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"Lo que tenemos que hacer es montar un bar. Y si no funciona, lo abrimos". Viejo adagio periodístico

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Hacer el pino con las orejas o cómo bailar al son de los mercados

«Si quiere mejorar las expectativas de los mercados sobre su capacidad para impulsar el crecimiento y reducir la deuda dentro de los límites de la eurozona, debe sorprender positivamente a los inversores con un programa de reformas fiscales y estructurales ambicioso y radical».

La frase la firma Fitch, una de las tres principales agencias de calificación, esas que en los últimos tiempos se han convertido en el principal látigo de las economías occidentales y cuyo trabajo consiste básicamente en poner nota a productos que se compran y venden en los mercados financieros.

Ese «debe sorprender» tiene un destinatario con nombre y apellidos: Mariano Rajoy. Y el mensaje tiene su miga, porque deja muy claro que ya no basta con recortar, ahora hay que hacerlo, además, innovando; lo que popularmente se llama hacer el pino con las orejas, vaya.

La ‘recomendación’ de Fitch es un recordatorio en toda regla de los problemas que, a juicio de la agencia, nos acechan. Y contiene un cierto tono amenazador: la nota de España podría empeorar (ya nos la bajaron en octubre, de AA+ a AA-) si no se cumplen los objetivos de déficit, empeoran las perspectivas de crecimiento o se disparan los costes de recapitalización de la banca. Ahí es nada.

Para Fitch no parecen problemas la cifra del paro, ni el bloqueo de la tarjeta sanitaria en Galicia a personas sin recursos, ni los recortes en la Enseñanza en la Comunidad de Madrid, ni las bajadas de sueldos de empleados públicos, ni el tijeretazo en Sanidad en Cataluña, ni…

Señores, bienvenidos al circo: los inversores y las agencias se sientan alrededor de una pista circense cubierta de brasas al rojo vivo sobre las cuales bailan distintos gobernantes; van saliendo a la pista unos y otros, azuzados y jaleados por ese público (los mercados, en definitiva). ¿Que se queman los pies? Que bailen con las manos. ¿También se queman las manos? Que lo hagan con los codos… Y así hasta que queden consumidos por las brasas mientras el respetable come palomitas. Es el espectáculo del siglo XXI. Y el aforo está ya completo.

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El ‘Inside Job’ europeo: la conexión Monti-Papademos-Draghi

En Europa la democracia no se lleva. La política, en el sentido griego del término, tampoco. En apenas dos semanas han caído dos gobiernos democráticos, salidos en su día de las urnas, y han sido sustituidos por sendos gobiernos de ‘transición tecnocrática’ a los que obviamente no han elegido los ciudadanos, sino los mercados. Mientras, el Banco Central Europeo (BCE) ha estrenado nuevo presidente que deberá guiar los pasos de la Eurozona… espoleado por Merkel y Sarkozy.

Pero veamos quiénes son esos tres personajes en cuyas entrelazadas manos está el futuro más inmediato de nuestras economías.

Lucas Papademos es desde el pasado viernes el primer ministro griego en sustitución de Yorgos Papandreu, que pasará a la historia por casi colapsar los mercados europeos al proponer un referéndum para que los griegos decidieran su futuro económico.

Es economista y fue vicepresidente del BCE entre 2002 y 2008 a las órdenes de Jean-Claude Trichet. Antes había sido gobernador del Banco de Grecia, de 1994 a 2002, posición desde la que trabajó activamente para dejar presentable («maquillar», dicen algunos; «estabilizar», dicen otros) la economía griega de forma que esta pudiera unirse a la eurozona, hito que logró precisamente en 2002.

Su frase estrella de esos años es, sin duda, esta: «Los beneficios macroeconómicos y microeconómicos para Europa y Grecia de la incorporación del euro son enormes». Rechaza las críticas vertidas contra él por no haber hecho públicas las ‘carencias’ de los presupuestos griegos durante la carrera para unirse a la zona euro.

Mario Monti es el economista que sustituirá a Silvio Berlusconi como primer ministro de Italia para ‘llevar por el buen camino’ las reformas propuestas por la UE encaminadas a que este país reduzca su deuda, equivalente al 120% de su PIB, y sobre todo, a que los mercados alivien la presión sobre su deuda y por ende sobre la de otros países europeos; léase España, por ejemplo.

El currículo de Monti es enormemente entretenido, digno del Inside Job que merecemos los europeos. Entre 1994 y 1999 fue comisario europeo de mercado interior y desde entonces hasta 2004, comisario de Competencia, posición desde la que se opuso a la fusión entre General Electric y Honeywell . Goldman Sachs -sí, el banco de inversión responsable en parte de la actual crisis financiera-, lo fichó como asesor en 2005 [Monti pertenece también al consejo asesor de Coca-Cola].

Antes de ‘nuestra’ crisis y también antes de que Monti llegara a Goldman Sachs, este banco de inversión diseñó el plan de ingeniería financiera que permitió a Grecia entrar en el euro en 2002 camuflando sus cuentas públicas y sus cifras reales de déficit a base, entre otras cosas, de vender productos financieros griegos a EE UU sin alertar de los riesgos y de realizar operaciones de cambios de divisas (swaps).

¿Y saben quién era uno de los responsables de Goldman Sachs por entonces? El recién nombrado presidente del BCE, el italiano Mario Draghi, que trabajó como directivo de dicho banco de inversión entre 2002 y 2006. El pasado junio, Draghi tuvo que responder ante el Parlamento europeo acerca de su conocimiento y responsabilidad en la actuación de Goldman Sachs en Grecia. Dijo que esos acuerdos fueron previos a su llegada al banco y que no tuvo nada que ver con la venta de productos financieros a otros gobiernos. Meses después, es el máximo responsable de la política monetaria en Europa.

No acaba aquí la conexión entre estos tres líderes europeos de nuevo cuño. Mario Monti es el director europeo de la Comisión Trilateral, un think tank de corte neoliberal fundado en 1973 por Rockefeller, al que también pertenece como miembro el primer ministro griego, Papademos. Este lobby ya advirtió en su día de lo que se avecinaba: un ‘peligroso’ «exceso de democracia» [merece la pena leer este texto de Noam Chomsky sobre esta aseveración, de su libro Prioridades radicales].

Sobran los comentarios.

Los riesgos de preguntar

«En un asunto que determina el futuro del país, el ciudadano tiene la primera palabra». Esta frase sin duda estrambótica, fuera de lugar en ningún país democrático, extemporánea y enormemente provocativa ha causado un cataclismo en los mercados y supone una nueva amenaza para la estabilidad (¿?) y viabilidad de la zona euro.

La pronunció el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, este lunes. Justificaba así su propuesta de un referéndum en el que los griegos puedan decidir si están dispuestos a asumir las consecuencias del flamante y nuevo plan de rescate de la UE; léase rotunda política de ahorro, con privatizaciones, supresión de empleos públicos, rebajas salariales y recortes de gasto.

Como no podía ocurrir de otra forma en estos días de brujas, fantasmas, zombies y calabazas malencaradas, el pánico se ha desatado. No entre los griegos, no, que ya llevan oyendo la misma música celestial desde abril de 2010, cuando la UE y el FMI aprobaron el primer paquete de ayuda al país heleno. Son los mercados los que se han puesto -por enésima vez- al borde de un ataque de nervios.

¿A quién se le ocurre dar la palabra a los ciudadanos? ¿Quiénes son ellos para decidir si hacen jirones su país a cambio de seguir en la zona euro?

Mejor que hablen los mercados, las grandes figuras políticas de la UE o las agencias de calificación, aquellos que desde el primer momento vieron venir esta crisis, los que se adelantaron a los problemas financieros que los dirigentes griegos escondieron bajo la alfombra, los que en su día valoraron en su justa medida el sobreendeudamiento del país heleno…

Ellos sí que son soberanos. Recuerden si no la modificación de la Constitución española a instancias de Merkel y Sarkozy para limitar el déficit. ¿Para qué convocar un referéndum entonces? ¿Para que se nos alteren los mercados?

Preguntar siempre conlleva un riesgo: que a uno le respondan lo que no quiere oír. Conclusión obvia en estos tiempos de tolerancia cero a la frustración: mejor no preguntar. Y quien ose hacerlo -y los que lo rodeen-, que se atenga a las consecuencias.

Ahora sí que empieza la fiesta; la democracia la dejamos para mejores tiempos.