Yo soy musulmana. Lo digo sin ninguna vergüenza ni ningún matiz (salvo que no lo soy). El ataque a la revista Charlie Hebdo y sus reacciones posteriores han puesto de manifiesto algo que muchos, demasiados, se negarán eternamente a reconocer: los musulmanes no son la yihad, pero sufren a diario las consecuencias del terrorismo. Colectivos islámicos, dirigentes de varios países de mayoría musulmana y musulmanes a título individual se unieron ayer en París a la multitudinaria manifestación contra el terror. Asimismo, no han dejado de dar muestras de solidaridad desde que se inició la tragedia.
Los musulmanes que ayer protestaron contra el terrorismo son los mismos a los que señalamos por sus costumbres, sus rezos y sus pañuelos en la cabeza, y a los que les puede parecer mejor o peor que se retrate a su profeta. Los mismos que sufren a menudo ataques en sus barrios europeos. Los que en Francia vieron publicada esta portada de Charlie Hebdo, después de que en Egipto la dictadura militar hubiese asesinado a más de mil musulmanes egipcios. Los mismos que sufren a diario agresiones islamófobas en el país galo y en otros países europeos. Mientras, nuestros líderes en occidente (pero también los del «otro lado») tratan de disfrazar su discurso racista con una falsa idea de «seguridad nacional». En definitiva, nos dicen que sin «los otros» dentro de nuestras fronteras seremos más ricos y y estaremos más seguros. En occidente tenemos un problema mayor que el terrorismo, y se llama islamofobia.