Por Cláudia Morán
Hace tan solo una semana, el presidente de la Asamblea Constituyente de Egipto, Amr Musa, sorprendió con unas declaraciones en las que afirmaba de manera tajante que no deben existir partidos religiosos de ningún tipo. Si pensamos en las revueltas árabes, que tanto en Egipto como en Túnez han desembocado en un intento de los islamistas por imponer la ley islámica en la gobernabilidad del país, tiene lógica. También la tiene si pensamos en los tiempos en que la Iglesia tenía siempre la última palabra en Europa. Pero un consejo: cuidado con la forma en que simplificamos las cosas, porque no todo en cuestión de religiones es equiparable.
Nos han enseñado a juzgar negativamente a aquellos países -casi siempre islámicos- donde existe un gran fervor religioso, y frecuentemente caemos en el error de confundir fervor con fanatismo. Por mucho que nos lo parezca, no todo en el mundo islámico es religión, pero casi todo está relacionado con ella. Es una cuestión de identidad, de cultura, de valores. Por eso nos cuesta entender que una mujer quiera llevar el velo sin que nadie se lo imponga; por eso no nos podemos creer que el islam no prohíba el divorcio ni tampoco el aborto, como pasaba hasta hace dos días en nuestra sociedad “ultramoderna”.
No hay nada malo en gobernar democráticamente según los principios del islam, con una Constitución inspirada en el islam, cuando la gran mayoría de la población es musulmana. El problema no es el islam, sino la interpretación que unos pocos hacen de él. Y se da la casualidad -o no- de que esos pocos son los que mueven los hilos, sin que nadie los elija. No es una novedad decir que Arabia Saudí, con una enorme influencia en todo el mundo árabe, forma a musulmanes en el fundamentalismo para después repartirlos por las mezquitas de todo el mundo, expandiendo el pensamiento único. Pero ni los tunecinos ni los egipcios -¡ni los propios saudís!- eligen al monarca saudí. Salvando algunas distancias, ¿acaso no ocurre lo mismo en occidente con los dictámenes económicos de Estados Unidos y la troika?
El mundo islámico es complicado de entender, pero todas las cosas que ocurren en el planeta lo son y nuestro mayor error siempre es el mismo: simplificar. La tendencia natural, alimentada por el sistema capitalista a través de los medios de comunicación de masas, es etiquetar y estereotipar el mundo porque es grande y se nos escapa, contribuyendo a multipolarizarlo, enfrentarlo y a crear más miedo y odio hacia lo desconocido.
A propósito del cambio político en Irán, se preguntaba Ángeles Espinosa, “¿por qué a Ahmadineyad nos lo creíamos, dijera lo que dijera, y a Rohani no?”. Es fácil: el discurso de Rohani no es hostil ni envuelto en fanatismo, y eso es justo lo contrario a lo que nos han enseñado de los islamistas. Quizá ahora que, en plena crisis, estamos destapando las mentiras de nuestros líderes, deberíamos aprovechar para reflexionar sobre lo que nos han contado del islam.
CLÁUDIA MORÁN
Theyouthreport.wordpress.com
26 octubre 2013 | 15:17