Suele decirse que los teleoperadores son los proletarios de hoy en día. Bien cierto es, aunque más abajo en la escala social hay un lumpen-proletariado del que nadie se acuerda: ese ejército de peluche que integran los hombres-mascota.
Las mascotas son un fenómeno genuinamente norteamericano. De hecho, hubo un tiempo en el que parecía que esos seres –animales sonrientes por fuera, personas cariacontecidas por dentro- no serían capaces de cruzar el charco, con la de agua que coge el disfraz. Pero ya están aquí, entre nosotros.
A los que se quejan de su trabajo de repositores, de cajeras o de captadores de socios para Leprosos Sin Fronteras me gustaría verles a mí trabajando de mascotas: embutidos en un traje de un palmo de espesor, a 40º a la sombra y todo por un eurico a cambio de una foto (en el caso de los freelances) o por un sueldo de supervivencia y la promesa de ser coordinador de peleles (las mascotas por cuenta ajena). Eso si consigues sobrevivir a la hostilidad de los humanos.
Porque, vamos a ver, ¿acaso hay huelgas de mascotas?, ¿alguien ha presenciado alguna vez una manifestación de peluches?, ¿existen sindicatos que agrupen a estas desdichadas criaturas y les den la voz de la que, por fisiología y contrato, carecen?
No señor. Las mascotas se rebelan subvirtiendo su personaje, haciendo cosas que no se supone que deberían hacer. Cosas como estas:
O éstas:
O, llegados al caso, éstas:
O estas otras (no miréis, niños):
Nosotros no queremos ser agoreros, pero como el conflicto mascotil se nos vaya de las manos vamos a tener que ir descongelando al tío Walt. Entre tanto, hemos preparado una práctica guía de supervivencia por si las cosas se ponen feas.
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