Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de octubre, 2010

Un brebaje en el mate

Silvia —le dije con voz de circunstancia después de que ella me declarara su amor—, eso que sentís por mí no es más que un estúpido brebaje mágico que le compré a una gitana en un momento de desesperación. Ahora, después de haber rociado el líquido en los bordes internos del mate de tu casa, tal como me lo explicó la gitana, me doy cuenta de que no soy más que un enamorado empedernido que logró su cometido a base de un engaño. Un engaño, Silvia, es algo que no es verdadero. Engañarte fue lo primero que hice sabiendo que es algo que nunca hubiera hecho. Mi amor por vos es sincero, pero eso que vos llamás amor, no es más que un tonto líquido de ingredientes sospechosos que simulan ese sentimiento en tu corazón. Soy un fraude, Silvia. Aunque vos no puedas entrar en razón, soy un fraude.

En el desierto no hay caminos

Los labios del pobre moribundo están resquebrajados y el sol ardiente ha convertido su espalda en un bosque de ampollas. Hace varios días que está perdido en la vacía inmensidad del desierto, se nota por su barba. Camina hacia ningún lado para llegar a cualquier parte. Lo importante es salvarse y para ello necesita agua, algo que puede ver con frecuencia pero que nunca llega a alcanzar. Aún así, las ilusiones ópticas que tanta expectativa le generan, son tolerables; y los buitres que vuelan en círculo esperando la putrefacción de su cuerpo, al menos no se acercan. Lo verdaderamente insoportable es el hombre que camina a su lado sin parar de hacerle preguntas. Él no quiere responder. Sabe que esa persona no existe, que no puede ayudarlo. Lo sabe porque no tiene ninguna ampolla, porque está prolijamente afeitado y por sobre todas las cosas, porque él mismo tuvo que enterrarlo.