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Putin se inspira en Aznar: «Ha sido Ucrania y no los yihadistas»

Putin no acusa a los yihadistas del terrible atentado terrorista de Moscú que ha costado la vida a 133 rusos. El Estado Islámico (que Putin combatió en Siria) ha reivindicado el ataque. Sin embargo, desde el primer momento, Putin prefiere acusar a Ucrania, aunque el presidente Zelenski ha negado cualquier relación de su país con el atentado. Incluso Washington y Londres han negado que fuera Ucrania. ¿Por qué será que esto me recuerda tanto a la gran mentira de Aznar sobre ETA (y no los yihadistas) en la masacre del 11 M en Atocha y El Pozo?

Aznar visita a Putin en octubre de 2004, siete meses después del 11M. Putin aprendió la lección.

En octubre de 2004, siete meses después del 11M, el ya ex presidente Aznar visitó a Putin en Moscú. El dictador ruso aprendió bien la lección que le dio su amigo Aznar.

Anzar nunca ocultó su admiración por Putin. Presume de su amistad

En abril de 2004, al mes siguiente de la derrota del PP en las elecciones del 14M de 2004, Jose María Aznar llamó a su amigo Vladimir Putin para despedirse de él y hacerle testimonio de su amistad. Así lo recoge en la página 311 del tomo II de sus memorias. Putin definió a Aznar como «uno de los mejores líderes de Europa».

Página 311 de «José María Aznar. El compromiso del poder». Memorias II. Planeta.

Vaya, vaya. Dios los cría y ellos se juntan..

Ione Belarra debe leer a Ángel Viñas

Ione Belarra, líder de Podemos, debe ser muy joven o ha leído poca historia. De sus palabras pidiendo cortar la ayuda militar de España a Ucrania, lo que favorecería al dictador ruso e invasor Vladimir Putin, deduzco una inercia arcaica anti Washington y pro Moscú, como si el comunismo no hubiera fracasado hace años tras la extinción, por derrumbe, de la Unión Soviética.

Putin no es comunista, señora Belarra, sino fascista o, en todo caso, mafioso pre capitalista. Joe Biden, en cambio, es demócrata y ayuda a Ucrania, país invadido, igual que hace España y las demás democracias occidentales.

Ione Belarra (derecha) junto a Irene Montero, dos ministras de Podemos.

Belarra pide que «reconozcamos que haber contribuido a la escalada bélica es un error».  No sé qué parte de la historia no ha entendido esta joven ministra del Gobierno español. Por eso, le recomiendo que lea al historiador Ángel Viñas. Cambiará de opinión. Bastará con que recuerde que si Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos hubieran ayudado al gobierno legítimo de la República española (en 1936-1939), como ahora hacemos los demócratas con Ucrania, nos habríamos librado de una cruel y ominosa dictadura de casi 40 años y ahorrado cientos de miles de muertos.

Afortunadamente, Pedro Sánchez, jefe del Gobierno y, por tanto, de Ione Belarra, le ha replicado con claridad y contundencia:

“Nadie quería una guerra salvo una persona. No podemos ser equidistantes. Hay un agresor y un agredido, y estamos con el agredido. Si nosotros nunca hemos querido la guerra, como no vamos a apostar por la paz. Queremos la paz. Pero se tiene que definir en torno a las propuestas de quien está siendo agredido. No olvidemos que el origen de esta guerra es puro imperialismo”.

Estoy leyendo el último libro del profesor Ángel Viñas. El paralelismo del origen de nuestra guerra incivil (Franco, Mussolini y Hitler contra la Democracia española) con la actual invasión rusa de Ucrania es muy esclarecedor. La diferencia entre aquella guerra y esta invasión (ambas plagadas de crímenes contra la Humanidad) estriba en que nadie ayudó entonces a la Democracia española y ahora los demócratas estamos ayudando a la Democracia ucraniana, por muy defectuosa y mejorable que sea.

El historiador Ángel Viñas comenta su último libro en el Ateneo de Madrid

En otro momento, cuando avance en la lectura del libro de Viñas («Oro, guerra y diplomacia. La República española en tiempos de Stalin») podré comentarlo. La reciente presentación del libro en el Ateneo de Madrid por parte de Enrique Barón, ex ministro socialista y ex presidente del Parlamento Europeo, y de Carmen Negrín, nieta del presidente de la II República, fue interesantísima.

Enrique Barón (izquierda) y Carmen Negrín presentaron el libro de Viñas.

Con documentos irrefutables, este libro desmonta una gran cantidad de «trolas» y falsedades infames sobre sobre el argumentario franquista en torno a la guerra civil. Nunca hubo riesgo de revolución comunista en la España de 1936. Eso, como demuestra Viñas con pruebas documentadas, es totalmente falso. Lo que sí hubo, mucho antes del golpe de Estado del 18 de julio, fue conspiración contra la Democracia, por parte de monárquicos, falangistas, carlistas y una parte del Ejército, para restaurar la monarquía. Antonio Goicoechea, número 2 de Calvo Sotelo en Renovación Española, se había entrevistado tres veces con el dictador italiano, Benito Mussolini, antes del 18 del julio del 36. El 1 de julio, 17 días antes del golpe de Estado de Franco, ya había firmado con el Duce cuatro contratos para la compra de aviones de guerra italianos. Esos aviones no eran para un golpe de Estado sino para una eventual guerra civil entre los españoles en el caso de que el golpe fracasara.

Al escuchar hoy en las noticias el discurso de Ione Belarra contra la ayuda española a Ucrania, no he podido resistir hacer un alto en la lectura del libro de Viñas para recomendárselo a la líder de Podemos. ¡Ay, si las democracias hubieran ayudado a la II República en el 36, como ahora hacemos con Ucrania! Otro gallo nos cantaría. Nos habríamos ahorrado caer en manos de Stalin (cuando la guerra civil estaba casi perdida) y no habríamos sufrido la noche larga y oscura de la criminal Dictadura de Franco.

Un poco de Historia, por favor, señora Belarra. Putin ya no es comunista sino mafioso fascista. No le ayude.

Cubierta del libro de Viñas

El coro de niños ucranianos nos cantó «Paz en Ucrania». Sus voces dulces y sus sonrisas te rompían el corazón.

Mientras escuchaba el reproche de Ione Belarra al Gobierno del que forma parte, por ayudar a Ucrania, no pude evitar pensar en las voces dulces el coro Peredzvin, de niños ucranianos de 5 a 15 años refugiados en Madrid, que ayer pusieron el broche de oro al acto de entrega de los premios de la Asociación de la Prensa. Con sus sonrisas, te rompían el corazón. Entre otras canciones nos cantaron «Paz en Ucrania». Muchos de ellos no sabrán lo que ha sido o estará siendo de sus familiares y amigos que siguen soportando las bombas invasoras del autócrata ruso, Vladimir Putin.

Tras recibir el Premio de Honor 2022 de la APM, pude charlar con el embajador de Ucrania en España. Estaba muy emocionado por los premios que recibieron Laura de Chiclana y Lujs de Vega por su cobertura periodística de la invasión rusa de Ucrania.Detrás de nosotros está Miguel Ángel Noceda, vicepresidente de la APM.

El embajador de Ucrania en España, Serhii Pohoreltsev, celebró que dos premios de la APM distinguieran a dos colegas nuestros por su cobertura de la invasión rusa en su patria. Un final emocionante del acto de la APM. El recuerdo de las voces de los niños cantores ucranianos de ayer se me cruzó inevitablemente con la frase brutal de la ministra Ione Belarra que hoy pidió que se retirara la ayuda española a Ucrania porque era «un error».  El error, a mi  juicio, es que ella siga siendo ministra del gobierno de mi país.

 

El traje no hace al hombre

«Cada hombre es hijo de sus obras». Eso aprendí de Sancho Panza. ¡Qué razón tenía!

Siempre que, por obligación, tengo que vestir de esmoquin o de frac me vienen a la mente dos recuerdos. Uno alegre y otro doloroso. Hoy cuento estos recuerdos en el diario la Voz de Almería y en mi blog de 20 minutos.es.

Publicado hoy, 20:3:2022, en La Voz de Almería

Como de costumbre, para los de mi edad que no puedan leer la letra pequeña, copio y pego el texto del artículo en Word con letra grande.

Almería, quién te viera… (15)

 El traje no hace al hombre

J.A. Martínez Soler

Siempre que, por obligación, tengo que vestir de esmoquin o de frac me vienen a la mente dos recuerdos. Uno alegre y otro doloroso.

Cuando trabajaba como director general del diario 20 minutos, el 3 de marzo de 2009, la Casa Real me invitó a una cena de Estado inolvidable. Mi esposa acudió con mantón de Manila, una pieza muy castiza que fue alabada por la reina Sofía. En el “besamanos”, mi chica, una norteamericana poco ducha en protocolos palaciegos, iba seguida por un almirante en traje de gala lleno de botones y condecoraciones. Ella hizo un giro repentino, muy torero, y enganchó los largos hilos de su mantón en los botones brillantes del ilustre marino. Menudas redes de las que tuvimos que liberarnos antes de unirnos al banquete. Era una cena en honor de Dimitti Medvédev, jefe de Estado de Rusia y siempre marioneta del dictador Vladimir Putin. No sospechábamos entonces que estos oligarcas autócratas y cleptómanos acabarían masacrando injustamente a Ucrania ni que el rey Juan Carlos era ya un golfo de tomo y lomo.

Cena de Estado de los Reyes con el presidente ruso Medvedev

En efecto, el traje no hace al hombre, sino al revés. Lo aprendí de Sancho Panza (“Cada uno es hijo de sus obras”). Puedes tener mucho traje y mucho dinero, como Medvédev o el Emérito, pero tus acciones te definen.

La primera vez que traté de ponerme un esmoquin fue durante la Feria de Almería de mis quince años. Mi amigo Manolo Do Campo, hijo de un inspector de Hacienda, tenía entrada libre tanto al Club de Mar como al Casino. También yo si, como de costumbre, usurpaba su apellido. De tanto hacerlo, los porteros me consideraban uno de sus nueve hermanos.

Hacerme pasar por otro, disimular mi oficio, me ayudó más tarde para obtener algunas exclusivas periodísticas.

En el Club de Mar, con Manolo Do Campo al timón y Pedro L. Pérez de los Cobos en el techo de su lancha

La primera vez que vi jugar al tenis, todos de blanco, fue en la pista del Club de Mar, en el Puerto junto a Pescadería. Nunca aprendí a jugar a este deporte que adoro hasta que me acerqué a la jubilación. La primera vez que subí en un balandro y en una lancha de motor fue en el espigón del Club de Mar con gente de mi pandilla del centro y compañeros de La Salle. También asistí allí, confundido con mis amigos del colegio, a algún baile de postín a la orilla del Puerto y a las casetas exclusivas de la Feria.

Bailando con María José Fdez Soriano en una caseta de la Feria de Almería (1962?)

Compañeros de aquella pandilla habían planeado asistir una tarde/noche al baile en el gran patio del Casino de Almería. Allí era donde las niñas de familia “bien” (así se las llamaba) se presentaban en sociedad. Prometía ser todo un acontecimiento del que habíamos oído hablar en mi barrio, con envidia reprimida, pero que solo habíamos visto por la cerradura y las rendijas del portón de hierro que daba al Paseo.

Para las chicas nunca hubo problema de vestuario. No había una etiqueta rigurosa. Sin embargo, me dijeron que aquel día los chicos tenían que ir vestidos de esmoquin: un traje negro con las solapas brillantes, faja negra ancha, también brillante, camisa blanca con adornos y pajarita. Lo había visto en el cine.

No quiero ni pensar en la mirada que se cruzaron mis padres cuando les dije que yo quería un esmoquin para ir al baile del Casino. En ese instante, cayó sobre mí un chaparrón de vergüenza de la que aún no me he librado del todo.

– “Estás loco de remate. ¿Tú sabes lo que cuesta ese traje de señorico, como se diga, que nos pides?”, dijo mi madre.

– “Déjalo, Isabel, algún día lo comprenderá. Ahora quiere ir como sus amigos del Colegio y no sabe que eso nos puede costar la paga completa de un mes”, terció mi padre. Se puso más serio para aclararme las ideas: “No te olvides nunca de dónde vienes. Por ahora, tú no eres como ellos. Tienes que estar orgulloso de tus orígenes y no renegar nunca de ellos. Si tienes que disimular para salir adelante, disimula, pero, en tu interior, no te identifiques tanto con tus amigos ricos. Algún día, si te lo ganas, podrás ser como ellos. Hoy, no”.

Naturalmente, enfurruñado, me quedé sin esmoquin y sin baile de gala.

Salvado por la “taquiyya

Años después, como aficionado a la Edad Media en Almería, en particular a los años 1147 a 1157 durante la dominación cristiana de mi tierra, descubrí la expresión árabe “al taqiyya” que me dio algunas claves de mi comportamiento. Fue en la Introducción que el sabio Emilio García Gómez hizo al maravilloso libro “El colar de la paloma” del poeta cordobés Ibn Hazm (994-1063):

“En respuesta a una consulta sobre la conducta que había que seguir entre los dos escollos de ser cómplices de la inmoralidad e impiedad de los príncipes o víctimas de su persecución, Ibn Hazm, tras de la crítica más mordaz de la política de sus contemporáneos, aconseja la ´taqiyya´ o simulación…”

 La “taqiyya” fue también lo que recomendaron los ulemas de Oriente a los musulmanes españoles, sometidos por las fuerzas cristianas del Norte y obligados a bautizarse o marchar al destierro. Muchos antepasados nuestros, iberos o visigodos, que se habían convertido al Islam, a partir del siglo VIII, abandonaron sus chilabas y volvieron a vestir las ropas de los cristianos, cuando fueron conquistados por ellos.

Los que no fueron al exilio, se hicieron pasar por conversos auténticos en la calle y en las iglesias. Al ponerse el Sol, en el interior secreto de sus hogares, vistieron sus chilabas, extendieron sus alfombras y, mirando a la Meca, recitaron los versos del Corán. Algo parecido ocurrió, también en secreto, con los judíos, aparentemente conversos, y su Torá.

Así pude comprender (y perdonarme) el arte del disimulo, el fingimiento, la diplomacia, el engaño venial en público y la sinceridad interior en privado que yo había practicado, con cierta maestría, durante mi adolescencia en La Salle y con mis nuevos amigos de aula y clase.

Mi carácter, como periodista, y como luchador antifranquista, también se forjó gracias al dominio de la “taqiyya”. Abandoné esa práctica, que me protegió de tantos peligros, cuando me jubilé. Ahora, con la casa pagada y mis tres hijos criados, escribo como si fuera libre sin necesidad de disimular.

La primera vez que me puse un esmoquin (de alquiler, claro) fue para asistir a una cena principesca en Montecarlo. Cuando me miré al espejo, con aquella facha de nuevo rico, no pude evitar un golpe cariñoso de nostalgia. Recordé el día en que se me ocurrió pedir a mis padres que me compraran ese mismo tipo de traje para bailar en el Casino de Almería.