Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

El zen de Brihuega

¿Por qué unos ven y otros miran y no ven?

La pregunta, potente como toda buena paradoja, es el título de la tesis doctoral de Ana María Schlüter Rodés, la monja-zen a la que dedicamos el reportaje que publica hoy 20 minutos.

Conocí a Schlüter hace unos cuantos años. Por entonces, merced a la deriva de mi ánimo y acaso al despertar después de estar dormido, frecuenté los meandros orientales del pasar sin dejar huella, del tránsito suave, del silencio… Necesitaba ser un bambú porque me habían enseñado a ser un pedazo de hierro y estaba cansado de tanto óxido.

Por desgracia, entonces estaba lejos y el contacto sólo fue telefónico. Aún así, porque la casualidad nunca es casual, la palabra de esta señora simpática, risueña y nada dogmática (“si no puedes reírte de ti mismo eres un mal zen”), tuvo la cualidad de lo presente. Recuerdo una cita:

Tenemos seis sentidos, los cinco y el entendimiento. Con el zen se huele mejor, se ve mejor, se oye mejor… Y también se piensa mejor. Los árboles deben vivir desde las raíces.

Quise ahora, tiempo después, saber qué había sido de ella, cómo pervivía el dojo de Brihuega, la casa alcarreña donde un millar de personas se zambullen en sí mismos para mirar y ver en silencio, en quietud, desde el zen.

Siempre me gustaron los outsiders, los que pierden, quienes se apartan, sobre todo porque creo que cuando te vas de algo te acercas al resto.

Mi primer trabajo como reportero para el que ahora es mi jefe (y todavía mi amigo), Arsenio Escolar, fue una doble página en aquel diario fugaz y expresivo, El Sol, donde quisimos, quizá con inocencia infantil, escribir en colores a principios de los noventa.

En una zona apartada de la provincia de Lugo, en una esquina lindante con Asturias, la Guardia Civil había detenido a varias docenas de hippies, ocupantes de cinco aldeas abandonadas por la construcción de un embalse franquista, bajo la acusación de cultivar marihuana.

-Vete para allá, quiero que me lo cuentes –dijo Arsenio.

La crónica, una de las más gozosas de mi vida (las plantas de aromática cannabis en el cuartelillo de Fonsagrada; los chicos libres; el viejo ácrata convertido en pastor de cabras…), más allá de su valor periodístico, me ayudó a hacer amigos: regresé varias veces, como José Ángel, no como reportero, a Foxo, Vilauxín, Rozadas… También regresé a las órdenes de Arsenio. Nietzsche, la rueda del dharma y el periodismo son hojas de la misma flor.

Mi director apenas sabía lo esencial del reportaje sobre el dojo de Brihuega. Le había anotado mis intenciones en varios correos electrónicos y reuniones, pero, cuando, el viernes, le entregué la prueba impresa de la página, preguntó:

-¿Dónde es esto?

-En Brihuega, en el Tajuña.

-¿En Brihuega? ¡Pero si voy todos los domingos!

Todos pasamos cerca de la iluminación. Casi siempre, sin saberlo.

El miércoles de la semana pasada el fotógrafo Sergio González y yo compartimos una luminosa tarde de mayo con la monja-zen (y sus dos mastines). La finca, al sur de Brihuega, ocupa una ladera casi de ensueño, encaramada sobre el valle del Tajuña.

El grupo de practicantes de zen encontró el terreno en los ochenta, cuando el precio de la tierra no era marciano. Querían un lugar tranquilo y cercano a Madrid para hacer retiros. Estuvieron varios años instalados en unos camiones viejos, adaptados para dormir, hasta que construyeron la casa, alcarreña pero japonesa. En un azulejo exterior alguien grabó unas frases del Quijote que también parecen japonesas. No en vano las pronuncia la pastora Marcela, sabia y simple:

Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Schlüter, que nos recibió con la llaneza de los buenos anfitriones, llama al paisaje un “marco prestado” y no deja de asombrase sobre su perfección. En la finca han plantado 500 árboles, pero la mano del hombre está disimulada. Al contrario que en los jardines afrancesados, el membrillo, el espino, el nogal o el sorbo no parecen servir al hombre, sino respetar un orden desordenado, dictado pero no impuesto.

El zen cristiano que practican los mil asiduos a las sesiones no es nuevo. Su esencia (descubrir la naturaleza búdica que se esconde tras el pensamiento racional y su ensordecedor zumbido) es muy similar a la oración mística de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz.

“No morando en ninguna parte, la mente se manifiesta. No importa de qué credo seas. Aquí tenemos gente cristiana, agnóstica, atea y musulmana. Lo importante es el encuentro, el dialogo interior. Buda significa ‘el despierto’ y, en el fondo, ya lo somos. Estamos despiertos pero no lo sabemos. Es importante no ser olvidadizo”, dice la maestra.

La escuela, la más importante de España, tiene mil alumnos, algunos en el extranjero (México, Guinea Ecuatorial, Francia, Portugal, Reino Unido, Estados Unidos). Hay una fuerte presencia de sanitarios y docentes y las mujeres superan a los hombres.

Me gusta la forma de ver el mundo de Schlüter (71 años, superviviente de dos guerras, monja de las Mujeres de Betania, activista vecinal en el Madrid franquista). Es compasiva pero no escapa, es culta pero no pedante, no tiene televisión –pero sí muchos libros, sobre todo prácticos– en la casita aneja al zendo en la que vive…

–¿Cree en el zen de Zapatero del que habló algún semanario yanqui? –le pregunté.

–Veo un aire completamante diferente. Es más amable, menos crispado…

–¿Y Ratzinger?

–En un primer momento me asusté, pero ahora le veo posibilidades. Es demasiado serio. No podemos olvidar que es bávaro y esa gente es muy especial, pero creo que es una persona sencilla, buena y sincera. Está en una onda muy diferente a la mía, pero, como Küng, pienso que lo puede hacer mejor de lo que piensan muchos.

–¿La ha dado la curia algún tirón de orejas por sus flirteos con el zen siendo monja?

–No, nunca. Antes, con Tarancón, todo era fácil. Ahora tengo suerte de no estar en Madrid. El obispo de Sigüenza-Guadalajara (José Sánchez) es fantástico. Vino a bendecir el zendo, pero me dijo: “Antes explícame qué es eso, porque yo no tengo ni idea”.

Imagino ahora a la monja-zen rastrillando el jardín de piedras («la quintaesencia de un universo sin caos»). En las rocas de cuarzo alcarreño, nos dijo, descubre una ecuménica explicación del misterio de la trinidad cristiana:

-Este jardín es la trinidad entendida por el taoísmo. El Padre invisible y sin forma es el jardín del que emerge la roca, el Hijo, como imagen visible. El espíritu es lo que surge, el aliento…

También la imagino apostillando:

-Pero la verdadera belleza está en las pisadas de mis perros sobre el jardín.

José Ángel González

1 comentario

  1. Dice ser delfina

    he leido tu reportaje, tu encuentro con ana maria debe haberte transformado, pues he percibido al leer ,.compasion por tu parte, entendiemiento y sobre todo amor, bueno eso es lo que con mucho respeto he sentido, conozco ese lugar brihuega, es apacible , transmite tanta serenidad y hace que una sienta su corazón latir .un saludodelfina

    15 octubre 2009 | 18:31

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