Viajero, periodista y emprendedor adquirido. Apasionado de Internet y volcado en el viaje más intenso que jamás había pensado: minube.com

Viajeros amigos: Carlos Olmo, Vagamundos

Si hay algo bonito en esto de dedicarse a algo relacionado con el mundo de los viajes es, sin duda, haber tenido la suerte de conocer a un buen puñado de viajeros que, afortunadamente, han pasado a considerarse amigos.

He de reconocer que uno de los placeres que encuentro en las redes sociales es el hecho de poder seguir, en directo, las andaduras de cada uno de ellos, independientemente de dónde se encuentren. Es como viajar con ellos, bajo su óptica.

De entre todos los viajeros que tengo la suerte de conocer, hay uno que nunca falla a su cita. Y lo lleva haciendo desde hace ya más de 10 años. Una de esas personas que tiene una de esas historias que no te deja indiferentes. Él es Carlos Olmo, pero le llaman el Vagamundos. Carlos dejó su puesto como director de marketing en una gran multinacional, vendió su casa y su coche y se lanzó a hacer lo que le pedía el corazón: cumplir un sueño. Se dio la vuelta al mundo y se le ocurrió contarlo en Internet. Allá cuando nadie pensaba que eso era posible. Empezó a escribir relatos de sus viajes y a compartir sus fotos y sus itinerarios y se convirtió, sin saberlo, en uno de los primeros (si no el primero) blogueros de viaje en lengua castellana.

Desde aquel viaje, hace 12 años, lo vio claro. Su vida era esa. Iba a ser un nómada temporero (lo sé, es una expresión absurda). Iba a pasarse la vida viajando 6 meses al año y, los otros seis restantes, los iba a dedicar a escribir, a compartirlo, y a buscarse las castañas para poder seguir viajando el próximo.

El mundo cambió. Internet resultó ser mucho más de lo que parecía. Los que le llamaban loco le empezaron a envidiar y, con más o menos suerte, a imitar. Aparecieron las redes sociales y los blogs de viaje se multiplicaron por millones. Pero, Carlos, en lugar de desfallecer, decidió adaptarse. Y tomó las nuevas tecnologías como suyas. Y empezó a usarlas. Y siguió haciendo lo que más le gusta, pero haciéndolo también en directo: compartir sus vivencias.

Así, un día, Carlos contactó con nosotros. Le gustaba minube. Y nos contó su historia. Y nos fascinó. Hace ya de eso casi un lustro. Y, desde entonces, son muchas las vivencias que, incluso, hemos compartido. Son muchos los kilómetros que ha pateado y son muchos los rincones que ha compartido. Son muchos los buenos momentos vividos y muchas las conversaciones mantenidas.

Hoy me he acordado de Carlos y me apetecía hablar de él y comenzar a contar historias de mis amigos viajeros. Porque son alucinantes.

Hoy, Carlos está en algún lugar perdido del Caribe. En las Islas del Rosario. En Colombia. Y está allí porque se ha ido como viajero minubero a descubrir Colombia mientras está #colombiaenmadrid. Carlos, como siempre, está contando todas sus experiencias en minube, subiendo su minuto a minuto a twitter, a flickr, a facebook y a todo aquello a lo que le encuentra utilidad para compartir su viaje.

El día 19 de junio, en la tienda de National Geographic de Madrid, en plena Gran Vía, Carlos estará contando su historia. Su viaje a este destino tan fascinante como es Colombia. Y allí estaremos, junto a él, para revivir su historia.

Leyendo sus tweets, viendos sus rincones o disfrutando de sus vídeos he de reconocer que me han entrado unas ganas locas de agarrar un avión y volver a ese país tan maravilloso en el que el riesgo, efectivamente, es que te quieras quedar.

Carlos, sigue viajando. Sigue siendo tú mismo. Sigue contándonoslo. Sigue con nosotros. Es un placer contarte como amigo.

Os dejo con uno de los muchos rincones que Carlos está compartiendo estos días:

Un paseíto por Budapest

Leía el otro día con asombro que con motivo de la final de la Europa League, numerosos aficionados del Atlético de Madrid terminaron visitando, sin querer, la capital húngara, tras confundirla con la rumana.

No conozco Bucarest, pero Budapest me pareció una ciudad fantástica, con mucho por descubrir. Así que voy a recordar un poquito alguna de las cosas que más me gustaron de esta ciudad doble unida (o separada) por el segundo río más largo de Europa, el Danubio.

Arquitectónicamente, me pareció una ciudad preciosa. Los edificios, sobrios y elegantes, dejan claro que la ciudad tuvo una época de gran esplendor. Salvando distancias, me recordó en cierta manera a Viena. Además, es una ciudad verde. Plagada de jardines y parques donde oxigenarse del habitual murmullo urbano.

Sin duda, uno de los puntos que recuerdo con más cariño es el Bastión de Pescadores, un magnífico mirador que se encuentra en lo alto de las colinas de Buda y que ofrece unas vistas espectaculares de Pest, a la otra orilla del río. Seguramente sea la panorámica más conocida de la ciudad, pero eso no impide que sea de visita obligada.
Otra de las cosas que me sorprendió mucho de Pest es la ciudad subterránea. Como suena. Existe la posibilidad de recorrer parte de la ciudad bajo tierra, por algunos de sus numerosos túneles. Una de esas cosas diferentes que se quedan siempre almacenadas en la retina.

No me olvido de la gastronomía local. Y de sus productos típicos. Una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito una ciudad nueva (especialmente de un país en el que nunca he puesto un pie) es acercarme al mercado. A ver lo que compra su gente. A ver lo que come. Es una de esas experiencias de introspección que recomiendo a todo viajero. Recuerdo, especialmente, la paprika. Por todos los lados. Y un paté delicioso.

Qué decir de los balnearios. He de reconocer que es algo asombroso. En una época en la que el turismo de salud y bienestar ha crecido como la espuma y con los spa brotando como community managers en linkedin (ojo, chiste malo y gremial), descubrir los balnearios de Budapest es una sensación alucinante. Porque hay lugares, como Szechenyi, que no te dejarán indiferente. Un recinto gigante, con gran parte de su superficie al aire libre, en el que pasar un día completo disfrutando de las aguas termales de la ciudad.

Y para el final me dejo dos de los recuerdos más imborrables que me llevé de mi visita.

El primero, relacionado con el sorprendente ambiente que se respira en la ciudad: llena de marcha y gente joven por la calle. Los bares de ruinas. Un concepto alucinante de uso de edificios prácticamente abandonados y que son aderezados para convertirse en los bares de copas más trendy del momento. Sitios increíbles como el Szimpla en el que no sabes dónde estás pero no dejas de disfrutar un solo segundo.

El segundo, un museo al aire libre que me dejó fascinado ya desde su nombre: Memento Park. Está alejado de la ciudad, pero me pareció algo tremendo.

En fin, que si no conoces Budapest, es una ciudad que, sin falta, merece ser visitada. Y si la conoces, como yo, conviene recordarla para renovar las ganas de visitarla de nuevo cuanto antes.

 

Razones para visitar un país maravilloso llamado Irán

Hace unos días estábamos en el Mar Muerto, y hoy, nos desplazamos un poco más a Oriente para llegar a Irán, un lugar increíble que muchos de nuestros amigos de minube.com han tenido la oportunidad de descubrir, y del que nos suelen contar qué hacer o qué visitar en nuestra comunidad. Te dejo de nuevo con mi compañero Juan Carlos, que siempre me dice que quiere hablar de este país:

Sí, lo reconozco. Irán lo tengo grabado en mi espíritu viajero como mi primera estación. Empecé a viajar tarde, ya sabes: pereza, falta de dinero, con lo bien que se está en mi pueblo, … pero un día me propusieron conocer mundo y claro, para ponérmelo fácil, el primer destino fue Irán. Por entonces, 2006, había guerra entre Israel y Líbano, y parecía no ser el mejor momento. Pero en realidad, siempre es un momento idóneo para visitarlo.

Hay muchas razones para ver Irán: es un país con una Historia antiquísima, con una civilización como la persa que llegó a dominar buena parte del mundo: está Persépolis, la ciudad arrasada por Alejandro Magno en su viaje de conquista camino de India; Isfahan, con sus mezquitas preciosas y una plaza llena de ruido y personas divirtiéndose en torno a los cafés; Kashan, con sus casas de mercaderes restauradas; Yazd, y sus pueblos de arcilla, su mezquita azul y su caravansar restaurado en medio del desierto Zenoidin; o Mashad, la ciudad santa en la que la sola experiencia de colarte en su santuario de madrugada es algo que nunca olvidas.

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Caravasar Zein-o-dinMinube.com

Pero lo mejor de todo es su gente. Sí, su pueblo. Cierto que hay un gobierno autoritario, pero generalizar esta forma de vida a la totalidad de su población no es justo. Me encontré con muchas personas con ganas de ayudar, que incluso, sin saber el mismo idioma, con sólo decir la palabra «chai» te llevaban a la tetería que estabas buscando pero a la que nunca hubieras llegado sin su ayuda. O los chicos jóvenes con ganas de aprender algo de inglés y que te invitan a cenar a sus casas con tal de intercambiar un poco de ambas culturas. O los taxistas septuagenarios con coches de la misma edad, que te llevan por carreteras perdidas a pueblos con miles de años de historia, como Abyaneh.

Es otro de esos viajes de los que habrá que hacer decenas de post, pero hoy por destacar algo, me quedo con Persépolis. Para llegar allí fui con un taxista desde Shiraz. No hace falta decir que Irán está más que preparado para un viaje con mochila. Pues desde Shiraz hasta Yazd tienes la oportunidad de llegar a los restos de la capital del Imperio Persa, iniciada por Dario I. Hay que pasear a través de lo que fue el Palacio de las 100 columnas, entretenerse en disfrutar de los relieves de la Apadana, llegar hasta las tumbas superiores para tener una vista de todos los restos de la ciudad, o deambular por los palacios de Jerjes I o Artajerjes II, rompiendo el protocolo con desfiles por su pasarela si nadie mira; o hacerte las típicas fotos al lado de toros inmensos.

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PersépolisMinube.com. Foto de Laura.

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PersépolisMinube.com

Justo a las afueras de Persépolis puedes visitar también las tres tumbas de Naqs-I Rustam, escavadas en la montaña, y que si bien no puedes entrar en ellas resulta entretenido pasear alrededor, y perderse durante un rato de todo rastro humano. Y ya de camino a Yazd, pasar por Pasargada, tan magnífico como Persépolis, pero que conserva la tumba de Ciro el Grande y resto interesantes de sus palacios.

Persépolis
PersépolisMinube.com

Visitar Persépolis implica romper con las enseñanzas que nos hablaban de los grandes imperios occidentales, porque mucho antes, en Irán, un gran pueblo ya nos estaba dando lecciones de arquitectura y cultura. Pero de eso podremos hablar en otros posts, cuando visitemos Isfahan, Teherán o Shiraz. Lo que es seguro es que al menos una vez tienes que visitar Irán. Yo ya estoy deseando volver.

 

Bañarse a los dos lados del Mar Muerto

Seguramente, una de las experiencias más curiosas que he podido disfrutar durante mis viajes por el mundo ha sido flotar en el Mar Muerto. Lo he hecho dos veces, una en cada orilla.

La primera, en el lado jordano. Y el recuerdo que tengo es imborrable. Maravilloso. Fue un viaje muy especial a Jordania. El viaje en el que nació minube.tv. El primero de los muchos viajes que hice con Juan Luis Polo (cuánto echo de menos las conversaciones que teníamos por entonces y cuánto he podido aprender de él).

Y el recuerdo que tengo de aquel atardecer es mágico. De esos que se quedan almacenados en la retina para siempre. He de reconocer que el resort en el que estábamos alojados, en primera línea de playa, era perfecto para poder disfrutar de aquello como merecía. Pero recuerdo todo el proceso del baño como si estuviera allí mismo. Porque, sí, es un mar. Y, sí, es una playa. Pero ni la playa ni el mar son normales. Y uno se da cuenta de eso cuando está allí dispuesto a sumergirse (o no) en esas aguas tan únicas.

El sol se pone justo del lado israelita, por lo que el atardecer desde el lado jordano es absolutamente fascinante. Y el baño… Al principio, la verdad, es raro. El «tacto» del agua es extraño. Aceitoso. Oloroso. Diferente. Y da cierta cosa dejarse caer y darse un buen chapuzón. Pero en cuanto te metes, la sensación es buenísima. Es relajante. Y, claro, el hecho de flotar hace que sea algo especial. Porque, sí, por supuesto, se flota. Se flota totalmente. Yo no leí el periódico (clásica escena del turista) porque tampoco lo tenía a mano, pero doy fe. Se flota.

Y, a la salida, se nota algo en la piel. Las aguas del Mar Muerto tienen propiedades, y la verdad es que reconforta. Pringa, pero reconforta.

Mi segunda experiencia, como comentaba al principio, fue en la otra orilla y fue hace menos tiempo. El pasado año. En Israel. También fue durante un viaje muy entretenido. El baño, si bien fue placentero, he de reconocer que no fue tan mágico como el del otro lado. Seguramente, porque no era la primera vez, porque el sol se ponía por detrás y no era tan bonito, porque el hotel no era tan fabuloso y porque, siendo sinceros, la orilla israelita (al menos la que yo conocí) no está tan bien acondicionada. Ojo, aún así, la experiencia merece mucho la pena si visitas Israel.

En fin, que el Mar Muerto puede ser una de las muchas excusas que te puedes plantear si lo que quieres es viajar a la zona. Porque los destinos que lo rodean son una pasada. Y porque la experiencia de bañarse allí es, como imaginas, única.

 

Nyhavn, el puerto nuevo de Copenhague

Menos mal que uno tiene buenos amigos viajeros dispuesto a contar por aquí sus aventuras. Hoy repite Fany. Os dejo con su aventura danesa.

Pasear por Copenhague mola mucho, más que por otras ciudades. ¿La razón? Bueno, las dos veces que he ido me ha encantado caminar por su casco antiguo, por sus calles llanas, sin cuestas y limpias y por parques verdes llenos de gente tomando el sol. Pero si tuviera que elegir un sitio, uno de los muchos que merece la pena ver de la capital danesa, elegiría Nyhavn.

Un poco de historia: Este puerto entra de lleno en la ciudad y se construyó en su momento para facilitar el acceso de los barcos mercantes. Así, gracias a este camino acuático del siglo XVII, los barcos llegaban directamente a Kongens Nytorv, la plaza más importante de la ciudad presidida por la estatua conmemorativa de Christian V, el monarca que mandó construir Nyhavn.

Para los curiosos, que sepáis que en una de estas casas de colores vivió y murió Hans Christian Andersen; creo que en una de color vino.

Ahora es un sitio turístico, histórico e ideal para echar la tarde. De hecho, una de sus virtudes resurge en verano: las terrazas a orillas del agua. Hay un montón de locales para comer o tomar unas cañas bajo las sombrillas (precios más que razonables). Primera razón para darse una vuelta por aquí.

Al comienzo del canal se puede coger un barco turístico que bordea parte de la ciudad y pasa por lugares como la ópera y los canales. La verdad es que no soy muy partidaria de los tours organizados, pero este me gustó muchísimo. Además, si es veranito no es una mala alternativa para refrescarse. Otra razón para pasar por Nyhavn.

Este crucero turístico pasa por el centro del canal y deja a un lado un montón de buques antiguos que forman parte de una exposición cedida por el Museo Nacional. Entre los barcos hay varios del siglo XIX realmente bonitos.

Para llegar al puerto nuevo hay dos alternativas interesantes: ir en metro o llegar paseando. Vuelvo a insistir con la segunda opción porque está súper cerca de lugares como el Parque Tivoli, de Christiania, de la famosa Sirenita y de la preciosa zona del Kastellet y sus jardines.

Tengo tantas ganas de volver que ya tengo un viaje pensado para junio por esta zona de Europa. Si hay suerte, igual vuelvo con algún otro descubrimiento curioso de la ciudad. Me encanta Copenhague, ¡ya os contaré!

Puente en Marrakech, la ciudad roja

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Medina de MarrakechFoto de Manel Tamayo. Minube.com

Volvemos a repetir con Marruecos como destino. Pero es que lo tenemos a apenas dos horas de avión y está repleto de encantos para un puente como este. Os dejo con Juan Carlos, que os va a dar un paseo por la ciudad:

No va a ser este puente cuando lo haga, pero ya he ido dos veces a Marrakech y las sensaciones que te deja la Ciudad Roja son increíbles. Dentro del caos habitual de una ciudad marroquí, sobre todo de su Medina, resulta sencillo moverse y encontrar lugares en los que pasar horas descansando y disfrutando de la cultura y la gastronomía. En la última visita, me alojé en Dar Benanni, una riad (casa típica) sencilla, a cargo de un francés que dejó todo por amor para ir a vivir con su mujer marroquí y su hija. La casa está impecable y sobre merece la pena la azotea, preparada para largas sesiones tumbados leyendo o mirando la ciudad.

Dar Benanni Marrakech 2404931
Dar BenanniMinube.com
Pero hay que salir. El primer paso es la imprescindible plaza de Jamaa el Fna, una zona abierta rodeada de restaurantes y tiendas, pero que por la noche se llena de puestos de comida donde a voz en grito decenas de camareros tratan de llevarte hasta sus banquetas. Merece la pena probar un poco de todo. Entre tanto, vas curioseando los corrillos de gente local que escucha cuentacuentos, malabaristas, encantadores de serpientes, juegos, etc.

Desde la plaza accedes a varias calles de entrada a los zocos, llenos de turistas casi todo el día, con puestos de regalos, comida, artesanía y todo lo que te puedas imaginar. Merece la pena perderse por las callejuelas más pequeñas para así encontrar fotos espectaculares y alguna que otra ganga. Recuerda, siempre tienes que regatear, aunque a veces merece más la pena ir a los propios talleres fuera de los zocos para conseguir el precio justo.

El patio del Riad, con la iluminación nocturna
Riad Bayti Minube.com
Aunque no hay espacio para mencionar todos los sitios de visita, recomiendo los cinco puntos principales: El Palacio de Bahia, con jardines y estancias donde perderte durante unas horas. El Jardín de la Menara, ya a las afueras, así que necesitas un taxi. Tiene un pequeño lago artificial y un campo de olivos donde van los locales. Las Tumbas Sadíes, pequeño pero punto imprescindible por la historia que acumula. La Koutoubia, el centro del arte almohade y la postal más repetida de la ciudad. Y el Jardín Majorelle, la excentricidad de un pintor francés que te descubre un escenario romántico entre el caos de la ciudad.

La Koutoubia Marrakech 12814
La KoutoubiaMinube.com
Hay mucho más que ver en Marrakech, así que si quieres puedes bajarte una guía con los restaurantes, hoteles y rincones más recomendados por los viajeros, o ver las más de 3.000 fotos de los viajeros que te mostramos aquí. Desde luego, una vez que vayas, lo que vas a tener ganas es de compartir todo lo que has visto.

¡Buen puente!

 

Palacio de Peterhof, el Versalles ruso

Hoy, mi compañera Fany me ha dicho que le apetecía compartir un rinconcito que, para ella, es muy especial. Y, claro, como para decirle que no… Os dejo con su historia.

Diría que, para recorrer San Petersburgo sin perder detalle, se necesita una semana como mínimo. A ver, estamos hablando de la segunda ciudad más grande de Rusia con 4 millones de habitantes. De hecho, solo visitar el Hermitage supone un día entero.

Por eso, yo me quiero centrar en un sitio en concreto que está a 30 kilómetros de San Petersburgo: el Palacio de Peterhof. ¿Por qué? Pues porque para muchos es el palacio más bonito del mundo y yo quiero unirme a ellos.

Para llegar a Peterhof hay que coger un autobús que sale desde San Petersburgo y que te deja en la entrada de los jardines. Y de eso os quiero hablar primero, de los jardines. Yo no he visto cosa igual. Al entrar lo haces por el Parque Alto, con algunas fuentes y paseos, pero justo detrás del palacio está el Parque Inferior: el complejo de fuentes más grande del mundo. Solo por ver esto ya merece la pena ir a Peterhof.

La Gran Cascada es la fuente principal, y está adornada con 37 esculturas de bronce y 142 juegos de agua que desembocan en un gran canal. Allí, el agua recorre el corazón del parque hasta llegar al Golfo de Finlandia.

Para entrar un poco en materia, primero unos datos: El palacio, construido por Pedro I el Grande a comienzos del siglo XVII, se levanta sobre una terraza marina y fue residencia de los zares hasta 1917, cuando pasó a ser un museo. Tanto el palacio de estilo barroco como los jardines son Patrimonio de la Humanidad.

Y ahora, mi experiencia: Cuando vi esta construcción y muchas otras de San Petersburgo, me di cuenta de la ostentación de los zares. De hecho, nos contaron que en el interior del palacio llegaron a acumularse más de 8.000 objetos de decoración traídos de todo el mundo. Cuando yo fui pude ver algunos de ellos, y digo algunos porque, durante la II Guerra Mundial, los alemanes arrasaron el interior del palacio.

Como en gran parte de San Petersburgo, está totalmente prohibido hacer fotos, vamos, que cuidan tanto su patrimonio que hasta te obligan a entrar con patucos en los pies (¡resbalan un montón!). No hace falta que diga que no se puede tocar absolutamente nada… Pero bueno, aunque esté prohibido hacer fotos yo os cuanto lo que vi: el gran salón del trono con decoración blanca y verde, una sala de objetos orientales con muebles que los diferentes zares trajeron por puro capricho, dormitorios y salas de música e incluso una habitación con muchísimos retratos. Todo ello conectado con pasillos interminables y ventanales inmensos. Precioso.

Durante algunas épocas del año visitar el interior del palacio es complicado por las largas colas que se hacen. Aun así, entrar a los jardines ya es una aventura que te puede llevar toda la tarde. Por cierto, hay un mercadillo al lado del parque con objetos típicos rusos como las famosas matrioskas o los huevos de Fabergé. Baratísimo todo, yo me llevé unos huevos.

¿Es o no es uno de los palacios más bonitos del mundo? Ya os digo yo que sí, y en directo todavía más.

El Matarraña: un destino por descubrir

Por alguna razón que muchas veces no se alcanza a comprender, hay determinados destinos que han permanecido durante demasiados años un poco alejados del punto de vista del viajero. Y eso a pesar de que el entorno tenga todo lo necesario para poder convertirse en un lugar de visita obligada.

La Comarca del Matarraña, seguramente, sea uno de ellos. De hecho, no es mucha la gente que, sin ser de por allí, sepa ponerla en un mapa. Y es una lástima. En la provincia de Teruel, pero muy cerquita ya de la Comunidad Valenciana y de Cataluña, esta región que recibe el nombre de su principal río es uno de esos auténticos desconocidos que han de dejar de serlo.

Siempre que he ido, lo he hecho acercándome desde Zaragoza, dirección Alcañiz. Y en ese tramo, es alucinante el cambio que se aprecia en el paisaje. De lo árido a lo frondoso. De lo seco a lo húmedo. Porque si algo te sorprende del Matarraña es el verde que domina todo junto al ocre de sus pueblos.

Por diferentes razones, en los últimos meses he tenido la suerte de acercarme para allá y poder descubrir su entorno y, ciertamente, me ha sorprendido gratamente. He de reconocer que me encantan sus pueblecitos. Son de esos pueblos que tienen todos identidad propia pero que comparten muchas similitudes: el color, el aroma, las calles…

El pueblo más relevante de la comarca es Valderrobres. Un pueblo de esos que no decepciona. Su entrada cruzando el río, su casco histórico o su castillo en lo alto de la colina son sólo algunas de las razones que te han de llevar a visitarlo en cuanto puedas.

Mucho cariño le tengo también a Beceite, otro pueblo precioso situado en un entorno natural envidiable y donde se encuentra La Fábrica de Solfa, un hotelito con encanto regentado por Javi, una de esas personas apasionadas que día a día trabaja para situar en el mapa a esta Comarca.

Otro de los grandes valores de la zona es, cómo no, su gastronomía. Rica y variada. Almendras, aceites…

Si estás buscando un destino diferente en el que relajarte, descubrir pueblecitos especiales, degustar buena comida y alejarte del turismo de masas, no lo dudes. Matarraña no te decepcionará.

Myanmar: un paseo por Mandalay

Objetivo Birmania. Bueno, Myanmar, que después de la iniciativa nacionalista de los generales en 2005 casi todos los nombres del país cambiaron a una denominación tradicional para dejar atrás la época colonial británica. Esta vez nos toca irnos de nuevo al otro extremo del mundo con mi compañero Juan Carlos. Os dejo con sus sueños asiáticos:

Puente U Bein (Amarapura) Mandalay 1571221
Puente U Bein (Amarapura)Minube.com

¿Por qué ir a Myanmar? En mi caso la primera razón me la dieron, pues lo propuso mi chica y después de pensarlo dije: ¿por qué no? Y es que tenemos la mala costumbre a veces de tener una lista negra de países por miedo que al final, cuando los descubres, te das cuenta de que ibas a perderte algo maravilloso. Muchos optan por hacer este viaje a través de una agencia, sobre todo si se tiene poco tiempo, pero desde ya te animo a hacerlo por tu cuenta, porque además de sencillo y económico, ganas en anécdotas, amigos y situaciones que de otro modo te perderías. Como el viaje duró 18 días (después estuve en Bangkok y Camboya), voy a contar en esta ocasión la experiencia de Mandalay.

Llegué a esta ciudad en avión desde Yangon, la capital. El aeropuerto es apenas una pista pequeña a casi una hora de distancia de la ciudad. Una vez allí hay que regatear para coger un taxi colectivo que te lleve, pero por 10 dólares lo resuelves (es mejor que te informes sobre el cambio antes, es toda una experiencia). En Mandalay hay muchos hoteles económicos donde dormir, incluídas algunas guest-houses, pero lo más recomendable es ver varias, pues estás casi todas concentradas entre las calles 25 y 83, 84. Al final por 20 dólares tienes algo más que decente.

Además de un paseo por la ciudad, de la que lo más destacado es la colina de Mandalay (un complejo al que se puede subir en bici, andando o taxi con vistas buenísimas) y las murallas del Palacio Real (aunque éste casi te lo puedes ahorrar, pues es una restauración moderna y poco atractiva). Además es recomendable ir a ver un teatro de marionetas o el mítico Moustache Brothers, donde lo importante no es lo que ves, sino el hecho de que sigan tanto tiempo «resistiendo» al régimen.También debes reservarte un momento para ver el Buda Muhamuni, contraste entre la pobreza del país y la devoción a base de pan de oro, o el Monasterio Shwe Nan Daw.

Pagoda Maha Muni Mandalay 2632161
Pagoda Maha MuniMinube.com

Lo más recomendable es buscarte la forma de hacer varios recorridos por las ciudades de alrededor. Yo tuve la suerte de encontrarme a Hugo, un chico que lleva un ciclo rickshaw pero que te puede ayudar a localizar taxis, hoteles, etc. Muy honrado, culto y una gran persona, de esas que te hacen ver el valor de la generosidad humana. Uno de los primeros tours fue para ver el Puente U Bein, en Amarapura, uno de los símbolos de Myanmar. En mi caso lo visité dos veces y me quedé con ganas de otra y otra vez. El atardecer es precioso, y más si alquilas una barca para hacer fotos desde cientos de ángulos. Además, muy cerca, puedes ver también el monasterio de Maha Ganayon Kyaung, aunque se vuelve un poco turistata con tantas cámaras de fotos. Después, rumbo a la ciudad de Inwa, donde visitar en carro de caballos los diferentes templos y monumentos perdidos en decenas de hectáreas de historia. Todo el recorrido es accesible desde un taxi de cuatro plazas azul, típico de la ciudad (en realidad tú vas detrás), que te dejará en cada uno de los puntos para que te encargues de dar los últimos pasos. Eso sí, todo con entrada.

Inwa
InwaMinube.com

Otro de las visitas obligadas es la ciudad de Mingun, a donde tienes que ir cogiendo un barco en el «puerto». En media hora estás allí, pero las vistas del río ya merecen la pena, sobre todo viendo la vida que tienen los pueblos alrededor. En la ciudad tienes una caminata de un par de horas, por diferentes templos (no puedes dejar de subir a la base de la que podría haber sido la pagoda más grande del mundo) y perdiéndote por el pequeño pueblo. Te ofrecerán comer en casas particulares por apenas unos euros. Merece la pena la experiencia.

Y ya de vuelta a la ciudad, momento de comer en uno de sus restaurantes típicos, donde el Mann no es de los más elegantes, pero te dará pie a más de una cerveza con el resto de los viajeros que cruzan Myanmar cualquier época del año. Ojo con el «doble» de Messi. Sí… toda una pasión el fútbol allí.

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Bar Restaurante MannMinube.com

Fotos de Ele Baños, José Antonio Cáceres, Vagamundos y Juan Carlos Milena.

Una escapada a Tánger

Mira que Marruecos está ahí al lado. Y mira que lo conozco poco. Sólo había estado en Marrakech unos días. El resto de este fascinante país era para mí totalmente desconocido. Hasta hace unas semanas.

Una escapadita rápida de tres días a Tánger me ha hecho recordar que se trata de un país por descubrir. Y, lo bueno, es que está a tiro de piedra, a una horita de avión o, por qué no, a un ratito en ferry.

Lo cierto es que Tánger no tiene la exhuberancia de Marrakech. Pero, seguramente por eso, tampoco tiene esa sensación agobiante de turisteo y uno puede pasear algo más tranquilo por las calles de su Medina.
Porque, eso sí que lo comparte con su vecina hermosa, la Medina de Tánger es, seguramente, lo más destacable de esta ciudad junto a su situación geográfica y su perfil enroscado en una colina frente al mar al otro lado del Estrecho de Gibraltar y con la costa española de fondo.

Digamos que me pareció una ciudad ideal para escaparse tres días. Uno para recorrerse todos los recovecos posibles de su Medina, perder algo de tiempo y dinero regateando (es fácil hacerlo en español) y comer algo en un puesto callejero donde los locales comen; otro para hacer una excursión (recomiendo encarecidamente Assilah); y el último para relajarse en la preciosa y amplia playa y degustar un couscous o un tajine típico.

Hay dos cosas que no puedes dejar de hacer si preparas una escapadita a Tánger. La primera: dormir en un riad. Sí, es cierto que es algo que no puedes de hacer en general si vas a Marruecos. Es una experiencia inolvidable. Acomodarse en una casa típica marroquí, con sus preciosos patios de azulejos, con una decoración generalmente de muy buen gusto… La segunda: la excursión a Assilah.

Assilah sorprende al viajero nada más llegar. Cuando uno llega a una ciudad y descubre que la mayoría de turistas que uno tiene a su alrededor son locales (en este caso, marroquíes), es que se trata de un lugar ya de por sí relevante y no «creado» para el turista masivo extranjero. Después, cuando uno se adentra en su interior, se da cuenta de por qué es así. Sus estrechas calles blancas y azules, sus casas coloreadas, sus puestos de artesanía (nada que ver con los habituales zocos más turísticos), sus teterías… Y sus maravillosas vistas al mar. Assilah lo tiene todo.

Desde Tánger se tarda cerca de 45 minutos en taxi (te llevará en una excursión de 5-6 horas por entre 40-50 euros). Pero la excursión merece absolutamente la pena. De hecho, puedo decir que es lo que más me gustó del fin de semana. Si volviera, lo haría con más calma y, seguramente, con la intención de pasar allí una noche y disfrutar de un pueblecito que tiene mucho encanto.

En fin, un plan interesante para uno de esos fines de semana que el cuerpo te pide algo diferente.