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Phi Phi: más que una isla

Va, que es viernes. Viajemos. Vayámonos lejos. Busquemos un destino en el que nos gustaría perdernos ahora mismo. Encontremos un lugar donde poder desaparecer un poquito de nuestro día a día.

Siempre que pienso en hacer algo así, me viene a la cabeza Tailandia. Un país del que guardo un gran recuerdo. Al que siempre quiero volver. Y siempre que pienso en hacer algo así, pienso en Phi Phi. No he visitado un lugar más fácilmente asociable a la idea de paraíso que siempre nos han metido en la cabeza.

Para llegar a las islas de Phi Phi hay que ir hasta Phuket o Krabi. Dos de las zonas turísticas de playa más conocidas del sudeste asiático. Son, geográficamente, el final de Tailandia. Desde allí hay que tomar un ferry que te lleva a las islas (y, ojo, no es barato) en poco más de una hora y te desembarca en un lugar idílico de playas de arena blanca y aguas turquesas.

Las Phi Phi son dos islas. Phi Phi Doh y Phi Phi Leh. Una más grande que la otra. La pequeña pasó a la fama por ser el lugar elegido por Hollywood para inmortalizar a Leonardo di Caprio en un viaje experiencial e instrospectivo en la película «La Playa». La grande es la que recibe al viajero porque se ha plagado de resorts. Y porque tiene una «ciudad»: Tonsai Bay. Es el lugar donde atracan los ferrys y la primera toma de contacto con la isla. Mucha gente, todo muy turístico… Al principio, asusta. Hasta que ves la enorme y maravillosa playa que tiene detrás.

Tonsai es la solución si lo que buscas es estar en medio de la fiesta, con el ajetreo, con sitios para cenar y tomar algo, con gente para salir… Pero yo lo que recomiendo en Phi Phi es perderse. Irse a uno de los muchos resort que hay en la isla, hacia el norte, y que son sorprendentemente baratos para lo que ofrecen, subirse a un «long tail boat» (barcos de madera tripulados por los «gitanos del mar», como ellos se llaman) y estar dispuesto a relajarse al máximo.

A estos resort sólo se puede llegar en barco, de forma que el trayecto de llegada ya es totalmente alucinante. Pero una vez estás allí… Es como si no te lo pudieras creer. La belleza del entorno es tan sublime que sólo de acordarme ya tengo los pelos de punta.