Llámalo pacto: yo tengo más fuerza que tú pero tú eres más fuerte que yo, así que te protejo de los monstruos que nos acechen por la calle y tú a cambio me protegerás de mis monstruos de dentro. Cuando salgamos de casa prometo andar con mil ojos (arde la calle al sol del poniente / hay tribus ocultas cerca del río) y estaré siempre dispuesto a partirme la cara con quien sea que se atreva a perturbar tu placentera calma. Haré guardia con mi taxi, limpiaré las calles a tu paso. Seré el paraguas de tu lluvia. El factor 50 de tu sol.
Pero luego, al llegar a casa, no podré evitar acurrucarme en tu regazo como un gato herido y sentir que tus caricias domestican mis monstruos. Esos monstruos que me arañan por dentro cuando cierro los ojos, que convierten en ruido el silencio cuando cierro los ojos. Ese ataque nuclear de mis demonios imposibles de aplacar ni aun con todos los bíceps o los huevos del mundo.
¿Me envidias por cuidarte por fuera? Yo te envidio por cuidarme por dentro. Por eso ese concepto de machismo o feminismo no va con nosotros. Porque no somos iguales pero sí complementarios. Nos necesitamos mutuamente y a partes iguales pero de distinto modo.
Tampoco es tan difícil de entender.