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A moro/Feijóo muerto, gran lanzada

Ni cuatro días han pasado desde que la mayoría de los españoles quitaron a Feijóo la posibilidad de gobernar España y ya le crecen los enanos de su circo. Mientras se repone de las heridas que le ha causado su victoria amarga, dos líderes de peso en el PP (Ayuso y Moreno) piden paso y le muestran el camino de vuelta a Galicia. ¡Qué prisas! ¿Tan pronto?

El gran Peridis en El País de hoy

Los jóvenes presidentes de Madrid y Andalucía (adornados ambos con mayoría absoluta sin VOX) han iniciado públicamente un debate de fondo sobre el futuro del Partido Popular. Ayuso, asistida por Miguel Ángel Rodríguez (MAR), la mano negra de Aznar, apunta hacia la extrema derecha. Moreno ha tomado ya el camino sin retorno hacia el centro derecha.

Ayuso nunca disimuló su querencia por el trumpismo y la extrema derecha

Juanma Moreno quiere seguir caminando hacia el centro derecha alejándose de la extrema derecha. Su intervención pública del jueves contra el ideario machista, homófobo, xenófobo y reaccionario de VOX ha dejado una huella profunda en la parte moderada del PP. Incluso en parte del PSOE.

Me gustó el discurso de Moreno contra el ideario de VOX.

En cambio, Isabel Díaz Ayuso, empujada por su antigua jefa, Esperanza Aguirre, una marquesa reaccionaria disfrazada de liberal, mantiene que el Partido Popular debe acercarse a VOX y negociar un acuerdo PP/VOX para reagrupar (como hizo Aznar) a toda la derecha (moderada y extrema) de cara a próximas elecciones. Ambas posturas tienen sus pros y sus contras y no sabemos quién triunfará tras la caída en desgracia de Feijóo.

Los chistes sobre el futuro de Feijóo inundan las redes

El ex líder gallego solo puede sumar a VOX para un imposible Gobierno Drácula y únicamente podría gobernar si consigue comprar votos trásfugas del probable Gobierno Frankenstein. Así fue como la perdedora Esperanza Aguirre llegó a gobernar Madrid, con los votos de los dos falsos socialistas del Tamayazo. Claro que la caja B de Barcenas ya no da para tanto.

 

Ayuso no suele disimular sus ganas de llegar a La Moncloa.

La revista conservadora The Economist apuesta por el centrismo en España. Los demócratas europeos respiraron aliviados, como yo, al conocer el crecimiento del centro (PP y PSOE) y la caída de los extremos.

Mi admirada Berna en El País de hoy

Los siete errores que siempre lastrarán a Feijóo

El líder del Partido Popular ha cometido desaciertos que pueden lastrar su futuro si aspira a presidir un país y no un partido

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Feijóo: ‘‘Acabo de recibir un mandato de intentar conformar una mayoría estable”

Feijóo: ‘‘Acabo de recibir un mandato de intentar conformar una mayoría estable”

Alberto Núñez Feijóo, durante un acto de campaña en Valencia.Foto: MONICA TORRES | Vídeo: EPV

Hay errores que se olvidan y se corrigen y otros que se recordarán para siempre. Feijóo ha cometido algunos que pueden lastrar su futuro si aspira a presidir un país y no un partido.

1. El PP pactaba con Vox mientras renegaba de Vox. Y renegaba de Sánchez mientras le pedía pactar. El matrimonio con una ultraderecha que excluye a media España de su ecuación de poder no se olvidará nunca. Y el intento posterior de distanciarse de ella como si no la conociera, tampoco.

2. La arrogancia y persistencia en la mentira que exhibió ante una periodista de RTVE que solo estaba haciendo su trabajo no casa bien con el respeto a la libertad de expresión que se supone a los dirigentes democráticos y también quedará para los anales. La negativa a acudir al último debate, también.

3. El machismo que mostró al referirse al aspecto de Yolanda Díaz por su maquillaje le puso a la altura de su lugarteniente, Esteban González Pons, y del representante de Vox, que tuteaban y llamaban por su nombre de pila a la ministra Morant mientras ella se dirigía a ellos con más educación. Los tiempos, por fortuna, han cambiado.

4. La inconcreción a la hora de explicar su relación con el narcotraficante Marcial Dorado y las pésimas excusas —”entonces no había internet”— también le pasarán factura.

5. Los bulos sobre una mano negra en Correos y las dudas sobre el funcionamiento de las instituciones del Estado también nos recordarán siempre las excusas de Donald Trump para victimizarse ante una posible derrota. La culpa no está en los demás.

6. Feijóo pudo ganar el debate a dos ante Pedro Sánchez, pero la ametralladora cargada de medias verdades e inexactitudes no le hizo ganar en altura. Centrar la campaña en las supuestas mentiras del contrario mientras él lanzaba las suyas propias también pasará a la historia como ejemplo de lo que no hay que hacer.

Y 7. El lema que parecía infalible, la derogación del sanchismo como territorio de maldades y manipulación, se convirtió en un bumerán cuando el susodicho, el sanchismo, aprendió a utilizarlo a su favor. La rabia de ese eslogan movilizó a los socialistas hasta el punto de hacer suyo incluso el insulto más usado: perro sanxe. El presidente abrazó la canción de Rigoberta Bandini (“yo nací para ser perra… pero no quiero llevar nunca el bozal… porque nadie me puede prohibir ladrar”) y sus seguidores pudieron bailarlo a rabiar en la noche electoral. Se estudiará en la historia electoral.

Todos los líderes cometen en errores. En la talla de su liderazgo estará corregirlos, especialmente si quieren ganar.

SOBRE LA FIRMA

Berna González Harbour

Escribe en Cultura, es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’, además de responsable de la newsletter EL PAÍS de la mañana. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora al frente de varias secciones. Premio Dashiell Hammett por ‘El sueño de la razón’, su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

 

 

«Turistas, Pepe, y no tomates»

“Turistas, Pepe. Con divisas. Y déjate de criar tomates y pimientos”, le repetía Jacinto Alarcón, el alcalde de Mojacar, a mi padre, el Rumino. No le hizo caso. Fue su ruina.

Mi artículo de hoy, domingo, 17 de abril de 2022, en el diario La Voz de Almeria.

Para quienes no puedan leer el texto tan pequeño en la página de La Voz, copio y pego el mismo texto en Word con un cuerpo más grande. Sé por qué lo digo. Ahí va:

“Almería, quién te viera…” (19)

 “Turistas, Pepe, y olvida los tomates”

 J. A. Martínez Soler

Nuestro vecino Jacinto Alarcón, pariente de los dueños de El Molino, fue nombrado alcalde de Mojácar. Sus tierras eran colindantes con las nuestras. También lindaban con la playa, como las nuestras. Mi padre le dijo que nuestro pozo daría agua para todos. La vendería a los vecinos a un precio justo para pagar las deudas del pozo y la hipoteca de nuestra casa.

Había comenzado con buen pie la década de los sesenta. El sueño de mi padre se había hecho realidad en el verano del 1961. Pero el alcalde no parecía dispuesto a dejarse los cuartos en abancalar sus tierras y canalizar el agua de nuestro pozo hasta ellas. Mi padre era buen amigo suyo. Y viceversa. Jacinto Alarcón me lo demostró al darme su pésame, tan emocionado, muchos años después, en 1997, cuando murió mi padre, el Rumino.

A principios de los años sesenta, ambos mantuvieron un desacuerdo permanente sobre el futuro de sus tierras y de las nuestras. Mi padre, un hombre del desierto de Tabernas, buscaba el agua como loco. Era, como digo, un soñador del agua. En cambio, Jacinto, que se crio en El Molino, a los pies de la hermosa fuente árabe de Mojácar, rodeado de una vega feraz, buscaba el turismo como base del futuro de su pueblo.

Jacinto nos contó lo que sabía de Marbella y Benidorm. Vio los primeros carteles de “Spain is different”. Para él, eso era el principio de algo. Aseguró que estaba dispuesto a regalar tierras del Ayuntamiento a quien quisiera establecerse allí con algún negocio hotelero o a gente famosa que dieran fama a Mojácar y atrajeran a otros visitantes ilustres. “Turistas, Pepe. Con divisas. Y déjate de criar tomates y pimientos”, le repetía Jacinto.

– “¿Serás ceporro?”, le replicaba mi padre. “¿Vas a esperar a que venga alguien rico o famoso hasta aquí? Si no tenemos ni carretera para coches. ¿Quién conoce Mojácar? Los turistas vendrán andando. Solo hay caminos de herradura. El autocar de Alsina Graells pasa por Garrucha, allí descarga a los mojaqueros, que siguen a pie, y continúa hasta Vera. ¿Turistas en Mojácar? Desde luego, estás como una cabra”.

Los primeros tomates colorados coincidieron con el agotamiento del crédito hipotecario de mi padre. La finca había cambiado como de la noche al día. Grandes bancales planos y escalonados, separados por balates de piedras, caballones en perfecta formación, estiércol, abonos, encañados donde atar las tomateras con esparto, y una cuadrilla de trabajadores. Todo eso había acabado con los recursos familiares.

En Semana Santa, pudimos cosechar los primeros tomates, pequeños, duros y con buen color, listos para llevar a la alhóndiga de Cuevas de Almanzora que regentaba el alcalde, el señor Caicedo. Los llamaban “tempranos”. En verdad, eran los primeros tomates del mercado. Por algo Almería es la tierra de los tempranos, según los cantes flamencos. Me pregunto si sería también almeriense el famoso bandolero de Sierra Morena, José María “El Tempranillo”.

Al atardecer, recolectamos los más maduros, entre cientos de tomates verdes y muchísimas flores amarillas que prometían la cosecha del siglo. Cargamos un montón de cajas de tomates en el carro.

Si todavía planto yo tomateras en mi diminuta huerta de jubilado es por recuperar aquel aroma de mi adolescencia. Huelo profundamente mis recuerdos. Cuando ahora cosecho mis tomates, me como alguno, allí mismo, a mordiscos, antes de llegar a la cocina. Sin sal ni nada. Herencia de La Rumina.

Antes del amanecer, aún de noche, partimos hacia Cuevas tirados por nuestro burro, el único animal que nos quedó en el establo-corral. Sobrevivió a la llegada del tractor porque le necesitábamos para ir a por agua potable a la fuente de Mojácar. La del pozo era buena para el riego, pero no para el consumo humano. Por lo visto, tenía mucha cal. “Muy dura”, decían.

El viaje, lento y largo, nos dio tiempo para repasar, y disfrutar, la odisea de mi padre: su viaje épico desde el secano hacia el regadío. Él estaba muy orgulloso de su hazaña. En esa época, le admiré mucho por su fe y su constancia al perseguir su sueño. Mi padre no se rendía fácilmente. Mi madre lo resumía con dos palabras: “cabezón” y “testarudo”.

Al llegar a Cuevas, en un abrir y cerrar de ojos, sin subasta, mi padre colocó las cajas en un santiamén a un precio alto que él consideró muy bueno. Como contable que era, calculó rápidamente la fortuna que tenía en sus tomateras aún en forma de flores. Con esa cosecha tan espectacular pagaría los plazos de la hipoteca con holgura y le sobraría para la siguiente cosecha. Regresamos eufóricos. Reconstruimos, una vez más, el cuento de la lechera. Hasta el burro, que tiraba de un carro vacío, iba contento. Al fin, nos sonreía la fortuna. El esfuerzo, el riesgo y la constancia de mi padre recibían su premio. Mi madre, aunque sin alharacas, también se alegró. Eso, por lo mucho que ella odiaba La Rumina, sin luz ni agua corriente, lo llegué a considerar amor verdadero.

Años más tarde, enseñando Economía Aplicada en la Universidad de Almería, comenté a mis alumnos la frase que oí a un viejo cortijero de Cuevas en el año de la gran cosecha. Para un adolescente, era, sin duda, enigmática: “Nada como una buena granizada o una gota fría a tiempo para matar la mitad de las flores, reducir la cosecha y llenar nuestros bolsillos de pesetas”.

Mi padre, como muchos agricultores de la época, no llegó a comprender bien, ni a aceptar de buen grado, que la ley de la Oferta y la Demanda seguía vigente. A pesar de ello, después de lo que ocurrió aquel verano, nadie puede culpar a mi padre de su ruina.

¿Quién manda sobre las nubes, sobre el pedrisco, sobre el buen tiempo o sobre las subvenciones imprevisibles del Gobierno al tomate de Canarias?

En junio, la primera gran cosecha de tomates de La Rumina fue espectacular. En cantidad y en calidad. El carro se quedó pequeño para tanta producción. Contentos aún, pero barruntando ya una eventual caída de precios por la abundancia de oferta, alquilamos una camioneta con remolque. Aquel verano, todos los agricultores del Levante español tuvieron una hermosa cosecha… y se desplomaron los precios.

Al llegar a la alhondiga, mi padre dio la orden de retirada al conductor de la camioneta: “Da la vuelta. Nos volvemos a casa. A ese precio, echaré mis tomates a los cerdos”.

Con el dinero de los tomates tempranos, que había vendido a buen precio, compró sesenta cochinillos y construyó un montón de pocilgas con sus patios y piletas correspondientes. Los precios de los tomates a la baja y los tipos de interés del dinero al alza formaron dos curvas que, en un punto determinado, se cruzaron en forma de tijeras. El punto donde apretaban esas tijeras era precisamente en el cuello del deudor. El cuello de mi padre. Adiós, Rumina. Para un niño como yo, que allí se convirtió en adolescente, fue una experiencia intensa, de ensueño. También dolorosa.

En invierno, vendió el cortijo. Pagó a tiempo las deudas del pozo. Un día triste me dijo: “Fue como vender el coche para pagar la gasolina”. También liquidó la hipoteca de nuestra casa. Por si acaso, la puso a nombre de mi madre. Ya no viviríamos bajo un puente. Al fin, para mi mayor confusión, una noche oí a mis padres llorar y reír a la vez. ¿Sublime o ridículo? Los escuché sentado, petrificado, en silencio, oculto en la escalera de mi casa, la noche en que me hice mayor.

¡Qué razón tenía mi vecino Jacinto, el alcalde de Mojacar! La tierra que teníamos a la orilla del mar, con vistas a Mojacar, es hoy una de las joyas del turismo en Andalucía. De La Rumina solo quedó la noria árabe y el nombre de una calle con chalets de lujo. Y -cómo no- la belleza de mis recuerdos.

En mi mula con mi hermana Isabel en La Rumina.

La Rumina, con nuevos dueños

Con Ana, mi esposa, y mis hijos Andrea y David, en la fuente árabe de Mojacar donde yo cargaba los cántaros en mi burro cuando era niño.

Trillando en la era de La Rumina. Cambiamos cereales de secano por tomates de regadío.