Falta menos de una hora para que expire el mandato de Joseph Kabila en la República Democrática del Congo. A medianoche Kabila ya no será un presidente legítimo. En la capital, Kinshasa, nos recomiendan quedarnos en casa sin movernos hasta nuevo aviso por la incertidumbre que rodea el país. Nos han cortado al acceso a las redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram son inaccesibles y Whatsapp, intermitente. El acceso a Internet es limitado.
Las calles en la capital esta mañana estaban vacías, el tráfico en ebullición que normalmente caracteriza el boulevard de Kinshasa era inexistente, una ciudad fantasma. Todos los comercios permanecieron cerrados y los vendedores ambulantes y taxistas tampoco se encuentran en su sitio habitual.
Desde el sábado la ciudad se ha ido paralizando y la República Democrática del Congo es un escenario repleto de fuerzas de seguridad y militares, un festival de patrullaje de tropas de la ONU y del Ejército, desplegado por todas partes dispuesto a neutralizar cualquier protesta.
Hasta ahora la tensión sólo ha explotado en la Universidad de Kinshasa, donde un grupo de estudiantes se ha manifestado a las puertas con gritos como “Kabila Doit Partir” (Kabila debe marcharse). El Ejército y la policía han tardado muy poco en dispersar al grupo.
El Gobierno ha justificado el retraso de las elecciones a abril del 2018 alegando la falta de recursos. Excusa que nadie se cree. Esta noche y mañana están todas las alarmas puestas. Se teme un escenario de tensión como el de las últimas protestas, en septiembre, donde murieron 50 personas.