Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Olvídate de ti

Fotograma del film: Eternal Sunshine

Fotograma del film: Eternal Sunshine

Es difícil ser feliz a veces. Es difícil esquivarse a uno mismo y no caer, en fin, en tus propios demonios, o evitar ahogarte en la monotonía de tu misma voz. Escucharte a veces cansa, o no te entiendes, o te entiendes demasiado pero evitas asumir las evidencias, ya sabes, cuando la razón pelea a muerte contra el instinto. Y si quieres, no puedes; y si puedes, no quieres querer, porque tu ángel se disfraza de diablo y viceversa, y es un lío. Suerte que aprendiste al menos a disimularlo bien.

Y a pesar de tus conflictos, a pesar de esa burbuja que a menudo te ensimisma y te abstrae del mundo, si montas en un taxi y el taxista comienza a hablarte del tiempo, tú te integras con soltura y agradeces obviar, por un instante, tus conflictos y volcarte en lo banal.

Y en momentos como ese es cuando piensas: qué cómodo sería simplificar tus pensamientos, apartar esos demonios y simplemente vivir el ahora, el sol que te broncea, los detalles pequeños, comer, respirar, amar sin condiciones, no escucharte. Asumir lo que eres. Olvidarte de ti.

Medio hombre solo

FOTO: Jimmy Baikovicius

FOTO: Jimmy Baikovicius

Un hombre se dejó una maleta olvidada en el maletero de mi taxi, así que abrí la maleta por ver si contenía información que pudiera llevarme a él. Apenas encontré ropa arrugada, calcetines, calzoncillos, un neceser con artículos de aseo, y un solo zapato del pie derecho metido en una bolsa de tela. Aquello me extrañó sobremanera, ya que el hombre, estoy seguro, subió y bajó del taxi normalmente, con sendos pies; pero rebuscando en un bolsillo interior de la maleta, encontré la foto de una mujer de cuerpo entero, a la que le faltaba la pierna izquierda. Pensé entonces que aquel zapato derecho podría ser un símbolo de unión entre los dos, una suerte de equilibrio cósmico entre ambos, por muy lejos que se encontrara el uno del otro.

Dejé la maleta en la oficina de objetos perdidos con mi número de teléfono y a los dos días recibí la llamada de una tal Carmen, dándome las gracias. Reconocí esa voz de inmediato: era el mismo hombre que olvidó su maleta en mi taxi, imitando la voz de una mujer. En fin, fascinante.

La España amnésica

Castigo Corpus Meum

Castigo Corpus Meum

Se puede domesticar la rabia al igual que un avión puede volar en modo piloto automático. Sólo hacen falta dosis de tiempo y no caer por el camino. Lees una noticia que te indigna, pero al rato lees otra aún más indignante que suple o anula la anterior y así día tras día, noticia tras noticia, hasta que olvidas cuál era realmente tu umbral del dolor. Un padrastro duele menos que un golpe en la espinilla, pero ambos duelen menos que un hachazo por la espalda. Y a medida que nos vamos magullando, no sólo olvidamos aquel primer padrastro, sino que llegamos, incluso, a echarlo de menos.

Es la amnesia selectiva que sufre este país. Un partido político te da una serie de puntapiés en la pierna izquierda, pero luego viene otro que te arrea guantazo tras guantazo en plena cara, y es en estos momentos cuando echamos de menos las patadas. Y luego, el heredero de esos golpes, sale por la tele en pleno prime time marujil prometiendo abolir el maltrato. Pero el maltrato animal, y a excepción de si el que maltrata es José Tomás y en lugar de lanzas, usa espada y «mucho arte».

Y el público, sediento de contradicciones asumibles, aplaude enfervorecido.

El muro

FOTO: Jose Mesa

FOTO: Jose Mesa

Dando vueltas por dentro y por fuera de mi taxi, con los ojos como platos hambrientos, me detuve en una frase escrita en un muro de la calle Farmacia que llamó mi atención. Decía: “Carmen, te echaré de menos”, pero faltaban datos ahí. ¿Quién era Carmen? ¿Qué sucedió entre ellos? ¿Acaso estaba muerta?

De modo que saqué de la guantera mi rotulador de punta gorda, salí del taxi, escribí debajo: “¿Quién es Carmen? ¿Falleció? En tal caso, lo siento de veras” y con estas me marché.

Al rato volví a pasar por el mismo muro. Para mi sorpresa, alguien había escrito justo debajo de mis preguntas: “Qué va. Era mi novia y me dejó por otro”. Seguía sin parecerme suficiente, así que volví a escribir en la pared: “¿Por qué crees que lo hizo?”. Regresé a los diez minutos y entonces me encontré con una cola de gente escribiendo en la pared. Cada uno contestaba la pregunta anterior, metiéndose en la piel del aludido, o de la tal Carmen, según el caso. Y cuando ya estábamos a punto de desentrañar la fórmula exacta del amor, el porqué de los fracasos sentimentales, llegó la policía y nos multó a todos.

Cuando sólo eres azar

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

También hay gente adicta al azar, gente que necesita engancharse a un orden aleatorio en el que rebozar su pasado mal resuelto. La adicción al juego es el pan rallado de la croqueta que algunos tienen en la cabeza. El alcohol y las drogas, además, adhieren el pan a la croqueta, generando cierta falsa sensación de consistencia. A menudo descubro al adicto en mi taxi porque insiste en dar la impresión de control sobre sí mismo. Te indica un destino fingiendo normalidad, buscando hacerte partícipe del devenir de su suerte: lléveme al bingo, a ver qué tal se da la cosa. Y te dan buenas propinas como muestra de desapego al dinero, pero también para ganarse tus bendiciones.

No conozco a un solo adicto al juego que gane más de lo perdido y lo saben: nadie es idiota en lo referente al dinero, pero encuentran en el juego una pulsión superior. Cuando juegan no se escuchan: son sus vacaciones de sí mismos. Sin embargo, la adicción al juego no es inherente al ser humano. Va por países y España, por supuesto, lidera el ranking.

Cancún

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Cuando el amor no es suficiente garantía, compramos frigoríficos a plazos. Nos dejamos llevar por el reclamo —¡¡¡Pague en doce meses sin intereses!!!— ,  lo cual resulta falso, o al menos inexacto: oculta el «interés» de seguir juntos durante el resto de las cuotas. De modo que firmar un pago aplazado se acaba convirtiendo en otra forma de ampliar la temporalidad de las parejas. El compromiso ahora se llama frigorífico,  y cada vez que lo usen y saquen un brik de leche, o las sobras del pollo de ayer, o coloquen media docena de huevos, ese preciso golpe de aire frío conservará también sus ganas de seguir juntos.

Y ese amor No Frost perdurará porque es tangible, no como otros…

Me refiero, por ejemplo, a los viajes aplazados. Me refiero a disfrutar de quince días en un Todo Incluido en Cancún y pagarlo a posteriori, a seis o doce meses (siempre en número par). Ahí no hay puerta fría que abrir, sólo recuerdos. Por eso el marco sobre la tele con una foto de los dos en el resort, tumbados y morenos, tomando daiquiris. Esa foto os dará motivos para seguir pagando. Aunque viajéis ahora en silencio en mi taxi, hastiados el uno del otro, en el trayecto del aeropuerto a casa.

Born to be guay

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

En mi infancia, los coches de choque me sirvieron para distinguir entre dos clases de niños: los que buscaban chocarse, y los que esquivaban los golpes. Entre los primeros había auténticos suicidas capaces de dañarse con tal de golpear al contrario, buscando el choque frontal sin estrategia alguna, ya que otros, al menos, buscaban encerrar al contrario para minimizar su daño (lo cual les hacía igual de crueles aunque bastante más listos).

Yo, por supuesto, era de los pocos que evitaban chocar y ser chocados. No entendía qué podía haber de divertido en golpear a nadie. Me ceñía simplemente al placer de conducir a mi aire: born to be guay; vive y deja vivir.

Con los años, ya ves, me hice taxista, y el que chocaba de frente ahora es portero de discoteca, y el que empleaba la estrategia de encerrar al contrario ahora trabaja encorbatado en uno de esos bancos que en su día colocaron Preferentes.

Así que a los hechos me remito: si quieres saber qué será de tus hijos en un futuro, llévalos a los coches de choque y observa atentamente cómo se comportan.

Canciones que incendian el alma

FOTO: PublicDomainPictures

FOTO: PublicDomainPictures

Algo sigue vivo dentro cuando escuchas canciones de antaño y te encharcan igual que antes, te aíslan igual que antes, te trasladan al mismo lugar de aquella primera escucha que encendió la chispa, o a esa exacta chica asociada al momento aunque no recuerdes su nombre, o qué habrá sido de ella.

No sé qué tendrá la música y su extraña cualidad de etiquetar tus emociones, Enjoy the silence cuando sobran las palabras, Eye in the sky cuando buscas comprimir belleza calma en un instante, Are you gonna be my girl para sentirte canalla, Aviones Plateados para la huir con el rabo entre las piernas, Always on my mind para amores desnudos sin peros en la lengua, Creep para la rabia, There´s a light that never goes out para mezclar melancolía y optimismo, o aquella de los Piratas, Años 80, cuando necesitas mostrarle el dedo al espejo, o Somebody that I used to Know (o Y Sin Embargo) para esa fina línea entre el ni contigo y ni sin ti. O qué decir de Losing My Religion.

Cuántas piedras en el mechero que avivan la llama. Qué pirómano me siento.

Malditos adultos

FOTO: Nelson de Witt

FOTO: Nelson de Witt

Cuando evitas lanzarte a bomba en la piscina porque ya no procede a tus treinta y tantos, cuando pides un triste cucurucho en el quiosco de helados aunque en secreto te siga apeteciendo un drácula, ahí te das cuenta que crecer es una pose, una trampa mortal enfocada a ampliar nuevos nichos de mercado, o a borrar cualquier rastro de lo que en esencia fuimos.

Nadie muere a bordo de un coche de juguete, nadie muere abatido por pistolas de agua, nadie muere fingiendo fumar cigarrillos de chocolate, nadie muere adicto al refresco de naranja, ni por sobredosis de caramelos, pero los coches matan, las balas matan, el tabaco mata, el alcohol mata y las pastillas matan. Así que crecer, tal vez, no sea más que una postura peligrosa y que los años, en verdad, nos hagan más cínicos y tontos, y ansiemos los mismos juguetes pero más letales. Echemos un vistazo atrás y pensemos por qué realmente dejamos de hacer muchas de esas cosas que nos entusiasmaban.

Somos niños disfrazados hasta el día en que olvidamos para siempre que llevamos un disfraz.

Cómo mantener la cordura

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Banderas de España made in Taiwan. Treinta y seis canales emitiendo anuncios al mismo tiempo. Yogures que te regulan el tránsito. Textos xenófobos en diarios de tirada nacional. Dispensadores de palillos eléctricos con base autoadhesiva. Ácido hialurónico para los pómulos, para los labios. El poder cicatrizante de la baba de caracol. Masajes con virutas de oro. Dilataciones en los lóbulos de las orejas. Teléfonos móviles que funcionan debajo del agua. Chocolaterapia. Pastillas capaces de licuar la sangre. Pastillas que emulan la felicidad. Hackers insertando penes en una web de alquiler de bicis. Biodanza. Partos en piscinas. Goteras en el techo con la cara de Elvis. Un perro en monopatín cerrando el telediario. Millonarios aburridos escondiendo billetes de cincuenta en un parque público. Matarse haciendo parapente. Aplaudir cuando matan a un toro. Lanzar desde un camión tomates a la gente. Gente que acude en masa a recibir tomatazos. Drones legales según el tamaño. Pitonisas para insomnes. Llama al teléfono que aparece en pantalla y conoce tu futuro a uno treinta y dos euros el minuto (impuestos no incluidos).

¿Que no es para volverse rematadamente loco?