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Tampoco Breton Woods es una marca de Whisky. Porque el periodismo internacional no es solo cosa de hombres, ocho mujeres ofrecen un punto de vista diferente sobre lo que pasa en el mundo.

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Siria: 5 años de incomprensión

Varias personas observan el humo causado por una explosión contra integrantes de Estado Islámico en la ciudad siria de Kobani. (EFE / Sedat Suna)

Varias personas observan el humo causado por una explosión contra integrantes de Estado Islámico en la ciudad siria de Kobani. (EFE / Sedat Suna)

Ayer Siria cumplía un aniversario: cinco años de conflicto. El peor desastre humano del siglo XXI empezaba hace un lustro a remolque de las primaveras árabes de Túnez, Egipto y Libia, con la misma llama de esperanza que había prendido en estos países. Sin embargo, la respuesta del régimen represivo y autoritario de Bashar Al Assad ante la primera manifestación pacífica de más libertades fue lo que que más adelante se convertiría en el pan de cada día: violencia.

Cinco años atrás la República Árabe de Siria ocupaba el lugar 119 en el mundo según el Índice de Desarrollo Humano de 2011, con un valor de 0,632 , y  la esperanza de vida se situaba en 75,9 años de edad. Sus valores situaban al país entre la categoría de países de Desarrollo Humano Medio. Hoy el valor según el IDH 2015 (con datos de 2014) es de 0,594 y retrocede hasta el puesto número 134, mientras que la esperanza de vida al nacer baja hasta los 69,6 años de media.

Sin embargo, el dato quizás más escalofriante, además de las entre 250.000 y 470.000 personas que han perdido la vida a causa del conflicto es que la mitad de la población del país ha huido de sus hogares. Actualmente unos 11 millones de personas, entre desplazados y refugiados, han abandonado sus casas o lo que quedaba de ellas y los que se han quedado en Siria viven en una situación de pobreza extrema.

Los niños que dejaron de ser niños

Los niños y niñas víctimas del conflicto han visto su infancia truncada y han tenido que aprender demasiado pronto, demasiado, lo que es una guerra. Según la Agencia de Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, la violación de los derechos del menor y la situación humanitaria solo va a peor. «Los niños se encuentran entre la población más afectada por el conflicto. Más de la mitad de los desplazados son niños y cada dos minutos otro niño sirio se convierte en refugiado», alerta un informe. Según reza este documento, entre la violación de derechos que tiene un impacto muy fuerte está la separación forzada de la familia, no tener acceso a la educación, violencia sexual y física, reclutamiento militar, secuestros, acceso limitado a servicios como la salud, falta de certificados de nacimiento y el trastorno psicológico que deriva de todo esto.

Según datos de Save the Children, al menos 250.000 niños y niñas sirios vive bajo asedio, en cárceles al aire libre. Además, la situación de vulnerabilidad que sufren y la falta de escuelas crea un perfecto caldo de cultivo para los grupos extremistas. Un informe de la ONG publicado en marzo y titulado ‘Infancia bajo asedio’ constata que algunos grupos armados pagan hasta 150$ al mes, otros, 50$ o menos. “Tan pronto como cumplen 12 años, la presión para que tomen un arma y luchen está ahí”, recoge el testimonio de un trabajador social.

La pasividad internacional

Mientras el contador sube, Siria baja en la escalera de desarrollo humano, las ONG insisten para que la ayuda humanitaria llegue y la crisis de los refugiados toma dimensiones inimaginables, 3.770 personas murieron en el Mediterráneo en 2015, cerca de 4 millones se encuentran refugiados en Turquía, Líbano, Jordania o Iraq y más de 500.000 prueban de entrar en Europa por el mar, ya sea a través de Grecia o Italia. Ah, sí, se me olvidaba, y en Bruselas discuten cuál debe ser el modelo de respuesta Europeo y mientras lo hacen España, por citar un ejemplo, ha acogido 18 refugiados. Dieciocho. Y en la escala internacional, Estados Unidos se lo mira, sin saber muy bien cuál debe ser su acción respecto a Siria. Y Rusia se presenta ahora como un actor de paz.

En un artículo publicado hace dos años (¡dos!) en este blog, titulado Siria, eras, eres escribía lo siguiente: «Hoy Siria no es miedo, es horror. Y lo que más duele: ya no es esperanza». Tristemente, no puedo, no podemos, decir que haya esperanza ninguna. Solo incomprensión. Cinco años de incomprensión.

Kailash Satyarthi: «No habrá paz sin educación»

Kailash Satyarthi en su conferencia del pasado jueves en A Coruña /  Foto: CARLOS PARDELLAS

Kailash Satyarthi en su conferencia del pasado jueves en A Coruña / Foto: CARLOS PARDELLAS

Kailash Satyarthi es un hombre de apariencia tranquila, afable, con una media sonrisa permanentemente dibujada en la cara. Ganó el Premio Nobel de la Paz 2014 por su lucha de más de 3 décadas contra la explotación infantil pero, a pesar de la fama y la gran expectación que despierta, no vino a A Coruña para hacerse la foto. Cuando le pedí hacerme una foto con él, después de su conferencia del pasado jueves, me di cuenta de que no estaba cómodo, como sí lo había estado escasos minutos antes hablándonos de paz, de educación y de lucha por los derechos de la infancia. Satyarthi no es un simple premio Nobel, es un Gandhi, un Mandela. Me recordó mucho a Madiba por la nula hostilidad que despierta al tiempo que transmite mensajes duros sobre la cruda realidad que viven los niños en este mundo de desigualdad.

Crecer en la desigualdad, luchar contra ella

Nacido en el seno de una familia acomodada en India, Satyarthi se dio cuenta enseguida de la gran injusticia que envolvía a los pobres: «Yo nací para ir al colegio y convertirme en ingeniero, y otros niños nacieron para trabajar a costa de su infancia, salud, educación y, lo que es más importante, su libertad». Y quiso cambiar esa realidad. En 1980 comenzó su lucha en India contra la esclavitud infantil (laboral y sexual) y el analfabetismo usando el arma implacable de la educación, «un derecho que abre el camino de todos los derechos, un poder que puede transformar el mundo», y así consiguió liberar del abuso infantil a decenas de pueblos en India, como Rajasthan. Su premisa, apelar a la compasión que sentimos ante cualquier niño para ver a todos los niños del mundo como si fueran «nuestros propios hijos». Porque cambiar el mundo, dice Satyarthi, es nuestra responsabilidad, está en nuestras manos.

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La niña que descolocó al Papa

La pobreza infantil es uno de los mayores problemas en Filipinas / EFE

La pobreza infantil es uno de los mayores problemas en Filipinas / EFE

Se llama Glyzelle, tiene 12 años y no es una niña normal. No lo es porque no le han dejado. Como muchos otros niños en Filipinas, fue abandonada por sus padres y rescatada de la calle por una comunidad eclesiástica. El pasado domingo, durante la visita del Papa Francisco en su país, pronunció un discurso ante 30.000 personas que no pudo terminar por la emoción: «Muchos niños son abandonados por sus padres. Muchos de ellos acaban siendo víctimas y les han pasado cosas malas, como adicción a las drogas o prostitución ¿Por qué Dios permite esto, incluso si los niños no tienen la culpa? ¿Por qué sólo unos pocos nos ayudan?». Ante estas palabras, el pontífice decidió cambiar su homilía, aunque lo único que pudo decir fue que la pequeña «ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras, necesitó decirlas con lágrimas», e hizo un llamamiento a la protección de los niños.

Sin embargo, la pregunta de la pequeña sí tiene respuesta, más de una, y la solución probablemente no sólo esté de la mano de Dios. Filipinas tiene uno de los PIB per cápita más bajos del mundo (ocupa el puesto 127 de 183) y una de las tasas de pobreza infantil y de corrupción más elevadas. De hecho, el mismo año de la catástrofe del tifón Haiyan, 2013, se descubrió que varios políticos y empresarios habían estafado dinero del Fondo de Ayuda al Desarrollo Prioritario, unos 170 millones de euros, ingresándolo en ONGs que no existían durante los últimos 10 años. Por supuesto, la sacudida del tifón tampoco ayudó a que las cosas mejorasen y más del 33% de los filipinos viven en chabolas. Por desgracia, la noticia de la corrupción no hizo tanto ruido como la del tifón.

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