decir su nombre). «Nada, el gilipollas de detrás, que me está comiendo». Empecé a sudar y le eché valor. Aceleré, pese a no gustarme nada, con el objetivo de poder volver al centro. El adelantamiento se me estaba haciendo eterno y el de la Berlingo seguía ahí, jugándomela, amedrentando. Como diríamos en el argot de la calle, estaba empezando a tocarme los huevos.

Extraño en mí, comencé a sentir una ira descomunal. Necesitaba demostrar algo de hombría delante de Laura, que viese qué clase de machote se estaba perdiendo. Repasé sus piernas con el rabillo del ojo. Si no fallaba, era mía. Casi podía oler el éxito (eso, mal entendido, suena guarro). Me hice a la idea de que el tipo de la Berlingo sería el típico dominguero cagaprisas. Un Mauricio Colmenero de la calzada con mala baba. Un fantoche de los que luego se achantan. Así que, en segundos, urdí un plan infalible. Le iba a reprender al estilo barriobajero.

Me eché al carril central y, a la que venía el proyectil por la izquierda, enarbolé mi mano izquierda con el dedo corazón bien tieso y lo pegué con rabia a la ventanilla. «El de la Berlingo va a flipar», pensé con cara maligna. Pues no. Me cegó el odio y me tumbó la imprudencia. Había cometido un grave error. Imaginar, imaginé mucho, pero hubiese sido más fácil mirar bien por el retrovisor y ver quién era el conuctor de la furgoneta. No, tranquilos, no era su padre. Mucho peor. No era uno, sino dos… y qué dos. Fue verlos y comenzar a ‘manchar’, ya me entendéis. Se parecían al mítico René Higuita (porterazo excéntrico y espectacular), pero con cara de penalti en contra y expulsión.

Al ver mi osadía, empezaron a hacer aspavientos y a mover los labios con una rapidez tal que en ellos pude leer la palabra «puta» varias veces antes de que terminasen el adelantamiento. Al copiloto le faltó un pelo para meterse dentro del ‘Juaco’.

Cagado por dentro y firme por fuera, farfullé un poquito más para no dar síntomas de vulnerabilidad delante de Laura. «Me pasan y ya está», dije para mis adentros. ¡Ay qué ingenuo! Nada más pasarme se pusieron delante de mí y comenzaron a frenar. Uno de los Higuita se dio la vuelta y, mirándome, deslizó su pulgar de un lado a otro de su cuello. Para los menos amantes de las adivinanzas, amenazó con degollarme. Y Laurita que lo vió… «¿Para qué mierdas te metes con ellos?, ¿para qué mierdas te metes con ellos?, ¿para qué mieeeeeerdasssss?, ¡joder!, ¿para qué mieeeeeerdasssss?, ¡joder! ¿tú eres tonto o qué te pasa?». Yo había entendido el mensaje a la primera, pero ella no paraba de repetírmelo a gritos. Estaba desbordado. Ahora sí que estaba haciendo el ridículo. El corazón iba más rápido que el batería de Metallica y me estaba dando una bajada de tensión del copón.

Entramos dentro de uno de los túneles de la M-30 (los nuevos no, sino otro pequeñito que había para cambiar de carretera) y los Higuita seguían delante, como esperando un demarraje por mi parte para después ir a por mí. Pero yo ya estaba hundido. Ya había quedado como un imbécil y la opinión de mi adorada me la pasaba ya por el forro. Sólo quería sobrevivir. Si ellos frenaban, yo más. Monté una cola que ni os cuento y en cuanto vi que un coche hacía intención de meterse le dejé todo el hueco del mundo, como Timo Glock a Hamilton en la última carrera del mundial. Ya había metido un coche entre medias. Ahora sólo faltaba seguir rezagándose para perderse definitivamente entre las luces. Con esfuerzo y una destreza que a posteriori Laura no valoró, lo conseguí. Me salvé. Nos salvamos.

Aliviado, por un momento pensé que todo había acabado, pero lo que vino después fue casi peor que el fatídico desencuentro automovilístico. Quince minutos más el descuento (el atasco que hay siempre a la entrada del Kinépolis) escuchando lindezas del tipo «pero para qué te las das de lo que no eres», «si en el fondo eres un cagón», «vacilón», «fantasma», «yo te tenía por normal»… Y luego las risitas con la amiguita de los cojones, con perdón. Como si ella no hubiese pasado miedo.

A las pocas semanas le pedí salir, ya por quitármelo de encima, y me dijo que no. Que me veía como un amigo. Poco a poco fuimos perdiendo el contacto, pero siempre nos quedará el túnel de la M-30.

PD: Desde entonces cada vez que veo una Berlingo me acojono.

PD2: Aprendí que, aunque tengas razón, nunca debes dártelas de gallito, y menos si luego eres un mequetrefe. En el fondo, por muy macarras que fuesen los de la Berlingo, el que provocó la situación fui yo. Nunca más.

Brutal caída por no perder el bus

Ya que muchos queréis saber más de mí, y aunque se avecine un nuevo encuentro digital, os voy a contar una historia personal que no tiene desperdicio. De hecho lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi vida.

Eran las 6.30 de una mañana fría del invierno de 2007. Yo entraba al periódico a las 7.00 horas (los comentarios no podían esperar) e iba con el tiempo pegado al culo. Tenía que coger el bus de ‘y media pasadas’ o esperar, congelarme y encima llegar tarde, con la consiguiente reprimenda. El autobús que me llevaba hasta la Plaza de Cibeles se había retrasado y yo no paraba de mirar el reloj. Sólo me faltaba bajarme y empujar para intentar que fuese más rápido.

Cuando llegué a mi parada, miré de reojo y vi que el otro autobús ya estaba cogiendo gente. Yo tenía que esperar a que el semáforo se cerrase, cruzar corriendo y conseguir que el conductor, con la marcha casi iniciada, se fijase en mí y me esperase en un gesto de piedad sólo válido para los habituales de la línea.

Con las ideas claras y la mente Dios sabe dónde, vi que el muñequito cambiaba a verde y empecé a correr como un poseso. Pero creo que sólo empecé, ya que a las tres primeras zancadas empecé a notar cómo mi centro de gravedad se desestabilizaba por completo. La cabeza, de buen tamaño, iba por delante de mi cuerpo. Pero no me asusté. Y ese fue el error.

Durante unas décimas de segundo me sentí capaz de enderezar la situación. Era extraño. El cerebro me decía que ya no me caía mientras el cuerpo me demostraba justamente lo contrario. Lo siguiente ya fue el hostión. Ese exceso de confianza involuntario fue el culpable, no de que me fuese contra el suelo, que desde un principio no tenía remedio, sino de que aterrizase prácticamente sin manos.

De repente me vi en el suelo, en medio del paso de peatones y con cinco carriles repletos de coches delante apuntándome con sus luces. Parecía que en cualquier momento iba a salir la clásica chica cañón de las películas con las bragas en la mano para dar el pistoletazo de salida. Primero tuve miedo de que arrancasen, pero hacía falta ser cabrón, luego de que se estuviesen descojonando de mí, bastante probable, y por último… ¡mi autobús!

Me levanté más rápido que Usain Bolt, arranqué de nuevo, levanté la mirada (estilo Laudrup) y me di cuenta de que era innecesario seguir corriendo. No porque se hubiese marchado, sino porque el coductor se había asustado tanto al ver la leche que me había pegado que decidió esperar. Al subir, me dijo: «Pa que corres tanto, chaval, que si lo pierdes no pasa ná». Avergonzado, le respondí con las orejas agachadas un simple «ya… pfff…» Enseñé el abono y me senté.

Ya en frío empecé a sentir dolores. Tenía la mano ensangrentada, no podía mover un dedo y me había roto la camisa, bajo la cual se escondía un costado cada vez más morado. El riñón acabo negro la jornada. Pero el ridículo no había acabado.

Mi amigo Chemita, el de la tabla periódica, se subió dos paradas después. Al verme como si acabase de salvar al soldado Ryan me dijo: «¿Pero qué coño te ha pasado?». Tardé diez minutos en contárselo. Cuando acabé, como sabiéndole mal (se notaba que no sabía como entrarme sin herir) me comentó: «Tienes dos mocos enormes colgando». Me quería morir. Del impacto, mis dos fosas nasales habían despedido dos estalactitas que casi llegaban a darme un beso. ¡Y llevaban conmigo todo el rato! Dios, como se tuvo que reír el conductor.

Tardé más de una semana en dejar de sentir dolores, pero ese día aprendí que no vale la pena tanta prisa. Que le den al bus. Mejor me levanto antes.

PD: Todo esto pasó entre las 6.32 (la última vez que miré el reloj antes de bajarme del primer autobús) y las 6.49 horas (momento en el que Chema advierte de los dos extraños seres que brotan de la nariz del becario).

«Me sentí el más inútil del mundo»

Me llegó un correo el otro día de un ex becario, uno de esos afortunados que ha conseguido un trabajo fijo (eso sí, antes de que las cosas estuvieran como están ahora).

Me cuenta que no es muy de dejar comentarios en el blog pero que desde que vio la historia de Fergie («cómo obtener queso mozzarella de una fotocopiadora») estuvo pensando en alguna anécdota estúpida para enviarme. Y al final me mandó ésta:

Madrugar no siempre es positivo

«Cuando era becario solía levantarme a las seis porque a las seis y media cogía el metro. Dormía poco muy poco. Aquel día, si no recuerdo mal, me acabé durmiendo casi a la 1:30 de la madrugada, pensando «levántate a las seis, no te duermas». No sería la primera vez.

Pues bien, oí la alarma y cogí el móvil. Lo paré, vi que eran y cuarto y me vestí a toda prisa. Salí de casa a y media, después de haberme adecentado un poco.

Me desperté con mucho sueño y, como hacía cuando iba al instituto, me prometí una siesta a cambio de levantarme. Así llegué a la calle.

Noté frío y miré la marquesina de autobús que había enfrente de mi casa. Se alternaban reloj y temperatura. Eran y 36, había seis grados.

La calle, desierta

Me sorprendió no encontrar a nadie por la calle, porque por las mañanas solía cruzarme con una o dos personas, además de los coches, que empezaban a despertar, y un autobús que me tenía cogida la hora.

Llegando a la boca de metro vi poca luz, poquísima. Nadie salía, nadie entraba. Llegué a su altura y me di cuenta de que estaba cerrada.

¡Cerrada! ¡Mierda! Así que cogí el móvil para llamar a un compañero y decirle que tardaría más en llegar, que no sabía qué había pasado pero tenía que irme a otra boca de metro porque la que solía coger estaba cerrada. Al coger el móvil me fijé en la hora y eran… ¡las 3:38!.

No me había sonado la alarma, tan sólo lo había soñado, y estaba delante de la boca de metro a las tres de la mañana, inútil como yo solo, tres horas antes de la hora a la que tenía que estar.

Guardé el móvil y volví andando deprisa a casa. Me puse de nuevo el pijama y repetí el proceso otra vez tres horas más tarde, esta vez con el metro abierto. Entre medias, una pesadilla y cinco minutos de vuelta a casa que me hicieron sentirme el más inútil del mundo. No había nadie para verlo… gracias a Dios».

(FOTOS: dominiqs81 y diesmali)

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«Murió la perra de Paulina Rubio»

A veces se me va la mano, lo reconozco. Y ésta, fue una de ellas. Resulta que había muerto la perrita de Paulina Rubio, Miranda, y me tocó hacer la noticia.

Sin embargo, al igual que me pasó con en su día con Tyson Gay, («El más rápido del mundo es Gay») las palabras se organizaron de la manera menos adecuada y titulé: «Murió la perra de Paulina Rubio».

Oficialmente, nada que objetar, ya que al fin y al cabo la noticia era ésa: la muerte de la mascota de la cantante. Sin embargo… pues claro, pareció que lo que hacía era insultar a la pobre Pau, que juro que no me ha hecho nada.

Lo que pasa es que… claro, dio la sensación de que lo hacía a propósito, y algunos de mis compañeros creyeron que estaba tentando a Juanjo de la Iglesia (ex presentador de CQC) para que reeditara sus cursos de ética periodística.

Os prometo que esta vez fue sin querer, aunque entiendo que hay dos maneras de ver el asunto:

1) «Bravo por el titular! xD Que momentos tenéis a veces! Aún me estoy riendo! xD»

2) «la perra de Paulina Rubio… los de 20 minutos os lucís cada vez más.»

Son dos de los comentarios de la noticia, aunque yo esta vez no tengo dudas, fue un error imperdonable.

¿Y vosotros? ¿Habéis cometido algún error siendo becarios?