De vez en cuando uno tiene que echar la vista hacia atrás, buscar entre las cenizas los pilares de la vida, intentar discernir con más o menos claridad de dónde viene y si eso tiene algo que ver con lo que uno es o será. La poesía es buena gasolina para la nostalgia y elegir una serie de libros que marcan un ejercicio que tiene más que ver con la felicidad que el reencuentro. Hoy en Motel Margot damos la bienvenida a Benjamín Prado y su Cobijo contra la tormenta. Año 1995, todavía no había terminado el COU y la selectividad era una mezcla de bases canónicas y las canciones de Gabriel Sopeña para Loquillo. Quedaba toda la vida por delante y necesitaba llenar las maletas con el equipaje adecuado.
Aquel Cobijo contra la tormenta fue X premio de poesía Hiperión y el primer libro de poemas que compré. Creo que fue en la librería Cálamo, que estaba al lado de casa de mis padres, en la plaza San Francisco. Zaragoza todavía tenía a los Héroes del Silencio de gira y había un garito en la calle Tenor Fleta que se llamaba Morrison Hotel. Todo cuadraba. Desde la portada -Bob Dylan y Joan Báez en 1976-, hasta el título, la traducción de uno de los temas de Blood on the tracks, el disco de Bob Dylan de 1975, que incluía Shelter from the storm. Mi favorito del bardo de Minnesota es Desire, el siguiente de la época dorada de la Rolling Thunder Revue. La historia de la gira del payaso y el guitarrista de Bowie y los bongos de Allen Ginsberg la pueden seguir a través del hilo de Martin Scorsese y Sam Shepard, pero hoy estamos con la sangre en las vías. Prado y Dylan, Dylan y Prado. Eran los noventa y algunos ya estaban de vuelta de Bob y otros, sobre todo la generación de Benjamín Prado, a la que ponían música Christina Rosenvinge, Joaquín Sabina o Andrés Calamaro estaban iniciando una mutación que los llevaría a convertirse en sosías de Dylan con mayor o menor medida. Dylan nos odiaba porque Bob, como todo buen poeta, odia al mundo/escupe al universo.