Hace dos semanas conocí en mi taxi a un detective privado especializado en pleitos de divorcio. Le di mi tarjeta y al día siguiente me llamó para un desplazamiento, y después para otro más, y a medida que cogimos confianza acabé colaborando activamente en sus pesquisas. Le convencí de que los taxis se movían por la ciudad con total soltura, sin levantar sospecha aunque siguieran de cerca a otros coches. Así que, por probar, me pidió investigar a una mujer que presuntamente le estaba siendo infiel a su marido, para lo cual me tendió un par de fotos, unas señas, y una hora aproximada. Yo le cobraría lo que marcara el taxímetro durante el tiempo y el recorrido del seguimiento.
Y así lo hice. Me planté en la parada de taxis contigua al portal de la mujer, y en apenas diez minutos salió, tomó el primer taxi de la parada, y yo les seguí de cerca. Bajó del taxi en un centro médico especializado en oncología. Pudiera ser, en fin, que en lugar de serle infiel al marido, llevara su enfermedad en secreto. Terca vida.