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Mis tres mitades: judío, moro y cristiano

Recuerdo mejor las anécdotas de mi infancia en Almería, aunque algunas hayan sido implantadas por mis padres o por las fotos conservadas. que lo que hice ayer en mi clase de tallasmadera.com. Debe ser cosa de la edad. El caso es que nunca olvidé que una vecina de la calle Juan del Olmo nos llamaba judíos cuando los niños hacíamos alguna trastada. Hoy lo rescato de mi memoria y lo publico en el diario La Voz de Almería.

Mi articulo 6, de la serie «Almería, quién te viera…», publicado hoy en el diario La Voz de Almería.

Para los jubilados con vista cansada, que no puedan leer la letra pequeña del diario, copio y pego a continuación el texto original en un buen cuerpo de Word.

Almería, quién te viera… (6)

 Mis tres mitades

 J.A. Martínez Soler

<<Usted es judío como yo>>

Así se dirigió a mi, en 1976, el profesor Raimundo Lida, cervantista argentino, que enseñaba El Quijote en la Universidad de Harvard. Sus palabras me trasladaron, de pronto, a mi infancia en Almería.

Con mi esposa, Ana Westley (awestley.com) en Harvard Square, 1976-77

Cuando los niños hacíamos alguna trastada, una vecina de mi calle nos gritaba, desgañitándose, y nos insultaba. << Judío, que eres un judío>>, nos decía. Es cierto que, en el lenguaje común de los españoles, persisten aún algunos restos racistas contra los judíos: <<No seas judío>>, <<esto es una judiada>>, etc. También es verdad que, afortunadamente, cada vez menos. Salvo aquella vecina, nadie me había llamado judío hasta entonces. También, bajo la piel, nos quedan restos racistas contra los moros. No en el caso de que sean ricos.

Raimundo Lida, profesor de la Universidad de Harvard.

En 1976, el primer día de clase de un curso completo sobre El Quijote, el profesor Lida pidió a la docena de alumnos de post grado que nos identificáramos con nombre y lugar de origen. Al llegar mi turno dije: <<Me llamo Martínez Soler y soy de Almería, España>>. En ese momento, el primer cervantista vivo en aquel momento -con permiso de Martín de Riquer- exclamó, con una mezcla de sorpresa y alegría:

<< ¡Ah! Bienvenido. O sea que usted es judío como yo>>.

-<<No lo sabía. Yo pensaba que solo era mitad moro y mitad cristiano. Ahora ya tengo mis tres mitades>>, le repliqué.

Judío, moro y cristiano

Esbozó una sonrisa y me explicó entonces que Soler, el apellido de mi madre, de mi abuelo, bisabuelo y tatarabuelo procedía posiblemente de los judíos de Mallorca (conocidos como chuetas) desde donde se extendió por la costa del Levante peninsular.

Isabel Soler, mi madre, natural de Nacimiento, Almería.

<<Busque usted>>, me dijo, <<en las guías telefónicas de Tel Aviv o de Jerusalén o en sus cementerios. Allí encontrará varios Soler, sus familiares lejanos>>.

Con James Thomson, presidente de la Fundación Nieman de Harvard. 1976-77.

Desde aquel día leo sobre los judíos de España, y del mundo, con más curiosidad. Fui descubriendo retazos de esas tres mitades almerienses: judío, moro y cristiano. Cuanto más aprendí, más me encariñé con lo que descubría. Sólo se puede amar lo que se conoce. Presumo, no sin razón, de mis <<tres mitades>>, y estudio con más interés las obras de Américo Castro, maestro de mi maestro Juan Marichal, sobre su <<Edad conflictiva>> y la cultura medieval española, una y trina, con sus tres religiones monoteístas.

Símbolos de las tres religiones monoteístas.

También, más me subleva la injusticia tremenda, el racismo y el robo despiadado, contra los sefarditas, los judíos españoles, y contra los moriscos. Si la historia de Estados Unidos es, en gran parte, la historia de la esclavitud y del exterminio de los indígenas, la historia de España (de Sefarad y de Al Ándalus) es, a su vez, una historia de antisemitismo, anti islamismo y supervivencia. El disimulo, el arte de sobrevivir, la al takiyya de los árabes, siempre me ha interesado.

Ritos secretos en la Alpujarra

He sabido, por ejemplo, que, durante siglos y hasta muy recientemente, algunos aparentes conversos al cristianismo, que vivieron en la Alpujarra almeriense, han mantenido, de generación en generación y en secreto, sus ritos originales hebreos o musulmanes.

También me sorprendió saber que los dos sabios más grandes del mundo en el siglo XII, Averroes, musulmán, y Maimónides, hebreo, convivieron en Almería bajo el mismo techo en el cerro de los yemeníes, hoy de san Cristóbal.

El sabio musulmán Averroes vivió en Almería en casa del sabio judío Maimonides. Lo publiqué en La Voz cuando era profesor titular en la UAL.

Apreciar mis raíces del sureste español no sólo me ha ayudado a entender mejor mi país (sus virtudes y sus injusticias), mi Almería (¿dónde están las antiguas sinagogas y mezquitas?), a entablar amistades singulares (los Nieman Zvi dor Ner o Jamil Mroue, por ejemplo), a conocer nuevos países, vistos con otros ojos, y a comprender mejor el mundo, con mayores dosis de tolerancia, esa palabra tan extranjera en España. Y todo ello, gracias al profesor Lida y a mi vecina racista.

En una ocasión, compartí viaje en tren con un viejo conocido, Emilio Quílez, desde Almería a Madrid. Le ofrecí medio bocata de jamón serrano y me lo rechazó cortésmente. Se disculpó diciéndome que se había convertido al Islam, a partir del momento en que descubrió que su apellido Quílez, leído al revés en un espejo, significaba <<muslim>>. Sus padres, abuelos y tatarabuelos siempre dijeron que su nombre debía leerse al revés. Conversión o expulsión. En ocasiones, también huían de la hoguera.

Relieve del emir Jayrán que tallé en madera de cedro. Está colgado en la entrada al aljibe árabe del hotel Catedral (Almería).

Una colega norteamericana, de apellido Carvajal, busca sus raíces sefarditas por toda la península ibérica. Y las va encontrando. Por razones semejantes, mi amigo Diego Selva, ya fallecido, se convirtió al judaísmo al descubrir sus orígenes hebreos. Mi colega Manuel Navarro, redactor de empresas en el semanario Doblón, que yo fundé en 1974, y en diario El País, también presumía de sus raíces hebreas.

Cuando estalló la primera guerra del Golfo, tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein, dictador de Irak, me dio por estudiar la lengua árabe, durante dos años, por si era capaz de entender algo de fuentes distintas de las occidentales. Acabó la guerra y no pude descifrar ningún titular de periódicos de Oriente Medio.

Con Nicolás Franco, sobrino del dictador, ante mi talla de Jayrán, primer emir de la taifa independiente de Almería.

Sin embargo, me emocionó poder cantar algo en árabe y escribir Almariyya, el nombre de la tierra que me vio nacer, de derecha a izquierda, en su lengua original cuando la ciudad fue fundada por Abderramán III en el siglo X. Desde entonces, miré la muralla del emir Jayrán, desde la ventana de mi cuarto en la calle Juan del Olmo, con otros ojos. Ojos judíos, moros y cristianos… ¿Por qué no? Aprendí a respetar más a las personas. No a las ideas.

Desde la ventana de mi cuarto, en la calle Juan del Olmo, Almería, veía la muralla del emir Jayrán.

 

 

 

Kabul, hoy. Almería, hace 9 siglos. ¡Qué horror!

¿Qué pensarían mis paisanos almerienses del siglo XII, si vieran lo que está ocurriendo hoy en Afganistán? Presos del pánico, de la noche a la mañana, cambiaron sus ropas cristianas o almorávides, por oscuras chilabas y cubrieron de yeso las imágenes doradas de sus iglesias, mezquitas y sinagogas.

Imágenes de televisión que no pude captar a tiempo.

Las imágenes terroríficas de Kabul, la capital ocupada ayer por integristas musulmanes auto denominados “talibanes” (seminaristas del Corán) me perturban. Me rompen el corazón. Sobre todo, por lo que se avecina para niñas y mujeres que han vivido con cierta libertad durante los últimos 20 años. También por quienes apoyaron la relajación de costumbres arcaicas, la apertura y tolerancia religiosas o la interpretación menos estricta de las normas primitivas, casi bíblicas, del Islam.

Mujeres afganas cubiertas totalmente por el burka.

La víspera de la entrada de los fanáticos integristas islámicos, muchos carteles publicitarios callejeros fueron repintados o destruidos si en ellos aparecían mujeres con ropa “occidental”, sin cubrir su rostro con pañuelos o burkas. El pánico se apoderó de la capital. Por miedo a recibir castigos crueles de los talibanes, las niñas y mujeres quedaron recluidas en sus casas.

Mitin en Kabul, en defensa de los derechos de la mujer, antes de la legada de los talibanes.

Los afganos más desesperados y/o asustados corrieron al aeropuerto para escapar de las temidas represalias de los nuevos gobernantes puritanos y reaccionarios.

Caos en el aeropuerto de Kabul para escapar de los talibanes

Algunos se colgaron de los aviones y perdieron la vida a caer al vacío en pleno vuelo.

Estos hechos me recuerdan a otros parecidos ocurridos hace nueve siglos en Almería, la tierra donde nací. Huyendo de una matanza previsible, los vencidos morían al caer de las almenas de la Alcazaba. En 1157, Almería fue “invadida” o “reconquistada” (según se mire) por los integristas musulmanes auto denominados “almohades”. Asaltaron las murallas del emir Jayrán y tomaron la Alcazaba. Como hizo ayer el ya ex presidente afgano, el rey Alfonso VII dio por perdida mi ciudad, huyó de Almería y murió ese mismo año cruzando Sierra Morena. Le acompañaba en su huida el conde Ponce de Cabrera, príncipe de Zamora y ex príncipe de Almería.

Alcazaba de Almería

Aquellos «talibanes» del Magreb se enfrentaron a los cristianos (que gobernaban Almería desde hacia 10 años) y a los musulmanes almorávides (que habían gobernado Al Andalus después de las taifas surgidas al caer el Califato), a quienes consideraban corruptos por la relajación de sus costumbres y su alejamiento del cumplimiento estricto de las normas de Mahoma.

El fanatismo de la fe se impuso a la fuerza de la razón .. y de la ciencia. Los almohades persiguieron y condenaron al destierro a los dos hombres más sabios del mundo en el siglo XII: el musulmán Averroes y el judío Maimónides. Ambos, maestro y discípulo, vivieron bajo el mismo techo en la casa almeriense de éste último, extramuros de la Medina Al Mariyyat.

Articulo publicado en La Voz de Almería sobre Averroes y Maimónides

Los almerienses sabían lo que les esperaba si no aplicaban rápidamente “Al taquiyya” (el arte del disimulo, permitido por algunos ulemas de Oriente). Encontré un texto muy significativo, escrito, publicado y recitado en Sevilla el 5 de septiembre de 1145, coincidiendo con el inicio del periodo integrista almohade. Dice así:

“Cuando anunciaron la entrada de los almohades en la ciudad, para la oración del viernes, los alfaquíes y los jeques mandaron blanquear los adornos de la mezquita y del minrab, poner paneles sobre los relieves y el dorado del mintab y cubrirlos con yeso y lechadas de cal”.

No solo se decretó el encierro de las mujeres, no acompañadas por pariente varón. Quienes más sufrieron los rigores del fundamentalismo islámico fueron los hombres y mujeres homosexuales, condenados, según el “Reglamento Sevillano”, al destierro si no a penas más crueles:

“No se les dejará que circulen entre los musulmanes ni que anden por las fiestas porque son fornicadores malditos de Dios y de todo el mundo”.

 ¿Qué diría hoy Borges? La historia de Almería se repite en Kabul.

¡Qué horror!