Es difícil ser feliz a veces. Es difícil esquivarse a uno mismo y no caer, en fin, en tus propios demonios, o evitar ahogarte en la monotonía de tu misma voz. Escucharte a veces cansa, o no te entiendes, o te entiendes demasiado pero evitas asumir las evidencias, ya sabes, cuando la razón pelea a muerte contra el instinto. Y si quieres, no puedes; y si puedes, no quieres querer, porque tu ángel se disfraza de diablo y viceversa, y es un lío. Suerte que aprendiste al menos a disimularlo bien.
Y a pesar de tus conflictos, a pesar de esa burbuja que a menudo te ensimisma y te abstrae del mundo, si montas en un taxi y el taxista comienza a hablarte del tiempo, tú te integras con soltura y agradeces obviar, por un instante, tus conflictos y volcarte en lo banal.
Y en momentos como ese es cuando piensas: qué cómodo sería simplificar tus pensamientos, apartar esos demonios y simplemente vivir el ahora, el sol que te broncea, los detalles pequeños, comer, respirar, amar sin condiciones, no escucharte. Asumir lo que eres. Olvidarte de ti.