Hace unas semanas me escribió una lectora (gracias, Eva 😉 ) que me decía lo siguiente:
«Me gustaria que escribieras un artículo dando tu opinión sobre la cantidad de palabras y adjetivos que se utiliza hoy en día en la industria de la belleza, que a lo mejor estan ortográficamente bien escritas, pero que no tienen sentido. (…) Por ejemplo, champús con el que el pelo te va a quedar ‘exquisito’ o ‘sabroso’, (…) productos de dietética que te dejan la piel ‘efervencente’… Se llaman buzzwords«
Tenía toda la razón Eva. Son muchos los anuncios publicitarios que recurren a este tipo de expresiones o palabras para sumergirnos en un mundo de preciosas sensaciones… que poco o ningún sentido tienen. ¿Qué es eso de que la piel es efervescente o los ojos respiran? Un publicista podría decirnos que están recurriendo a una metáfora o que, incluso, están haciendo uso de una prosopopeya. Cierto, pero la prosopopeya es una figura retórica y, como tal, debería usarse en contextos medianamente literarios, que están bastante alejados del contexto publicitario.
Tengo un vago recuerdo de cuando era pequeño: en un anuncio de televisión, una señora con pinta de lista anunciaba una serie de cremas (creo que) adelgazantes. Pero claro, cualquier crema no sirve para cualquier persona, de modo que esta empresa vendía un pack de unas 5 ó 6 cremas distintas, cada una de un aroma y propiedades distintas (naranja, trébol…). Pero, ¿cómo saber cuál era la perfecta para nosotros? Aquí viene lo bueno: no puedo recordar quién anunciaba esto, pero recuerdo la frase (casi) a la perfección: «Cada crema produce un efecto y la piel responde a ese efecto con pequeñas vibraciones. Cuanto más vibre nuestra piel, mejor será el efecto».
¿Perdón? Que mi piel qué? ¿Responde? ¿Y con movimientos, encima? Recuerdo este spot porque el solo hecho de imaginarme a mi piel respondiendo con vibraciones me daba pánico. Lo siento, señora, pero no me apetece ver cómo responde y vibra mi piel.
Hace pocos días me encontré con otro ejemplo similar. «El agua tiene memoria y estado de ánimo», nos cuenta una agencia de noticias. Al principio pensé que se trataría de una metáfora o, de nuevo, una prosopopeya. En caso de ser así, tampoco estaría justificado, ya que no parece muy acertado que en una cuestión científica como esta deba recurrirse a ningún tipo de metáfora. Pero es que ni siquiera es así. Si leemos la noticia podemos ver lo siguiente:
El agua tiene memoria y refleja el entorno donde ha sido recogida como si se tratara de un estado de ánimo, sostiene el investigador japonés Masaru Emoto. (…) Según sus investigaciones, el agua es un reflejo de las vibraciones que recibe, por la capacidad que tiene ese movimiento, que el define como HADO, se modifica la estructura subatómica, la «esencia» de las cosas.
No es necesario investigar mucho para comprobar que este investigador ha sido invitado por una marca española que se dedica al embotellamiento de agua y que recurre a los aparentes descubrimientos del tal Emoto para enaltecer las propiedad de su producto.
De hecho, no son pocos los divulgadores científicos que se han echado encima de este investigador que, en la campaña publicitaria de la embotelladora, asegura que «cuanto más cerca está el agua de la naturaleza, más bella es la forma de sus cristales», algo que justifica esa aparente memoria que parece poseer el agua.
Una vez más, conviene aclarar que el agua NO tiene memoria, de modo que, señores publicitarios, les invitamos a hacer uso de todo tipo de prosopopeyas la próxima vez que escriban un poema. Pero no cuando intenten vendernos sus productos.
P.D.: La foto es de Scott Robinson.