Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Nadie es lo que parece

FOTO: CJS*64

FOTO: CJS*64

Hace dos semanas conocí en mi taxi a un detective privado especializado en pleitos de divorcio. Le di mi tarjeta y al día siguiente me llamó para un desplazamiento, y después para otro más, y a medida que cogimos confianza acabé colaborando activamente en sus pesquisas. Le convencí de que los taxis se movían por la ciudad con total soltura, sin levantar sospecha aunque siguieran de cerca a otros coches. Así que, por probar, me pidió investigar a una mujer que presuntamente le estaba siendo infiel a su marido, para lo cual me tendió un par de fotos, unas señas, y una hora aproximada. Yo le cobraría lo que marcara el taxímetro durante el tiempo y el recorrido del seguimiento.

Y así lo hice. Me planté en la parada de taxis contigua al portal de la mujer, y en apenas diez minutos salió, tomó el primer taxi de la parada, y yo les seguí de cerca. Bajó del taxi en un centro médico especializado en oncología. Pudiera ser, en fin, que en lugar de serle infiel al marido, llevara su enfermedad en secreto. Terca vida.

¿Quieres ser inmortal?

FOTO: John Fante

FOTO: John Fante

Lo bueno de creerse inmortal (mientras no se demuestre lo contrario) es la pérdida del miedo. A menudo el miedo nos colapsa, arrincona, hasta el punto de atar nuestras alas y por tanto reducirnos a una vida a ras del suelo: miedo, por ejemplo, al desempleo, miedo a caer mañana enfermos, miedo a la incertidumbre, miedo a lo desconocido, miedo al desamor, o a la cicatriz del desamor. Para el inmortal todo esto no son más que piedras en el zapato, tropezones sin importancia en un viaje sin fin.

El inmortal sólo busca vivir intensamente y disfrutar del momento y el azar: volcarlo todo en cada instante sin pensar las consecuencias (o a pesar de ellas).

John Fante vivió como un mendigo, Bukowski vivió como un mendigo. Pero ambos demostraron ser inmortales, o al menos carecían de ese miedo que impide a los mortales avanzar. Los dos acabaron muriendo, cierto, pero esto no fue más que un error de cálculo: morir no estaba en sus planes. Simplemente se equivocaron muriendo después de haber vivido convencidos de su inmortalidad.

Tal vez se trate de eso. De obviar la muerte y creernos únicos. Y, por supuesto, avanzar.

Y sin embargo

IMAGEN: Wikipedia

IMAGEN: Wikipedia

Tiene que ser terrible acompañar a tu novia a un centro comercial en calidad de asistente, llevarle las bolsas y opinar coaccionado acerca de lo bien que le quedan cada uno de esos quince vestidos y otros tantos pantalones y zapatos y bolsos aunque acabe comprando una sola cosa y que luego, al día siguiente, como por combustión espontánea, te deje. Que te acabe llamando por teléfono e inesperadamente te suelte:

-Mira, lo he estado pensando y se acabó, Jaime. Se acabó.

…y tú sólo pienses en lo paciente que fuiste ayer mismo, aguantando esas largas colas en los probadores, buscando una y dos tallas más de cada uno de los treinta y siete vaqueros que ella te iba lanzando por encima de la cortinilla, escuchando siempre la misma cantinela («Es que en esta tienda tallan por debajo de la talla real») aunque en esos instantes de la tarde hubiera fútbol, copa del Mundo nada menos, y tú en secreto hubieras preferido estar en el bar, viendo el partido con tus colegas y unas cervezas, y si al final la acompañaste sólo fue para que ella, en fin, valorara tus preferencias. Ella por encima de cualquier otra cosa.

Y luego va y te deja.

Menos mal que España perdió por goleada (cinco a uno, vaya baño) y te ahorraste sufrir la humillación en directo.

Pero ahora estás solo. Por suerte y por desgracia ahora estás solo.

-Qué ingrata es la vida a veces -me dices desde el asiento trasero de mi taxi.

Y sin embargo, pese a todo o, tal vez, a propósito de todo, te ríes.

Silicona

FOTO: Serge Saint

FOTO: Serge Saint

Cuando murió su marido, Teresa empleó el dinero del seguro en operarse las tetas.  Fue su particular forma de rendirle homenaje: El difunto era instalador de ventanas de aluminio, y su ropa y sus manos solían desprender cierto olor a silicona. Por eso le pareció un buen tributo operarse y llevar la silicona dentro, lo más cerca posible del corazón.

-Mis tres tallas más son por mi Paco – sentenció Teresa en mi taxi.

También me enseñó la boquilla de la pistola de silicona que encontraron junto al cuerpo de Paco nada más caer por accidente del quinto piso de su última reforma. Siempre la llevaba consigo, en el bolso.

Pero además me acabó confesando que, desde su aumento de pecho, los hombres se fijaban mucho en ella. Tuvo un par de relaciones, pero no soportaba que nadie le tocara o se acercara siquiera a sus prótesis. Lo consideraba una ofensa a la memoria de su Paco, y los hombres acababan huyendo de ella tomándola por loca. Así pues, los nuevos pechos de Teresa provocaban un efecto rebote en los hombres. En fin, complejo mundo.

Mapa del cerebro humano

Callejero

La mujer con pinta de extranjera en cualquier parte subió en mi taxi y me pidió que la llevara a la Plaza de los Afligidos. No me sonaba esa plaza, así que busqué primero en el navegador y como no aparecía, tiré después de callejero, por la letra A: tampoco.

-Está en el casco histórico -añadió la mujer.

Abrí el callejero por si la plaza en cuestión se hubiera colado por entre las calles del centro. Así dispuesto, con sus líneas anchas y sus cruces y sus rotondas, el callejero parecía un mapa del cerebro de alguien complejo aunque bien estructurado. Pensé que la Gran Vía podría ser el pensamiento canalizador de muchos otros pensamientos. El amor, por ejemplo. Y las calles adyacentes y los cruces, amores pasados más o menos largos, o gruesos, o intensos, o que acabaron derivando en algo más grande, o que murieron en callejones sin salida.

Al final resultó que la Plaza de los Afligidos no pertenecía a Madrid, sino a Alcobendas. Es decir, que el afligido correspondía a un cerebro mucho más pequeño, o con menos experiencia en el amor. Lo cual me tranquilizó bastante.

Picos

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

El sábado opté por disfrazarme de ciudadano medio y a cosa de las ocho y media aparqué mi taxi y tomé asiento en un bar para ver la final de la Champions. No sabía a qué equipo animar, ni por qué motivo intrínseco tendría que decantarme por uno u otro, así que animé a los dos por igual. Marcó el Atleti e instintivamente abracé a un señor orondo con bigote, el cual llegó a besarme en el cuello (¿?). Después, cuando marcó el Real Madrid en el último instante, di un respingo y salté oé oé oé con un grupo de chavales de mi izquierda. El hombre del bigote me miró con extrañeza, así que fui a abrazarle de nuevo, pero esta vez me dio la espalda.

Qué voluble el ser humano, pensé.

Acabó el partido, volví a mi taxi y celebré la victoria con mis usuarios vikingos y lloré con los colchoneros. Fue una noche de emociones enfrentadas: sentí alegría y tristeza a la vez. Exactamente igual que el resto de los días. Pero al menos, en este caso, había un motivo.

Solo

A veces el fantasma de la soledad parece imperceptible porque pesa más que la paja y se enquista en el fondo. La paja es toda esa apariencia de compañía que te rodea: recibes decenas de mails a diario, pero muchos son publicidad (¿cursos a distancia?, ¿descuentos en viajes?, ¿Viagra?), o laborales (plazos, bancos, facturas), o gente que apenas conoces pidiéndote cosas, favores: que enlaces lo suyo en lo tuyo, o que utilices tu influencia para encontrarles curro. Paja es también tu número de followers en Twitter (¿a cuántos de esos miles conoces en persona, escondidos la mayoría detrás de un avatar impostado?), o tus cientos de “amigos” en Facebook, con sus fotos en la Rivera Maya, o sus perfiles sentimentales a la vista. Pinchas en cualquiera y apenas recuerdas cuándo o por qué lo agregaste, o si alguna vez hablaste con él o con ella en privado.

Y en tu taxi, los diálogos van y vienen. Nadie se queda.

Estás solo y sin embargo rodeado cada vez de más gente, y entonces te preguntas qué hiciste o dejaste de hacer para acabar pasando desapercibido aunque no invisible para tanta gente. Qué hiciste mal. O qué hiciste bien.

Otra carta de amor

FOTO: @yeyodebote

FOTO: @yeyodebote

Ya lo ves. Toda buena historia comienza de noche y diluviando, y acaba con el sapo convertido en príncipe, y la princesa exportando todas las perdices que le sobran. Tú naciste princesa y lo serás por siempre. Yo, sin embargo, fui el sapo. Y la noche. Y la lluvia. Anduve mucho tiempo, demasiado, buscándome a mí mismo en un pozo sin fondo. Quién me iba a decir que aquel pozo, al final, sería un túnel, y tú la luz. O dicho de otro modo: tanto me busqué que te acabé encontrando. O dicho de otro modo: ya no soy capaz de entenderme sin ti. O dicho de otro modo: Sólo los hombres con suerte, cuando tocan fondo, entre el fango encuentran pecios y cofres con tesoros.

Gracias a ti ahora sé que el amor, como la vida, son dos medias naranjas exprimidas por igual: Imposible entender una mitad sin la otra. Se acabarían secando y, por tanto, muriendo solas. Yo no quiero morir solo: prefiero desvivirme por ti. Ser el beso medio lleno de tu boca. Y no cansarme nunca de casarme contigo.

(Fragmento del texto que leí el pasado sábado en mi boda)

Humildad

FOTO: JD Hancock

FOTO: JD Hancock

No soy nada bueno recordando caras, pero la suya se me quedó: cincuenta años, ojos altivos, traje de chaqueta y maletín. Viajó en mi taxi hace cuatro años o cinco años, tal vez más. Lo recuerdo porque llamó mi atención su chulería emprendedora. Me habló del éxito y de lo fácil que era hacerse millonario en esta España nuestra: “Aquí el que no se hace de oro es porque no quiere, o porque no vale, o porque es un vago redomado”. Llegó a insinuarme que yo, como taxista, entraba en su categoría de tonto incapaz de aprovechar la ola del dinero fácil.

El caso es que ayer mismo, entre carrera y carrera, pasé por una de esas hamburgueserías que te atienden sin bajar del taxi. Entré en la línea, hice mi pedido a un altavoz, y al pasar por ventanilla, ahí estaba él: con su gorra, su uniforme azul y su diadema walkie-talkie. Al tenderme mi comida nos cruzamos las miradas. Creo que llegó a reconocerme (ya que al instante agachó la cabeza), aunque no estoy seguro.

Le pagué, comprobé mi pedido y en esto le dije:

-Disculpe, pero esto está mal. La pedí con extra de pepinillos.

Desnudo integral

Escena del Film Under The Skin

Escena del Film Under The Skin

Llamadme raro, pero PAGARÍA por tener la certeza de no ver nunca el desnudo integral de ciertas divas. Casos como el de Scarlett Johansson sólo demuestran que la imaginación siempre será más generosa que la cruda realidad, por escultural que esta sea. O dicho de otro modo: la imaginación nunca decepciona, y sin embargo preferimos decepcionarnos con tal de saciar nuestra cuota de poder en la sombra.

Esta nuestra generación de consumo rápido y masivo genera tal grado de insatisfacción y ansiedad, que tiende sin querer a lo insaciable. Asumimos que ahora TODO es posible gracias al dinero, aunque nos acabe decepcionando o acabemos pensemos: «Bah, al final no era para tanto». Es posible acabar viendo desnuda a cualquier celebridad siempre que detrás exista un nicho de mercado lo suficientemente rentable (no somos ricos, pero somos muchos: lo cual en suma nos convierte en ricos). Si el foco del deseo se centra, por ejemplo, en la ex cándida Miley Cyrus, no es de extrañar que acabe lamiendo martillos desnuda, y que ese video rompa los rankings de visitas en YouTube.

Así somos, en fin, o en esto nos han convertido. Aunque no queramos. Aunque echemos de menos una ficción integral sin límites.