Por Cláudia Morán
Había una vez dos familias que compartían un mismo profeta, Mahoma, y un libro sagrado, el Corán. Cuando murió Mahoma, la familia chií creyó adecuado que su digno sucesor debía ser su yerno Alí, marido de su hija Fátima; mientras que la familia suní consideraba que la línea sucesoria debía corresponder a un árabe miembro de la tribu de Mahoma. Hubo sangre entonces. La misma que se derrama ahora en Siria y en otro país en la sombra: Líbano.