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François, mi mejor amigo francés. Vuelve pronto.

Los demócratas aún no hemos agradecido a la prensa extranjera, como se merece, la ayuda que nos prestó para pasar en paz de la Dictadura a la Democracia. Contaron la verdad al mundo entero y tenemos esa deuda pendiente con ellos. Hoy pude mostrar mi gratitud personal a François Raitberger, mi mejor amigo francés, agasajándole con jamón ibérico (del caro), chuletas, espárragos, tomates raf con aceite de Tabernas (Almería), buen rioja, etc., en la misma terraza de nuestra casa donde solíamos celebrar las paellas de la Transición con la crema de los corresponsales extranjeros. Fueron destinados a cubrir España por si volvíamos a las andadas. Cuando se convencieron que, esta vez, no nos mataríamos a tiros, muchos se fueron con la música a otra parte.

Con mi amigo François Raitberber, hoy, en la terraza de mi casa donde solíamos celebrar las paellas de la Transición. (Lindos colores 14 de abril en mis macetas).

François Raitberger fue el director en España de la oficina de la agencia de noticias Reuter durante los años clave de la Transición. Nos conoce bien y le gusta España. Se maravilla de lo que hemos conseguido en estos 45 años de Democracia. En ocasiones, necesitamos que alguien de fuera nos los diga para darnos cuenta de ello sin caer en la auto complacencia ni en el masoquismo. Tenemos el vicio nacional de hurgar en nuestras heridas históricas, en los males de la patria, sin atender apenas a los progresos conseguidos. Seguramente, no somos los únicos.

Con François Raitberger, paseando hoy por las trincheras de la batalla de Brunete (35.000 muertos en 2 semanas en 1937).

Agradezco su visita y el ataque de nostalgia que me han producido tantos recuerdos entrañables que hemos compartido juntos. Paseando por las trincheras de la batalla de Brunete (35.000 muertos en dos semanas de 1937), que me descubrió Gabriel Jackson, he recordado al poeta Ángel González cuando decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo. Se hace con sangre y se repite». Pues, mira por dónde, esta vez no se hizo con sangre. Y tampoco se repitieron las guerras civiles que asolaron nuestro país durante el sigo XIX y tres cuartos del XX. La última guerra civil (1936-1975) terminó cuando murió el dictador y acabó la represión de los vencedores contra los vencidos.

Con François sobre un bunker nazi construido en el camino de Brunete al río Guadarrama.

Naturalmente, hemos recuperado nuestras viejas conversaciones sobre la ilustración francesa (¡Vuelve Voltaire!), los afrancesados españoles (¡Ay, mi Francisco de Goya) y los cien mil hijos de san Luis que nos devolvieron la Inquisición con el rey felón. Yo me declaré entonces afrancesado, y no solo porque tuve una novia francesa, antes de cambiar el francés de París por el inglés de Boston. Con 16 años fui a Francia y, de pronto, allí conocí otro mundo. Me gustó. Los jóvenes se besaban por la calle y podías hablar como si fueras libre y la policía no te detenía ni te torturaba. ¡Quién fuera francés!, pesaba yo entonces.

También hemos recordado que la noche del domingo, 1 de marzo de 1981, nos refugiamos en la casa de François y Marie Christine (corresponsal de Liberation). El miedo volvió a habitar entre nosotros. En este capítulo de mis memorias («La prensa libre no fue un regalo»), que copio y pego, cuento esa anécdota.

«La prensa libre no fue un regalo» Pag. 375

«La prensa libre no fue un regalo» Pag. 376

«La prensa libre no fue un regalo» Pag. 377

«La prensa libre no fue un regalo» Pag. 378

Gracias, mi querido amigo, por tu visita. A mí también me gusta Francia. Vuelve pronto.

Artículo publicado en La Voz de Almería sobre mi primer viaje al extranjero.

 

¡Aleluyah! El cabritillo, reconciliado con su madre

¡Aleluyah!

Cabritillo recién nacido y abandonado por su madre. Lo encontramos, tiritando de frio, en el camino a Brunete.

Este cabritillo recién nacido, que encontramos tiritando de frio, abandonado por su  madre en el camino a Brunete, ha vuelto a su hogar. Una vecina lo abrigó con su jersey y se lo llevó al pastor.

El cabrito corría hoy, tan contento, por el encinar. Me pareció reconocerlo.

Hoy creí reconocerlo entre el rebaño. El pastor me ha dicho que aisló a la cabra primeriza con su cría y que, al haber pasado pocas horas desde el parto, se reconocieron y reconciliaron. A veces, las cabras sin experiencia dejan a la cría, recién parida, y huyen asustadas con el rebaño. Si pasan muchas horas separadas, la madre cabra repudiará a su cría.

Bien abrigado, en brazos de mi vecina, dejó de tiritar.

Afortunadamente, en este caso, solo pasaron unas pocas horas entre el parto y el reencuentro.
El cabrito se enganchó rápidamente a la ubre de su madre y hoy ya corre por los montes. El espíritu de la Natividad, que movió a mi vecina a salvar a la cría abandonada, inspiró también a la madre cabra.

Encontramos al cabritillo entre el liguario de 1843 y el bunker nazi de Brunete.

Nos dio pena ver a la pobre cría sola, en medio del campo, y muerta de frío. El pastor se alegró más por recuperar a su cabritillo perdido que por haber encerrado felizmente en el corral a sus cientos de cabras y ovejas.

Fue un paseo pre navideño bien aprovechado.

El pastor me dio hoy una alegría. ¡Aleluyah!

Luego, bajando al río, me encontré con el ojo de Odin que lo ve todo.

El ojo de Odín, cerca del Castillo y del río.

Y, por fin, un monumento al Filomena antes de llegar al río. La Naturaleza imita al Arte.

Recuerdo que nos dejó Filomena para celebrar pronto su primer aniversario.