Se encontraron en el asiento trasero de mi taxi. Él venía del dentista, y a ella le hacía gracia besar su boca medio dormida por la anestesia. Así que le besó y le dijo luego: Besarte es como besar a un medio muerto. A él, sin embargo, le resultaba raro no sentir nada con la mitad de su boca, aunque no llegó a decir a qué mitad se refería: si a su mitad dormida, o a la despierta.
Olvidé aquella anécdota (sucedió hace meses) hasta el día de la muerte de Gabriel García Márquez (Gabo para mis adentros). Desde entonces he comenzado a sufrir la misma extraña sensación de aquel chico en mi taxi, aunque en lugar de con los labios, escribiendo. Ahora, cada vez que me planto delante de un teclado, noto medio cuerpo anestesiado, como si intentara besar las palabras y no sintiera más que la mitad de ellas, o la mitad de mis dedos sumando letras.
Ahora que perdí por siempre a mi padre literario, sólo me apetece imaginar que soy taxista en las calles de Macondo. Y que todos mis clientes son Melquiades.