La mirada médica de un escritor (y tenista)

Los médicos escritores conocen de cerca el dolor ajeno. Por eso, cuando escriben ficción, no se fijan tanto en el estilo, en la técnica o en la trama sino que nos transmiten los sentimientos y emociones que han compartido con sus pacientes en el ejercicio de su profesión. Como diría el Lazarillo: «Ha sufrido tanto que ve cosas que otros no ven». Esa es la mirada humana del médico, la mirada del doctor Gregorio García Arranz (mi colega del tenis) que yo advino en su novela «Detrás de la esperanza». Por eso, su escritura nos penetra, nos zarandea, pero también nos conforta y nos sosiega. Ayer presentamos su obra en el Aula Ramón y Cajal del Colegio de Médicos de Madrid.

Maestro y becario. Con el doctor Gregorio García Arranz (libro en mano) celebrando mi última derrota frente a él. El que gana enseña y el que pierde aprende.

Con el autor, Dr. Gregorio García Arranz, y el historiador Isidro González García, autor del prólogo de la novela «Detrás de la esperanza».

 

 

Médicos y tenistas ocupan el Aula Ramón y Cajal del Colegio de Medicos de Madrid.

Copio y pego algunas notas que me sirvieron ayer de guía para glosar su novela.

Presentación de la novela del doctor Gregorio García Arranz

Detrás de la esperanza.

Jueves, 23 de mayo de 2024 en el Colegio de Médicos. C/ Santa Isabel 51. Madrid

Buenas tardes

Gracias, Gregorio, por tu invitación. ¿Por qué estoy aquí?

  1. Me gustó su novela.
  2. El doctor García Arranz se digna jugar conmigo al tenis siendo él un maestro con la raqueta y yo un becario, pues empecé a jugar cuando me jubilé en el diario 20 minutos. Gregorio es generoso y cumple con el espíritu universitario, según el cual “quien ha sido enseñado, debe enseñar”
  3. Él me acompañó en la presentación de mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») en el Ateneo y no podía negarme yo a presentar el suyo.

y 4. Sobre todo, porque es un buen amigo.

Además, ¡qué lugar tan espléndido para presentar la novela de un médico/escritor, el aula que lleva el nombre (nada menos) que de don Santiago Ramón y Cajal, un médico/ escritor que dio nombre al hospital madrileño donde nuestro doctor García Arranz ha pasado media vida profesional como otorrinolaringólogo.

Con esta novela, mi amigo Gregorio ha entrado ya en la noble biblioteca de los médicos escritores. Siempre se ha dicho que, quizás por sus recetas ilegibles, garabateadas a mano, los médicos no saben escribir. O escriben fatal. De eso, nada. Tenemos grandes escritores, españoles y extranjeros, que han practicado con éxito la medicina y la literatura. Y el doctor García Arranz ya debe estar entre ellos por los relatos breves que ha publicado. Si aún no es miembro, con esta novela puede entrar, por la puerta grande, en la ASEMEYA (la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas).

No voy a repasar aquí la lista de los escritores médicos. Ya lo hizo Cherubini en su obra “Medici scritori del XV al XX secolo”. Solo citaré unos pocos, entre los grandes, como Pío Baroja, Gregorio Marañón, Luis Martín Santos, Felipe Trigo, Oliver Sacks, Somerset Maughan, Carlo Levi, Rabelais, Schiller, Arthur Conan Doyle o Anton Chejov.

¿Por qué triunfan tantos médicos con su literatura? ¿Por qué será? Algunos lo atribuyen a “la mirada humana del médico” o a “la mirada médica”. Son hombres y mujeres que están en contacto directo con el dolor ajeno. Lo ven de cerca. Y cuando escriben no se fijan tanto en el estilo narrativo, en las florituras de la técnica, en la trama de sus novelas, sino que nos transmiten los sentimientos y las emociones de sus personajes, que ellos mismos han compartido antes con sus pacientes. Su escritura nos penetra, nos zarandea, pero también nos conforta y nos sosiega.

Por eso, os recomiendo que compréis y leáis la novela de Gregorio. Decía Balzac que “el estilo, como las uñas, es más fácil tenerlo brillante que limpio”. Gregorio ha elegido el camino más difícil: el de un estilo limpio, sencillo, claro. Su obra está apoyada hábilmente por las muletas de personajes famosos de la propia historia de España: Cánovas, Sagasta, Silvela, Primo de Rivera, Abd el-Krim, El Raisuni, el conde de Romanones, Antonio Maura o el general Sanjurjo. Sus personales se mueven entre el desastre del 98 y el desastre del 36. ¡Menudos 40 años! Derrotas militares en Cuba y Filipinas, depresión nacional por la pérdida de las últimas colonias del ya decrépito Imperio español, la generación del 98, auge del terrorismo y el anarquismo, magnicidios  de Cánovas, Canalejas y Dato, bombas contra Alfornso XIII, agitaciones campesinas andaluzas contra los terratenientes, anticlericalismo, la cuestión obrera, el separatismo, militares contra políticos, golpes de Estado… y guerra civil.  A la época elegida por Gregorio no le falta de nada.

El título “Detrás de la esperanza” me parece algo ambiguo. Cuando terminas de leer la novela, piensas que el protagonista no solo va detrás de la esperanza (desde luego, nunca la pierde), sino que va amarrado a ella, que no la suelta por nada del mundo. Tiene una fuerza interior que le ayuda a superar todas las dificultades que le plantea la vida: pobreza, malos tratos, tragedias, guerras, amores sublimes y rotos, traiciones, amistades, duelos, lealtades, desamor, la fuerza del destino, los sueños truncados…

En el fondo, los valores que destacan en esta novela, las actitudes ante el amor y la muerte, ante el bien y el mal, podrían encajar muy bien en una autobiografía del autor. Gregorio no se esfuerza en disimular esos valores que le son propios.

En uno de los pasajes misteriosos de la novela, que el autor llama “encuentros”, y que son conversaciones soñadas con los muertos, uno de “sus” muertos le dice al protagonista:

“Tu camino y el mío se encontraron aquel día. Tú ganaste, pero podría haber ganado yo. El mal y el bien están en continua lucha (…) ambos son necesarios para que se mantenga el equilibrio y la continuidad de la existencia humana, no en balde están en ella desde su origen”.

El diálogo imaginado del protagonista con “sus” muertos es un artificio arriesgado, una licencia muy bien llevada, que me recuerda a «Pedro Páramo», la grandísima obra de Juan Rulfo. Esos “encuentros” aumentan la intriga fantasmal del relato y el misterio irresoluble del más allá que encierra esta obra. El doctor García Arranz es atrevido al innovar, pues bebe también de las fuentes surrealistas del mal llamado “realismo mágico”.  No puedo contar mucho más sin destripar la intriga que nos obliga a leer esta obra de principio a fin.

Antes del Índice, Gregorio cita esta frase del gran Michel de Montaigne:

“No hice tanto por mi libro como mi libro hizo por mí”. Le creo.

Y se cita a sí mismo con esta otra: “Una persona se hace vieja cuando deja de soñar y de luchar por hacer realidad sus sueños”. En esta frase está la clave de su novela y la explicación de su titulo.

Jesús, que así se llama el protagonista, no deja de soñar y de perseguir sus sueños. El autor adorna a su personaje principal con características de hombre noble y compasivo que yo reconozco en Gregorio. La infancia del protagonista en un pueblo pobre de Castilla la Vieja, cerca de Peñafiel, determina su pulsión para buscarse la vida fuera de la miseria, de los malos tratos, de la dureza del campo y acariciar sueños de grandeza. Para esa etapa, el autor bebió de una fuente singular: los recuerdos de su abuela.

Decía Rainier María Rilke que “la infancia es la patria verdadera del hombre”. Quizás, por eso, el doctor García Arranz no abandona las raíces infantiles castellanas del protagonista y nos lleva repetidamente hacia ellas. Va y viene de la madurez a la infancia. Don Macario, maestro del pueblo y admirador de Giner de los Ríos y de su Institución Libre de Enseñanza, y don Rosendo, el cura, son personajes importantes en la formación del carácter del joven Jesús. Le contagian su amor por la lectura y le cambian su vida. Gregorio se retrata en él.

En el examen de ingreso, un monje le pregunta por los valores que representa don Quijote. Jesús le responde:

“La entrega en la defensa de los necesitados, la supremacía del espíritu sobre la materia, la bondad…”

El monje le interrumpe: “Y Sancho, naturalmente, representa todo lo contrario, ¿verdad?”

El joven Jesús le responde:

“No, señor, Sancho representa al hombre sencillo, vulgar, movido por la necesidad y a veces también por la ambición y por las pasiones humanas”.

Gregorio nace y pasa su infancia, hasta cumplir los diez años, en Melilla y allí se consolida – ¡cómo no! – la brillante carrera militar del protagonista. Ha investigado mucho sobre la pérdida de las últimas colonias del ya decadente imperio español, especialmente sobre la guerra de Filipinas.

Sin embargo, donde más brilla su investigación es en la guerra de África, sobre todo en los desastres olvidados y vergonzosos del Barranco del Lobo en 1909 y de Anual en 1921. Conoce al dedillo el triste protectorado español en el norte de Marruecos, plagado de corrupción política y militar y de intereses turbios de la élite económica española. Mi paisana almeriense Carmen de Burgos, Colombine, fue la primera mujer corresponsal de guerra que cubrió las vergüenzas y heroicidades de la triste guerra de África. Por eso, Franco, militar africanista, borró su nombre y su obra de la faz de España.

Gregorio describe, como si fuera un experto militar, las luchas contra Abd el Krim y los rifeños hasta el desembarco de Alhucemas ordenado por el dictador Miguel Primo de Rivera. Celebro los conocimientos minuciosos que ha adquirido sobre la estrategia militar, el armamento, el heroísmo, la muerte en batalla y las frustraciones personales y traiciones de los mandos “africanistas” del Ejército español. El autor los retrata como llenos de soberbia y cuyo desprecio del enemigo nos llevó a varios dramáticos desastres y matanzas de soldados pobres. Los hijos de los ricos, previo pago de una cuota, no iban a la guerra. La vida de los pobres tenía un precio muy bajo.

Más tarde, hacia el final de la novela, aquellos militares “africanistas” nos llevarían, entre otras razones, a la mayor tragedia de nuestra historia reciente: la guerra civil española del 36 al 39 y la larga y ominosa Dictadura de Franco.

Sus descripciones de Marruecos me han interesado mucho por una extraña coincidencia. Siendo yo muy joven, tuve que investigar al detalle, en los diarios de la hemeroteca de Madrid y en el Archivo Histórico Militar, toda la guerra del norte de África para escribir los “pre guiones de la serie de TVE “España, siglo XX”. Con 21 y 22 años, fui el escritor fantasma de José María Pemán, el poeta del régimen franquista, que era quien firmaba (y cobraba, muy bien, por cierto) los guiones que yo le servía en borrador. De ahí que los generales Fernández Silvestre, Dámaso Berenguer o el “expediente Picasso”, nombres que Gregorio cita en su novela, me resulten tan familiares.

Debo felicitar a los asesores militares que han hecho del autor un candidato idóneo para ingresar en la Academia General de Zaragoza, donde estudia la princesa Leonor, heredera del trono. El conocimiento y el despliegue de las estrategias y las tácticas bélicas, así como de las armas, desde el gas mostaza al “paqueo” de la fusilería, o la descripción minuciosa de las operaciones más peligrosas para conquistar una cota o destruir un nido de ametralladoras dan a esta obra un aire que va de la novela histórica a la película de acción. Salvando las distancias, se nota también que el doctor García Arranz, ha leído en su adolescencia, como muchos de los que gozamos ahora de la jubilación, aquellos famosos tebeos de “Hazañas bélicas” que competían con los de “El Capitán Trueno”.

Cuando describe las enfermedades y la asistencia médica de don Hilario, el médico del pueblo, desde “el garrotillo”, en tierras de Castilla, a las heridas de guerra en Filipinas y África, y hasta los partos en la mesa de la cocina, se nota que el autor es médico y sabe de lo que habla.

Toda la obra rezuma cierta bonhomía, el amor vence al desamor, y, pese a tantas tragedias y sufrimientos, la novela es un canto a la vida, una celebración optimista de la esperanza en un futuro mejor. Jesús no es un malvado como don Juan Tenorio, salvado por la mínima por el amor de doña Inés. Jesús es, al fin y al cabo, un buen hombre lleno de contradicciones. ¿Y quién no?

Poco antes del final, Gregorio nos habla del legado que deja su protagonista, al terminar de escribir la historia de su vida en la celda misteriosa en la que está recluido:

“¿A quién debo agradecer mi liberación?”, pregunta Jesús a su presunto libertador. Este le responde:

“Al amor de los que te han querido y a ti mismo; pues no olvides que ese amor sobre todo ha sido fruto del que tú has dado (…) Y ellos se beneficiarán de tu legado”.

“No sé a qué legado te refieres”, le replica Jesús. El misterioso visitante le responde:

“Nos referimos a tu entusiasmo por la vida, a tu lucha por el bien y la justicia y a no darte por vencido. A tu humildad ante los humildes y a tu orgullo ante los poderosos. A tu generosidad, a tu ilusión, a pensar aquello de que ´cada día que nace es el primero del resto de nuestra vida´. Todo eso se quedará con nosotros”.

¿Puede haber mejor retrato machadiano de un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno?

Por toda la novela “Detrás de la esperanza” del doctor Gregorio García Arranz, que presentamos y celebramos hoy en este Ilustre Colegio de Médicos, transita el espíritu cervantino, la realidad poliédrica que se nos muestra en forma de molinos o de gigantes, según se mire. En sus páginas, Gregorio mezcla sabiamente el quijotismo y el sanchismo (me refiero al de Sancho Panza y no a otro, no sean mal pensados). Lo hace con gran habilidad, como gran cervantino que es. Lo hace sutilmente, casi sin ser notado. Y teniéndome yo por humilde cervantino, ¿cómo no voy a quererle? Aunque me gane al tenis.

Enhorabuena y muchas gracias, Gregorio, por el regalo que nos haces con tu novela y gracias a todos por escucharme.

Con Luis Menor, invicto campeón del último torneo de tenis (Homenaje a Teo), ayer, junto al busto de Ramón y Cajal. Luis me eliminó con un 6-0, 6-0. Combate desigual entre el número 1 y el último de ese ranking, que me tocó por sorteo. La suerte no siempre acompaña a los audaces, por mucho que lo haya dicho Virgilio.

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