El martes, día 16 del mes, a la mañana, en el palacio llamado de la Moncloa, Zapatero e Ibarretxe se van a oír uno a otro. ¿Habrá voces? No parece, sus discursos son previsibles, llamados a no entenderse, pero sin perder modos. Zapatero no aceptará la propuesta del de Llodio y éste no cambiará un discurso con el que lleva seis años y al que consagra su futuro político.
Ambos quieren ganar las elecciones próximas, Zapatero las generales, y el otro, las vascas, que se celebrarán cuando las convoque, una vez que su partido le confirme como candidato. De la reunión del martes lo importante no es tanto lo que desacuerden como lo que escenifiquen; quién y cómo explica y con que argumento. Política gestual, interpretativa, que luego servirá para que los demás reiteren su discurso ya conocido.
También el martes el Tribunal Constitucional libra otra batalla interna político-partidista, con descalificaciones de algunos de sus componentes, que pondrán otro clavo en el ataúd de su desprestigio. En vez de interpretar y defender la Constitución, el llamado alto tribunal se ha convertido en espacio en el que derrotar al adversario político.
Los responsables principales de semejante desafuero son los propios magistrados, alineados en vez de independientes, tácticos en vez de justos. Probablemente el desgarro interno del Tribunal es lo más grave que está pasando en la vida política, más desde luego, que unos pocos energúmenos quemen retratos por las calles.
Miguel Delibes, desde la altura de su experiencia y fatiga, dice que le aburren los insultos cruzados de los líderes políticos, “no me gusta la política, ni los políticos… me temo que ninguno tiene otros recursos”