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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Quieres empezar ya con el trail. Tu montaña sigue nevada

 

El mes de los maratones se nos ha escurrido por los dedos. Habitualmente el final de abril significa que hay que dar paso a las montañas. Se habla de esa jerga llamada ‘trail running‘ y te apetece iniciarte por los cerros.

Pero este año la montaña asusta de invernal que está.

¿Qué se puede hacer? Te llaman esas cumbres y esos famosos senderos entre pinos pero los sistemas montañosos españoles, a 2 de Mayo, lucen tal que esta foto tomada por Venta Marcelino (Puerto de Cotos y alrededores). O el Vall de Núria.

Aquí vienen unos consejos para que vayas disfrutando sin tener que acudir a que te deslomen en grupos de entrenamiento como los de Mayayo Oxígeno o de la tienda TrailXtrem.

Equipamiento básico.

Básico es contar ya con tu par de zapatillas específicas para la montaña. Puedes usarlas para correr por terrenos variados así que no deberás comprarlas sólo para el monte. Hay miríadas de guías de cómo y dónde buscarlas. Googléalo.

Llega el tiempo bueno y, para iniciarse en ello, apenas hace falta algo más que tu vestimenta normal de correr. Los calcetines te aguantarán las primeras salidas.

Una inversión básica es una riñonera donde puedas colocar un bidón con líquido. Esos 500cl te harán más llevadero este salto inicial a lo extremo. Además cuentan con un bolsillito donde puedes meter las llaves del coche o de casa, algo sólido para comer y algún ‘extra’.

Para la frente (contendrá el sudor que cae hacia tus ojos), un ‘buff’, término con el que la marca Buff ha instalado el genérico para estos pañuelos o badanas. Si te estorba puedes pasarlo a la muñeca, puede abrigarte como una gorra contra el sol o contra el viento, vamos, el invento del decenio.

Y ya. Al monte.

Fortalece esas piernas para las primeras sesiones.

¿En serio no conoces una cuesta en tu localidad o en tu parque? Muchas veces habrás rechazado esa barbaridad de rampa por motivos múltiples. Ahora es el momento. Trota hasta su comienzo y estira un rato. Estás preparado para una buena sesión de cuestas cortas y tensas. Hazlas a ritmo suave. Tienes que acostumbrar la musculatura, no desgarrarte hasta el esfinter anal.

Escaleras. Las de casa, las de un centro comercial, del estadio al que vas a pegar gritos o las de tu oficina. Sí. Lo mismo trabajas en la planta 14. Haz escaleras. Hazlas lentas, de uno en uno y de dos en dos. Siente dónde tira y dónde tu cuerpo va usando músculos para equilibrar las fuerzas y el peso del cuerpo. Se llama propiocepción. Ayudará a que tu tren inferior esté mejor preparado.

Empieza a correr por la base de la pirámide.

Tanto la base de la montaña como la base de la dificultad.

Que sean algo como unas «escapadas guerrilleras de entidad e intensidad moderada». Ten en cuenta que es tu primer acercamiento a este mundo del correr por lo salvaje y lo escarpado.

No se puede subir a la cota 2000 (ya ves cómo está de nieve) pero puedes tomar como referencia para iniciarte un cerro cercano. Las primeras estribaciones son ideales para subir dos o tres veces por un escarpado pedregal. Nada exagerado, que dure lo mismo que mil metros a tope en llano (de cuatro a seis minutos valdrá).

Te propongo que hagas unas subidas que te fuercen a trabajar «como en montaña» pero de las que puedas bajar rápido y trotar entre una y la otra. Los técnicos llaman a esto «transferir el trabajo de las cuestas». Se basa en que, después de una sesión de fuerza muscular, donde el músculo se atrofia, se acorta (modo concéntrico), se debe pasar al modo excéntrico (modo de trabajo muscular de la carrera a pie), en el que el músculo se elonga al contraerse. Bueno, un poco de teoría que nunca viene mal.

Un ejemplo, correr diez minutos por el llano, una ascensión, media vuelta senda abajo, trote vivo por el llano y repetir el ciclo.

Seguro que terminarás calentito y se te habrá pasado el ansia de ver las cumbres nevadas.

Y, si estás aún ansioso por el trail running más duro, siempre está internet y sus vídeos y fotos.

 

Unas cuantos vídeos para que te lances a correr (o reniegues de ello para siempre)

Imágenes. Vídeos y más vídeos. La red está llena de imágenes en las que se muestra todo el esplendor del deporte. Siempre he afirmado que correr, aunque parece épico, tiene bastante poca enjundia literaria. Para nosotros puede parecer tremendamente emotiva una descripción de los sufrimientos de una carrera, un entrenamiento o la superación personal permanente. Pero la trama siempre es sufrir y llegar o no llegar. Esto será objeto de bronca para otro día.

Hoy vamos a por algunos ejemplos bonitos, emocionantes o diferentes. Recopilemos material para esas tardes en las que no hay absolutamente nada en la televisión. Para eso está internet, donde además escoges tú lo que te apetece ver.

Reserva bebida y comida para atrincherarte. Pincha el HDMI en la televisión más grande que tengas. Hay un poco de todo. No todo va a ser la preciosista épica del Ultra Trail du Mont Blanc y sus combinaciones de paisaje, música y cansancio. Que también podría ser.

Una típica.

El Espíritu de la Maratón. Es un largo documental donde varias personas van hablando sobre la motivación y cómo afrontan los 42km195m de la prueba de Chicago. Muy americano, muy bien contado, muy en inglés. Ya sabes que es lo que toca en tus ratos libres. Idiomas.

 

Y todo esto, ¿de dónde viene?

¿Por qué tanto maratón? ¿Por qué tanta pasión con esos kilómetros cuando podían ser la mitad… o el doble? En el documental «La Odisea del Corredor de Fondo» (2 partes) que emitió rtve hace tiempo se repasa más sobre los orígenes y la esencia de correr más lejos y más deprisa que los demás. Ver para … correr

 

Una de hacer cosas casi imposibles.

Una vuelta de tuerca. La montaña. Gran Trail de Peñalara cobijó en 2012 un excelente trabajo de REC Mountain. Sirvió como cabecera a la prueba y, en 10 minutos, se saldan todas las cuentas con el concepto «correr durante muchos kilómetros por los entornos más duros».

 

Una de aventura exótica. 

Ni es saludable ni es recomendable por aquello de los límites racionales del deporte. Pero la Yukon Arctic Ultra es una prueba que discurre por unos de los últimos lugares vírgenes. Y han editado una hora de reportaje para que unos babeen y otros se mesen los cabellos. El impagable aventurero y deportista de grandes distancias Ser13gio me puso sobre la pista de este vídeo.

¿Todavía te quedan ganas de empezar a correr?

Pero ¡dónde vas! ¡Espera!

Exprime tus escaleras (o aprópiate de alguna como si lo fueran)

Sube y baja. Vuelve a subir. Y baja de nuevo. No hagas pereza y aprovecha cada excusa para volver a patalear tus escaleras. O las ajenas.

Porque el trabajo de subir y bajar escalones es un complemento ideal para tu forma física. Afortunadamente uno anda siempre metido en tareas de movilización pasiva. O, cómo era aquello, el famoso descanso activo de los planes de entrenamiento. Excelentes y preparatorias tandas de cuatro pisos que, sin ascensor, me llevan cada día a mi casa o casa de mis suegros.

No hay día en que no tenga dos o tres subidas.

Son preparatorias para correr con más potencia en las piernas y glúteos (¿dónde termina una pierna y dónde empieza un buen culo?). Además pueden ser sustitutivas.

¿Te pilla a mano una buena rampa escalonada en el trabajo?

¿Has probado a evaluar tu oficina? Siempre hay que bajar a abrir a los transportistas, a por el café, a comer, a ver los de la oficina de abajo, llegar e irse cada día, visitas a clientes o al aeropuerto.

¿Viajas en transporte público? ¡Tienes la – relativa – suerte de entrenar a un buen precio y sin tener que pagar la cuota del gimnasio.

En síntesis, hay días que con las escaleras uno trota arriba y abajo – uno siempre va como las vacas bravas – alrededor de diez, doce o hasta catorce veces un corto tramo de escalones de mi trabajo.

Esta sesión de gradas es mi entrenamiento pasivo diario. Que los escalones me libran de lesiones es más que posible. No son suficientes para las grandes citas porque correr resta potencia en grupos musculares como cuádriceps, pero mantienen a tono aquiles y sóleos, nuestras auténticas bestias negras.

¿Y tú?

¿Garaje, ascensor o escaleras a pedalillo?

Consultorio del corredor: envía todas tus dudas

¿Corro poco? ¿Demasiado? ¿Esta zapatilla me viene bien? ¿Conoce alguien el recorrido de esta carrera? ¿Cómo se aparca en el entorno del polideportivo? ¿Es seguro correr de noche?

El martes toca consultorio. Será un momento especial porque se podrán citar y criticar, mencionar o sugerir todas las marcas, pruebas, sin censura o política de excepción comercial.

Envía todas tus dudas mañana martes al formulario de comentarios y este blog se convertirá de manera excepcional en un consultorio para el corredor. Novato, experimentado o curioso, el martes, al confesionario.

Nota:

Se contestarán los comentarios desde las 00.00 hasta las 23.59 de mañana, martes 5 de marzo. Si dejáis comentarios anteriores serán contestados por orden de aparición.

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El barranco de Tenoya

Mientras Sebastien Chaigneau chocaba las manos de los asistentes en la Plaza de la Música en un día de primavera de hace un año, el tiempo se estiraba hacia detrás y se convertía en meses de lenta agonía para alcanzar la cuesta asesina de Lomo del Bi­cho, o en años a quienes se vieron atrapa­dos en el barranco de Tenoya.

Hace ahora un año que participé en la TransGrancanaria, prueba que The North Face respalda en la isla afortunada. Afortunada por tener barrancos inmensos por los que la vista se pierde. El tiempo se ancla y los organizadores de pruebas trail adoran meternos por allí.

Este fin de semana hace un año en que me metí por el barranco de Tenoya. Aquellos barrancos son enormes como teatros, como el de los Vi­centes, por cuyas plateas y palcos bajaban hileras de luces frontales blancas. Otros verticales y oscuros como la cara alta de los Ayagaures. Otros planos y obscenos como hornos de cerámica, como el de Te­noya ¿Quién hizo que todas las piedras del mundo tuvieran que caer a mis pies?

¿Tie­ne final esta trituradora? ¿No se os habrá ocurrido que el próximo avituallamien­to…? Sí. Ahí arriba estaba.

Seb repite, Nerea se estrena.

Ayer Seb Chaigneau vencía por segunda vez en un recorrido superior a las catorce horas de carrera. El sonriente amigo de las rocas se alzó con la victoria de la prueba reina, la Ultra Trail de 119 kilómetros, que partió en la medianoche del viernes desde el municipio de Agaete para terminar en la plaza de la Música de Las Palmas de Gran Canaria. Oier Ibarbia o Yeray Durán o Nerea Martínez, que vencía en categoría femenina después de recorrer con su coleta las cumbres heladas del Guadarrama, o los demás vencedores de las diferentes distancias o los vigésimos o quienes cerraron las pruebas por atrás eran gotas de savia que circula por el campo y sus sendas, sus capilares. Una fi­losofía mitad poética y mitad criminal, que se disfraza de romanticismo para des­menuzar y minar tu resistencia.

En las clasificacio­nes veréis nombres. De hecho puedes hincharte con el seguimiento y la información total, como si revivieses todo, en el siguiente enlace, el twitter de la prueba).

Subir y bajar, nun­ca encontrar una ruta fácil ni lógica. ¿Vencedores al cansancio? Quizá la Transgrancanaria sea eso, un gi­gantesco homenaje al cansancio. The Nor­th Face sería algo así como el mecenas de esa escultura del runner agotado y herido. Ni a los organizadores de esta excelente prueba ni a sus mecenas les podemos cul­par porque acudimos como las mariposas a la luz. Volamos alegres en cuanto se abren las inscripciones. Nos desplazamos por centenares buscando la parte de gloria que gentilmente nos cederán.

Tenoya.

Y el final es un barranco. Los kilómetros del barranco de Tenoya es una expresión que eriza el vello de los tipos más duros. Los corremontes como los llama mi amigo Sergio. Imagina que, cuando oteas el final de una jornada criminal, la conclusión de una mudanza, por ejemplo, te dicen que olvidaste bajar el viejo frigorífico. Cuando llevas toda la noche y parte del día al sol, te prometen el descanso al otro lado de veinte minutos pisando cantos rodados de un cauce. Héroes de la antigüedad canaria, recogedme y lanzadme a una pira funeraria, pensaba. Doblabas una parte de la barranca, y te encontrabas con su hermano gemelo, con la extensión de un río seco, una hoz que te conduce a otro centenar de pasos sobre superficies que escuecen y laceran la planta de tus pies.

Porque vas sobre esos resistentes compañeros que te sostienen como épico animal y les vuelves a exigir un extra más. Adelantas a otro compañero de ruta y te compadeces. Él estará más minutos que tú ahí metido. Tenoya elimina los competidores y los hermana ante el tribunal que dirige Fernando Díaz. Una Inquisición sonriente a la que se acude voluntariamente, año tras año.

Este año más de 2.000 participantes tomaron las diferentes salidas desde diversos puntos de la isla. Pero absolutamente todos tenían que terminar entrando en la ciudad de Las Palmas por el mismo desfiladero. El año pasado era el sol implacable, el del famoso clima incomparable de las Canarias. Este, la noche había traído viento y agua, más calor al mediodía.

Y los cantos rodados sonreían mientras los pisabas de lado, mal, dejando las uñas adheridas al interior de la zapatilla. Cuanto más odio impregnabas en la pisada, más reían esos redondeados testigos de tu sufrimiento.

Hasta que ves un puente, derribado y reconstruido a lo largo de la historia. Y ves cómo la gente gira hacia la derecha y sales de todo ello. No te importa que venga una cuesta demencial. No te importa caminarla. Ni que todavía vengan unos siete u ocho kilómetros por Ladera Alta o Los Giles, de barranca y cerros hasta otear la playa de las Canteras.

Has salido del barranco y podrás hacer chistes con ello y tener pesadillas. Contarás a otros que han pasado por ahí y ambos os remitiréis al recuerdo a medio plazo de vuestro cerebro.

Volveréis. Volveremos, posiblemente.

No. Siempre volvemos.

 

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Fotos: TransGrancanaria Facebook / LaProvincia.es

Están locos estos galos

– «¿Los romanos, Obelix

¿Locos los romanos? Los que están de terapeuta son nuestros vecinos franceses.

Qué hace el personal de la tierra vecina abandonando los kilómetros bien marcados y tirándose al fango o a la campiña es un misterio insondable. Quizá sea el esprit de picnic o que los principios morales rousseaunianos se han mutado de los principios de posesión a los principios del gorrineo.

La Transbaie es un ejemplo. Kilómetros por las marismas del Somme en los que se chapotea, se hunde uno hasta los tobillos y se monda de risa.

La Transbaie. Qué holgorio. Pero es un ejemplo de correr para disfrutar. Como el archimencionado Marathon du Medoc. Posiblemente, el maratón más largo del mundo. ¿Está mal medido? No, es más largo por las eses frenéticas que se hacen de avituallamiento a avituallamiento.

¿Te apuntarías a un sarao en el que se toman estas fotos?

Sí. Es un avituallamiento. Con burdeos isotónico. Así se explica lo de las eses.

No tiene mucho que ver con la imagen de teóricos estirados dictando sentencia de muerte con la actitud que ha trascendido de las películas o de los viajes de nuestros emigrantes. Más bien tiene toda la pinta de una posición que quita hierro al trascendental hecho de correr (un maratón, en este caso). Vamos, que están contentos de hacer el gamba en un día de deporte al aire libre.

¿Nadie va a poner orden en este marasmo?

Lo poco que he rastreado en los foros de corredores y demás redes sociales francesas, no hay mucho purismo entre la sección routier. No he leído asunciones de que «os estáis riendo de los maratonianos de verdad» ni «dejadnos con nuestros tiempos que también os respetamos a vosotros con vuestros disfraces». Lo habrá, pero hay un buen mercado para los corredores más recreativos, entre los que me incluyo.

Por si alguien tenía dudas de la variedad de chuflas que hacen los galos al programa olímpico, que aireó un barón francés del que quizá quieran alejarse, otro botón.

¿Y estos? ¿No tienen casa que andan de noche por ahí?

Es el Ultra Trail del Mont Blanc. No es una carrera por el campo. No es una ruta senderista de larga duración. No es una excusa para sacar el jugo a nuestros materiales ni nuestras piernas. Son casi ciento setenta kilómetros que se hacen en un tiempo máximo de dos días escasos. ¿Alguna promesa a la virgen o algo? Pero… ¿el monasterio de Lourdes no está en los Pirineos?

Rien de rien. Es que no hay manera de dar la vuelta al macizo entero del monte blanco por otro lado. ¿Para qué discutirlo? Más cuando el éxito del formato es tal que supuso un rebautismo de las carreras de/por montaña. Desde el empujón mediático de la prueba de Chamonix, existe una nueva categoría a la que nadie parece discutir su epistemología: el ultra-trail es el ultra-trail y no se da más vueltas. Más largo, más burro.

Lo dicen en Italia pero yerran como han errado con su presidente: «sono pazzi questi romani» (SPQR). En este caso los que «sono pazzi» son los mismos galos. Pero esto no se lo vas a explicar a René Goscinny y Albert Uderzo.

Ya. A saber esos dos qué maratones han corrido.

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Fotos: Courrier Picard; RunnersWorld; Pascal Tournaire

Trail running: ¿qué aguarda tras correr por las montañas?

bonillo

1.

«Estaba la pierna izquierda. Dolorida. Estaban el agudo grito de los tendones y las articulaciones de la pierna que cargaba con el peso de manera alterna. Gonçalo Marques había salido de la fortaleza del portal y se encaminaba por la senda abajo, entumecido bajo la lluvia. Estaba el eterno granizar y venía de camino la subida imposible por los escalones alevosamente construidos por unas raíces de pino».

Era un documental apenas bosquejado en la cafetería de la estación de Alonso Martínez. Correr le había puesto casi cachondo. Javier tomaba un poco de la épica de los vídeos de las pruebas ofrecidas por las marcas comerciales y un tanto del frío húmedo de sus pies. El café borbotoneaba y un ruido infernal silbaba desde el brazo mecánico de la humeante de la leche. El chisssssss dentro de la jarra de metal y el tintineo de la cucharilla en la taza de la italiana. El escalofrío de los pies mojados tras el transbordo del tren que lo bajó de la sierra. Javier garabateaba todavía emocionado por el barro y las hojas de pino empapadas y el granito con el que resbalaba y tropezaba.

Venía de su primer trote por la montaña y una fiebre lo atenazaba contra la loza caliente. En su cabeza se agolpaban emociones casi salvajes. El frío de los pies y la rozadura de las ramas en los antebrazos. Siendo épico Javier estaba ante esta recentísima etiqueta llamada trail running. Correr por el campo en su estado más puro. La fascinación del urbanita, quizá.

2.

Un caldo. Un caldo. En cuanto llegue donde Xosé por mis huevos que me pido un caldo. Doble, se exige tiritando Panxo intentando meter la llave en la carredura del coche. Tiritanto. Entrenado hasta la médula a correr bajo la lluvia por las calles de Ourense y por el margen del Miño abajo por Penedos y Miño arriba – salvo dos docenas de días al año – empapado hacia Barcelas. Pero esta era la primera aproximación a la montaña del Invernadeiro.

Agua pero, esta vez, barro, piedras y sendas intransitables con los del grupo de montaña. «Carallo», el caldo, o cualquier cosa que templase los mismos pies que destemplan a Javi en el centro de Madrid, «Esto no es lo que sale en los vídeos de Kilian«. Tanto sufrimiento a través de los canales de vídeo de Internet. Tipos saltando como gamos por ramblas polvorientas. Mochilas adaptadas al cuerpo de gentes que suben y suben para luego bajar. ¿Ellos piden caldo a su ‘crew‘?

Dos historias de dos entornos diferentes en los que la lejanía o la cercanía a la montaña y a las distancias demenciales marcan la nueva fascinación del corredor.

Pero ¿ante qué estamos en realidad, cuando simplemente hablamos de correr por el monte?

La década de los 90 fue la del giro a lo escarpado. Ya existía un precedente senderista en algunas zonas sobre vías clásicas del alpinismo o excursionismo europeo y americano. Salvo pioneros (la Dipsea Race data de 1905) y movimientos excursionistas del S.XIX, los primeros GR fueron sistemáticamente marcados en Francia en 1947. La antaño vieja carrera de resistencia a caballo de Western States marcó el arranque de las carreras de cien millas en 1974. Pero es en los noventa cuando se establece un calendario sólido en Francia y EEUU. Como hito, la American Trail Running Association nace en 1996 para aglutinar carreras por la montaña.

En la caída de la participación en el cross federado y la búsqueda de nuevas vías tras el correr por carretera, asoman recorridos cada vez más campestres. Cada vez más naturales. Las distancias varían y la dureza se complica. Los noventa son también una década complicada en las carreras en ruta. La masificación de las grandes pruebas modifica la perspectiva de muchos. Lo natural empieza a ser una realidad en el circuito trail francés y norteamericano frente a lo establecido de la ruta.

¿Sólo eso? ¿Lo natural?

Una perspectiva más razonable de qué se podía correr y los tramos más complejos derivan en que los tiempos de corte sean menos exigentes que en los maratones. Con facilidad se pueden superar la mayoría de ellos. Esta medida ampliaba el espectro de admitidos. Tipos que agradecían un rato de torturadora subida en la que correr era ya imposible. Caminar y correr. Caminar ya no era el fracaso del kilómetro 39 del maratón. Era parte del evento.

La ciencia deportiva avanza y el material se completa poco a poco: bastones, mochilas de hidratación, bidones, geles. GI-Joes armados hasta los dientes con un objetivo: horadar un collado más mientras anochece. Ascender por el bosque. Descender por el río. Todo parece posible y las distancias se complican. Cincuenta, cien, ciento sesenta kilómetros.

En esta escalada hasta hace poco reservada para los profesionales comparten espectro los protagonistas activos y pasivos de un acercamiento casi naíf, un amateurismo casi exagerado que es simpático: salchichón, chocolate y bocadillos provistos por los organizadores, muchos pertenecientes a clubes excursionistas. Los clientes paran, agradecen y sonríen.

¿Se sonreía tanto en los maratones o las carreras en ruta?

Las primeras filas de la carrera a pie en asfalto son un tenso meeting de pista donde se respira tensión. Los recién llegados son apartados al grito de «¡respetad los cajones de salida por tiempos!» El respeto y no pertenecer a esa guerra los manda atrás para no estorbar. O a pruebas  de carácter más tranquilo. O al gimnasio, al parque, o … ¿al trail?

«Dicen que dan treinta horas para terminar», y la noticia corre como la pólvora.

¿Qué estamos descubriendo en la carrera por el entorno natural?

¿Tanto debíamos antropológicamente a correr por el campo? Después de un millón de años de carrera paleontológica quizá nos habíamos centrado en el mero hecho de correr.

Habituados como estábamos a correr para cazar y huir, ¿nos habíamos apropiado de un solo aspecto de ese retorno al ejercicio natural? Estamos diseñados para correr y corrimos. Todos los setenta y los ochenta fueron la edad dorada del crecimiento runner. Alguien dio con el resorte en los noventa. No éramos guepardos ni antílopes. Nuestra baza estaba en emplear horas y horas.

¿El correr por el maldito campo daba alguna respuesta a esa inquietud del hombre moderno?

Son tantas preguntas…

 

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¿Cómo vestíamos para hacer deporte hace veinte años?

Hace no demasiado encontré este reportaje de la televisión galesa. Venía a cuento de una prueba a la que se lanzaron una banda de amigos españoles y que se llama Dragon’s Back Race. Es una prueba que se celebra en Gales, Reino Unido y que te lleva a lo más escarpado de las montañas. Es de 1992.

¡Cómo han cambiado nuestros cacharritos! La lycra y los colores táctel, los pelos en las piernas y las cintas al pelo han dado paso a la ropa técnica, los tonos negro y gris para casi todo, medias de compresión o mochilas dignas de las expediciones lunares.

Los corredores no. Seguimos teniendo la misma pinta de arrieros. Esto nos lleva a la pregunta de si es el correr un deporte con poco glam.

No es nostalgia. Es que me ha dado por mirar las fotos más recientes de las pruebas similares a esta del oeste británico y ¡es que no tenemos nada que ver!

¿Qué llevabas tu puesto para salir a correr en la época de Samantha Fox y de John Travolta?

Entre las respuestas más ingeniosas o la más cruda batallita sortearemos varios capazos de comprensión.

¿Se muere, no se muere?

¿No se me muere? ¿se me muere? Ay, madre, qué momentos de drama da el ultra trail.

Sosteniendo su cabeza con las dos manos, Jorge se ha sentado a la orilla del pedregal. Como cuando uno ha perdido una guerra, o unas tormentas han arrasado sus cultivos, pero simplemente está vacío y agotado porque lleva corriendo unas ocho horas monte arriba y abajo.

La carrera Sierra de Chiva sigue tomándose sus peajes y los más de cinco kilómetros verticales de ascenso han dejado a mi compañero de viaje sin fuerzas. El estómago le ha dicho basta hace cinco o seis kilómetros (esta vez, más o menos horizontales) y no le entra más diesel.

A las siete de la mañana todo son risas y fotos con Quique, de los Corriendo x el campo, Rubén, otro colega de coche que nos ha conocido más a fondo y que nos ha dado la noche con la tos, Iván y Ana, la pareja del trail relajado y todos los que salen en las fotos bien cruzando por delante cuando las haces, bien detrás como recortados por photoshop. Por delante tenemos los 61km de sierras levantinas. Un monstruo calizo que sufre los azotes del calor y las lluvias estacionales y que destroza la roca convirtiéndola en pedregales desde que el tiempo es tiempo.

En uno de esos pedregales está Jorge medio muriéndose. Camina veinte metros, para, intenta vomitar y se sienta. Camina otros veinte metros de una ascensión criminal, con una pendiente del 100% (¡una rampa de cuarenta y cinco grados de inclinación!) que han colocado a seis kilómetros de meta. Trail running puro. Parece que no se muere esta vez y me aseguro que no se maree. Pasar de flojera total a flojera con mareos nos llevaría a evacuarle a toda leche.

Por ganas, no sería. Según llegamos al hotel reservado, me entran ganas de estrangularle porque ha hecho mal la reserva telefónica y ahora está poniendo caritas serias de abogado cruel al recepcionista. Terminaríamos durmiendo tres maromos en unas camitas de noventa. Como los tres cerditos. El periodista, el de los rayos uva y el que se muere. De todos modos le apreciamos lo suficiente como para dejarle con su pescuezo intacto y nos levantamos al día siguiente a esta particular forma de tortura llamada ‘carreras de montaña’.

Y es que los organizadores del club CXM de Valencia han decidido darnos el día. El comienzo alegre y callejero por Chiva nos dura menos que un caramelo masticable. En nada estamos ascendiendo y tomando las sendas marcadas con cartelitos tipo «Senda Mecagoentupadre, +30%». El marcaje, excepcional, te va poniendo en antecedentes de lo largas que serán las próximas diez horas, seis, claro, para los vencedores. Y doce para los últimos. Son las matemáticas crueles, crudelísimas, del correr por las escarpadas sendas. Pero hay un equipo completo de voluntarios, apasionados del senderismo, hay una directora de carrera de lujo, hay gente en los más recónditos cruces, hasta mozos disfrazados de moros con un jamonero y que beben y animan como en pocas zonas. Y, creedme, mientras hago memoria sobre si alguna vez se me ha muerto alguien en los brazos, no logro recordar que haya encontrado gente así de simpática y amable.

Que sí, que hijoputas hay en toda España, pero en la sierra valenciana no salen a animar a los sufridos corredores. Digamos que tienen otros horarios y otros gustos. El fin de semana completo que pasamos en Chiva y sus alrededores, oye, no nos topamos con ninguno. Y será por horas. Nueve horas y media pateando piedras, para sesenta y uno pedregosos kilómetros. Y un par de arañazos por un aterrizaje bajando una de las sendas verticales. Y dolores en varias partes de las piernas.

Hasta me traje – me las dió la enorme Manoli – pistas de donde comprar garrafons y judías verdes para hacer paella. Esto será objeto de otro post, sin duda.

Y no. Finalmente llevé a Jorge despacito al control de avituallamiento a lo alto del Morrón del Gitam, donde lo evacuaron. No murió. Quizá no estuvo ni cerca de ello. Es un gran actor. Abajo, a la izquierda, el cuerpo.