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"Lo que tenemos que hacer es montar un bar. Y si no funciona, lo abrimos". Viejo adagio periodístico

Archivo de la categoría ‘Mujeres’

Cuando tu empresa te dice en qué momento debes ser madre

(GTRES)

(GTRES)

Lo venden como una medida para evitar bloqueos en la carrera profesional de las mujeres, pero eso de que te paguen la congelación de tus óvulos jóvenes y sanotes  para que tu maternidad no sea un obstáculo en tu carrera, esconde mucha miga y abre muchas preguntas.

Para empezar, porque lo que te están diciendo sin decírtelo es lo siguiente: «Si eres madre antes de los xx años, olvídate de crecer profesionalmente en esta compañía». Estarás condenada a un puesto mediocre, que te permita prestarle a tu hijo la atención que necesita. Bonita manera de incentivar la maternidad, sí señor. Si fuera el título de una película, se llamaría Sutil coacción.

Porque, claro, es inconcebible (nótese la ironía) pensar en una mujer directiva o ejecutiva con un horario razonable; es decir, con una vida más allá de la oficina… Y es inconcebible porque nadie lo hace concebible.

En primer lugar, porque los puestos directivos siguen estando copados en su mayoría por varones. Y estos suelen estar casados con mujeres que les sacan las castañas familiares del fuego de manera sistemática (¡qué casualidad, oigan!): pediatras, actividades extraescolares, enfermedades infantiles, material escolar, cenas, meriendas, compra de ropa, tutorías… Por eso pueden dedicarse en cuerpo y alma a esas carreras profesionales. Y por eso las reducciones de jornada siguen siendo un coto casi exclusivo de ellas.

[Hace poco una amiga me decía que ella deseaba esa reducción de jornada para disfrutar de sus hijos, que la maternidad le había cambiado la perspectiva profesional. Muy comprensible. Pero, ¿por qué ellos casi nunca sienten ese deseo, esa necesidad de cuidar de sus hijos, que son tan suyos como de ella? ¡Ah, la igualdad…!].

También por eso, cuando una mujer accede a un puesto de responsabilidad suele ser mirada con lupa por sus ‘colegas’, más aún si ya es madre. ¿Será como ‘nosotros’ (…) o será como ‘ellas’ (…)?, se preguntan los que te han ofrecido el cargo. [Como ‘nosotros’ significa que tu trabajo es lo primero y que todo lo demás es secundario, incluidos tú y tu familia. Como ‘ellas’ significa que tu trabajo es una parte de tu vida, no el eje de tu existencia]. Ya te están juzgando. Mientras, los que hasta ese momento trabajaban contigo en otro escalafón, también tienen su granito que aportar en la máquina del café: «Ahora puede pagarse una chacha que le cuide los niños». Inquietudes todas, en unos niveles y en otros, que ¡oh! no tienen lugar cuando el que accede al puesto de responsabilidad es un varón, aunque este también sea padre.

La igualdad… y la disyuntiva. Porque al final lo que tu empresa te está diciendo cuando te ofrece congelar tus óvulos es que si quieres ser madre y tener éxito profesional, vas a tener que elegir, porque triunfar en tu carrera y ser madre al mismo tiempo son incompatibles.

Lo que no te dicen es qué pasará cuando ya te hayas desarrollado profesionalmente y decidas ser madre (si es que continúas trabajando para la misma empresa, porque es posible que en plena carrera meteórica te surjan ofertas de otras compañías y tengas que renunciar a los óvulos congelados que tu exempleador pagó… ).¿Cuándo podrá ser eso? ¿Te dirán Facebook y Apple cuál es la edad idónea para embarazarte? ¿Los 38? ¿Los 40? ¿O te despedirán entonces, porque sustituir a un directivo durante unos meses es bastante complejo? ¿O darán por sentado que estarás ya tan metida en el bucle del ‘éxito profesional’ que o bien renunciarás a tu permiso de maternidad o bien darás la teta a tu retoño mientras respondes mails con el smartphone?

¿Medida de conciliación o perversión empresarial disfrazada? Lo próximo: que nuestras empresas nos fijen también la hora idónea para el sexo.

El día que pensé que mi hijo había muerto sin todavía haberle visto la cara

El parto es un momento único: si estás en la media de la tasa de natalidad española, solo vas a tener un hijo, a lo sumo dos.

La mayoría de futuras madres leen mucho sobre el embarazo y las circunstancias posteriores al parto, pero no tantas se informan al detalle de cómo será el momento del alumbramiento, y la información que reciben por vías tradicionales (libros clásicos, consultas médicas…) es somera y superficial: poco más allá de las distintas posibilidades (parto vaginal, cesárea…), el trabajo de la parturienta (dilatación, respiraciones, pujos…), eventuales complicaciones, epidural sí/no/cuándo, etc.

Es un asunto que todas las partes suelen dar por zanjado con cuatro pinceladas, y las futuras madres, absortas a veces por la emoción de tener al bebé ya en sus brazos o por puro desconocimiento, pasan de puntillas por los procedimientos del parto, posiblemente también por temor al dolor y al esfuerzo físico de ese momento (recuerden aquello de «que sea una horita corta»).

Pero el alumbramiento es algo que ninguna de ellas olvidará en lo que le quede de vida. Y aunque solo sea por eso, todas deberíamos informarnos exhaustivamente de lo que nos espera, y de lo que podemos esperar y exigir de nosotras mismas y de quienes nos van a acompañar y asistir en ese momento. Porque como pacientes y como parturientas también tenemos derechos, y solo en nuestra mano está demandar que sean respetados. De cómo se desarrolle tu parto puede depender en una u otra medida la relación que establezcas con tu bebé, tu autoestima, tu salud física y psicológica… Y solo estando informada podrás elegir el parto que tú consideres más apropiado para ti y para tu hijo. Al fin y al cabo, es TU cuerpo, TU parto y se trata de TU hijo, no del de la matrona, el ginecólogo, el celador o el anestesista.

A mi primer parto llegué desinformada. Fue una inducción. Estuve casi 14 horas tumbada en una cama sin que me permitieran moverme. Progesterona, tactos vaginales… La ginecóloga entraba en la habitación, dejaba la puerta abierta de par en par y me metía la mano hasta la garganta sin casi mediar palabra y a la vista de cualquiera que quisiera otear el horizonte. Luego llegaron la oxitocina, los monitores, la epidural… Sin alternativa posible, porque no había opción a réplica. «Son lentejas», me dijo en una ocasión.

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

De pronto los monitores indicaron que algo no iba bien y me informaron de que se me iba a practicar una cesárea. En pocos minutos estaba tumbada en una sala de operaciones. Pregunté si la cesárea me la harían con la epidural y me respondieron que sí. Lo siguiente que recuerdo es despertar en una sala en la que no había nadie. Y cuando digo nadie, es nadie: ni médicos, ni enfermeras, ni familiares… ni mi bebé.

Intentando rastrear algo de lucidez entre los efectos de la anestesia general, alcancé a imaginar que posiblemente a mi hijo le había ocurrido algo durante el parto y que tal vez lo habían tenido que meter en la incubadora. Pero luego pensé que debía de haber sido algo muy grave para que me pusieran anestesia general sin avisarme, y buscando la razón de que no estuviera junto a mí, llegué a la conclusión de que había muerto. Una eternidad después (así lo recuerdo yo, aunque seguramente fueron solo unos minutos) oí unos pasos lejanos y decidí gritar para que alguien viniera. Le pregunté a la enfermera por mi hijo: me respondió que no sabía nada. Su aparente desconocimiento acrecentó mis temores de que el bebé había muerto. «No me lo quieren decir», pensé.

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Mi bebé no murió. Hoy es un preadolescente sanote, encantador, buen niño, generoso, charlatán, simpático y, como todos, a ratos insoportable. Su existencia matiza algunos recuerdos, los mejora, pero no los borra. Nunca olvidaré aquel día. Fue el más traumático de mi vida. Entonces no fui plenamente consciente ni de lo que estaba ocurriendo ni de las consecuencias que podría acarrear. Ese parto me costó casi un año de depresión, que llegó cuando mi hijo tenía ya dos años. Y mucho tiempo de reflexiones internas, de sentimientos de culpa, de asimilaciones y asunciones, de manejo del dolor y de las emociones.

Cinco años después nació mi segundo hijo. Fue también una cesárea, pero yo llevé las riendas desde el momento en que me quedé embarazada. Pacté con mi ginecólogo, mantuvimos largas conversaciones sobre mis expectativas y lo factible buscando siempre un equilibrio, hicimos un plan de parto, y llegado el momento, él me ayudó en mis tomas de decisiones, explicándome cada paso, cada movimiento, ayudándome a sopesar riesgos y a eliminar miedos.

La diferencia entre uno y otro parto la marcó la información. Lo leí todo. Busqué casos de madres que hubieran pasado por situaciones similares a la mía. Busqué opiniones de ginecólogos y matronas. Y así pude elaborar una aproximación a lo que yo esperaba de mi parto y a cómo quería que este se produjera. No fue todo maravilloso, pero me sentí respetada  y partícipe.

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Hoy, la asociación El Parto es Nuestro denuncia en un informe que el 96% de las maniobras de Kristeller se hacen sin el consentimiento de la madre. El 39% dice que pidió al personal que parara. De las 133 mujeres que lo solicitaron, solo 14 fueron escuchadas. Esta práctica provoca secuelas en el 26% de los bebés. Sobran más comentarios.

¿Es necesaria la formación en igualdad de género? Un discurso reivindicativo

El pasado 26 de mayo se graduó la primera y última promoción de la titulación universitaria de Igualdad de género, el único grado de esta especialidad que se impartía en España, en la Universidad Rey Juan Carlos. Este es el discurso que pronunció en la ceremonia Dori Fernández Hernando, como número 1 de esa promoción. Un discurso reivindicativo que arroja cifras / razones por las cuales este tipo de formación era necesaria antes y lo sigue siendo ahora.

“Todo lo legal no es moral (…), así que todo no vale”.

Con este marco de referencia inauguró el pasado 12 de noviembre la Decana de esta Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Dña. Pilar Laguna Sánchez, el 5º Seminario de Innovación en Marketing, la disciplina con mayor incidencia en los roles que desempeñan mujeres y hombres en nuestras sociedades, y es como quiero empezar esta breve intervención en mi nombre y en el del resto de compañeras y compañeros que hoy se gradúan en este Grado de Igualdad de Género tan presente en la prensa –desafortunadamente- en los últimos tiempos por su desaparición.

Han sido cuatro años de esfuerzo hercúleo –o mejor dicho boloniano– para quienes estudiamos en el modo semipresencial: cinco asignaturas por cuatrimestre, prácticamente a un trabajo por semana, un examen parcial y uno final por cada una, y bibliografía que no daría tiempo a leer en dos vidas.

Pero hay una característica clave entre el alumnado de esta primera promoción: somos personas con responsabilidades familiares y personales, nadie nos hace la comida, ni lava nuestra ropa, ni nos paga la hipoteca o el alquiler, en definitiva, nadie nos cuida, sino todo lo contrario. A pesar de nuestra edad que dobla la de cualquier estudiante, hemos llegado a la universidad –muchos por segunda y hasta por tercera vez– como fruto de la reflexión personal: la especie humana tiene sus días contados si no conseguimos dar un cambio de timón a las políticas públicas y configuramos un tipo de sociedad en la que todas las personas tengan asegurados sus derechos fundamentales recogidos en nuestra carta magna, fundamentalmente el derecho a la vida, y no a una vida cualquiera, a una digna como establece el art. 1 de la CE.

La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social (art. 1 CE).

Amartya Sen, premio nobel de economía en el año 1998, definió el desarrollo de los pueblos como un proceso de expansión de las libertades reales de las que disfrutan los individuos, alejándose así de la visión que asocia el desarrollo con el simple crecimiento del PIB; un desarrollo sostenible que a la vez habrá de ser capaz de responder a las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras de responder a las suyas.

Y la realidad es que estamos en el año 2014, en pleno siglo XXI, y nuestro país se enfrenta a un gravísimo problema, el mismo que el resto de países europeos (a excepcion de los nórdicos): tenemos una tasa de fecundidad de 1,32 hijos/mujer, muy por debajo de la tasa de reposición poblacional, que está en 2,1, y una tasa de dependencia demográfica del 51%. Esta tasa, que es la ratio entre el número de personas de la tercera edad y el número de personas en edad de trabajar, llegará, según las estimaciones del INE, hasta valores cercanos al 60% en los próximos diez años. Así que en muy poco tiempo será imposible atender las necesidades del grueso principal de la población, y que no se hagan ilusiones las mentes paleolíticas: tampoco habrá mujeres para cuidar de los demás, sino para ser igualmente cuidadas. Sobre este grave problema y sus soluciones abunda María Pazos Morán en su reciente libro Desiguales por Ley, que les recomiendo.

Porque la caída en picado de la demografía –y por tanto de la vida en el planeta– no es el resultado de una moda: la tasa de reposición poblacional es la cifra que coincide, segun las encuestas del CIS, con el número de hijos deseado por las familias, y que no depende sino de las condiciones materiales que hagan viable la decisión de ser madres y padres. Y las condiciones materiales, como es fácil deducir, tienen mucho que ver con la igualdad de género, con el derecho que las sociedades democráticas ofrecen a sus ciudadanos y ciudadanas en cuanto a las posibilidades de desarrollo vital. Evidentemente, no serán iguales las condiciones materiales de una familia en la que trabajen ambos progenitores que en la que sólo trabaje uno.

La brecha de género salarial, la que se da entre una mitad de la ciudadanía –las mujeres– y la otra, sigue rondando el 23 %, lo que significa que una mujer, además de trabajar en dos sitios a la vez (en casa y en el trabajo formal), tiene que trabajar 84 días más al año para ganar lo mismo que un hombre realizando el mismo trabajo. La misma brecha en las tasas de empleo se sitúa en el 9,6%, siendo significativos los datos sobre empleo a tiempo parcial: un 6,6% de los hombres que trabajan lo hacen a tiempo parcial, frente a un 24,5% de mujeres. Pero lo llamativo son las razones: ellos declaran en primer lugar que es por no poder encontrar trabajo a jornada completa (65,9%), por seguir cursos de enseñanza o formación (9,6%) y por otros motivos que no especifican (15,8%); mientras que entre las mujeres, las principales razones son: no encontrar empleo a tiempo completo igualmente (56,3%), por tener que cuidar de niños o adultos enfermos, incapacitados o mayores (14%) y por otras obligaciones familiares o personales (6,6%). Con estos datos, es fácil entender que los cargos directivos varones en las empresas españolas doblen a los ocupados por mujeres, o que sólo el 18,1% lleguen a ser catedráticas en nuestras universidades a pesar de representar un 37% más entre el alumnado graduado en estudios superiores. Demasiado trabajo para las únicas 24 horas que tiene un día.

En lo único que mujeres y hombres ya somos prácticamente iguales, es decir, en lo único que tenemos el mismo tratamiento como seres humanos equivalentes que somos, es en las tasas de paro: 6 décimas nos separan solamente.

Pero hay otro dato que defiende la necesidad de apostar por la igualdad de género de forma urgente, y sin duda es el más importante: desde que alcanzan los datos fiables, el año 1995, en nuestro país han sido asesinadas 1.292 mujeres a manos de sus parejas o exparejas varones (72 víctimas mortales más de las que el terrorismo ha ocasionado en 41 años).

La igualdad entre mujeres y hombres no es sólo un imperativo legal, sino, sobre todo, es un imperativo ético y moral. El funcionamiento de nuestro sistema democrático no garantiza el derecho a la vida a la mitad de la ciudadanía (ni al resto, puesto que muchos de los hombres que asesinan a sus parejas después se quitan la vida). Es urgente incluir la transversalidad de la igualdad a la que obliga la Ley 3/2007 en todas las esferas públicas y privadas. La igualdad tiene que calar en las personas y cambiarles su ADN socioemocional, de forma que los hombres vean a las mujeres como sus equivalentes humanos y las mujeres se vean a sí mismas como equivalentes a los hombres, con el mismo grado de valor humano y de posibilidades de desarrollo.

Entre estas políticas públicas urgentes, está una con un gran potencial de cambio y que, curiosamente, se ha caído de los programas electorales de los tres partidos mayoritarios que en principio la aplaudían (PP, PSOE e IU): la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad que defiende la PPiiNA (Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción) de la que formamos parte muchos compañeros, compañeras y profesorado de este Grado; la existencia de dos progenitores productores- sustentadores y cuidadores a la vez permitiría, junto a otras medidas como la educación pública universal de 0-3 años y unas jornadas de trabajo más reducidas para todos, resolver los problemas demográficos, las altas tasas de pobreza infantil (30%, una de las mayores entre los países desarrollados), y sobre todo, facilitaría ese cambio de ADN socioemocional en las personas, permitiendo el aprendizaje de roles igualitarios alejados de los actuales sexistas, causantes de las tremendas injusticias sociales y humanas que hemos desgranado.

Y un dato relevante que no podemos dejar de mencionar: en los currículos educativos de los Grados de Educación Infantil y Primaria del grueso de universidades de nuestro país, donde el alumnado se prepara –en teoría- para coeducar, es decir para educar a niños y niñas en igualdad de oportunidades, no existe ninguna asignatura que les prepare en el principio constitucional de igualdad.

Así que, cerrando con el mismo marco que inicié esta intervención, como todos ustedes podrán comprender, la decisión de eliminar este Grado de Igualdad de Género de la parrilla de estudios de esta universidad –el único en España– será legal, pero bajo ningún concepto podrá calificarse de moral.

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Igualdad (Eneko).

Igualdad (Eneko).

«La feminización de la pobreza es un hecho. La falta de oportunidades de empleo acordes con la formación, otro. El acoso y, cuando cabe, la violencia, otro más. Todo ello para un colectivo cuyo único defecto visible parece ser el no haber tenido la previsión de nacer con otro sexo». Amelia Valcárcel, en ´La política de las mujeres’.

Variaciones machistas: del intelecto de Arias Cañete al despido de Jill Abramson

En apenas tres días han pasado ante mis ojos algunas variaciones machistas que me han dejado atónita. Atónita, a pesar de todo: a pesar de ser mujer, a pesar de mi edad y a pesar de mi posición profesional, tres factores que, sumados, deberían haberme inmunizado hace ya tiempo contra la indignación y el cabreo ante ciertos comentarios.

Pero no. Sigo siendo virgen en lo que respecta a la aceptación de ciertas actitudes machistas, aunque admito que mis poros ya absorben sin provocar graves enrojecimientos cutáneos ese machismo cotidiano, de alcoba o de fogón, esa rutina de acero inoxidable que provoca la asunción generalizada de una serie de responsabilidades por parte de la mujer, y la interpretación -obviamente interesada- de que son los genes, el instinto femenino y no sé qué estupideces más los elementos que nos convierten en idóneas, simplemente perfectas, para ciertos desempeños, no más complicados de desentrañar que el mecanismo de un chupete.

Luego están los machismos de todo a 100: los del vocativo que tan bien cumple desde tiempos inmemoriales su función apelativa (los «cállate, bonita, que no tienes ni idea») o los físico-exclamatorios para cuando una mujer adquiere una posición relevante en cualquier entorno («pero qué fea es»; cámbiese «fea» por «gorda», «vieja», «buenorra», «tonta», «imbécil», «qué acento tiene», etc.). También a la orden del día, en la calle y en otros ámbitos (incluso parlamentarios). Sin ir más lejos, hace solo un par de días, me topé con esta conversación en Twitter, en este caso, entre reconocidos periodistas:

Sobra cualquier añadido a la respuesta de Carme Chaparro. 140 caracteres fueron más que suficientes para explicarse con meridiana claridad.

Otro ejemplo, este ya de hace unas semanas, puede aún consultarse en los comentarios de este mismo blog. En un texto sobre la muerte de Gabriel García Márquez, el primer comentario rezaba así:

«Felicitaciones por el artículo y por su rebosante salud física».

Sí, me sobran unos kilos. Nada que no sea obvio mirando la foto que preside este blog; nada que haya pretendido ocultar nunca. Lo que no creí yo que fuera tan evidente es la relación entre intelecto, capacidad periodística y talla de ropa… Pero está claro que esa relación a tres bandas solo debe de darse entre las mujeres, porque no recuerdo ni un solo comentario en un blog firmado por un varón que haga referencia a su apariencia física.

Arias Cañete y Valenciano se saludan antes del debate (EFE).

Arias Cañete y Valenciano se saludan antes del debate (EFE).

Por si las mujeres no tuviéramos suficiente con eso, hay señores aspirantes a representar a parte de la ciudadanía (incluidas nosotras) que se descuelgan con comentarios tan ilustrativos y poco ilustrados como el que sigue, haciendo gala de otro tipo de machismo, el de plató, menos extendido por las consecuencias que podría tener (aunque en España nunca las tiene): «Si el hombre demuestra superioridad intelectual, da una impresión machista». Arias Cañete, ex ministro y aún no ex candidato a las europeas por el PP, suelta esta perla el día después de un tedioso y nada europeo debate con su contrincante: una mujer, Elena Valenciano (PSOE).

¿Será esa la verdadera razón de que el señor Cañete haya preferido no desplegar esa superioridad intelectual ni siquiera como ministro? Hace apenas unas semanas dijo «ignorar» las actividades de la petrolera de la que es accionista tras publicar 20minutos que pugnaba por adquirir un negocio en Ceuta valorado en 600 millones de euros. Un pequeño despliegue intelectual, minúsculo, le habría evitado decir tal sandez. Lo hizo en los Los Desayunos de TVE ante una presentadora (mujer). ¿Debemos buscar ahí la razón de su contención intelectual? ¿Se habría ella sentido acorralada si el hasta ese momento ministro de Agricultura hubiera sacado a pasear su intelecto?

Podríamos seguir hablando de machismos y sus tipologías hasta completar una enciclopedia del disparate, pero me detendré solo en uno más: el que le acaba costando el puesto de trabajo a una mujer o pone fin de una manera u otra a su carrera profesional. Me viene a la mente el reciente despido de Jill Abramson, la primera directora mujer del New York Times. Es seguro que su salida del periódico se ha producido por una confluencia de circunstancias (asuntos «de gestión», argumentó el editor del diario), pero también en este caso se dan algunos factores que apuntan a ciertas consideraciones de género como motivadoras de su marcha.

Por un lado, y según apuntan distintos medios, Abramson se enteró hace relativamente poco de que su salario y pensión eran inferiores a los del anterior director (en el caso de la pensión podía tener sentido ese desequilibrio, dado que su antecesor en el cargo llevaba más años que ella al frente del diario). Al parecer, reclamó al equipo gestor la iguala de sus condiciones. A quién se le ocurre…

Jill Abramson (Fuente: Wikimedia).

Jill Abramson (Fuente: Wikimedia).

Por otro, parece que Abramson era un tanto ‘brusca’, una ‘borde’, en definitiva, con los integrantes de su redacción, y que esto también ha influido en su salida forzosa del NY Times. Pregunten ustedes en distintas redacciones si los directores (varones) que han pasado por ellas eran dechados de dulzura y amor fraternal. Luego me cuentan la respuesta.

Hace algo más de un año ya se levantó cierta polvareda por un artículo publicado en Politico en el que se relataba una discusión entre la directora y uno de los máximos responsables editoriales (varón) del diario; este salió airadamente del despacho de ella, dio un golpazo en la pared con una mano y abandonó la redacción durante toda la tarde. Sin embargo, el foco de las críticas de la redacción se centró en la directora, a la que algunos calificaban como «obstinada y condescendiente» o «imposible». El airado responsable editorial del puñetazo en la pared, Dean Baquet, es desde esta semana el nuevo director del periódico.

Durante los tres años de mandato de Jill Abramson, el New York Times ha logrado ocho premios Pulitzer, ha alcanzado 800.000 suscriptores digitales y ha vuelto a ganar dinero. Pero esto, en el caso de una mujer, no parece ser relevante frente a su ‘bordería’ o a sus conflictos con el editor.

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