Viajero, periodista y emprendedor adquirido. Apasionado de Internet y volcado en el viaje más intenso que jamás había pensado: minube.com

Archivo de febrero, 2012

¡Quiero irme a la playa!

En los blogs de viajes estamos acostumbrados a hacer una selección de los rincones que no deberías perderte en tu vida, muchos de ellos en países a miles de kilómetros, pero otros a apenas unas horas de coche. En esta ocasión hacemos una selección de sitios para visitar en Almería y que hemos tenido la fortuna de disfrutar. A los que nos gusta ir a lugares vírgenes, con poca concentración de turismo masivo, nos sale una vena retorcida de no querer contarlo para que no pierda el encanto, pero vamos a ser buenos y compartirlo contigo, estas son algunas recomendaciones que nos trae mi compañero Juan Carlos:

Hay muchas cosas que hacer y visitar en Almería, pero sin duda, cuatro o cinco días te deberían permitir visitar algunos de estos rincones:

Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Decenas de kilómetros de Naturaleza, playas, personas encantandoras y lugares perdidos a los que sólo puedes llegar caminando. Un ecosistema que te ofrece desde pequeños desiertos a calas preciosas donde pasar horas sin que te moleste nadie. Puedes quedarte a dormir en muchos establecimientos en el propio parque o en casas alquiladas de lugareños, pero en todos los casos, las opciones son muy económicas si es lo que buscas.

Agua-Amarga. Se trata de un pueblo pesquero a una hora y pico de Almería, y que siempre es una parada imprescindible en mis visitas a Almería. Casas blancas, ventanas azules, la playa limpia y tranquila, y restaurantes donde cenar con el sonido de las olas chocando debajo de tu mesa. Es además el punto desde el que puedes ir a la Cala de San Pedro y Cala de En Medio.
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Agua AmargaMinube.com. Foto de Nuria.

 

Cala de En Medio. Andando desde Agua-Amarga (unos 30 minutos) llegas hasta esta cala increíble. Apenas son doscientos metros de cala, pero quitarte la ropa y darte un chapuzón en el agua tibia desde primavera hasta otoño es transportarte a cualquier playa caribeña, y aún mejor. No hay ni un solo chiringuito ni nada donde tomar algo, así que lleva todo contigo. Al lado te encuentras también la Cala de San Pedro, aunque para ir hasta ella lo ideal es que te lleven en bote, pues está un poco más inaccesible.
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Cala de En MedioMinube.com

Seguimos con el recorrido por Los Escullos y la Isleta del Moro. El primero es un buen lugar para comerse unas patatas con huevos fritos de las mejores que he probado en mi vida. En un restaurante tranquilo, aunque ten en cuenta que a veces se usa para bodas y puede estar lleno. Además, en los Escullos tienes unos pubs y discos para la noche, si es lo que vas buscando.

 

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Los EscullosMinube.com

 

En la Isleta del Moro, a apenas unos kilómetros, puedes encontrarte con otro de esos pueblos marineros donde el blanco y el azul te dan la paz que necesitas. No te pierdas subir a la Isleta, donde la leyenda cuenta que se forjaban pactos de amor eterno entre enamorados.
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Playa de la Isleta del MoroMinube.com

Y para terminar este post acabamos con una cena en el restaurante, café, casa rural La Loma. De noche, con estrellas y música a cargo de algún grupo con buen ritmo será el broche perfecto. Aunque como ves, apenas hemos empezado a descubrir el Parque Natural de Cabo de Gata-Nijar, así que volveremos, por supuesto.

 

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Casa-café La lomaMinube.com

Taipei, Taiwán: un día me desperté frente al (casi) edificio más alto del mundo.

Hoy de nuevo recurro a Analía, una amiga viajera que ya contó su experiencia en Amberes hace unos días. En esta ocasión, nos vamos a Taipei, uno de esos destinos exóticos de los que salen cientos de anécdotas que contar. Así que Analía, todo tuyo:

Analía:

Amigos de la red, aquí estoy de nuevo para comentar mis historias modo Tintín aquí y allá. Mi compañero Juan Carlos contó hace poco que, de repente, un día se despertó en la cima del mundo. Eso me ha recordado a que yo, de repente, un día amanecí frente al (casi) edificio más alto del mundo: la torre 101 de Taipei.

Me fui a Taiwán un terrible y apocalíptico, calurosamente hablando, julio de 2010.  Justo cuando España ganaba el Mundial y nuestro país se paralizaba de la emoción y las celebraciones, yo, totalmente ajena a la fiesta, no podía dormir del jet lag. Así que una de aquellas noches de desesperación insómnica, cuando ya empezaba a amanecer, salí del hotel cámara en mano y ahí estaba, impresionante ella, alzándose por detrás de los edificios taiwaneses: la torre Taipei 101 había sido la corona del mundo de los rascacielos hasta unos meses atrás. En julio, cuando yo estuve ahí, ya era la segunda más alta:  había sido superada por ésta de Dubai.

En la foto, tomada desde un parking cercano, no se aprecia su altura. Pero en cualquier otra, tomada desde fuera de la ciudad, podéis valorar mejor la inmensidad del invento. Así que, ya que estando en Taipei tenía la oportunidad de subir a la (casi) cima (urbana) del mundo (en la total, como Juan Carlos, aún no he tenido el placer de despertarme) aproveché para subir.

Ahora que lo recuerdo y repaso mis fotos del lugar, veo que sólo tengo esta del ascensor. Es uno de los problemas de ir a Taiwán en julio a trabajar de 9 a 5: a las seis de la tarde, cuando empezaba el turismo, era de noche. La experiencia de ver el mundo en pequeñito a 509 metros de altura fue increíble; las fotos nocturnas de aficionado que salen, no. Por eso no tengo. Pero  nuestro amigo Flapy subió cuando aún era de día  y mostró sus fotos en su blog, que podéis visitar para haceros una idea.

Como las vistas desde cualquier sitio alto (vivan los sitios altos a los que subirse), pero a lo gigante. Mola, ¿o no?

La noche en Taiwán

De Taiwán, aunque la viera tan desde arriba y recorriera casi entera (algo conté en mi blog), no puedo hacer una descripción tan detallada como de Amberes porque no estuve allí un año, sino una semana. Pero me llevo varios recuerdos bonitos: no sólo los amaneceres con Taipei 101 de fondo; también las noches de luces de colores por sus calles y mercadillos.

Aunque anochece a las 6, la vida no para. Es más, diría que renace: las motos, la gente, el movimiento y las luces se concentran en los mercadillos nocturnos. Hay varios, y, en los que visité, pude llevarme una visión más cercana del día a día taiwanés, comprar barato (marcas estadounidenses a precio estadounidense, y no europeo – son los misterios de la globalización) y probar la comida para llevar taiwanesa.

Es otro de los muchos recuerdos que tengo del país: la gastronomía. ¡No podía faltar! Hasta entonces tenía totalmente inexplorada la gastronomía oriental, pero en una semana me dieron la oportunidad de probar comida occidental-oriental, comida cantonesa, comida japonesa, comida taiwanesa tradicional, comida taiwanesa rápida y comida de los McDonalds del otro lado del mundo. También de visitar el restaurante más original en el que he comido hasta la fecha. Pero esto ya os lo cuento en otro post.

Hasta entonces, y si tenéis pensando volar a Taiwán pronto, podéis seguir leyendo qué hacer aquí.

7 días, 7 islas

El pasado año hice una de esas aventuras que hay que contar. 7 días, 7 islas. Hablo de las Islas Canarias, claro. Y fue un viaje a contrarreloj, en plan reto. Las islas, todas, son maravillosas, la verdad. Cada una con sus peculiaridades y cada una de ellas con sus características únicas. Pero, no nos engañemos, cada una de ellas requeriría, al menos, siete días individualmente para poder bucear entre sus encantos. Pero era un viaje con un objetivo: grabar un vídeo de esa aventura. Para ello nos juntamos con amigos blogueros y usuarios de minube. Agarramos nuestro equipo técnico, hicimos la maleta y nos lanzamos a conseguir cumplir con la hazaña. Nos esperaba una intensa semana de madrugones, vuelos internos, ferrys, risas, carreras y rincones inolvidables.

Empezamos la aventura en Lanzarote. Una isla a la que tengo un aprecio especial. Me impactó sobremanera la primera vez que la visité, con sus paisajes marcianos de Timanfaya o con la gigantesca huella que dejó César Manrique. De Lanzarote me quedo con su dramática orografía, con sus vinos blancos, con sus paisajes inéditos…

La siguiente escala fue en Fuerteventura. Una isla desconocida para mí y con la que, la verdad, se me quedaron unas ganas enormes de descubrirla más profundamente. Dedicamos gran parte del día a realizar alguna actividad acuática. Y la verdad es que fue una sensación muy chula. Hay que reconocer que las playas de arena blanca son una auténtica maravilla. Eso sí, tengo pendiente volver para perderme, aunque sea sólo un rato, entre sus dunas.

En Gran Canaria pasamos la tercera jornada. Un día de reencuentros también con la expedición minubera canaria. Estuvimos de visita cultural por Las Palmas y terminamos con un poco de relax en el sur de la isla. Qué lástima que tuviéramos tan poco tiempo y que no pudiéramos perder el tiempo necesario para poder disfrutar de verdad de cada una de las experiencias que la isla ofrece. Aún así, la visita fue intensa.

Nos esperaba La Palma. Si había una isla a la que tenía especialmente ganas esa era, sin duda, la Isla Bonita. Tanto había oído hablar sobre su belleza y su capacidad magnética que ardía en deseos de descubrirla. Y no solo no me defraudó sino que me dejó verdaderamente con ganas de poder volver, con más calma, más adelante. Sus preciosas playas de arena negra, su exhuberante naturaleza o ese cielo estrellado tan especial son solo algunos de los detalles que nos ofrece este pequeño paraíso. Lástima que para esa observación de estrellas que teníamos pendiente la luna, caprichosa, quiso aparecer llena, ocultándonos gran parte del firmamento.

De allí, a Tenerife. La isla que más conozco del archipiélago. Siempre llena de sorpresas. No descubro nada si reconozco que el Teide me sigue fascinando. Como la gastronomía local. No me puedo ir de la isla sin probar las papas con mojo (sí, sé que son comunes en todas las Islas pero por aquello de que fue aquí donde las probé primero en mi adolescencia, como que me pide el cuerpo seguir con la tradición cada vez que aterrizo por allí). Me encanta también la histórica ciudad de La Laguna. Pasear por sus calles es como revivir un pasado que no vivimos en persona pero que parece presente en nuestro adn.

La próxima parada fue La Gomera. Pequeñita pero arrolladora. Una auténtica joya natural que te deja con ganas de seguir pateándola a través de sus bosques interiores. También tuvimos la suerte de poder disfrutar de la gastronomía local y de la clásica demostración del silbo. Si he de quedarme con un recuerdo es con ese trekking por su interior en el que, tras un buen ratito de caminata, descubrimos un paraje natural fascinante. Y con el maravilloso mirador que nos permitía ver, en el horizonte, la isla de La Palma.

Y para el final del viaje, nos tocó visitar El Hierro. Otra de las islas que no conocía. Y he de reconocer que también me impactó bastante. También una isla pequeña pero cargada de lugares con encanto y de sorpresas de todo tipo. Salvaje. La verdad es que, por alguna razón, me reforzó esa teoría que venía teniendo esos días: las islas más pequeñas de Canarias tienen algo especial. Siempre se dice que la belleza va en frascos pequeños. Quizá sea verdad.

Una semana muy intensa. Un sinfín de rincones por descubrir. Una forma de darse cuenta de lo atractivas que son las Afortunadas pero, ojo, un viaje que hay que plantear de otra forma para poder aprovechar al máximo todo lo que este destino ofrece. Para mí fue una aventura fascinante, un reto que, finalmente, superamos. Y una forma de despertarme las ganas de volver, con más tiempo, a cada una de las islas para poder así disfrutarlas como merecen.

Os dejo con el vídeo que grabamos. Espero que os guste.

Islas Canarias: 7 días, 7 islas en minube.

Si queréis conocer los próximos eventos en las Islas Canarias también podéis seguirlos en este calendario. El próximo, los Carnavales de Santa Cruz.

 

 

Pokhara, Nepal: Un día me desperté en la cima del mundo

Ya os he comentado que la idea de este blog es que sea también un escaparate para mis amigos viajeros. Tengo la suerte de tener muchos. Hoy os voy a presentar a Juan Carlos Milena, amigo, compañero, periodista, escudero, viajero, sherpa (sí, de los que te echan un cable siempre, aunque no puedan más con su propio cuerpo) y de esas personas a las que no se le dice la palabra «gracias» tantas veces como merece. Y hoy, nos va a contar su experiencia en la cordillera del Himalaya, concretamente en la ciudad de Pokhara, en Nepal.

Os dejo con sus textos.

Un día me desperté en la cima del mundo… Bueno, en realidad, apenas veía la cumbre del Annapurna entre la niebla, pero después de tantos días de viaje, de tantos momentos en los que estuvimos a punto de tirar la mochila, fue una sensación de las que se recuerdan siempre. Eran las cinco de la mañana, en una habitación en la planta superior del hotel donde se suelen hospedar los trabajadores de la ONU, y donde habíamos llegado después de pelear con cucarachas, cortes de luz, mosquitos, agua fría y ampollas en los pies. Apenas duró la visión 10 minutos, pero mereció la pena. ¿Cómo acabamos allí? Pues la cosa empezó en Nueva Delhi…

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Refugio Anapurna santuaryMinube.com

Foto de Josep Terradas.

La idea inicial del viaje era un tour mochilero por el Rajasthan, zona más que explotada por el turismo occidental en la India. La idea era recorrer Delhi, Agra,  ver el Taj Mahal, Pushkar, Jaipur, … Fuimos completando el circuito, pero nos pasamos de velocidad. La India es un sitio mágico, con muchos rincones que visitar, muchas anéctodas que contar en cientos de posts, pero si te lo tomas de golpe te produce la misma sensación que un té hirviendo. Y a nosotros nos pasó. De los 21 días previstos lo redujimos a 14 y finalmente acabamos en Nepal, empezando por Katmandú, donde contratamos una agencia local que nos apañó (no se puede decir gestionar a eso, jeje) un viaje a Pokhara para hacer un «trecking» por el Annapurna, incluyendo rafting por el río Seti, una auténtica pasada.

La experiencia nos salió un poco torcida porque no se puede visitar un país budista con un guía hindú, claro. Y menos si le da por ver todo como si se estuviera preparando para un maratón. Al final conseguimos librarnos de ellos y nos compensaron con este hotelito, nada mochilero, pero encantador y con servicios de masaje en la habitación increíble. Pero vayamos a lo importante: Pokhara es alucinante.

Es muy sencillo llegar hasta ella desde Katmandú, tanto por avión como por carretera (aunque son desastrosas e infernales por la lentitud, pero con vistas alucinantes). Lo hicimos en agosto, y el tiempo acompañó bastante bien, lo cual quiere decir que el monzón nos respetó un poco. La ciudad es pequeña y tiene un ambiente muy bueno de gente joven, muchos de ellos con ganas de hacerse una escapada de trecking por el Annapurna, y con muchos hoteles y albergues baratos para quedarte.

Hay una opción para subir en avioneta a 4.000 metros y luego hacer una ruta de tres días. Hay muchas agencias locales e incluso algunos españoles que llevan tiempo allí en la calle principal, así que no necesitas más que preguntar para ver opciones. Una viajera de minube.com, Carolina (Serviajera), cuenta una de estas experiencias en su rincón sobre Poon Hill y los trecks en el Annapurna.

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Poon Hill (Cordillera de Annapurna)Minube.com

Como nosotros teníamos pocos días lo que hicimos fue subir al refugio que está a menos de 10 kilómetros del pueblo (lo sé, menudo cambio, pero hay que volver). La subida es durilla pero fácil, aunque eso sí, no reserves nada arriba, no hay nada que hacer, salvo comer en un restaurante local y apañadito. Desde ahí las vistas de la ciudad y del lago de Pokhara son muy buenas, y a veces consigues ver el Annapurna (ojo, en verano es complicado por las nieblas pero en otras épocas del año la visión es supernítida).

Otra de las actividades fue dar una vuelta en barca por el lago, hasta llegar a la colina central donde está la World Peace Pagoda, un monumento sencillo al que se accede a través de un paseo agradable por la colina, pero que requiere un poco de preparación e ir bien preparados con agua y comida. A nosotros nos pilló una tormenta de verano que nos dio un buen chapuzón, pero la anécdota fue pasar por la hierba fresca con las sandalias y salir con pequeñas sanguijuelas pegadas a los pies. Ahora hasta nos reímos de recordarlo.

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PokharaMinube.com. Foto de Serviajera.

Y por último, para disfrutar al máximo de Pokhara te recomiendo que des una vuelta al atardecer por los diferentes restaurantes y bares de la calle principales, llenos siempre de viajeros que te cuentan sus experiencias y donde te sientes tan bien, que por un momento, piensas incluso que merece la pena despertarse cada día viendo el techo del mundo.

Te dejo algunos enlaces sobre qué hacer en Pokhara y qué ver en Nepal.

 

Un paseo por los museos de Madrid

Día de temperaturas extremas. La verdad es que ponerse a pensar en salir de casa con este tiempo para algunos puede ser una locura, pero creo que días como hoy es el momento de aprovechar para visitar algunos de esos rincones que te dan cobijo no sólo por el calor, sino también por cultura, por originalidad y por compartirlos con tus amigos. Este fin de semana os propongo un paseo por Madrid, donde aún no han llegado las nieves como otros años, así que al menos, se hace fácil moverse de un lado para otro.

Ruta de los museos

Madrid es cultura, es arte, y somos considerados una de las capitales más atractivas para ver algunos de los mejores museos del mundo.

Museo Thyssen-Bornemisza. Situado en el eje del Paseo del Prado, ofrece aún la exposición temporal de Berthe Morisot, además de su colección permanente con obras de los últimos 8 siglos de la Historia. Si quieres dar un paseo virtual por sus salas puedes hacerlo con el video que te pongo abajo o en esta guía online .

Museo Thyssen-Bornemisza de minube.

Por supuesto, el otro punto de atención es el Museo Nacional del Prado. Tanto por su colección permanente como por las temporales (ahora tienen una sobre el Hermitage), y claro, por el impresionante edifico donde está, merece la pena dedicarle casi una mañana entera. Muy recomendable sentarse fuera y ver pasar a decenas de personas y adivinar de dónde vienen. Cada una seguro que te sugiere una historia diferente de viajes y países que visitar.

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Museo del PradoMinube.com. Foto de

Otro de esos lugares especiales es la Casa Museo Sorolla. Sobre todo por lo bien conservada que está, el respeto a cómo vivía el maestro, y la tranquilidad de tener ese pequeño espacio para ti en medio de Madrid. Cuando el tiempo acompaña, te recomiendo que te quedes durante un rato en su jardín leyendo o escribiendo. Aunque seguro que te entrará la nostalgia de tener que seguir con tu ruta.

Y por último, aunque esta lista podría ser mucho más extensa, hay que pasar por el Caixaforum. Tranquilo, multifuncional, con un diseño arquitectónico espectacular, te resguardará del frío durante dos horas y te servirá para conocer un poco por ejemplo sobre el cine no-ficción en una exposición temporal que durará hasta marzo.

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CaixaForum MadridMinube.com. Foto de Reconquista.

 

Y sí, no puede faltar algunas recomendaciones para ir de tapas por la zona, pero eso da para varios post que iré subiendo de la mano de algunos viajeros más. Si quieres enviar tus propuestas adelante!.