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Ni primavera ni árabe

Las revueltas árabes de hace un lustro han quedado eclipsadas por la inestabilidad y el terrorismo de ISIS / AK Rockefeller - FLICKR

Las revueltas árabes de hace un lustro han quedado eclipsadas por la inestabilidad y el terrorismo de ISIS / AK Rockefeller – FLICKR

En el quinto aniversario de aquel fenómeno llamado primavera árabe, poco hay que celebrar en los países que más intensamente la vivieron, como es el caso de Túnez, Egipto o Siria. Más bien todo lo contrario, ya que la inestabilidad política y la crisis económica, unidos inevitablemente al azote del yihadismo, hacen que el término primavera árabe sea visto por muchos como mero márketing asignado a un proyecto fallido. La revolución iniciada en Túnez con la inmolación de un joven vendedor de fruta no fue primavera, como tampoco fue exclusivamente árabe. Lo que está ocurriendo en Siria es una guerra civil -y casi mundial- que empezó en forma de rebelión social, salpicada por las revueltas de 2011 en el norte de África, y es hoy el epicentro de un conflicto bélico y una enorme crisis humanitaria en todo Oriente Medio.

El caso de Túnez

El proceso tunecino parecía el único que iba a conseguir ver la luz. No era extraño, con una sociedad diversa pero una profunda conciencia laica. Derrocaron al dictador Ben Ali, abrieron un proceso de transición democrática, cambiaron su Constitución y celebraron elecciones libres que consiguieron, finalmente, integrar a una diversidad de formaciones políticas, incluida la islamista Ennahda, en la gobernabilidad del país. Aunque no sin esfuerzo y tropiezos en el camino, como fue el asesinato en 2013 del activista de izquierdas Chokri Bel Aid.

Cuando parecía que por fin las aguas se encauzaban en Túnez, el yihadismo irrumpió con fuerza atentando contra uno de los principales motores de su economía: el turismo. En marzo del año pasado, al menos 17 turistas y varios policías murieron en un atentado en el centro de la capital. La dimensión del problema es grande ya que, según las autoridades del país, unos 3.000 tunecinos se unieron a la lucha armada en Irak y Siria y, de éstos, cerca del 80% se habrían unido a Estado Islámico.

Los tunecinos consiguieron iniciar un período de transición democrática / Amine GHRABI - FLICKR

Los tunecinos consiguieron iniciar un período de transición democrática / Amine GHRABI – FLICKR

Egipto, de los militares

Tras las revueltas de 2011 Túnez y Egipto comenzaron a seguir caminos similares. En el país de las pirámides también hubo elecciones tras el derrocamiento de Mubarak, unos comicios que dieron la victoria incontestable a los Hermanos Musulmanes. E, igual que ocurrió en Túnez, las aspiraciones del pueblo egipcio se vieron frustradas por un gobierno poco competitivo para sacar la economía a flote y que parecía querer islamizar la política y la sociedad. Sin embargo, en Egipto no hubo nuevas elecciones, sino otro golpe de Estado que catapultó al poder al militar Al Sisi, refrendado poco después en unos comicios.

Muchos egipcios pensaron entonces que el mariscal era una garantía de estabilidad, pero casi tres años después la sociedad continúa dividida: a su llegada al poder, Al Sisi se apresuró en prohibir y perseguir a los Hermanos Musulmanes, que fueron declarados grupo terrorista, pero el yihadismo no ha dejado de aumentar en este tiempo, pasando de 155 atentados en 2014 a 721 en la primera mitad de 2015 (según el Tahrir Institute for Middle East Policy) y perpetuados, en su gran mayoría, por la filial egipcia de Estado Islámico, Wilayat Sina. Aparte de eso, entre la sociedad egipcia abunda la percepción de que la era Al Sisi recuerda al régimen de Mubarak, marcado por una fuerte represión de la disidencia, el encarcelamiento de periodistas y el potente mando militar. Como explica el politólogo y corresponsal en Egipto Ricard González, «al igual que durante la era Mubarak, los diversos servicios de seguridad e inteligencia, con el Ejército al frente, continúan dominando la escena política del país árabe. Sus miembros copan los puestos de mayor responsabilidad y suya es la filosofía que guía la acción de Gobierno».

Siria, sin rumbo

La guerra de Siria se ha convertido en el epicentro de la conflictividad en Oriente Medio. Muy distinta fue la reacción de Bachar Al Asad respecto a la de sus homólogos en Egipto y Túnez. Lejos de ser derrocado y abandonar el país, el dictador sirio respondió a las revueltas pacíficas con una durísima represión que fue contestada con la creación de grupos rebeldes como el Ejército Libre y la irrupción de los terroristas de Estado Islámico. Ciudades como Homs, Alepo, Damasco y Raqqa, una a una se fueron llenando de sangre y devastación en una guerra civil sin precedentes, dando lugar a la mayor crisis humanitaria de nuestro siglo y al conflicto más mortífero de la mal llamada primavera árabe.

Bachar Al Asad respondió a las revueltas en Siria con una represión sin precedentes / FLICKR

Bachar Al Asad respondió a las revueltas en Siria con una represión sin precedentes / FLICKR

La situación geográfica de Siria -fronteriza con Irak, Turquía, Líbano, Jordania e Israel- y la alianza de su gobierno con el de Irán ha convertido el país en un hervidero tras el estallido de las revueltas. No sólo por la presencia de Estado Islámico, que también, sino porque Siria es la llave de paso de Irán para atacar Israel; y, por otro lado, porque los intereses económicos y hegemónicos en Oriente Medio involucran a todos los países de la región, como al principal rival de Teherán, Arabia Saudí, y también a las potencias occidentales, dependientes del petróleo y el gas.

¿Qué hace la comunidad internacional?

Ante la insostenible situación de los países árabes e islámicos tras las revueltas de hace un lustro, la acción básica de los países occidentales se traduce, como causa directa de sus intereses en Oriente Medio, en echar más leña al fuego. Si en Túnez, Egipto o Siria ya existe una, al menos en apariencia, irreconciliable diversidad, las potencias de Occidente juegan sus cartas geoestratégicas aliándose, en mayor o menor medida, con los regímenes del golfo pérsico, como también hacían hasta 2011 con los del norte de África. De esta manera, con frecuencia suelen caer en el error de apoyar al enemigo de la sociedad civil, en lugar de al pueblo que pide un cambio.

Mientras tanto, Estado Islámico y sus filiales yihadistas no paran de asesinar y de reunir adeptos, disfrazándose de una especie de héroes antisistema y aprovechándose de un clima de extrema hostilidad que han extendido mucho más allá de sus fronteras, aterrizando en Europa y hasta en el sudeste asiático. El yihadismo se ha convertido en el mayor quebradero de cabeza de la gobernanza mundial y se ha servido, en gran medida, de la inestabilidad provocada por la mal llamada primavera árabe. Mientras, los pueblos que se alzaron contra el autoritarismo continúan con un jardín yermo.

1 comentario

  1. Dice ser El_Soberano

    Es que parece que no os enteráis.

    Claro que fue Árabe, y para ellos fue primavera. Putin lo dejó bien claro: no todos los pueblos son iguales, y no a todos se les pueden poner las mismas reglas.

    Para esta gente la democracia es lo que para nosotros su teocracia belicista, una aberración que no debería existir.

    Cuanto antes lo entendáis, mejor nos irá.

    26 enero 2016 | 08:41

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