Viajero, periodista y emprendedor adquirido. Apasionado de Internet y volcado en el viaje más intenso que jamás había pensado: minube.com

Tallin: Un cuento de hadas entre murallas

¿Te apetece un viaje a Europa del Este? Hoy lo vamos a hacer de la mano de Fany, amiga, compañera y viajera, que nos va a echar una mano a descubrir diferentes lugares del planeta. Fany, tu turno 🙂 :

Va a cumplirse un año desde que visité Tallin, la capital de Estonia. Sinceramente, tengo que decir que no conocía nada de esta ciudad, ¡Y casi ni del país! Pero desde que recorrí su casco histórico, estoy mucho más puesta. Me dejó alucinada. ¿Cómo puede ser que una ciudad tan bonita no tenga más éxito?

Llegué allí en barco, en un crucero, y desde el puerto me fui andando hasta sus puertas. No sé si lo sabéis pero, para entrar a la ciudad, hay que pasar por lo que se conoce como La puerta de la costa y adentrarte en la Calle Pikk, una preciosa calle empedrada con casas de colores pastel. Desde ese momento tuve claro que Tallin era especial.

Todo limpio impoluto, con los restos del paso del tiempo dando más vida a las fachadas… ¡Es que me acuerdo y me entran ganas de volver!

Consejo: La calle Pikk cruza todo el casco antiguo (también conocido como Vanalinn), así que, si vais, tenedla como punto de referencia para moveros por la ciudad.

Las murallas albergan en su interior varios edificios interesantes: la Iglesia de San Olav, la Catedral de Santa María y uno que, cuando lo vi, pensé que se habían equivocado al ponerlo allí. ¡Su sitio tenía que estar en Rusia! Pero no, estaba perfectamente colocada; ese era el lugar de la Catedral de Alexander Nevsky. Se construyó cuando Estonia era territorio del imperio ruso zarista (Otra cosa que no sabía). Qué pasada…

Lo bueno del casco viejo de Tallin es que es muy pequeño. Eso me dio la oportunidad de pasear por sus callejuelas sin prisa, de descansar en sus cafés y de hacer miles de fotos.

Segundo consejo: la cámara en mano. Hay muchos sitios por ver, Lee el resto de la entrada »

De Fiestas: los Indianos en La Palma

Bueno, aquí andamos de nuevo. Poco a poco voy a ir retomando el ritmo que ese blog merece. Al final, cuando uno se pasa la vida viajando no es fácil luego sacar tiempo para hablar de sus viajes. Pero lo voy a hacer y, mientras, os seguiré presentando a mis amigos viajeros que os irán contando también sus historias.

Hace sólo un par de semanas tuve la suerte de poder disfrutar de unos días mágicos en La Palma. Sí, ya sé que hace poco hablé de las Islas Afortunadas, pero es que esta experiencia merece ser contada.

No soy yo habitual de fiestas masivas o tradicionales. Imagino que porque siempre me han echado para atrás las multitudes. Pero, oye, que hay que reconocer que la experiencia de vivir el Carnaval en La Palma, con su día grande de Los Indianos, superó mis expectativas.

Ya me habían avisado de que era una fiesta muy especial. Yo la definiría como una explosión de luz y alegría.

Además, todo comienza desde primera hora de la mañana. Aunque estés alejado de la capital, Santa Cruz, rápidamente te das cuenta de que el día es especial. Los empleados de los hoteles, la gente por la calle, los conductores de autobús… Todo el mundo va dispuesto a vivir este día de una forma totalmente diferente.

Lo primero que nos dijeron fue un: «hay que ir de blanco. Totalmente de blanco». Y eso hicimos. Y menos mal, que no había nadie (pero nadie, nadie) que no estuviera acorde a la tradición.
Lo segundo: «id dispuestos a embadurnaros totalmente de polvos de talco». Y eso hicimos. Y no fue voluntario. Hordas de gente cargadas con botecitos de todo tamaño repletos de polvos blancos van atacando, a diestro y siniestro, a todo aquel que se cruce con ellos, provocando un ambiente alucinante en el que todo lo que te rodea es, lógicamente, blanco.

Las calles de Santa Cruz de la Palma están abarrotadas durante toda la jornada. Primero, con gente paseando y luciendo sus trajes. Más tarde, con gente comenzando a tomar las primeras copas de la jornada. Después, con cientos de personas disfrutando de la buena música caribeña en directo en la Plaza de España (durante el día, la Plaza de La Habana) tras la llegada de la Negra Tomasa. Y luego, continuando con las copas, el desfile, la juerga, el cachondeo…

La fiesta dura durante todo el día y concluye a altas horas de la madrugada. Y, como digo, el ambiente es muy especial. Yo me quedo con la parte diurna. Ese ambiente, esa luz, esas sonrisas, esas ganas de pasárselo bien, esas guerras de talco sin que nadie te mire raro…

Una fiesta que hay que vivir. Vete reservando para el próximo año, que como estas hay pocas.

¡Quiero irme a la playa!

En los blogs de viajes estamos acostumbrados a hacer una selección de los rincones que no deberías perderte en tu vida, muchos de ellos en países a miles de kilómetros, pero otros a apenas unas horas de coche. En esta ocasión hacemos una selección de sitios para visitar en Almería y que hemos tenido la fortuna de disfrutar. A los que nos gusta ir a lugares vírgenes, con poca concentración de turismo masivo, nos sale una vena retorcida de no querer contarlo para que no pierda el encanto, pero vamos a ser buenos y compartirlo contigo, estas son algunas recomendaciones que nos trae mi compañero Juan Carlos:

Hay muchas cosas que hacer y visitar en Almería, pero sin duda, cuatro o cinco días te deberían permitir visitar algunos de estos rincones:

Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Decenas de kilómetros de Naturaleza, playas, personas encantandoras y lugares perdidos a los que sólo puedes llegar caminando. Un ecosistema que te ofrece desde pequeños desiertos a calas preciosas donde pasar horas sin que te moleste nadie. Puedes quedarte a dormir en muchos establecimientos en el propio parque o en casas alquiladas de lugareños, pero en todos los casos, las opciones son muy económicas si es lo que buscas.

Agua-Amarga. Se trata de un pueblo pesquero a una hora y pico de Almería, y que siempre es una parada imprescindible en mis visitas a Almería. Casas blancas, ventanas azules, la playa limpia y tranquila, y restaurantes donde cenar con el sonido de las olas chocando debajo de tu mesa. Es además el punto desde el que puedes ir a la Cala de San Pedro y Cala de En Medio.
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Agua AmargaMinube.com. Foto de Nuria.

 

Cala de En Medio. Andando desde Agua-Amarga (unos 30 minutos) llegas hasta esta cala increíble. Apenas son doscientos metros de cala, pero quitarte la ropa y darte un chapuzón en el agua tibia desde primavera hasta otoño es transportarte a cualquier playa caribeña, y aún mejor. No hay ni un solo chiringuito ni nada donde tomar algo, así que lleva todo contigo. Al lado te encuentras también la Cala de San Pedro, aunque para ir hasta ella lo ideal es que te lleven en bote, pues está un poco más inaccesible.
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Cala de En MedioMinube.com

Seguimos con el recorrido por Los Escullos y la Isleta del Moro. El primero es un buen lugar para comerse unas patatas con huevos fritos de las mejores que he probado en mi vida. En un restaurante tranquilo, aunque ten en cuenta que a veces se usa para bodas y puede estar lleno. Además, en los Escullos tienes unos pubs y discos para la noche, si es lo que vas buscando.

 

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Los EscullosMinube.com

 

En la Isleta del Moro, a apenas unos kilómetros, puedes encontrarte con otro de esos pueblos marineros donde el blanco y el azul te dan la paz que necesitas. No te pierdas subir a la Isleta, donde la leyenda cuenta que se forjaban pactos de amor eterno entre enamorados.
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Playa de la Isleta del MoroMinube.com

Y para terminar este post acabamos con una cena en el restaurante, café, casa rural La Loma. De noche, con estrellas y música a cargo de algún grupo con buen ritmo será el broche perfecto. Aunque como ves, apenas hemos empezado a descubrir el Parque Natural de Cabo de Gata-Nijar, así que volveremos, por supuesto.

 

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Casa-café La lomaMinube.com

Taipei, Taiwán: un día me desperté frente al (casi) edificio más alto del mundo.

Hoy de nuevo recurro a Analía, una amiga viajera que ya contó su experiencia en Amberes hace unos días. En esta ocasión, nos vamos a Taipei, uno de esos destinos exóticos de los que salen cientos de anécdotas que contar. Así que Analía, todo tuyo:

Analía:

Amigos de la red, aquí estoy de nuevo para comentar mis historias modo Tintín aquí y allá. Mi compañero Juan Carlos contó hace poco que, de repente, un día se despertó en la cima del mundo. Eso me ha recordado a que yo, de repente, un día amanecí frente al (casi) edificio más alto del mundo: la torre 101 de Taipei.

Me fui a Taiwán un terrible y apocalíptico, calurosamente hablando, julio de 2010.  Justo cuando España ganaba el Mundial y nuestro país se paralizaba de la emoción y las celebraciones, yo, totalmente ajena a la fiesta, no podía dormir del jet lag. Así que una de aquellas noches de desesperación insómnica, cuando ya empezaba a amanecer, salí del hotel cámara en mano y ahí estaba, impresionante ella, alzándose por detrás de los edificios taiwaneses: la torre Taipei 101 había sido la corona del mundo de los rascacielos hasta unos meses atrás. En julio, cuando yo estuve ahí, ya era la segunda más alta:  había sido superada por ésta de Dubai.

En la foto, tomada desde un parking cercano, no se aprecia su altura. Pero en cualquier otra, tomada desde fuera de la ciudad, podéis valorar mejor la inmensidad del invento. Así que, ya que estando en Taipei tenía la oportunidad de subir a la (casi) cima (urbana) del mundo (en la total, como Juan Carlos, aún no he tenido el placer de despertarme) aproveché para subir.

Ahora que lo recuerdo y repaso mis fotos del lugar, veo que sólo tengo esta del ascensor. Es uno de los problemas de ir a Taiwán en julio a trabajar de 9 a 5: a las seis de la tarde, cuando empezaba el turismo, era de noche. La experiencia de ver el mundo en pequeñito a 509 metros de altura fue increíble; las fotos nocturnas de aficionado que salen, no. Por eso no tengo. Pero  nuestro amigo Flapy subió cuando aún era de día  y mostró sus fotos en su blog, que podéis visitar para haceros una idea.

Como las vistas desde cualquier sitio alto (vivan los sitios altos a los que subirse), pero a lo gigante. Mola, ¿o no?

La noche en Taiwán

De Taiwán, aunque la viera tan desde arriba y recorriera casi entera (algo conté en mi blog), no puedo hacer una descripción tan detallada como de Amberes porque no estuve allí un año, sino una semana. Pero me llevo varios recuerdos bonitos: no sólo los amaneceres con Taipei 101 de fondo; también las noches de luces de colores por sus calles y mercadillos.

Aunque anochece a las 6, la vida no para. Es más, diría que renace: las motos, la gente, el movimiento y las luces se concentran en los mercadillos nocturnos. Hay varios, y, en los que visité, pude llevarme una visión más cercana del día a día taiwanés, comprar barato (marcas estadounidenses a precio estadounidense, y no europeo – son los misterios de la globalización) y probar la comida para llevar taiwanesa.

Es otro de los muchos recuerdos que tengo del país: la gastronomía. ¡No podía faltar! Hasta entonces tenía totalmente inexplorada la gastronomía oriental, pero en una semana me dieron la oportunidad de probar comida occidental-oriental, comida cantonesa, comida japonesa, comida taiwanesa tradicional, comida taiwanesa rápida y comida de los McDonalds del otro lado del mundo. También de visitar el restaurante más original en el que he comido hasta la fecha. Pero esto ya os lo cuento en otro post.

Hasta entonces, y si tenéis pensando volar a Taiwán pronto, podéis seguir leyendo qué hacer aquí.

7 días, 7 islas

El pasado año hice una de esas aventuras que hay que contar. 7 días, 7 islas. Hablo de las Islas Canarias, claro. Y fue un viaje a contrarreloj, en plan reto. Las islas, todas, son maravillosas, la verdad. Cada una con sus peculiaridades y cada una de ellas con sus características únicas. Pero, no nos engañemos, cada una de ellas requeriría, al menos, siete días individualmente para poder bucear entre sus encantos. Pero era un viaje con un objetivo: grabar un vídeo de esa aventura. Para ello nos juntamos con amigos blogueros y usuarios de minube. Agarramos nuestro equipo técnico, hicimos la maleta y nos lanzamos a conseguir cumplir con la hazaña. Nos esperaba una intensa semana de madrugones, vuelos internos, ferrys, risas, carreras y rincones inolvidables.

Empezamos la aventura en Lanzarote. Una isla a la que tengo un aprecio especial. Me impactó sobremanera la primera vez que la visité, con sus paisajes marcianos de Timanfaya o con la gigantesca huella que dejó César Manrique. De Lanzarote me quedo con su dramática orografía, con sus vinos blancos, con sus paisajes inéditos…

La siguiente escala fue en Fuerteventura. Una isla desconocida para mí y con la que, la verdad, se me quedaron unas ganas enormes de descubrirla más profundamente. Dedicamos gran parte del día a realizar alguna actividad acuática. Y la verdad es que fue una sensación muy chula. Hay que reconocer que las playas de arena blanca son una auténtica maravilla. Eso sí, tengo pendiente volver para perderme, aunque sea sólo un rato, entre sus dunas.

En Gran Canaria pasamos la tercera jornada. Un día de reencuentros también con la expedición minubera canaria. Estuvimos de visita cultural por Las Palmas y terminamos con un poco de relax en el sur de la isla. Qué lástima que tuviéramos tan poco tiempo y que no pudiéramos perder el tiempo necesario para poder disfrutar de verdad de cada una de las experiencias que la isla ofrece. Aún así, la visita fue intensa.

Nos esperaba La Palma. Si había una isla a la que tenía especialmente ganas esa era, sin duda, la Isla Bonita. Tanto había oído hablar sobre su belleza y su capacidad magnética que ardía en deseos de descubrirla. Y no solo no me defraudó sino que me dejó verdaderamente con ganas de poder volver, con más calma, más adelante. Sus preciosas playas de arena negra, su exhuberante naturaleza o ese cielo estrellado tan especial son solo algunos de los detalles que nos ofrece este pequeño paraíso. Lástima que para esa observación de estrellas que teníamos pendiente la luna, caprichosa, quiso aparecer llena, ocultándonos gran parte del firmamento.

De allí, a Tenerife. La isla que más conozco del archipiélago. Siempre llena de sorpresas. No descubro nada si reconozco que el Teide me sigue fascinando. Como la gastronomía local. No me puedo ir de la isla sin probar las papas con mojo (sí, sé que son comunes en todas las Islas pero por aquello de que fue aquí donde las probé primero en mi adolescencia, como que me pide el cuerpo seguir con la tradición cada vez que aterrizo por allí). Me encanta también la histórica ciudad de La Laguna. Pasear por sus calles es como revivir un pasado que no vivimos en persona pero que parece presente en nuestro adn.

La próxima parada fue La Gomera. Pequeñita pero arrolladora. Una auténtica joya natural que te deja con ganas de seguir pateándola a través de sus bosques interiores. También tuvimos la suerte de poder disfrutar de la gastronomía local y de la clásica demostración del silbo. Si he de quedarme con un recuerdo es con ese trekking por su interior en el que, tras un buen ratito de caminata, descubrimos un paraje natural fascinante. Y con el maravilloso mirador que nos permitía ver, en el horizonte, la isla de La Palma.

Y para el final del viaje, nos tocó visitar El Hierro. Otra de las islas que no conocía. Y he de reconocer que también me impactó bastante. También una isla pequeña pero cargada de lugares con encanto y de sorpresas de todo tipo. Salvaje. La verdad es que, por alguna razón, me reforzó esa teoría que venía teniendo esos días: las islas más pequeñas de Canarias tienen algo especial. Siempre se dice que la belleza va en frascos pequeños. Quizá sea verdad.

Una semana muy intensa. Un sinfín de rincones por descubrir. Una forma de darse cuenta de lo atractivas que son las Afortunadas pero, ojo, un viaje que hay que plantear de otra forma para poder aprovechar al máximo todo lo que este destino ofrece. Para mí fue una aventura fascinante, un reto que, finalmente, superamos. Y una forma de despertarme las ganas de volver, con más tiempo, a cada una de las islas para poder así disfrutarlas como merecen.

Os dejo con el vídeo que grabamos. Espero que os guste.

Islas Canarias: 7 días, 7 islas en minube.

Si queréis conocer los próximos eventos en las Islas Canarias también podéis seguirlos en este calendario. El próximo, los Carnavales de Santa Cruz.

 

 

Pokhara, Nepal: Un día me desperté en la cima del mundo

Ya os he comentado que la idea de este blog es que sea también un escaparate para mis amigos viajeros. Tengo la suerte de tener muchos. Hoy os voy a presentar a Juan Carlos Milena, amigo, compañero, periodista, escudero, viajero, sherpa (sí, de los que te echan un cable siempre, aunque no puedan más con su propio cuerpo) y de esas personas a las que no se le dice la palabra «gracias» tantas veces como merece. Y hoy, nos va a contar su experiencia en la cordillera del Himalaya, concretamente en la ciudad de Pokhara, en Nepal.

Os dejo con sus textos.

Un día me desperté en la cima del mundo… Bueno, en realidad, apenas veía la cumbre del Annapurna entre la niebla, pero después de tantos días de viaje, de tantos momentos en los que estuvimos a punto de tirar la mochila, fue una sensación de las que se recuerdan siempre. Eran las cinco de la mañana, en una habitación en la planta superior del hotel donde se suelen hospedar los trabajadores de la ONU, y donde habíamos llegado después de pelear con cucarachas, cortes de luz, mosquitos, agua fría y ampollas en los pies. Apenas duró la visión 10 minutos, pero mereció la pena. ¿Cómo acabamos allí? Pues la cosa empezó en Nueva Delhi…

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Refugio Anapurna santuaryMinube.com

Foto de Josep Terradas.

La idea inicial del viaje era un tour mochilero por el Rajasthan, zona más que explotada por el turismo occidental en la India. La idea era recorrer Delhi, Agra,  ver el Taj Mahal, Pushkar, Jaipur, … Fuimos completando el circuito, pero nos pasamos de velocidad. La India es un sitio mágico, con muchos rincones que visitar, muchas anéctodas que contar en cientos de posts, pero si te lo tomas de golpe te produce la misma sensación que un té hirviendo. Y a nosotros nos pasó. De los 21 días previstos lo redujimos a 14 y finalmente acabamos en Nepal, empezando por Katmandú, donde contratamos una agencia local que nos apañó (no se puede decir gestionar a eso, jeje) un viaje a Pokhara para hacer un «trecking» por el Annapurna, incluyendo rafting por el río Seti, una auténtica pasada.

La experiencia nos salió un poco torcida porque no se puede visitar un país budista con un guía hindú, claro. Y menos si le da por ver todo como si se estuviera preparando para un maratón. Al final conseguimos librarnos de ellos y nos compensaron con este hotelito, nada mochilero, pero encantador y con servicios de masaje en la habitación increíble. Pero vayamos a lo importante: Pokhara es alucinante.

Es muy sencillo llegar hasta ella desde Katmandú, tanto por avión como por carretera (aunque son desastrosas e infernales por la lentitud, pero con vistas alucinantes). Lo hicimos en agosto, y el tiempo acompañó bastante bien, lo cual quiere decir que el monzón nos respetó un poco. La ciudad es pequeña y tiene un ambiente muy bueno de gente joven, muchos de ellos con ganas de hacerse una escapada de trecking por el Annapurna, y con muchos hoteles y albergues baratos para quedarte.

Hay una opción para subir en avioneta a 4.000 metros y luego hacer una ruta de tres días. Hay muchas agencias locales e incluso algunos españoles que llevan tiempo allí en la calle principal, así que no necesitas más que preguntar para ver opciones. Una viajera de minube.com, Carolina (Serviajera), cuenta una de estas experiencias en su rincón sobre Poon Hill y los trecks en el Annapurna.

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Poon Hill (Cordillera de Annapurna)Minube.com

Como nosotros teníamos pocos días lo que hicimos fue subir al refugio que está a menos de 10 kilómetros del pueblo (lo sé, menudo cambio, pero hay que volver). La subida es durilla pero fácil, aunque eso sí, no reserves nada arriba, no hay nada que hacer, salvo comer en un restaurante local y apañadito. Desde ahí las vistas de la ciudad y del lago de Pokhara son muy buenas, y a veces consigues ver el Annapurna (ojo, en verano es complicado por las nieblas pero en otras épocas del año la visión es supernítida).

Otra de las actividades fue dar una vuelta en barca por el lago, hasta llegar a la colina central donde está la World Peace Pagoda, un monumento sencillo al que se accede a través de un paseo agradable por la colina, pero que requiere un poco de preparación e ir bien preparados con agua y comida. A nosotros nos pilló una tormenta de verano que nos dio un buen chapuzón, pero la anécdota fue pasar por la hierba fresca con las sandalias y salir con pequeñas sanguijuelas pegadas a los pies. Ahora hasta nos reímos de recordarlo.

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PokharaMinube.com. Foto de Serviajera.

Y por último, para disfrutar al máximo de Pokhara te recomiendo que des una vuelta al atardecer por los diferentes restaurantes y bares de la calle principales, llenos siempre de viajeros que te cuentan sus experiencias y donde te sientes tan bien, que por un momento, piensas incluso que merece la pena despertarse cada día viendo el techo del mundo.

Te dejo algunos enlaces sobre qué hacer en Pokhara y qué ver en Nepal.

 

Un paseo por los museos de Madrid

Día de temperaturas extremas. La verdad es que ponerse a pensar en salir de casa con este tiempo para algunos puede ser una locura, pero creo que días como hoy es el momento de aprovechar para visitar algunos de esos rincones que te dan cobijo no sólo por el calor, sino también por cultura, por originalidad y por compartirlos con tus amigos. Este fin de semana os propongo un paseo por Madrid, donde aún no han llegado las nieves como otros años, así que al menos, se hace fácil moverse de un lado para otro.

Ruta de los museos

Madrid es cultura, es arte, y somos considerados una de las capitales más atractivas para ver algunos de los mejores museos del mundo.

Museo Thyssen-Bornemisza. Situado en el eje del Paseo del Prado, ofrece aún la exposición temporal de Berthe Morisot, además de su colección permanente con obras de los últimos 8 siglos de la Historia. Si quieres dar un paseo virtual por sus salas puedes hacerlo con el video que te pongo abajo o en esta guía online .

Museo Thyssen-Bornemisza de minube.

Por supuesto, el otro punto de atención es el Museo Nacional del Prado. Tanto por su colección permanente como por las temporales (ahora tienen una sobre el Hermitage), y claro, por el impresionante edifico donde está, merece la pena dedicarle casi una mañana entera. Muy recomendable sentarse fuera y ver pasar a decenas de personas y adivinar de dónde vienen. Cada una seguro que te sugiere una historia diferente de viajes y países que visitar.

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Museo del PradoMinube.com. Foto de

Otro de esos lugares especiales es la Casa Museo Sorolla. Sobre todo por lo bien conservada que está, el respeto a cómo vivía el maestro, y la tranquilidad de tener ese pequeño espacio para ti en medio de Madrid. Cuando el tiempo acompaña, te recomiendo que te quedes durante un rato en su jardín leyendo o escribiendo. Aunque seguro que te entrará la nostalgia de tener que seguir con tu ruta.

Y por último, aunque esta lista podría ser mucho más extensa, hay que pasar por el Caixaforum. Tranquilo, multifuncional, con un diseño arquitectónico espectacular, te resguardará del frío durante dos horas y te servirá para conocer un poco por ejemplo sobre el cine no-ficción en una exposición temporal que durará hasta marzo.

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CaixaForum MadridMinube.com. Foto de Reconquista.

 

Y sí, no puede faltar algunas recomendaciones para ir de tapas por la zona, pero eso da para varios post que iré subiendo de la mano de algunos viajeros más. Si quieres enviar tus propuestas adelante!.

 

 

Bucear bajo hielo

Quién me iba a decir a mí que mi bautismo submarino (o subacuático, para ser más correcto) iba a ser sumergirme bajo el agua a dos grados de temperatura y bajo el hielo. Pero así fue. Y lo hice en Andorra, en un precioso viaje rodeado de buenos amigos hace ya un tiempo.

Lo bonito de viajar es dejarse sorprender por la vida. Porque siempre hay algo que uno no se espera y que se termina convirtiendo en un momento memorable. En una de esas cosas que no se olvidan, que te marcan para siempre. En una de esas cosas que terminas contando siempre como batallitas de abuelo cebolletas.

Voy a ser sincero: a mí nunca me había llamado la atención especialmente el submarinismo. Sí, lo sé. Quien lo practica asegura que se trata de algo maravilloso y, además, una vez comienza ya no lo puede abandonar jamás. Tengo la gran suerte de tener unos cuantos amigos apasionados de la disciplina y muchos de sus viajes son exclusivamente casi dedicados a las inmersiones. Y otros que andan ahora intentando buscarse la vida con ello, como el señor Pak, perdido en algún lugar de Asia… Sin embargo, por alguna razón, a mí nunca me había motivado comenzar.

Así que, cuando en Andorra, los chicos de Diving Andorra, nos propusieron la idea de probar el submarinismo y hacerlo, para más inri, bajo hielo, pensé: «¿por qué no?». Una cosa era que no me llamara mucho y otra cosa es que no me apeteciera probar algo diferente y aprender. Y allí que fuimos. Unos cuantos blogueros de viaje dispuestos a ponernos los trajes (no de neopreno, sino trajes secos), cargarnos a la espalda las bombonas y tirarnos, de espaldas, al agua helada en un entorno maravilloso y nevado a nuestro alrededor.

La experiencia, en lo personal, fue fantástica. Sí que es verdad que algunos de mis compañeros tuvieron ciertas filtraciones que les helaron el cuerpo y lo pasaron un poco mal (si no, que se lo pregunten a Flapy) y que había otros expertos buzos que lo disfrutaron enormemente, como Ignacio Izquierdo o Carlos Olmo.

Lo pasé en grande, pese a que me costaba mucho aprender a moverme bajo el agua y no me acostumbraba a aquello de no tener el control total sobre mi cuerpo. Eso sí, he de reconocer que, pese a que lo disfruté, no terminé especialmente motivado para que me apetezca lanzarme ahora a bucear de verdad, en el mar.

Lo más extraño de la situación es pensar que, claro, uno suele bucear con el objetivo de ver flora y fauna fantástica en un entorno totalmente diferente al que uno se mueve y, obviamente, este no era el caso. Ahí no había más seres vivos que nosotros. Pero una cosa sí que teníamos: unas vistas curiosísimas al mirar para arriba y observar ese agujero en el hielo, cual esquimal dispuesto a pescar su comida del día, por donde teníamos que volver a salir.

Puedes ver el vídeo que grabamos por allí en minube.tv.

 

minube.tv: blogueros en Andorra en minube.

A vista de pájaro

Una de las cosas que más me gusta siempre que voy a una nueva ciudad, independientemente de que sea la primera vez que la visite o no, es subirme a lo alto de alguno de sus edificios emblemáticos. O de un buen promontorio, si es que lo tiene. Tener una vista de pájaro de la ciudad me ayudad a orientarme. A saber dónde estoy y a saber algo más de la ciudad.

Por alguna razón, los tejados de las ciudades dicen mucho. Y su estructura. Sus calles. El color de la ropa de la gente, incluso, visto desde un punto de vista cenital, te hace también sentir algo más concreto de ese sitio. Como que fuera más tuyo.

Ya puede ser lo alto de una montaña en la bella noruega, con vistas a los maravillosos fiordos de la emblemática localidad de Bergen.

O la siempre acogedora Berlín en alguno de sus muchos puntos de observación.

Y si no Londres, una de mis ciudades favoritas, desde lo alto del London Eye en un precioso atardecer.

Será por mundo y por sitios altos a los que subirse…

 

Amberes, la ciudad de los diamantes

Un viaje no es lo mismo si no estás acompañado por otros viajeros y amigos. Y eso es lo que pretendo hacer también con este blog, dar un espacio donde otros viajeros cuenten sus experiencias. En este caso se trata de Analía Plaza, una viajera incansable a la que le gusta patearse las ciudades europeas y de las que saca todo el provecho posible a base de robarle tiempo al sueño. Nos conocimos precisamente porque en uno de mis viajes ella me propuso algunos rincones que visitar en Amberes, ciudad de la que os habla con detalle en este post. Analía, tu túrno:

Analía Plaza, viajera:

Gracias Pedro, pues vamos a ello. Bélgica es un país pequeño (aunque bastante complicado) y precisamente por pequeño se ha puesto  de moda turísticamente. Con cuatro ciudades bonitas y a poca distancia entre ellas, es fácil vender la idea de “te ves un país entero en una semana”. Y aunque generalmente el orden de prioridades va de Brujas a Bruselas, luego Gante y luego Amberes, si queda tiempo, siempre he defendido que Amberes es la verdadera joya del país y que nadie que viaje a Bélgica debería perdérsela.

El año pasado viví allí gracias a una beca Erasmus y me entristecía ver a grupos de turistas españoles llegando a Amberes en plan última hora para ver la plaza del mercado (la Grote Markt que, por otro lado, es igual que cualquier Grote Markt belga) y volverse a su hotel en Bruselas sin haber degustado nada más de la ciudad. Por eso, por si alguien tiene pensado ir, este elogio (personal) de Amberes.

Amberes mola

Partimos de la base de que Bélgica es un país reciente (se unificó del todo en 1830) y, por su influencia francesa por un lado y holandesa por otro (y alemana por el tercero y europea en general en Bruselas ), su identidad cultural es complicada. Les preguntas a los belgas qué había allí antes de la UE y les cuesta dar una respuesta convincente. Una investigadora nos dio en la Universidad una charla sobre ‘food studies’ (en Bélgica se están llevando a cabo bastantes estudios sobre comida e identidad cultural) en la que contaba cómo, hasta hace no muchos años, todo lo que tenía Bélgica culinariamente era importado de Francia. Así, tuvieron que potenciar productos como las patatas fritas (dicen que fueron ellos quienes las inventaron) y los mejillones para construirse un estatus gastronómico propio (la cerveza, otro de sus puntos fuertes, sí es real). Hay bastantes estudios y teorías diferentes y no seré yo quien me ponga a ahora mismo a hacer ciencia sobre ello, pero tal y como lo contó tenía bastante sentido. Sobre todo, conociendo un poco el país.

El caso es que dentro de toda esta indefinición belga está Amberes. Los que viven en Amberes se sienten realmente orgullosos de su ciudad. Recurro como siempre a lo que pone su guía Use-It: “Danos una oportunidad. Probablemente, pensabas en Amberes como una parada corta entre Amsterdam y París… pero somos mucho más divertidos (…). Refiérete a Amberes como LA CIUDAD (como no hay otra en Bélgica). ¿Por qué? Estamos orgullosos de dónde vivimos. Muchas veces decimos que el resto de Bélgica es simplemente aparcamiento para nosotros. Nos consideran snobs. Tienen envidia, pero, ¿qué le vamos a hacer?”.

Las tres patas de Amberes

Si ya te he convencido para que vayas a Amberes (bien dentro de un viaje a Flandes, bien de escapada de fin de semana), puedes seguir leyendo sobre los tres elementos sobre los que se vertebra la ciudad y los sitios que, creo, no deben faltar en una visita.

La moda. París, Londes, Milán, ¿Amberes? La ciudad cuenta con una prestigiosa Escuela Superior de Moda de la que salieron en su momento los ‘seis de Amberes’, y que han dejado una huella importante. De la Grote Markt al barrio Zuid encontrarás un montón de tiendas no convencionales: diseñadores emergentes, espacios multiusos (me gustaba el Ra13), segunda mano (me gustaba visitar Episode y comprar en Think Twice). La calle clave es Kammenstraat, pero lo mejor es pasear y callejear por todo el barrio. El museo de la moda organiza también exposiciones muy interesantes. Cuando yo estuve, vi una de sombreros de Stephen Jones. Espectacular.

Los diamantes. Parte de la industria de Amberes está basada en el diamante. “¿Sabías que Amberes concentra el 85% de la producción mundial de diamantes en bruto? ¿Que Amberes tiene 4 bolsas, más de 1.500 empresas, 350 talleres y varias escuelas donde se enseña el arte de pulir diamantes?”, explica Flandes.net. También resumen el origen: “en Amberes se encuentra una de las comunidades judías más importantes de Europa. Y fueron precisamente los judíos quienes iniciaron aquí el negocio de los diamantes, actualmente de gran importancia”. Como no me gustan los diamantes (de momento), esto me lleva a otra de las importantes patas de la ciudad: la multiculturalidad. Además del imprescindible barrio judío (empieza en la estación y termina en el Stadspark), hay un barrio chino, una zona marroquí (Carnotstraat), una plaza (Sint-Jansplein) tomada por los portugueses y, la plaza de la Estación, como punto de encuentro de unos, otros, belgas y viajeros que llegan en tren.

El puerto. El puerto. El puerto. Gantes y Brujas tienen canales. Son muy románticos pero a mí me terminaron aburriendo. Amberes tiene un enorme río (el Escalda) y un puerto donde he pasado algunas de las tardes más geniales de mi vida. Todo el día con que en Madrid no hay mar y yo decía: tampoco es para tanto. MENTIRA. Tener puerto, poder escaparte allí las tardes de primavera, oler a mar, que a tu alrededor haya gente tocando la guitarra, el paisaje industrial de la refinería de fondo… Incluso, entrando por la parte norte de la ciudad, lo suyo es adentrarse en el que fuera típico barrio marinero que hoy en día es barrio rojo (era un barrio de marineros y prostitutas y los vecinos, aprovechando algunos vacíos legales, encontraron la solución al problema; es muy parecido al barrio rojo de Amsterdam). Es también la zona trendy de la ciudad, gracias a la apertura del museo MAS (un poco el Guggenheim belga) y de muchos restaurantes y bares apañados por la zona. Lo mejor: comprar una cerveza y sentarse en la plataforma. Que sea cerveza belga. Hablaremos de ella en otra ocasión.

Hasta entonces, si os interesa seguir descubriendo qué ver en Amberes, o conocer más detalles curiosos de la ciudad será un placer ayudaros. Gracias Pedro, buen viaje! 😀