Chistes de toda la vida para el chavalerío de Internet, que aún no se los sabe

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La rebelión de las mascotas

Suele decirse que los teleoperadores son los proletarios de hoy en día. Bien cierto es, aunque más abajo en la escala social hay un lumpen-proletariado del que nadie se acuerda: ese ejército de peluche que integran los hombres-mascota.

Las mascotas son un fenómeno genuinamente norteamericano. De hecho, hubo un tiempo en el que parecía que esos seres –animales sonrientes por fuera, personas cariacontecidas por dentro- no serían capaces de cruzar el charco, con la de agua que coge el disfraz. Pero ya están aquí, entre nosotros.

A los que se quejan de su trabajo de repositores, de cajeras o de captadores de socios para Leprosos Sin Fronteras me gustaría verles a mí trabajando de mascotas: embutidos en un traje de un palmo de espesor, a 40º a la sombra y todo por un eurico a cambio de una foto (en el caso de los freelances) o por un sueldo de supervivencia y la promesa de ser coordinador de peleles (las mascotas por cuenta ajena). Eso si consigues sobrevivir a la hostilidad de los humanos.

Porque, vamos a ver, ¿acaso hay huelgas de mascotas?, ¿alguien ha presenciado alguna vez una manifestación de peluches?, ¿existen sindicatos que agrupen a estas desdichadas criaturas y les den la voz de la que, por fisiología y contrato, carecen?

No señor. Las mascotas se rebelan subvirtiendo su personaje, haciendo cosas que no se supone que deberían hacer. Cosas como estas:

O éstas:

O, llegados al caso, éstas:

O estas otras (no miréis, niños):

Nosotros no queremos ser agoreros, pero como el conflicto mascotil se nos vaya de las manos vamos a tener que ir descongelando al tío Walt. Entre tanto, hemos preparado una práctica guía de supervivencia por si las cosas se ponen feas.



Carteles de salas X

Según el artículo 6 de la Ley 1/1982 que reguló las salas X en España, “la publicidad de las películas destinadas a salas X sólo podrá utilizar los datos de la ficha técnica y artística de cada película, con exclusión de toda representación icónica o referencia argumental”.

Ante esta limitación legislativa a los exhibidores de películas guarras no les quedó otra que inventarse unos carteles de confección artesanal en los que una tipografía ornamental y juguetona suple a los proscritos culos y tetas.

Los muy ociosos taquilleros de las salas X (250.000 espectadores en los ocho cines que quedan en España en todo 2006: menos de 8 espectadores a la hora) confeccionan los carteles de la sala X de Duque de Alba, el único de los tres cines de Madrid que conserva este arte amanuense. A mediados de los 80 la capital contaba con 15 salas, compitiendo fieramente en programación e ingenio tipográfico.

Como puede comprobarse, el cartel de cada película incluye toda la información absolutamente innecesaria para el aficionado al género: el título, la nacionalidad y los subtítulos. Ni un dato sobre el reparto (salvo una referencia al hiperpublicitado Nacho Vidal) o la tendencia sexual de la cinta, aunque dudamos que los empresarios se aventuren a ciclos de coprofagia o a revisitar clásicos del bestialismo.

Cualquier chaval puede ver en la pantalla de su móvil el bukkake de una compañera de clase mientras pasa por delante de este casto e infantiloide aviso:



Jambulguer: sólo la realidad supera la ficción.

Estamos hartos de que nos den gato por liebre cuando pedimos una hamburguesa. Si en la foto del establecimiento aparece el filete ruso lustroso, con gotas de rocío mañanero cubriendo lechuga, con las patatas en perfecta formación ocupando todos los huecos del sobre…¿Por qué diablos no nos dan una igual?

Será que nunca nos quejamos. Por eso desde Corea nos llega una nueva versión del Bigmac que se llamará MegaMac y que nos quieren colar como un doble Bigmac. Vean lo que nos tomaremos cuando llegue a España.

Para que no haya más abusos a nuestra integridad moral, abogamos por la auto-confección de la hamburguesa. Plántese delante del inmigrante elegido y pídale los ingredientes al gusto, con muchas lonchas de “patty” y muchas porciones de “Xchz” (que deben ser “queso” y “carne” en el idioma de los burguers). Así, por lo menos, no podremos comparar con ninguna hamburguesa de la foto y no nos llevarán los diablos a la hora de hincar el diente.



Por sus tapas los conoceréis



¿Rock tuno? ¡Rap tuno!

El rock tuno se caracteriza por incorporar un ritmo sincopado y reconocible, y una letra divertida y fácilmente tarareable. Es por tanto, un género musical idóneo para lograr la catarsis colectiva en los conciertos o bien exaltar la camaredería masculina en el momento álgido de la fiesta, agarrándose todos en una gran melé – sin mariconadas- y cantando como una sola voz algún hit de Siniestro Total, Toreros Muertos, Los Inhumanos o Los Petersellers.

 

Lejos de declinar, el rock tuno vive su enésimo auge. Al retorno de los citados se une una nueva caterva de grupos: Los Gandules, responsables del hit “Yo no soporto la tuna”; Los Acusicas, hijos putativos de Los Nikis y al que sólo le falta que las canciones estén a la altura de sus vídeos; los incomprendidos Mamá Ladilla, autores de de esa oda a la coprofagia que es “Devórate otra hez”, y sus herederos intelectuales Engendro, orgullosos creadores del himno báltico “Qué viva Lituania” o El Reno Renardo, que fusiona dos ítems tan improbables como “Camino Soria” y “El señor de los anillos” para parir “Camino Moria”, el “Opá” de la temporada. Por cierto, que los ya citados Gandules también la emprenden con la tonadilla de los Gabinete: “He potao en la noria” es el primoroso resultado.

 

Pero ¿y el rap? ¿Acaso este artículo no se llama “¡Rap tuno!”? Vamos a ello: el rap siempre se ha tomado muy en serio a sí mismo. Demasiado. Los raperos solían salir con gesto hosco en sus portadas, como de mal rollo o ardor de estómago. Las letras, por su parte, acostumbraban a ser solemnes, con vocación de trascendencia y rima en consonante: que si lo chungo que es la calle, lo malas que son las disqueras, lo feo que está pegar zurriagazos a la parienta…Y digo “solían” y “acostumbraban” porque eso se acabó.

O más bien, ya no siempre es así.

Como bien saben en Cádiz, el rap es tan adecuado para relatar chirigotas como para denunciar las injusticias de este mundo. Ahí están dos obras maestras del género hip-hopero: el Rap del maligno y el rap del payaso. Y no son una excepción. La Excepción es el mejor representante del rap tuno: si aquel “Zapato ortopédico” ya apuntaba maneras, su segundo disco –“Aguantando el tirón”- es un compendio de lo mejor del rap tuno. Ojo: “Sin escaleras era mi escuela” (las andanzas de Langui con las barreras arquitectónicas), “El Besolla” (sobre la liguilla de futbito de Pan Bendito), “Jambo loco”, y otros temas de interés universal.

 

Otros ilustes representantes del género son Frank T, que tiene sus días: a veces se pone serio, otras veces más tuno que nadie ;los lúbricos Calle 13, que coquetean, cuando no se sumergen hasta el cuello, con el reaggetón, o El Chojin, inventor del llamado “rap positivo”, otra forma de llamar al rap tuno: la letra es inteligible, el público participa de los estribillos y hay cabida para el desparpajo, como en ese “Si mi chica se llamara Sharika”, que podría cantar no ya Siniestro sino La Trinca.