Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de junio, 2013

Pacto a la media naranja

Llámalo pacto: yo tengo más fuerza que tú pero tú eres más fuerte que yo, así que te protejo de los monstruos que nos acechen por la calle y tú a cambio me protegerás de mis monstruos de dentro. Cuando salgamos de casa prometo andar con mil ojos (arde la calle al sol del poniente / hay tribus ocultas cerca del río) y estaré siempre dispuesto a partirme la cara con quien sea que se atreva a perturbar tu placentera calma. Haré guardia con mi taxi, limpiaré las calles a tu paso. Seré el paraguas de tu lluvia. El factor 50 de tu sol.

Pero luego, al llegar a casa, no podré evitar acurrucarme en tu regazo como un gato herido y sentir que tus caricias domestican mis monstruos. Esos monstruos que me arañan por dentro cuando cierro los ojos, que convierten en ruido el silencio cuando cierro los ojos. Ese ataque nuclear de mis demonios imposibles de aplacar ni aun con todos los bíceps o los huevos del mundo.

¿Me envidias por cuidarte por fuera? Yo te envidio por cuidarme por dentro. Por eso ese concepto de machismo o feminismo no va con nosotros. Porque no somos iguales pero sí complementarios. Nos necesitamos mutuamente y a partes iguales pero de distinto modo.

Tampoco es tan difícil de entender.

¿Te pareces al prota de tu novela favorita?

Hace un par de días me pidieron los chicos de producción del Hoy por Hoy Madrid de la Cadena SER que preguntara a los usuarios de mi taxi acerca de sus libros de cabecera. El resultado de este particular sondeo lo daríamos en el programa que emitiremos hoy jueves, en directo desde la Feria del Libro de Madrid.

Dicho y hecho. Hablé de literatura con los usuarios de mi taxi y anoté uno a uno cuáles eran sus libros favoritos. Pero aparte de sus títulos me dio también por anotar su aspecto físico, buscando tal vez posibles relaciones entre un dato y otro. Y el caso es que aquella vuelta de tuerca me dejó perplejo:

Le pregunté, por ejemplo, a un hombre de avanzada edad, mirada triste y porte impecable (chaqueta, corbata y pañuelo a juego) por su libro de cabecera y me contestó sin dudarlo: «El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez», y en cierto modo el usuario en cuestión se daba un cierto aire a Florentino Ariza, protagonista de la novela.

También le pregunté a otro más joven, de aspecto extraño, el cual reconoció su pasión por American Psico de Bret Easton Ellis, y os juro que vi en él la misma frialdad que en Patrick Bateman.

Pero luego subió una mujer invidente con su perro lazarillo y su bastón, a la cual también pregunté y en este caso su respuesta me dejó pensativo: la Biblia.

Y también me sorprendió la respuesta de un tipo alto y fuerte que, según me dijo, era militar de profesión: El Principito.

O la respuesta de un joven universitario: «Introducción al estudio del Derecho Tributario».

O la respuesta de una chica de aspecto inquieto: «Las Páginas Amarillas».

O la respuesta de un hombre bastante obeso: «La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole» (este sí se parecía a Ignatius).

O la respuesta de un tipo de aspecto desaliñado: «A mí déjame de hostias y llévame al bar que te he dicho».

Nota: A veces, en fin, coinciden ciertos rasgos del lector con su obra favorita y sin embargo otras parece resultar la antítesis (tal vez no por casualidad).

¿Cuál es tu caso? ¿Crees que tu libro coincide en algo contigo?

La vocación perdida

En cierto modo todos valemos para algo. Unos son mañosos con los trabajos manuales, otros destacan por su capacidad retentiva, otros por su razonamiento lógico, otros por su paciencia, otros por su control emocional, otros por su fuerza física, otros por su sensibilidad… En una sociedad ecuánime y justa, cada cual encontraría el camino formativo que más se amoldara a sus virtudes o inquietudes para acabar viviendo por y para lo que realmente vale. Todos, en fin, sabemos la abismal diferencia (en actitud, en ganas e incluso en productividad) entre un trabajo vocacional y otro obligado.

Yo, desde que he tenido uso de razón laboral y encontré mi hueco en esa rara mezcla que es el taxi y la literatura, trabajo muchas más horas que la media y no me pesa. Es más: me apasiona. Me siento realizado llevando gente anónima de un punto a otro de la ciudad, biopsiando sus miradas, analizando sus gestos y buscando historias que llevarme al folio (o a este blog); y cada día despierto espectante por saber qué me deparará la próxima hoja en blanco.

Precisamente por eso, por creer que el impulso y el fomento de la vocación aumentaría sin duda el motor económico (y la psique y las ganas) del país, me entristece sobremanera que esta panda de cabrones sólo piensen en términos económicos. Me refiero, por supuesto, a una clase política que come de la mano de los grandes poderes fácticos, esas grandes empresas cada vez más grandes que sólo buscan aumentar su margen de beneficio (económico, siempre económico). Empresas cuya ambición desmedida les lleva incluso a diversificar su modelo de negocio hasta quedarse con todo, condenando a la ruina a cada vez más miles de PYMES y pequeños autónomos que son, o eran, los que realmente ejercían por vocación. Estoy pensando en ese costurero que tuvo que cerrar su negocio porque le plantaron en frente una mega cadena de ropa made in Bangladesh, o el frutero de toda la vida que no pudo competir con los precios de una de esas cadenas de supermercados que figuran como donantes en los papeles de Bárcenas.

Y ahora, según parece, lo más cool es hacer un Master en gestión y dirección de empresas, es decir, encontrar en no-importa-qué-negocio su máxima rentabilidad. O lo que es lo mismo: el beneficio económico como único fin. Triste, ¿no crees?

El número marcado no existe

Sin duda no existe ni existirá nunca frase más corrosiva que aquella y en ese preciso contexto, después de pensarse tanto tanto tanto si dar el paso o bien dejar que la carcoma del recuerdo le devore el cráneo, con la mano en modo párkinson sujetando el teléfono y el pulgar a punto de darle a la tecla: ¿LLAMAR?

Ocurrió en mi taxi como podría haber ocurrido en la cola del INEM o en un funeral; estas cosas suceden así, de forma inesperada: Asocias un par de ideas, te invaden de repente las ganas y de súbito el deseo es mucho más potente que las formas. El caso es que ella necesitaba saber de él ahora, urgentemente urgente, aunque sólo fuera escuchar su voz, tenerle vivo, analizar su timbre, preguntarle ¿qué tal?, me acordé de ti y pensé, voy a llamarle. No importaba que la excusa sonara estúpida: cuando el Titanic se hunde te olvidas de la mancha de ketchup en la solapa.

Sin embargo ella, al pulsar al fin la tecla de llamada, jamás llegó a prever aquel desenlace. Su interlocutor podría haber contestado en seguida, o esperar varios timbrazos para digerir el shock del remitente, o incluso saltar un «Su teléfono está apagado o fuera de cobertura en este momento», o la señal del mensaje de voz, en cuyo caso tal vez colgaría o se quedaría en blanco.

Pero en lugar de todas las opciones posibles yo también lo escuché desde mi asiento: «El número marcado no existe». Ella se quedó atónita. Tenía su número en la agenda, por eso no era posible haber marcado mal o que bailara algún número. Sin embargo volvió a llamar, y la voz aséptica de la máquina repitió lo mismo «El número marcado no existe». Y ya no hubo un tercer intento.

Lo peor de todo son las dudas que se quedan en el aire, ¿cambió de número?, ¿por qué lo hizo?, ¿le habrá pasado algo? ¿cómo saberlo? Y poco a poco la mujer comenzó a hundirse en su asiento hasta casi desaparecer (ojalá, pensaría). Y al llegar a su destino me pagó y se dejó el móvil olvidado, o tal vez lo olvidó adrede, ¿para qué llevarlo encima si él ya no existe?

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Nota: Llevé aquel teléfono a la oficina de objetos perdidos. Aunque hubiera sido mejor, directamente, haberla llevado a ella.

Lectores imaginarios

¿Crees que tu vida daría para una novela? Si comprimieras, por ejemplo, tus últimos diez años en trescientas páginas, ¿crees que tu historia conseguiría captar la atención del lector? Yo creo que depende de dónde sitúes el foco (y por lo tanto, de lo alargada que sea tu sombra).

Hay gente, por ejemplo, que vive desdoblada, como si realmente creyera que una cámara invisible le acompaña las 24 horas del día y actuara más para esa cámara que para sí mismo. Gente que se sube en mi taxi y le da más importancia al concepto que yo, como taxista anónimo, pueda tener de sus gestos o de lo que dice que a su propia mismidad; gente que se siente permanentemente observada y por consiguiente actúa o incluso sobreactúa. De hecho luego salen del taxi, se ajustan la corbata o se colocan la falda, y continúan inversos en su función atentos al escrutinio del viandante.

Esa gente vive por y para sus lectores imaginarios porque en el fondo cree que su vida merece captar el interés de los demás; sin embargo, ha perdido la noción del conjunto, el concepto de empatía, los matices más allá de sí mismos: su novela, en fin, sería un auténtico fracaso.

La libertad tenía un precio

La verdad es que me hizo ilusión toparme al fin con un usuario de mi taxi que reconociera abiertamente no sentirse libre por culpa de lo que él llamó «convencionalismos sociales», los cuales le impedían dar rienda suelta a su verdadero yo. Y reconozco que al escucharle decir eso me vine arriba yo también, y le animé a soltar aquellos lastres que frenaban sus ansias de libertad.

-Por ejemplo -le dije- en lugar de ir al podólogo, ¿adónde te gustaría que te llevara?

El hombre respiró profundo, aguardó unos segundos, y al fin me dijo:

-Al campo. A un pinar. A perderme entre los árboles. Hay uno cerca, tirando por la carretera de A Coruña.

-¿Vamos?

-¡Qué coño!, ¡que le den por culo al podólogo! ¡que le den por culo a pilates!

-¿También vas a pilates?

-Sí. Hoy. A las ocho. Pero llévame al campo, qué coño.

Giré el taxi dirección A Coruña y allá que fuimos. Por el camino el hombre se fue creciendo:

-Que le den por culo a las clases de chino mandarín. Que le den por culo al Feng Shui, a la comida macrobiótica y a las algas esas que están asquerosas. Y al Mini Cooper, que está en el taller y va a ir a recogerlo su puta madre. Y a mi colección de aviones de la Segunda Guerra Mundial. Y a Marisa, qué coño; ¡cada día está más insoportable y más mandona! Y a la hipoteca. ¡Que la pague Blesa! ¿Tienes un cigarro?

-¡Claro!

Al girarme para tenderle un Lucky vi que había comenzado a quitarse la camisa.

-Dejé de fumar hace ocho años, ¿sabes? Los peores ocho años de mi vida.

Después me percaté por el espejo que también se estaba quitando los pantalones. De hecho, bajó su ventanilla y los lanzó a la carretera.

-Por aquí, gira por aquí.

Tomé el primer desvío y pocos metros más allá me dijo:

-Párame aquí mismo. Muchas gracias, amigo. Me has salvado la vida.

Y se marchó corriendo desnudo campo a través, sin pagarme los 23,15€ que marcaba el taxímetro.

 

Viernes gananciales

infinite

Hoy sólo me sale decirte que te quiero como nunca antes quise querer a nadie, que tus tres cuartos de naranja rebosan el zumo de mi otra mitad, y que juntos y exprimidos nuestro vaso siempre estará miedo vacío. Y que me haces sentir un yonky bueno en la narcosala de tu boca porque eres, por supuesto, mi heroína. Y que en breve, bien tú sabes, daremos un paso importante, uno de tantos que vendrán después, y que en esta ocasión ya no habrá marcha atrás (o si alguna vez la hubo, ahora lo sé, sólo fue con la intención de coger carrerilla). Y que la Vía Láctea se hará nata de pura envidia, y que será mérito nuestro la baja por depresión del director de la NASA.

Y que somos uña y carne de cañón, y que fui bala perdida y hallada en tu templo.

Y ya, por pedir, te pido que mis domingo sean tus lunes, que juguemos a los siglos de martes a miércoles y de miércoles amantes. Que agotemos los jueves. Que nos cansemos en régimen de viernes gananciales.

Tatuajes para zurdos

love hate

Otro usuario de mi taxi me contó en confianza, como todos, que meses después de haberse tatuado en el brazo derecho el rostro de su difunta madre descubrió que, en realidad, aquella no era su verdadera madre sino que, en fin, era adoptado. Aquella noticia supuso para él tal shock, lo somatizó tanto, que cada vez que intentaba realizar cualquier trabajo con el brazo diestro del tatuaje (o “el brazo bastardo”, como él lo llamaba), le temblaba incontrolablemente. Pasó el tiempo y aquel tic no remitía, así que no tuvo más remedio que aprender a usar el brazo izquierdo: aprendió a escribir y a manejarse con la zurda, e incluso buscó una tienda para zurdos dada su dificultad para usar un simple sacapuntas, o unas tijeras.

Ahí fue donde conoció a Lourdes, dependienta de la tienda para zurdos, y ahí fue donde surgió su amor. Pasaron los meses, Lourdes se fue a vivir con él y también le ayudó a encontrar a su verdadera madre. Movieron Roma con Santiago hasta que al fin dieron con ella, aunque demasiado tarde: su madre biológica llevaba años muerta. Al menos consiguió una foto suya y, para guardar su memoria, decidió tatuarse su rostro en el brazo opuesto al de su madre adoptiva. Pero fue hacerse el tatuaje y de inmediato desaparecieron los temblores del brazo bastardo. Así que volvió a usar su mano diestra solo que, cuanto más la usaba, más alejado de Lourdes se sentía. Asociaba, tal vez, su amor por Lourdes con su faceta zurda y ahora se encontraba en medio de ese preciso dilema: no sabía si continuar usando su mano diestra y dejar a Lourdes, o esforzarse con la zurda y luchar por ella.

Yo no supe qué contestar, claro.

El estallido individual

furia web

Séis y cuarto de la tarde, carril central del Paseo de la Castellana. Justo en el sentido opuesto a mi semáforo en rojo, un VW Polo se cruza en seco para cortarle el paso a un carísimo e impecable BMW (el cual, supongo, le habría hecho alguna pirula previa). El del Polo (hombre de unos cuarenta años) se baja en dirección al otro conductor (hombre de unos sesenta, porte elegante), abre su puerta, se abalanza sobre él y comienza a inflarle a hostias con una furia que a todos nos deja perplejos. Pero también me sorprende la reacción de los demás conductores: absolutamente nadie hace nada. Nadie sale del coche para intentar separarlos. Sólo observamos absortos cómo el tipo del Polo continúa fostiando con creciente rabia al impávido gentelman del BMW. Instantes después llegan dos Agentes de Movilidad los cuales, en lugar de apresurarse a separarles, se acercan temerosos sin saber cómo actuar hasta que el del Polo les ve venir y decide parar por sí solo. Instantes después se abre el semáforo. Miro a la usuaria de mi taxi, ella levanta los hombros, y continuamos la marcha sin mediar palabra.

Analizando el incidente en su conjunto, me cuesta creer que aquella situación se diera a partir de una simple disputa entre dos conductores. Sin duda, en el comportamiento enloquecido del tipo del utilitario había algo más. Tal vez aquello fuera el detonante de una ira acumulada a lo largo de todos estos años de crisis y desánimo que acabó canalizando, precisamente y no por casualidad, contra un hombre de más alta escala social. Tal vez me equivoque, pero en aquella paliza noté cierto sabor a lucha de clases, a venganza cuerpo a cuerpo de un obrero machacando a hostias al señorito intocable que estrena coche caro.

A menudo nos preguntamos qué más tiene que pasar para que se produzca un estallido social de dimensiones cósmicas. Pero visto lo visto, es posible que el estallido en cuestión no llegue a presentarse de forma organizada y grupal, sino que ya se está viendo a partir de pequeños y aislados detonantes: el estafado por las Preferentes que en un arranque de ira acuchilla al director de su sucursal bancaria, el parado que aprovecha una disputa de tráfico para desatar su furia… Y lo curioso es que el resto, precisamente por no hacer nada, ya se está posicionando. En cierto modo creo que nadie salió de su coche para separar al hombre del Polo porque, en el fondo, el otro tipo estirado exhibiendo cochazo no nos dio ninguna pena. Y esa falta de sensibilidad colectiva ya es algo. Y ese algo empieza a dar miedo.

Resentidos

Me sobrevino a la vez una otitis y la alergia primaveral de todos los años. Fui al médico y me recetó un colirio para la alergia y unas gotas para la otitis, así que compré en la farmacia los dos botecitos, me eché las gotas y salí a trabajar con mi taxi.

El caso es que, casi de inmediato, comencé a sentirme raro. Entró en mi taxi un usuario y, al decirme su destino, me sorprendió comprobar que en realidad le estaba escuchando con los ojos. Me giré hacia él y también comprobé que sólo podía verle a través de los oídos. Nervioso, cogí los dos botes y, en efecto, resultó que me había echado las gotas de los oídos en los ojos y viceversa. En cualquier caso, continué trabajando como si nada durante el resto del día.

Luego llegué a casa. Estabas dormida. Se me ocurrió mojarte los labios con un par de gotas para los oídos y yo mojarme los míos con las gotas para los ojos. Y al besarte pude ver y escuchar tus labios, y y en esa dislexia de sentidos te quise más que nunca.

En serio. Probadlo.