Viajero, periodista y emprendedor adquirido. Apasionado de Internet y volcado en el viaje más intenso que jamás había pensado: minube.com

Archivo de mayo, 2012

Viajeros amigos: Carlos Olmo, Vagamundos

Si hay algo bonito en esto de dedicarse a algo relacionado con el mundo de los viajes es, sin duda, haber tenido la suerte de conocer a un buen puñado de viajeros que, afortunadamente, han pasado a considerarse amigos.

He de reconocer que uno de los placeres que encuentro en las redes sociales es el hecho de poder seguir, en directo, las andaduras de cada uno de ellos, independientemente de dónde se encuentren. Es como viajar con ellos, bajo su óptica.

De entre todos los viajeros que tengo la suerte de conocer, hay uno que nunca falla a su cita. Y lo lleva haciendo desde hace ya más de 10 años. Una de esas personas que tiene una de esas historias que no te deja indiferentes. Él es Carlos Olmo, pero le llaman el Vagamundos. Carlos dejó su puesto como director de marketing en una gran multinacional, vendió su casa y su coche y se lanzó a hacer lo que le pedía el corazón: cumplir un sueño. Se dio la vuelta al mundo y se le ocurrió contarlo en Internet. Allá cuando nadie pensaba que eso era posible. Empezó a escribir relatos de sus viajes y a compartir sus fotos y sus itinerarios y se convirtió, sin saberlo, en uno de los primeros (si no el primero) blogueros de viaje en lengua castellana.

Desde aquel viaje, hace 12 años, lo vio claro. Su vida era esa. Iba a ser un nómada temporero (lo sé, es una expresión absurda). Iba a pasarse la vida viajando 6 meses al año y, los otros seis restantes, los iba a dedicar a escribir, a compartirlo, y a buscarse las castañas para poder seguir viajando el próximo.

El mundo cambió. Internet resultó ser mucho más de lo que parecía. Los que le llamaban loco le empezaron a envidiar y, con más o menos suerte, a imitar. Aparecieron las redes sociales y los blogs de viaje se multiplicaron por millones. Pero, Carlos, en lugar de desfallecer, decidió adaptarse. Y tomó las nuevas tecnologías como suyas. Y empezó a usarlas. Y siguió haciendo lo que más le gusta, pero haciéndolo también en directo: compartir sus vivencias.

Así, un día, Carlos contactó con nosotros. Le gustaba minube. Y nos contó su historia. Y nos fascinó. Hace ya de eso casi un lustro. Y, desde entonces, son muchas las vivencias que, incluso, hemos compartido. Son muchos los kilómetros que ha pateado y son muchos los rincones que ha compartido. Son muchos los buenos momentos vividos y muchas las conversaciones mantenidas.

Hoy me he acordado de Carlos y me apetecía hablar de él y comenzar a contar historias de mis amigos viajeros. Porque son alucinantes.

Hoy, Carlos está en algún lugar perdido del Caribe. En las Islas del Rosario. En Colombia. Y está allí porque se ha ido como viajero minubero a descubrir Colombia mientras está #colombiaenmadrid. Carlos, como siempre, está contando todas sus experiencias en minube, subiendo su minuto a minuto a twitter, a flickr, a facebook y a todo aquello a lo que le encuentra utilidad para compartir su viaje.

El día 19 de junio, en la tienda de National Geographic de Madrid, en plena Gran Vía, Carlos estará contando su historia. Su viaje a este destino tan fascinante como es Colombia. Y allí estaremos, junto a él, para revivir su historia.

Leyendo sus tweets, viendos sus rincones o disfrutando de sus vídeos he de reconocer que me han entrado unas ganas locas de agarrar un avión y volver a ese país tan maravilloso en el que el riesgo, efectivamente, es que te quieras quedar.

Carlos, sigue viajando. Sigue siendo tú mismo. Sigue contándonoslo. Sigue con nosotros. Es un placer contarte como amigo.

Os dejo con uno de los muchos rincones que Carlos está compartiendo estos días:

Un paseíto por Budapest

Leía el otro día con asombro que con motivo de la final de la Europa League, numerosos aficionados del Atlético de Madrid terminaron visitando, sin querer, la capital húngara, tras confundirla con la rumana.

No conozco Bucarest, pero Budapest me pareció una ciudad fantástica, con mucho por descubrir. Así que voy a recordar un poquito alguna de las cosas que más me gustaron de esta ciudad doble unida (o separada) por el segundo río más largo de Europa, el Danubio.

Arquitectónicamente, me pareció una ciudad preciosa. Los edificios, sobrios y elegantes, dejan claro que la ciudad tuvo una época de gran esplendor. Salvando distancias, me recordó en cierta manera a Viena. Además, es una ciudad verde. Plagada de jardines y parques donde oxigenarse del habitual murmullo urbano.

Sin duda, uno de los puntos que recuerdo con más cariño es el Bastión de Pescadores, un magnífico mirador que se encuentra en lo alto de las colinas de Buda y que ofrece unas vistas espectaculares de Pest, a la otra orilla del río. Seguramente sea la panorámica más conocida de la ciudad, pero eso no impide que sea de visita obligada.
Otra de las cosas que me sorprendió mucho de Pest es la ciudad subterránea. Como suena. Existe la posibilidad de recorrer parte de la ciudad bajo tierra, por algunos de sus numerosos túneles. Una de esas cosas diferentes que se quedan siempre almacenadas en la retina.

No me olvido de la gastronomía local. Y de sus productos típicos. Una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito una ciudad nueva (especialmente de un país en el que nunca he puesto un pie) es acercarme al mercado. A ver lo que compra su gente. A ver lo que come. Es una de esas experiencias de introspección que recomiendo a todo viajero. Recuerdo, especialmente, la paprika. Por todos los lados. Y un paté delicioso.

Qué decir de los balnearios. He de reconocer que es algo asombroso. En una época en la que el turismo de salud y bienestar ha crecido como la espuma y con los spa brotando como community managers en linkedin (ojo, chiste malo y gremial), descubrir los balnearios de Budapest es una sensación alucinante. Porque hay lugares, como Szechenyi, que no te dejarán indiferente. Un recinto gigante, con gran parte de su superficie al aire libre, en el que pasar un día completo disfrutando de las aguas termales de la ciudad.

Y para el final me dejo dos de los recuerdos más imborrables que me llevé de mi visita.

El primero, relacionado con el sorprendente ambiente que se respira en la ciudad: llena de marcha y gente joven por la calle. Los bares de ruinas. Un concepto alucinante de uso de edificios prácticamente abandonados y que son aderezados para convertirse en los bares de copas más trendy del momento. Sitios increíbles como el Szimpla en el que no sabes dónde estás pero no dejas de disfrutar un solo segundo.

El segundo, un museo al aire libre que me dejó fascinado ya desde su nombre: Memento Park. Está alejado de la ciudad, pero me pareció algo tremendo.

En fin, que si no conoces Budapest, es una ciudad que, sin falta, merece ser visitada. Y si la conoces, como yo, conviene recordarla para renovar las ganas de visitarla de nuevo cuanto antes.

 

Razones para visitar un país maravilloso llamado Irán

Hace unos días estábamos en el Mar Muerto, y hoy, nos desplazamos un poco más a Oriente para llegar a Irán, un lugar increíble que muchos de nuestros amigos de minube.com han tenido la oportunidad de descubrir, y del que nos suelen contar qué hacer o qué visitar en nuestra comunidad. Te dejo de nuevo con mi compañero Juan Carlos, que siempre me dice que quiere hablar de este país:

Sí, lo reconozco. Irán lo tengo grabado en mi espíritu viajero como mi primera estación. Empecé a viajar tarde, ya sabes: pereza, falta de dinero, con lo bien que se está en mi pueblo, … pero un día me propusieron conocer mundo y claro, para ponérmelo fácil, el primer destino fue Irán. Por entonces, 2006, había guerra entre Israel y Líbano, y parecía no ser el mejor momento. Pero en realidad, siempre es un momento idóneo para visitarlo.

Hay muchas razones para ver Irán: es un país con una Historia antiquísima, con una civilización como la persa que llegó a dominar buena parte del mundo: está Persépolis, la ciudad arrasada por Alejandro Magno en su viaje de conquista camino de India; Isfahan, con sus mezquitas preciosas y una plaza llena de ruido y personas divirtiéndose en torno a los cafés; Kashan, con sus casas de mercaderes restauradas; Yazd, y sus pueblos de arcilla, su mezquita azul y su caravansar restaurado en medio del desierto Zenoidin; o Mashad, la ciudad santa en la que la sola experiencia de colarte en su santuario de madrugada es algo que nunca olvidas.

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Caravasar Zein-o-dinMinube.com

Pero lo mejor de todo es su gente. Sí, su pueblo. Cierto que hay un gobierno autoritario, pero generalizar esta forma de vida a la totalidad de su población no es justo. Me encontré con muchas personas con ganas de ayudar, que incluso, sin saber el mismo idioma, con sólo decir la palabra «chai» te llevaban a la tetería que estabas buscando pero a la que nunca hubieras llegado sin su ayuda. O los chicos jóvenes con ganas de aprender algo de inglés y que te invitan a cenar a sus casas con tal de intercambiar un poco de ambas culturas. O los taxistas septuagenarios con coches de la misma edad, que te llevan por carreteras perdidas a pueblos con miles de años de historia, como Abyaneh.

Es otro de esos viajes de los que habrá que hacer decenas de post, pero hoy por destacar algo, me quedo con Persépolis. Para llegar allí fui con un taxista desde Shiraz. No hace falta decir que Irán está más que preparado para un viaje con mochila. Pues desde Shiraz hasta Yazd tienes la oportunidad de llegar a los restos de la capital del Imperio Persa, iniciada por Dario I. Hay que pasear a través de lo que fue el Palacio de las 100 columnas, entretenerse en disfrutar de los relieves de la Apadana, llegar hasta las tumbas superiores para tener una vista de todos los restos de la ciudad, o deambular por los palacios de Jerjes I o Artajerjes II, rompiendo el protocolo con desfiles por su pasarela si nadie mira; o hacerte las típicas fotos al lado de toros inmensos.

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PersépolisMinube.com. Foto de Laura.

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PersépolisMinube.com

Justo a las afueras de Persépolis puedes visitar también las tres tumbas de Naqs-I Rustam, escavadas en la montaña, y que si bien no puedes entrar en ellas resulta entretenido pasear alrededor, y perderse durante un rato de todo rastro humano. Y ya de camino a Yazd, pasar por Pasargada, tan magnífico como Persépolis, pero que conserva la tumba de Ciro el Grande y resto interesantes de sus palacios.

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PersépolisMinube.com

Visitar Persépolis implica romper con las enseñanzas que nos hablaban de los grandes imperios occidentales, porque mucho antes, en Irán, un gran pueblo ya nos estaba dando lecciones de arquitectura y cultura. Pero de eso podremos hablar en otros posts, cuando visitemos Isfahan, Teherán o Shiraz. Lo que es seguro es que al menos una vez tienes que visitar Irán. Yo ya estoy deseando volver.

 

Bañarse a los dos lados del Mar Muerto

Seguramente, una de las experiencias más curiosas que he podido disfrutar durante mis viajes por el mundo ha sido flotar en el Mar Muerto. Lo he hecho dos veces, una en cada orilla.

La primera, en el lado jordano. Y el recuerdo que tengo es imborrable. Maravilloso. Fue un viaje muy especial a Jordania. El viaje en el que nació minube.tv. El primero de los muchos viajes que hice con Juan Luis Polo (cuánto echo de menos las conversaciones que teníamos por entonces y cuánto he podido aprender de él).

Y el recuerdo que tengo de aquel atardecer es mágico. De esos que se quedan almacenados en la retina para siempre. He de reconocer que el resort en el que estábamos alojados, en primera línea de playa, era perfecto para poder disfrutar de aquello como merecía. Pero recuerdo todo el proceso del baño como si estuviera allí mismo. Porque, sí, es un mar. Y, sí, es una playa. Pero ni la playa ni el mar son normales. Y uno se da cuenta de eso cuando está allí dispuesto a sumergirse (o no) en esas aguas tan únicas.

El sol se pone justo del lado israelita, por lo que el atardecer desde el lado jordano es absolutamente fascinante. Y el baño… Al principio, la verdad, es raro. El «tacto» del agua es extraño. Aceitoso. Oloroso. Diferente. Y da cierta cosa dejarse caer y darse un buen chapuzón. Pero en cuanto te metes, la sensación es buenísima. Es relajante. Y, claro, el hecho de flotar hace que sea algo especial. Porque, sí, por supuesto, se flota. Se flota totalmente. Yo no leí el periódico (clásica escena del turista) porque tampoco lo tenía a mano, pero doy fe. Se flota.

Y, a la salida, se nota algo en la piel. Las aguas del Mar Muerto tienen propiedades, y la verdad es que reconforta. Pringa, pero reconforta.

Mi segunda experiencia, como comentaba al principio, fue en la otra orilla y fue hace menos tiempo. El pasado año. En Israel. También fue durante un viaje muy entretenido. El baño, si bien fue placentero, he de reconocer que no fue tan mágico como el del otro lado. Seguramente, porque no era la primera vez, porque el sol se ponía por detrás y no era tan bonito, porque el hotel no era tan fabuloso y porque, siendo sinceros, la orilla israelita (al menos la que yo conocí) no está tan bien acondicionada. Ojo, aún así, la experiencia merece mucho la pena si visitas Israel.

En fin, que el Mar Muerto puede ser una de las muchas excusas que te puedes plantear si lo que quieres es viajar a la zona. Porque los destinos que lo rodean son una pasada. Y porque la experiencia de bañarse allí es, como imaginas, única.

 

Nyhavn, el puerto nuevo de Copenhague

Menos mal que uno tiene buenos amigos viajeros dispuesto a contar por aquí sus aventuras. Hoy repite Fany. Os dejo con su aventura danesa.

Pasear por Copenhague mola mucho, más que por otras ciudades. ¿La razón? Bueno, las dos veces que he ido me ha encantado caminar por su casco antiguo, por sus calles llanas, sin cuestas y limpias y por parques verdes llenos de gente tomando el sol. Pero si tuviera que elegir un sitio, uno de los muchos que merece la pena ver de la capital danesa, elegiría Nyhavn.

Un poco de historia: Este puerto entra de lleno en la ciudad y se construyó en su momento para facilitar el acceso de los barcos mercantes. Así, gracias a este camino acuático del siglo XVII, los barcos llegaban directamente a Kongens Nytorv, la plaza más importante de la ciudad presidida por la estatua conmemorativa de Christian V, el monarca que mandó construir Nyhavn.

Para los curiosos, que sepáis que en una de estas casas de colores vivió y murió Hans Christian Andersen; creo que en una de color vino.

Ahora es un sitio turístico, histórico e ideal para echar la tarde. De hecho, una de sus virtudes resurge en verano: las terrazas a orillas del agua. Hay un montón de locales para comer o tomar unas cañas bajo las sombrillas (precios más que razonables). Primera razón para darse una vuelta por aquí.

Al comienzo del canal se puede coger un barco turístico que bordea parte de la ciudad y pasa por lugares como la ópera y los canales. La verdad es que no soy muy partidaria de los tours organizados, pero este me gustó muchísimo. Además, si es veranito no es una mala alternativa para refrescarse. Otra razón para pasar por Nyhavn.

Este crucero turístico pasa por el centro del canal y deja a un lado un montón de buques antiguos que forman parte de una exposición cedida por el Museo Nacional. Entre los barcos hay varios del siglo XIX realmente bonitos.

Para llegar al puerto nuevo hay dos alternativas interesantes: ir en metro o llegar paseando. Vuelvo a insistir con la segunda opción porque está súper cerca de lugares como el Parque Tivoli, de Christiania, de la famosa Sirenita y de la preciosa zona del Kastellet y sus jardines.

Tengo tantas ganas de volver que ya tengo un viaje pensado para junio por esta zona de Europa. Si hay suerte, igual vuelvo con algún otro descubrimiento curioso de la ciudad. Me encanta Copenhague, ¡ya os contaré!