Cuando uno va al supermercado, se puede encontrar con palabras y términos de lo más variopintos. Sin ir más lejos, hace unos días me encontré con un plato precocinado que aseguraba ser ‘microondable’.
Microondable. Es una palabra rara, como poco, pero no me pareció descabellada. Me puse a buscar por Internet y no solo descubrí que se usaba más de lo que yo creía, sino que, además, la Fundéu se había pronunciado al respecto: «[Su uso] no es ni correcto ni incorrecto; se trata simplemente de un neologismo (una palabra nueva) que se usa cada vez más y se entiende bien». Y tienen razón. El sufijo -able se usa a partir de verbos para formar adjetivos que pueden ser afectados por la acción de este verbo. Es evidente que microondar no existe, pero no parece que microondable sea una opción demasiado mala.
¿Quiere decir esto que podemos crear palabras nuevas con lo que queramos? La respuesta corta es ‘No’; la larga, ‘Sí, siempre que estén bien formadas y tengan algún tipo de sentido gramatical’.
Recuerdo que, hace varios (en mi época de botellones y otros jolgorios), un amigo mío tiró al suelo y rompió una botella de whisky, algo por lo que le acusé de ‘whiskycida’. La respuesta de mi amigo fue decirme que esa palabra no venía en el DRAE y, por tanto, no existía. Yo sabía que no existía, pero no me parecía del todo inaceptable. Unos años más tarde, en la universidad, me acordé de esta palabra y le pregunté por ella a mi profesor de Morfosintaxis, que me respondió: «Si formas una palabra con sentido, que se entiende y con un mínimo criterio gramatical, no veo por qué no vas a poder usarla, aunque no venga en el diccionario».
P.D.: En cualquier caso, ¿tan difícil es decir ‘para microondas’?