Las encuestas pueden equivocarse en los detalles pero detectan bien las tendencias y el bulto. Los que escudriñan esas encuestas coinciden en que todo es posible el 9M, todos menos que algún partido obtenga mayoría absoluta. Pinta semejante al 2004: ningún grupo parlamentario dominante y quizá un gobierno de coalición con ministros de dos grupos, que es una variante sin ensayar en esta democracia que ha cumplido treinta años. Otra variante pendiente es un gobierno de gran coalición, a la alemana, que queda para situación de emergencia.
Un escenario probable a la vista de las encuestas y de las declaraciones de los líderes es una doble victoria repartida: más votos para los socialistas y más actas de diputados para los populares. Para que eso ocurra, las diferencias tienen que ser cortas: menos de tres puntos y no más de diez escaños.
Nuestro sistema electoral, que al comparar con cualquier otro sale bien librado, prima a los más votados y también prima a los distritos provinciales de poca población. Por ejemplo el PNV tiene un conciente de 60.000 votos por diputado, frente a los 83.000 de los partidos nacionalistas catalanes. Izquierda Unida, la formación más perjudicada por el distrito provincial, presenta un cociente de 257.000 votos por escaño, mientras que el PP se queda en 66.000 y los socialistas en 67.300.
Es posible que con un 41% de los votos para los socialistas y un 39% para los populares, su traducción en escaños se situe en torno a 160 actas para cada formación, con posible ventaja para el menos votado.
Rajoy ha dicho que gana el que tenga más escaños (aunque en la municipales ganaba el de más votos) mientras que Zapatero sostiene que no gobernará si no obtiene más votos que su adversario. Lo efectivo es que gobierna quien suma más diputados en la investidura, el que sume más aliados.