Un cuento corriente Un cuento corriente

Se llama a la Economía (más aún en estos tiempos de crisis) la "ciencia lúgubre". Aquí trato de mostrar que además es una de nuestras mejores herramientas para lograr un mundo mejor

El BCE publica por fin las cartas secretas con el Gobierno irlandés previas a su rescate: austeridad a cambio del dinero

Este jueves, el BCE no solo ha decidido mantener los tipos de interés en mínimos históricos y avanzar que llevará a cabo inminentes compras masivas de activos (los llamados QE, de los que he hablado en anteriores post). Hoy, en un hecho sin precedentes en la historia de esta institución, ha decidido publicar las cartas hasta ahora secretas que desembocaron en el rescate al sistema financiero irlandés, allá por 2010. Este ejercicio de transparencia se produce a petición del Ombudsman (el defensor del pueblo europeo) y después de que la prensa irlandesa haya publicado algunas de las cartas esta mañana.  trichet

Situemos los hechos. Otoño de 2010, Unión Europea. Desde hace semanas, la prima de riesgo irlandesa se dispara ante las dudas se los mercados sobre la solvencia futura del Estado irlandés, toda vez que el Gobierno se había endeudado hasta las cejas para rescatar a sus sistema financiero. Como en el caso de Grecia, existía un riesgo real de contagio para otros países de la zona euro (entre ellos España e Italia), lo que llevó a la Comisión Europea, al FMI y al Banco Central Europeo (entonces presidido por el francés Jean Claude Trichet) a desencadenar un plan de rescate para las finanzas públicas irlandesas de al menos 85.000 millones de euros.

Desde un primer momento, se planteó la sospecha de que el BCE fue más allá en sus habituales labores como supervisor monetario y pudo forzar al Gobierno irlandés a aceptar un rescate con duras condiciones macroeconómicas y una reestructuración de su sistema bancario. Pues bien, las cartas hechas públicas hoy lo dejan claro: Con la excusa de que la ayuda en forma de liquidez de emergencia facilitada a Irlanda podría «contravenir la prohibición de financiar a los estados», Trichet exige al Ejecutivo irlandés que se comprometa a cumplir cuatro puntos, detallados en esta carta (ver extracto abajo):

carta bce irlanda

«1) El Gobierno irlandés deberá mandar una petición de apoyo financiero al Eurogrupo.

2) La petición deberá incluir el compromiso de emprender acciones decisivas en las áreas de consolidación fiscal, reformas estructurales y reestructuración del sistema financiero, de acuerdo con la Comisión Europea, el FMI y el BCE.

3) El plan para reestructurar el sistema financiero irlandés deberá incluir la provisión de capital necesario para esos bancos que lo necesiten, y se obtendrán de los recursos financieros facilitados al Gobierno irlandés a nivel europeo e internacional, así como las herramientas financieras actualmente a disposición del Ejecutivo irlandés, incluyendo el dinero existente en sus reservas.

4) El repago de estos fondos puestos a disposición en forma de ayuda de liquidez de emergencia deberá estar completamente garantizada por el Gobierno irlandés, que deberá asegurar el pago de inmediatas compensaciones por parte del Banco Central de Irlanda en el caso de que se incumplan los pagos por parte de las instituciones beneficiadas.»

Es decir: Que efectivamente fue el BCE el que puso como condición imprescindible al país rescatado que se sometiera a una dura cura de austeridad para poner a tono sus cuentas públicas. Especialmente llamativa, para mi al menos, es la respuesta del ministro de Finanzas irlandés, Brian Lenihan, quien básicamente se dedica en su carta (ver extracto más abajo) a reivindicar todos los ajustes llevados a cabo hasta entonces y a garantizarle a «Jean Claude» que presentará a la Troika un programa «que incorporará reales y significativas medidas de reestructuración en relación con el sector financiero, reformas estructurales y consolidación». Vamos, que sí, que sí a todas las exigencias.

carta irlanda

Estas cartas apenas aportan nada especialmente novedoso o que no nos temiéramos. En España, sin embargo, seguimos esperando a que el supervisor publique las cartas referidas a nuestro rescate. Es cierto que Zapatero, al publicar su libro de memorias, publicó la carta sin permiso del Banco Central Europeo, pero sería de agradecer que la institución ahora presidida por Mario Draghi empezara a publicar, como venimos reclamando insistentemente desde este blog, aquellos documentos que nos incumben a todos los ciudadanos.

Por cierto, y en relación con este tema de la transparencia, una gran noticia: A partir del año que viene el BCE publicará sus actas de reunión, algo que lleva años haciendo la Reserva Federal. No es que sea una transparencia radical, pero es un primer paso para que la opinión pública pueda ejercer su labor de control y auditoría a una de las instituciones cuyas decisiones más afectan a nuestra vida diaria.

2 comentarios

  1. “Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta”.
    Artículo 135 reformado de la Constitución

    El 7 de septiembre de 2011 el Senado aprobaba la reforma del artículo 135 de la Constitución Española limitando el techo de gasto de las Administraciones según los márgenes establecidos por la Unión Europea. Límite fundamentado por la necesidad de salvaguardar la “estabilidad presupuestaria”. Sin embargo, bajo este propósito queda enquistada en nuestra Carta Magna la obligación de satisfacer el pago de la deuda como objetivo prioritario de la gestión pública con independencia de otras necesidades. Al tiempo, fija en el cuerpo social el estigma de lo público como algo gravoso cuyos excesos hay que vigilar y limitar. “No se puede gastar lo que no se tiene”, dirá después Rajoy. En realidad, este supuesto dispendio, amplificado por los casos de corrupción y despilfarro que han creado tanta alarma mediática y social, es en gran medida el resultado de subordinar la financiación de la deuda al juego especulativo de los mercados financieros.

    Pero este cuadro no tiene nada de frío diagnóstico económico. Encierra una estrategia política doble: establecer una estricta correlación entre deuda y recortes (sociales, se entiende) y trasladar el peso de la deuda sobre la conciencia colectiva. Como ya experimentan las sociedades griega, portuguesa y española, el tándem deuda / recortes ha entrado en un círculo vicioso cuya única solución sería purgar al Estado por su obesidad mórbida. Es decir, acometer “reformas” estructurales que corregirían el derroche de lo público hasta equilibrarlo con la eficacia de lo privado. Porque ahí donde se elimina gasto social aparece, casualmente, un nicho de mercado. Esta idea no sería compartida o soportada si no fuera legitimada por la segunda estrategia: todos somos deudores y debemos responder por ese déficit. Invocación a la autoinculpación dialécticamente atrapada en la telaraña de la corresponsabilidad colectiva: “Sin las renuncias parciales de cada uno la recuperación de todos es imposible”, asegura nuevamente Rajoy. Esta “socialización de la culpa” se ha revelado una coartada realmente eficaz, pues exime a los verdaderos causantes al diluir sus responsabilidades en el conjunto de la ciudadanía. Es lo que salmodian algunos voceros desde distintas instancias del poder: “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. La frase merece ser diseccionada, pues en su inclusión enunciativa y ambigua ejemplaridad encuentra su mayor consenso: “yo”, el que la pronuncia, también me señalo y con ello refuerzo la admonitoria responsabilidad; aunque eso sí, sin determinar la mía. Además, revela un diagnóstico sobre el pasado y un designio sobre el futuro: antes disfrutábamos de una prosperidad inmerecida que ahora debemos pagar. Pero hay más, equipara ese hipotético exceso de bienestar colectivo para que el castigo sea asumido en igual medida.

    Ya sabemos que ahora trabajar más es sinónimo de ganar menos
    Y, ciertamente, la culpa y el castigo inspiran buena parte de las medidas que los gobernantes adoptan actualmente. En este punto, los discursos oficiales y su vocabulario (sacrificios, austeridad, rigor, medidas dolorosas, esfuerzos…) han conseguido una gran aceptación: cuando la culpa se comparte resultan más cercanas y cotidianas las causas de la crisis. Es más, se puede aplicar una estigmatización selectiva de la sociedad (por gremios, edades, condición social), jaleada por una suerte de rencor hacia el otro, que hace razonable su castigo (aunque sea el más necesitado) y tolerable el propio. Se penaliza a los trabajadores que enferman descontándoles parte de su sueldo, se penaliza a los enfermos que “abusan” de las medicinas y los tratamientos, se penaliza a los estudiantes repetidores incrementándoles las matrículas… Una lógica que siempre admitirá una vuelta de tuerca más al investirse de discurso moral, circunstancia que ya advirtió Max Weber a propósito del influjo de la ética protestante en el capitalismo. No solo eso, legitimada su aplicación como signo de buen gobierno, naturaliza sus efectos: todo castigo debe someter al culpable a la experiencia purificadora del dolor. “Gobernar, a veces, es repartir dolor” sentencia Gallardón. Las consecuencias de este “sufrimiento inevitable” no se han hecho esperar: un alarmante incremento de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social, según revela el último informe FOESSA (Análisis y perspectivas 2013: desigualdad y derechos sociales).

    Desde el “discurso de la deuda”, todo ello no sería más que un sacrificio necesario y la constatación de que los expulsados del sistema no se han esforzado lo necesario (por tanto, se les puede abandonar a su suerte). Porque nunca es suficiente: “Tenemos que cambiar y ponernos a trabajar más todos porque, de lo contrario, España será intervenida”, nos diagnostica Juan Roig, el adalid de la “cultura del esfuerzo” a la china. Y ya sabemos que ahora trabajar más es sinónimo de ganar menos. De ahí que la sombra de la mala conciencia se cierna también sobre las negociaciones salariales. Aceptar la reducción del salario es admitir implícitamente esa supuesta parte de responsabilidad en la crisis y asumir como propia, cuando no hay acuerdo, la decisión del despido de otros trabajadores.

    En el círculo vicioso de la deuda, la única salida posible parece ser la austeridad
    Un peculiar sentido de la responsabilidad que llevaba al PP a establecer un insólito silogismo el pasado 14 de noviembre con motivo de la huelga general. Ese día, el argumentario distribuido entre sus dirigentes afirmaba: “La huelga general supone un coste de millones de euros que podrían destinarse al gasto social”. Es decir, los huelguistas serían culpables no solo de lo no producido (con el consiguiente perjuicio para la marca España), sino de que su montante económico no se hubiera traducido mágicamente en gasto social. En suma, sus reivindicaciones irresponsables quedarían deslegitimadas por insolidarias. Apurando esta lógica, cualquier reivindicación o protesta sería un gesto de desobediencia irresponsable a ese nuevo orden dictado desde el rigor presupuestario y la contención salarial.

    Y es que, en ese círculo vicioso de la deuda, la única salida posible parece ser la austeridad, un dogma moralmente irreprochable, que promete llevarnos a la expiación económica. Bajo sus designios el Estado quedaría paulatinamente liberado de todo compromiso social y el individuo a merced de la mercantilización de todos los servicios públicos. No solo eso, al igual que en los tiempos de bonanza el crédito alimentaba nuestros sueños de prosperidad, la deuda hipoteca ahora las perspectivas de futuro: paro o empleo precario a cambio de pensiones exiguas o privatizadas para disfrutar cada vez más tarde. Un destino determinado por lo que el filósofo Patrick Viveret denomina “sideración económica”: no hay otra alternativa y hasta las víctimas lo creen así y aceptan su condición.

    Paradójicamente, en este marco conceptual apenas se menciona a los propietarios de “nuestra deuda”, ¿quiénes son y por qué les debemos? ¿Cómo han logrado reescribir nuestra Constitución? Es comprensible que no se pronuncien sus nombres o se muestren sus rostros. Los que gobiernan al dictado de sus designios también les deben mucho».

    por Rafael R. Tranche, profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid.
    16 MAY 2013

    06 noviembre 2014 | 18:21

  2. Dice ser Paragueros

    Jajaja… el dinero lo hace todo

    10 noviembre 2014 | 22:14

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