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Los riesgos de preguntar

«En un asunto que determina el futuro del país, el ciudadano tiene la primera palabra». Esta frase sin duda estrambótica, fuera de lugar en ningún país democrático, extemporánea y enormemente provocativa ha causado un cataclismo en los mercados y supone una nueva amenaza para la estabilidad (¿?) y viabilidad de la zona euro.

La pronunció el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, este lunes. Justificaba así su propuesta de un referéndum en el que los griegos puedan decidir si están dispuestos a asumir las consecuencias del flamante y nuevo plan de rescate de la UE; léase rotunda política de ahorro, con privatizaciones, supresión de empleos públicos, rebajas salariales y recortes de gasto.

Como no podía ocurrir de otra forma en estos días de brujas, fantasmas, zombies y calabazas malencaradas, el pánico se ha desatado. No entre los griegos, no, que ya llevan oyendo la misma música celestial desde abril de 2010, cuando la UE y el FMI aprobaron el primer paquete de ayuda al país heleno. Son los mercados los que se han puesto -por enésima vez- al borde de un ataque de nervios.

¿A quién se le ocurre dar la palabra a los ciudadanos? ¿Quiénes son ellos para decidir si hacen jirones su país a cambio de seguir en la zona euro?

Mejor que hablen los mercados, las grandes figuras políticas de la UE o las agencias de calificación, aquellos que desde el primer momento vieron venir esta crisis, los que se adelantaron a los problemas financieros que los dirigentes griegos escondieron bajo la alfombra, los que en su día valoraron en su justa medida el sobreendeudamiento del país heleno…

Ellos sí que son soberanos. Recuerden si no la modificación de la Constitución española a instancias de Merkel y Sarkozy para limitar el déficit. ¿Para qué convocar un referéndum entonces? ¿Para que se nos alteren los mercados?

Preguntar siempre conlleva un riesgo: que a uno le respondan lo que no quiere oír. Conclusión obvia en estos tiempos de tolerancia cero a la frustración: mejor no preguntar. Y quien ose hacerlo -y los que lo rodeen-, que se atenga a las consecuencias.

Ahora sí que empieza la fiesta; la democracia la dejamos para mejores tiempos.