Las campanas tañen por el clima

En aquel instituto al que fui a estudiar el bachillerato superior me encontré sumergido en una estancia llena de libros. Nunca había visto tantos y me preguntaba el tiempo que habría costado escribirlos. En mi casa no había libros, si acaso alguno que había regalado la Caja de Ahorros coincidiendo con el día del impositor. Pero dado que mi familia no era impositora muy fuerte, la cantidad de regalos era pequeña. En la estantería de aquel instituto recuerdo que había un ejemplar de un libro medio escondido: Por quién doblan las campanas. Me llamó sin hablar, porque yo había sido monaguillo en mi pueblo y me encantaba el sonar de las 4 campanas, que bandeé en muchas ocasiones; incluso alguna después de acabar la carrera.

La realidad es que hablaba de campañas más que de campanas, de cosas que no entendía y lo dejé en la página 50. Este poste que quienes lo pasan en un libro se puede decir que están interesados. La musicalidad de las campanas era extraordinaria, me contó el cura con todo lujo de detalles. Los que tenían que ver con ciertas espiritualidades que no entendía se me han olvidado. Pero no que cada toque que interpretábamos daba cuenta del latir y sentir del pueblo. El cimbalico (címbalo para la gente de fuera del pueblo) era pequeño y servía más que nada de acompañamiento; excepto cuando su toque era único y durante largo tiempo, pues indicaba la muerte de algún recién nacido hacía pocos días. En aquellos tiempos era muy alta la mortalidad infantil.

Las campanas grandes eran señoriales. A la una a duras penas la bandeábamos, pesaba mucho y nos catapultábamos a ella cuando su yugo de madera estaba cerca de nosotros. Pero la más gorda, con un sonido majestuoso, solo admitía tocarla moviendo el badajo porque se suponía que si daba la vuelta era posible que la torre se viniera abajo. Las campanas hacían las veces de altavoz social, también sus distintos toques transmitían afectos o peligros. Los primeros cuando anunciaban las fiestas; de los segundos me acuerdo especialmente del toque de incendios. Un repique generalizado y bien fuerte, durante en largo rato, repetido unos minutos más tarde. Como se sabía que no había una fiesta solamente podía significar alarma. Todos hombres disponibles acudíamos a la plaza a las espera de las instrucciones que nos diesen para conformar cuadrillas y dirigirnos, con escasos utensilios bien es verdad, para intentar sofocar el incendio. Las brigadas actuales y los medios aéreos tardaron en llegar.

Todo este preámbulo me lo ha escrito la nostalgia. Ha surgido porque ha llegado hasta mí una iniciativa ciudadana ligada al toque de las campanas. Es la Fundación CLIMA/KLIMA Fundazoia. “Campanas por el Clima”. Ha nacido en Navarra y tuvo su explosión de sonidos desde Villava Atarribia el 21 de junio. Difícil es mostrarse en desacuerdo con los objetivos que pretende y en qué los fundamenta. Dice más o menos así: todo lo que amamos, todo lo que nos permite vivir, todas nuestras esperanzas están -añado por mi parte el podrían estar porque en la entropía planetaria todo son incertezas- a unas décadas de tambalearse. Desde allí lo llaman perecer. Se me antoja que tienen su primer objetivo de transición social en el año 2030, en las décadas siguientes; su cima es alargada. Merecen figurar como protagonistas en nuestra Cima 2030.

Pero como lo de perecer nos puede asustar, nos gusta más el segundo planteamiento global que formulan. “La Fundación CLIMA / KLIMA Fundazioa nace de la sociedad civil para concienciar sobre la urgente necesidad de adaptarnos al Cambio Climático y prepararnos ante su impacto, muy especialmente frente a los episodios de altas temperaturas, cada vez más frecuentes e intensos”. En esta fundación, constituida en 2023, participan personas con intereses profesionales diversos (la ciencia, la ingeniería, el derecho, la docencia, la empresa o la comunicación) pero con una inquietud común: la sociedad en su conjunto se encuentra aún muy lejos, a pesar de experiencias globales vividas por disrupciones climáticas, de percibir la gravedad que supone la crisis climática. Tanto en lo que se refiere a episodios concretos -inundaciones, sequía, calor extremo- , que ya están ocurriendo, como de cara a su desarrollo futuro en el corto y medio plazo. Por eso, su proyecto “Campanas por el Clima” alertará a la población ante acontecimientos tan crecientes como olas de calor, inundaciones, u otras emergencias fruto del Calentamiento Global.

Esta fundación ciudadana quiere movilizar a los actores políticos, empresariales, o ciudadanos, en los ámbitos local y autonómico; también global. Quiere  convertir este repique en una referencia universal de aviso a la población ante estos sucesos climáticos relevantes. Con esta iniciativa, Fundación Clima hace un llamamiento a las instituciones, entidades locales y templos, desde Navarra a todo el planeta, para que aúnen fuerzas y colaboren en su implantación. Habrá que expandir esta idea a las atalayas religiosas o cívicas en aquellos lugares de religiones diversas en donde no tienen campanarios ni campanas. Damos por supuesto que todos los dioses de las diferentes religiones desearán socorrer al menos a sus creyentes.

Entre todos, en alianza creciente,  hay que de encontrar un camino común en el desarrollo de propuestas y estrategias de adaptación climáticas que resulten accesibles a la ciudadanía y que sean visibles, próximas a la vida cotidiana. Basan su acción en la mitigación y adaptación climática en el hecho de compartir el conocimiento actualizado y responsable de la evolución de la crisis climática. Hablan de promover una conciencia social activa, solidaria y fundada en la ciencia, que se dirija a la protección de la vida, el futuro, y la salud de todas las personas (mujeres y hombres, jóvenes y mayores); ahora mismo y con la vista puesta en los beneficios que legarán a las generaciones que vendrán después. Por eso su tarea no acaba en el año 2030. La melodía campanera que han creado pretende ser una llamada social a la participación.

En mis tiempos jóvenes en el pueblo, subir al campanario –cien escalones- para hacer cantar a las campanas era un privilegio, a pesar de la fatiga que suponía mantener los repiques que anunciaban algo de interés social, no solamente actos religiosos. El campanario era un altavoz comunitario, un faro colectivo elevado a la categoría de lugar principal. Anunciaba sobre todo lo urgente, la alerta ante algún peligro, pero sus melodías incentivaban el sentido colectivo de unirse para alcanzar un fin. En una ocasión, una tormenta despiadada de las que ahora llamaríamos DANA me llevó con una amigo a socorrer, con la burra y el carro de mi abuelo, un par de cerdos atrapados en un corral de las afueras del pueblo. Las campanas que escuchan y divulgan las pretensiones de la Fundación CLIMA quieren ser parte importante en la generación de una cultura colectiva que nace de la ciudadanía, que considera la crisis climática como merecedora de atención especial.

Las campanas se alían por hacer entender que los bruscos espasmos meteorológicos evidencian un cambio climático que solo se puede aminorar en alianza. Por eso hay que releer a menudo aquello del poeta metafísico John Donne (1624) que dicen inspiró a Ernest Hemingway a escribir su Por quién doblan las campanas -cuyo sentido no entendimos la primera vez que lo leímos-. Se nos antoja ahora que es un canto al ser colectivo que somos cada una de las personas. Máxime cuando nos unimos para avisar de los riesgos del cambio climático, nos unimos para aminorarlo. Pasado mañana no seremos nosotros los sufridores, pero sí mis hijos y nietos.

Permítaseme la idealización de una esperanza. Nos imaginamos a muchas campanas de los pueblos de España (también el mío en los Monegros zaragozanos, y los del mundo, tañendo al unísono, recordando con motivo del cambio climático aquello que escribía, más o menos, John Donne: la muerte de cualquier hombre nos disminuye porque estamos ligados a la humanidad. Por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

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