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"Lo que tenemos que hacer es montar un bar. Y si no funciona, lo abrimos". Viejo adagio periodístico

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‘Ciutat Morta’ o la eternidad en un minuto

Piensa en la duración de un minuto. Tic, tac.

Pasa volando, ¿verdad?

Ahora piensa en alguien golpeándote salvajemente durante un minuto. E imagina que a cada golpe, a cada segundo, intentas entender el porqué de ese momento, sin encontrar respuesta. Tic, tac.

Pues bien, supón ahora que ese minuto es solo el comienzo de la peor de tus pesadillas. Y visualízate tomando conciencia poco a poco, durante días, meses, años, de que es peor aún: no es un sueño. Tic, tac.

ciutat morta

El documental Ciutat Morta dura casi 123 minutos. Rodrigo Lanza, uno de sus ‘protagonistas’, pasó en prisión 2.628.000 minutos. La vida de Patricia Heras se esfumó en menos de 60 segundos: los que su cuerpo tardó en caer al suelo desde la ventana por la que se arrojó.

Un minuto. Tic, tac. Una eternidad.

Rodrigo, Patricia, Juan, Álex, Alfredo. Cinco vidas unidas por dos nexos. Uno, en el origen: estar en el sitio preciso (o impreciso, según se mire) en el momento más inapropiado, y con un aspecto físico propicio para la condena inmediata. Dos, en el desenlace: sufrir las consecuencias de lo primero, añadirle una orquestación institucional para legitimar lo ilegitimable y pagarlo con su libertad, en el mejor de los casos.

¿Cuántos Rodrigos, Alfredos, Patris, Juanes y Álex hay en este país? Aterra imaginarlo. Aunque sea ‘solo’ durante un minuto. Tic, tac.

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El documental Ciutat Morta, dirigido por Xapo Ortega, Xavier Artigas, se emitió por primera vez en uno de los canales secundarios de la televisión pública catalana (el 33) el 17 de enero de 2015, un año y medio después de su estreno, tras haber cosechado premios en distintos festivales y después de que distintos colectivos ciudadanos presionaran para que fuera retransmitido. No pudo verse íntegro: por orden judicial, se eliminaron seis minutos en los que un periodista habla sobre el exjefe de información de la Guardia Urbana, Víctor Gibanel, que lo ha demandado por vulneración del derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen. También se ve en ese fragmento cómo Gibanel es reprendido duramente por un juez. Esos minutos se han convertido en un fenómeno viral en Internet. A pesar de haberse emitido en un canal secundario y no en su versión íntegra, el documental fue visto el sábado por 569.000 espectadores y obtuvo un 20% de cuota de pantalla, frente al 2% habitual.

Ciutat Morta no se ha exhibido en cines comerciales. Tampoco en RTVE ni en ninguna cadena privada de ámbito nacional que emita en abierto. La película está publicada bajo licencia Creative Commons y puede verse aquí.

Desde el sábado se suceden las peticiones para reabrir el caso 4-F.

El día que pensé que mi hijo había muerto sin todavía haberle visto la cara

El parto es un momento único: si estás en la media de la tasa de natalidad española, solo vas a tener un hijo, a lo sumo dos.

La mayoría de futuras madres leen mucho sobre el embarazo y las circunstancias posteriores al parto, pero no tantas se informan al detalle de cómo será el momento del alumbramiento, y la información que reciben por vías tradicionales (libros clásicos, consultas médicas…) es somera y superficial: poco más allá de las distintas posibilidades (parto vaginal, cesárea…), el trabajo de la parturienta (dilatación, respiraciones, pujos…), eventuales complicaciones, epidural sí/no/cuándo, etc.

Es un asunto que todas las partes suelen dar por zanjado con cuatro pinceladas, y las futuras madres, absortas a veces por la emoción de tener al bebé ya en sus brazos o por puro desconocimiento, pasan de puntillas por los procedimientos del parto, posiblemente también por temor al dolor y al esfuerzo físico de ese momento (recuerden aquello de «que sea una horita corta»).

Pero el alumbramiento es algo que ninguna de ellas olvidará en lo que le quede de vida. Y aunque solo sea por eso, todas deberíamos informarnos exhaustivamente de lo que nos espera, y de lo que podemos esperar y exigir de nosotras mismas y de quienes nos van a acompañar y asistir en ese momento. Porque como pacientes y como parturientas también tenemos derechos, y solo en nuestra mano está demandar que sean respetados. De cómo se desarrolle tu parto puede depender en una u otra medida la relación que establezcas con tu bebé, tu autoestima, tu salud física y psicológica… Y solo estando informada podrás elegir el parto que tú consideres más apropiado para ti y para tu hijo. Al fin y al cabo, es TU cuerpo, TU parto y se trata de TU hijo, no del de la matrona, el ginecólogo, el celador o el anestesista.

A mi primer parto llegué desinformada. Fue una inducción. Estuve casi 14 horas tumbada en una cama sin que me permitieran moverme. Progesterona, tactos vaginales… La ginecóloga entraba en la habitación, dejaba la puerta abierta de par en par y me metía la mano hasta la garganta sin casi mediar palabra y a la vista de cualquiera que quisiera otear el horizonte. Luego llegaron la oxitocina, los monitores, la epidural… Sin alternativa posible, porque no había opción a réplica. «Son lentejas», me dijo en una ocasión.

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

De pronto los monitores indicaron que algo no iba bien y me informaron de que se me iba a practicar una cesárea. En pocos minutos estaba tumbada en una sala de operaciones. Pregunté si la cesárea me la harían con la epidural y me respondieron que sí. Lo siguiente que recuerdo es despertar en una sala en la que no había nadie. Y cuando digo nadie, es nadie: ni médicos, ni enfermeras, ni familiares… ni mi bebé.

Intentando rastrear algo de lucidez entre los efectos de la anestesia general, alcancé a imaginar que posiblemente a mi hijo le había ocurrido algo durante el parto y que tal vez lo habían tenido que meter en la incubadora. Pero luego pensé que debía de haber sido algo muy grave para que me pusieran anestesia general sin avisarme, y buscando la razón de que no estuviera junto a mí, llegué a la conclusión de que había muerto. Una eternidad después (así lo recuerdo yo, aunque seguramente fueron solo unos minutos) oí unos pasos lejanos y decidí gritar para que alguien viniera. Le pregunté a la enfermera por mi hijo: me respondió que no sabía nada. Su aparente desconocimiento acrecentó mis temores de que el bebé había muerto. «No me lo quieren decir», pensé.

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Mi bebé no murió. Hoy es un preadolescente sanote, encantador, buen niño, generoso, charlatán, simpático y, como todos, a ratos insoportable. Su existencia matiza algunos recuerdos, los mejora, pero no los borra. Nunca olvidaré aquel día. Fue el más traumático de mi vida. Entonces no fui plenamente consciente ni de lo que estaba ocurriendo ni de las consecuencias que podría acarrear. Ese parto me costó casi un año de depresión, que llegó cuando mi hijo tenía ya dos años. Y mucho tiempo de reflexiones internas, de sentimientos de culpa, de asimilaciones y asunciones, de manejo del dolor y de las emociones.

Cinco años después nació mi segundo hijo. Fue también una cesárea, pero yo llevé las riendas desde el momento en que me quedé embarazada. Pacté con mi ginecólogo, mantuvimos largas conversaciones sobre mis expectativas y lo factible buscando siempre un equilibrio, hicimos un plan de parto, y llegado el momento, él me ayudó en mis tomas de decisiones, explicándome cada paso, cada movimiento, ayudándome a sopesar riesgos y a eliminar miedos.

La diferencia entre uno y otro parto la marcó la información. Lo leí todo. Busqué casos de madres que hubieran pasado por situaciones similares a la mía. Busqué opiniones de ginecólogos y matronas. Y así pude elaborar una aproximación a lo que yo esperaba de mi parto y a cómo quería que este se produjera. No fue todo maravilloso, pero me sentí respetada  y partícipe.

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Hoy, la asociación El Parto es Nuestro denuncia en un informe que el 96% de las maniobras de Kristeller se hacen sin el consentimiento de la madre. El 39% dice que pidió al personal que parara. De las 133 mujeres que lo solicitaron, solo 14 fueron escuchadas. Esta práctica provoca secuelas en el 26% de los bebés. Sobran más comentarios.

Desolación en átomos

Hay desolaciones que se viven y que dejan vivir, sin rozarse, esquivándose unas a otras. Parecen ser conscientes de que al tocarse abandonarán su condición de átomos independientes. Parecen saber que al acariciarse se convertirán en una sola, grande, blanda, voluptuosa, que se hace sentir con más o menos intensidad en función de la inclinación del alma.

Y ese nuevo ente desolador superior, viscoso, asfixiante, invasor, vuelve a vivirse, a veces incluso acaba dejándonos vivir, hasta que el alma pierde pie, se inclina precipitadamente hacia adentro, y vuelve a fundir desolaciones, una tras otra, y a sumirnos en la bruma del condicional compuesto. O simple. Lo mismo da. Porque la bruma lo devora todo, salvo la luz de las almas.

 

Desolation Row (21 de junio de 1996. Utrecht). Bob Dylan.

 

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Gabriel García Márquez (6 de marzo de 1927 – 17 de abril de 2014): «La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido».

La bruma lo mantendrá a salvo.

(Foto: Gtres).

(Foto: Gtres).

Humanos y animales: la mirada de un niño

Conversación mañanera de sábado con mi hijo de 7 años. Tema: las guerras.

Yo: Muchas veces las guerras se producen porque los distintos bandos pelean por un mismo territorio.

Él: Como los ciervos, que luchan entre ellos para defender su territorio.

Yo: Pero nosotros somos humanos y hay algo que nos diferencia de los animales.

Él: ¡Claro! ¡Nosotros luchamos con armas!

Foto: Brian Stansberry (CommonsWikimedia).

Foto: Brian Stansberry
(CommonsWikimedia).