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Archivo de la categoría ‘Preventorios’

Preventorios: «Me pillaron llorando una noche por el fallecimiento de mi madre y me castigaron toda la tarde en el servicio»

Por Ana Isabel Vila.

Estuve dos veces en el preventorio de Guadarrama, la primera vez fue en el año 1959 y la segunda vez estuve en el año 1961. Allí hice la comunión el 13 de diciembre porque en ese año, en julio, murió mi madre. Estuve las dos veces en la llamada sala malva una de las señoritas se llamaba Enriqueta.

Mis recuerdos son muy regulares, entre los malos recuerdos que tengo es que en los desayunos nos daban sémola, como a mí no me gustaba, devolvía el desayuno y me hacían comer lo que vomitaba y otro día como ellas sabían que no me gustaba, me metieron la cara en el plato, me mancharon de sémola y durante todo el desayuno, me hicieron dar vueltas al comedor para que las niñas se rieran de mí.

Una noche me pillaron llorando en la habitación, ya que yo estaba muy triste por el fallecimiento de mi madre, el castigo fue estar toda una tarde  metida en el servicio en el patio grande. Otra noche me lavé los calcetines para tenerlos limpios, ya que los días siguientes  eran días de visitas y me estuvieron amenazando de que a lo mejor me dejaban sin ver a mi padre como castigo.

También nos duchaban o bien con agua muy fría o excesivamente caliente y teníamos que permanecer desnudas con el frío que hacía esperando nuestro turno.

La segunda vez, también me tocó la famosa sala malva y la misma señorita Enriqueta y no nos dejaban tener visitas nada más que el último domingo de mes, la familia de mi madre debía de ser muy importante en el régimen, que sin permiso de mi padre dejaban que me visitará y mi padre cuando se enteró me sacó de allí.

Como era tan bajita porque tenía solo 8 años, me ponían siempre de las primeras en las filas, cuando nos alineaban para ir a comer o para entrar a rezar el Rosario, como no me sabía el Cara al Sol, movía la boca para que no me regañarán o castigaban, se dieron cuenta y me pegaron por no saberla.

Esto es de lo que más me acuerdo, les envío tres fotografías de cuando estuve allí. En la primera fotografia soy la niña primera a la derecha. En la segunda foto soy la que está la tercera a la izquierda y por último en la tercera foto soy la segunda de la izquierda ó la 3º de la derecha.

Preventorios: «Estaban las pelotas, las chivatas, las intocables y esas vivirían mejor»

Por Gloria.

Me llamo Gloria y tengo 59 años y sí estuve en ese sitio, que ahora me entero que era un preventorio. Siempre creí que eran unas colonias de verano. Fue en julio y agosto de 1965, yo tenía 12 años y me llevaron engañada. Me dijeron que había televisión y que se hacían excursiones y en dos meses jamás salí del recinto tapiado. Yo estaba como un palillo, pero sana, y mi madre quería que comiera mejor y engordara algo. Una madre de la posguerra identificaba salud con buenas carnes y por enchufe de una monja conocida -en esa época quién conocía un cura o monja tenía mucho camino ganado, tal era el poder de la Iglesia- pensaron que allí en la sierra hay aire puro y se me abriría el apetito. En esos dos meses engordé medio kilo.

En primer lugar te vacunaban de todo. Una individua con bata blanca y teñida de rubio platino era la encargada, le gustaba humillar y burlarse de las niñas. A mí me llamaba Sarita (por la Montiel) porque en esa época yo no era muy agraciada.

Y luego estaban las duchas una vez por semana: todas en fila y desnudas hasta llegar al chorro de agua fría y después a rebuscar un vestido-babi que fuera de una talla parecida a la tuya en un gran montón.

En el comedor por la mañana proliferaban las vomitonas porque nos hacían desayunar una papilla intragable. Y leche, siempre leche; el agua racionada, solo un vaso o dos por la tarde en la merienda y luego a rezar el rosario hasta la hora de cenar sentadas en el suelo de tierra. Ese era todo el deporte que hacíamos y si alguna se distraía, coscorrón.

Por la noche cuando apagaban la luz y tocaba silencio como en un cuartel ya no nos podíamos mover. Una noche que me incorporé un poco en la cama para remeter las sábanas, vino una guardiana que me vio y me cruzó la cara de dos bofetadas. Me pasé la noche llorando porque a mí no me habían pegado nunca. Yo era una buena niña, tímida y retraída que no daba motivos para el castigo.

Pero lo que se me quedó grabado para siempre fue lo siguiente: como nos daban tanta bazofia para comer y nos cebaban un día me dio un cólico y a las que se ponían malas las llevaban a otro edificio aparte que le llamaban la casita. Allí tenían la costumbre de sacarte a media noche de la cama para cambiar las sábanas y una noche que había venido una niña a la cama de al lado que tendría 6 o 7 años vieron que se había hecho pis, la arrastraron de los pelos al suelo y allí le propinaron tal paliza que yo me quedé paralizada: golpes, patadas, la pobre niña no podía ni arrancar a llorar, no sabía ni de donde le venía la lluvia de golpes de esas dos tipejas reprimidas y mientras le decían: «para que aprendas» y » si quieres te vuelves a mear en la cama, so guarra, cochina». Yo no sé si se volvió a mear pero seguro que todavía sueña que la despiertan a golpes.

Como las cartas te las leían y censuraban, no podías decir a nadie de fuera que estabas en un sitio horrible y que te sacaran de allí cuanto antes. Yo solo lo pude hacer cuando mis padres vinieron a verme al cabo de un mes (solo permitían una visita al mes) y les supliqué que por favor me sacaran de allí;  aún tuve que esperar un mes mas porque la estancia era de tres meses obligatorios y tuvieron que recurrir otra vez a la monja para que me dejaran volver a casa con mi familia.

Y de esa cuidadora que estuvo desde del 69 al 72 con 19 añitos y que dice que era un hotel de 5 estrellas, le diría que en esos años una jovencita no se enteraba de nada si las otras brujas no querían o no habría salido de su pueblo en la vida o esos comportamientos vejatorios a niñas indefensas le parecerían normales porque se los harían a ella desde siempre.

Quería agradecer esta oportunidad que nos están dando de dar testimonio de lo allí ocurrido que es absolutamente verdad y si no se ha dicho antes puede ser por miedo a no creernos o porque nosotras mismas pensábamos que eramos la únicas que lo pasábamos mal. Cómo ha apuntado otra compañera estaban las pelotas, las chivatas, las intocables y todos los especímenes que nos encontramos en todos los estratos de la sociedad y esas pues vivirían mejor el tiempo que les tocó y su estancia no fue traumática; pero es que eramos niñas, no querían mujeres; en esa época lo normal era que a partir de los trece ya se dejaba de ser una niña.

Preventorios: «Vi muchas palizas a muchas niñas»

Por Nieves Pérez.

Os escribo para corroborar, ya que lo he vivido, los maltratos en el preventorio de Guadarrama.

Yo tengo 51 años y estuve con 6 o 7 años. Me llevaron por que en el colegio se lo recomendaron a mis padres, dijeron que sería una buena experiencia, yo fui solo en verano mi familia era pobre y trabajaban mis dos padres. Allí solo vi torturas.

Teníamos que estar rezando una hora en la sala con el rosario y al ser niños nos aburríamos y si te dormías te pegaban. La comida estaba asquerosa y te obligaban a comerla, vi muchas palizas a niñas, yo me libré de muchas, en una ocasión estábamos en la casita que estaba aislada porque yo cogí el sarampión y estábamos riéndonos en la cama y vino una cuidadora y le metió una paliza a mi compañera, yo estaba acojonada y pensé que era la siguiente pero acabaría cansada y no lo hizo.

No parábamos de llorar porque también nos metían miedo y decían que si nos escapábamos nos comerían los lobos que venían por la noche. Unas niñas se escaparon y escribieron una carta que por favor no hicieran nada a su hermana pequeña, nos dijeron que se iban a morir allí fuera por que las comerían los lobos.

No podía levantarme al baño cuando quisiera y teníamos siempre que aguantarnos muchísimo tiempo. No recuerdo el nombre de ninguna cuidadora, yo estuve en la sala morada y rosa. Las cartas que escribíamos a nuestros padres estoy segura que nunca llegaron por que mis padres no las recibieron. Y cuando vinieron mis padres a verme estaba tan acojonada y tan mal que no paré de llorar como una loca que por favor me quería ir de allí, que me sacaron de hay, las cuidadoras estaban delante vigilando que no contaras nada a tus padres de lo que pasaba.

Recuerdo algún bofetón del cura también alguna niña.

Solo quiero que se sepa todo lo que se vivió en ese preventorio del horror de Guadarrama, afortunadamente yo estuve poco tiempo si no hubiera acabado fatal. Unas niñas mas mayores se metían conmigo y me bajaban el bañador , me insultaban y las cuidadoras no decían nada. Yo vivía con miedo allí, pensar que no iban a recogerme nunca mis padres y que iba a estar siempre allí me atormentaba.

Preventorios: «Nos trataban muy bien, nos daban de comer estupendamente»

Por MªCarmen Pérez.

El pasado martes, 18 de septiembre, llegó a mis manos el periódico y cual no fue mi sorpresa al leer un artículo sobre los maltratos a niñas en el preventorio de Guadarrama.

Debo decirles que yo estuve allí durante tres meses, cuando tenía 8 años, en 1955. También, al mismo tiempo, estuvo mi hermana 2 años mayor que yo. Puedo recordar que nos trataban muy bien, nos daban de comer estupendamente (mi hermana y yo engordamos varios kilos) y recuerdo un detalle de esos que se te quedan grabados: yo estaba habituada a dormir en mi casa junto a mi hermana y las salas en el preventorio las repartían por edades, por lo cual nos tocaba dormir separadas. Yo no podía dormirme y empecé a llorar pidiendo que viniera mi hermana. Entonces, haciendo una excepción, permitieron que ella, aunque era más mayor, estuviera junto a mí y así yo pude descansar tranquilamente todo el tiempo que allí permanecimos.

Recuerdo, también, que nos sacaban a pasear por el pueblo, el cual me parecía una maravilla, comparado con la humilde calle de Madrid, donde yo vivía.

Creo que a mí me hizo mucho bien el tiempo que pasé en el preventorio, aunque por supuesto echaba de menos a mis padres y mis otros hermanos, pero así se descargaba un poco el trabajo que tenía mi madre, éramos 10 en casa y la situación económica de entonces era muy precaria.


Preventorios: «Cuando venían nuestros familiares a vernos, todo cambiaba»

Por MªCarmen Zapata.

Yo estuve en Guadarrama en Febrero del 62, lo primero que recuerdo, nada mas llegar, es que nos pusieron un producto en la cabeza para despiojarnos, no importaba si tenias piojos o no, nos lo ponían a todas y teníamos que llevar el pelo muy corto, nos liaban una toalla a la cabeza y así teníamos que estar varias horas. Para mí, que tengo psoriasis y la piel muy sensible, era una verdadera tortura, porque aquello picaba una barbaridad, pero si se te ocurría rascarte te pegaban un buen sopapo aquellas señoritas de la falange tan agradables.

Nos hacían ir a misa todos los días en ayunas, yo me mareaba siempre, por el olor de las velas y el incienso, me sacaban casi a rastras y me sentaban en un banco fuera, hasta que acababa la misa, con una buena regañina y diciéndome que iba a ir al infierno, como si fuera culpa mía que me mareara.

Las comidas eran verdaderas torturas pues siempre había alguna niña que vomitaba y la hacían comerse sus vómitos.

Teníamos que dormir la siesta todos los días, varias horas obligatoriamente, no podías ir al servicio, aunque no pudieras aguantar, cuando alguna niña no podía aguantar mas y se ponía a llorar venía la cuidadora a darle una bofetada, no podías hablar y casi ni moverte si no bofetada al canto.

Nos castigaban a menudo por cualquier cosa, uno de los castigos consistía en tenernos a todas dando vueltas jugando al corro durante horas y horas, muchas niñas se caían mareadas.

Nos duchaban una vez a la semana, nos ponían a todas desnudas en un pasillo muertas de frío hasta que llegábamos a las duchas, la mayoría de las veces el agua estaba fría, aquello recuerda bastante al holocausto judío. Nos trataban mal, con brusquedad y mucha violencia.

No recuerdo que nos enseñaran nada práctico, a mí me tuvieron los tres meses que duraba aquello haciendo lazadas, debo decir que no puse mucho empeño, pues aun me salen mal.

La correspondencia con nuestras familias era leída por ellas y si había algo que no les gustaba, la rompían y te hacían escribir otra, que ellas mismas te dictaban. Si te enviaban un paquete te lo quitaban y las cartas que recibías, eran leídas por ellas.

Nos daban muy poca agua, aún hoy no entiendo el porqué. Nos ponían cantidad de inyecciones, sin saber qué eran ni para qué nos podían tratar, por que no estábamos enfermas, también nos daban cantidad de medicación.

Cuando una vez al mes venían nuestros familiares a vernos, todo cambiaba, nos daban vestidos nuevos, (en la foto con mis hermanas, mi tía, mi hermano y mi madre) la rebequita de algodón era cambiada por una chaqueta de fieltro y las cuidadoras eran simpatiquísimas, pero cuando se iban las visitas, te lo quitaban todo y volvía a ser lo de antes. Pasábamos mucho frío, pues solo nos daban una rebeca de algodón, mientras ellas llevaban unas grandes capas.

Vivíamos con mucho miedo por que si hacías algo mal te ridiculizaban, las mismas cuidadoras te hacían ponerte delante de todas y te insultaban y ridiculizaban por cosas como orinarte en la cama, cuando no nos dejaban ir al baño.

Nuestros padres nos mandaban allí pensando que era bueno para nosotros, y allí te metían tanto miedo que no les contábamos nada al volver. Era un estado de terror lo que vivíamos allí, siempre castigadas, nos pegaban muchísimo, nos alimentaban mal y no tenía ninguna utilidad.

Preventorios: «Vivía muerta de miedo, como casi todas las niñas que allí estábamos»

Por Lys García.

Tengo casi 54 años y estuve allí cuando tenía 6 o 7. Siempre que he hablado del preventorio me he referido a él como «el campo de concentración nazi» en el que estuve de niña. Recuerdo cosas que son, como mínimo, alucinantes.

Nada más llegar al mencionado lugar, me cortaron el pelo a tijeretazo limpio y comprobaron si tenía piojos. Por supuesto esto nos lo hicieron a todas. Nos daban tirones sin piedad. Nos inyectaron «vacunas» como si fuéramos ganado.

Tuve que guardar la ropa que llevaba puesta, incluida la ropa interior, en una gaveta que había a los pies de la cama y ponerme el uniforme que mi madre me había cortado y cosido, a mi medida. Esta fue la única vez durante mi estancia allí que vestí la ropa de mi talla (excepto el día de visita de los padres). A partir de ahí, una vez por semana, nos daban ropa limpia, pero ni por asomo se preocupaban de si esas prendas que te daban te quedaban grandes o pequeñas. Por ropa interior llevábamos unos calzones que ajustaban con una cinta para atar a la cintura. Mis calzones a veces me llegaban por las rodillas.

La comida, por darle un nombre a eso que ponían en los platos, no había manera de tragarla. Recuerdo que una compañera de mesa cogió un plato de lentejas, lo puso bajo el tablero de la mesa y con un golpe lo dejó pegado en el mismo. El plato salió vacío y las lentejas no se movieron de ahí, no se cayeron.

Nos racionaban el agua, que iba mezclada con un chorro de leche (o vaya usted a saber).

Allí no se hacía ninguna actividad de entretenimiento, nos soltaban en el patio a pasar frío.

Recuerdo que las meriendas consistían en una rebanadita de pan, como las que te ponen en los bares cuando tomas una cervecita, con una lonchita de membrillo o cualquier otra cosa mínima. ¡Que hambre pasé!

Podías escribir una carta a la semana a tus padres. Tenías que dejar el sobre abierto para que la leyeran antes de echarla al correo.

Cuando escribí mi primera carta les decía a mis padres que me dolía la cabeza. Al día siguiente, estando deambulando por el patio, me llamaron por megafonía. Me llevaron a un despacho donde se hartaron de insultarme y rompieron mi carta y me la tiraron a la cara, todo ello acompañado de amenazas si volvía a escribir algo similar.

Yo no entendía nada, vivía muerta de miedo, como casi todas las niñas que allí estábamos.

Antes de comer y cenar nos ponían en batería en el porche, nos hacían bajar la cabeza y nos echaban un cazo de agua fría en la nuca. A día de hoy sigo sin entender el por qué de esta práctica.

Nos duchábamos una vez a la semana con agua fría. Era terrible. La sensación de vergüenza y humillación era inenarrable.

Nos obligaban a rezar el rosario con la cabeza agachada entre las piernas.

Por las noches una señora que era como un fantasma, su piel era casi traslúcida, se paseaba entre las camas con un farolillo, escudriñando cada cama. Nos destapaban para ver si nos habíamos hecho pis. A veces encendían la luz y nos despertaban a todas.

Continuamente se sometía a vejaciones a cualquier niña por las cosas mas insospechadas y absurdas, como por saltar.

El primer día de visita fue a la semana siguiente de ingresar allí y por alguna razón mis padres no lo sabían y no fueron a verme. Cuando pregunté por qué mis padres no estaban me dijeron que eso era porque yo no lo merecía. Un mes después los padres volvieron de visita. Esta vez si vinieron los míos, pero era tal el miedo que tenía que no les conté nada. Además se las arreglaban para que apenas pudiéramos estar a solas con ellos. Tengo una foto con mi padre en la que estoy mirando al suelo, esa fue una de las secuelas que me quedó durante algún tiempo. Recuerdo que mi padre no paraba de decir tonterías con la intención de hacerme levantar la vista y también recuerdo mi sensación de que yo no quería que nadie me viera.

Poco a poco te iban minando, el miedo a todo se te iba metiendo hasta la médula. No te atrevías a decir ni pío, ni a quejarte por nada, ni a hablar siquiera. Estaba prohibido hablar en los comedores, en las duchas, en los pasillos… Sólo podíamos hablar en el patio y bajito.

Cuando llevaba unos dos meses allí, afortunadamente, caí enferma con anginas y me llevaron a «la casita», así llamaban al lugar que hacía las veces de enfermería. El trato no era mejor, no tenían la menor consideración con nosotras. Me obligaron a comer teniendo casi 40 de fiebre y acabé, como la niña del exorcista, vomitando a la «cuidadora» y todo lo que había delante.

Parece ser, no lo recuerdo bien seguramente por la fiebre, que no había manera de hacerme mejorar y llamaron a mis padres para que me recogieran porque tenían que operarme urgentemente.

Cuando llegué a mi casa me senté en el suelo apoyada en la pared y mirando hacia abajo. No me atrevía a hablar ni a decir nada. Por alguna razón no me sentía a salvo. Supongo que tenía miedo de que volvieran a enviarme allí. Mi hermano mayor insistía en que me sentara en el sillón y yo, sin levantar la vista del suelo, le decía que estaba bien ahí.

La ropa que llevaba puesta cuando fui al preventorio estaba llena de agujeritos, roída por los ratones.

Cuando tenía catorce años leí un libro que me impactó enormemente, Los años rojos de Mariano Constante. Algunos pasajes de este libro me recordaban mi paso por el preventorio.

No cabe duda de que estas experiencias fueron terribles para las niñas que las vivimos y que dejan huellas que, en algunos casos, son difíciles de superar. Hoy somos mujeres adultas, supervivientes de acontecimientos que sucedieron en una España oscura, en un momento histórico en el que en este país primaban dos leyes por encima de las demás, la ley del miedo y la del silencio. Fuimos víctimas de víctimas.Por mi parte solo puedo añadir que hoy soy la persona que soy gracias a todas y cada una de las experiencias que he vivido. No borraría ninguna, ni siquiera mi paso por el preventorio.

Cada día es una nueva oportunidad de crear, crecer, experimentar…

Vivir hoy con el dolor de las experiencias pasadas no es sano. Que permanezcan en la memoria es normal, forma parte de nuestro paso por el mundo, pero hay que recordar las vivencias sin la carga emocional que en su momento tuvieron. Sinceramente creo que esta es la mejor manera de vivir una vida plena. Hoy es hoy y es todo cuanto tenemos.

Todos estos acontecimientos son historias de la historia. Hoy es otra historia, con otra luz.

Preventorios: «A las niñas que tenían piojos les cortaban el pelo a trasquilones y luego se reían de ellas»

Por Rosa Sánchez.

En el año 1970 estuve en las colonias del preventorio de Guadarrama. Yo habitualmente pasaba los veranos en las colonias del colegio Andrés Manjón de la calle Francos Rodríguez de Madrid. En el año 70 decidieron que pasáramos ese verano en el preventorio de Guadarrama. Mi marido me ha traído vuestro periódico con los reportajes sobre el preventorio. Cuando llegó a casa me dijo, «mira Rosa, lo que siempre me has contado sobre las colonias de Guadarrama».

He leído los reportajes y, efectivamente, aunque yo estuve poco tiempo gracias a mi padre, que según vino a visitarme un fin de semana y vio mi cara de miedo me sacó de allí ese mismo día, puedo decir que todo lo que se cuenta es verdad.

Yo recuerdo el pavor que nos causaba a las niñas «la casita», ya que corrían muchos rumores entre las niñas de lo que allí sucedía. Por las noches, era mejor no moverse, ya que estaba prohibido levantarse de la cama y si alguna iba a hacer pis, era castigada de pie contra la pared y sin que te dejaran hacerlo, con lo que se meaban encima y pasaban varias horas así, hasta que le daba la gana a la cuidadora. Luego las llamaban «meonas».

Otra cosa que recuerdo eran las colas para las duchas. Nos hacían ponernos en fila, desnudas, a mayores y pequeñas, hasta que pasábamos en grupos de varias chicas por las duchas (frías), dónde unas señoras nos cepillaban a toda prisa y otras nos medio secaban y heladas de frío corríamos a nuestras habitaciones a vestirnos. También recuerdo las colas para las inyecciones, bastante frecuentes y que nunca supe, ni mis padres, para que eran.

A las niñas que tenían piojos, les cortaban el pelo a trasquilones y luego se reían de ellas. Me daban mucha pena. La comida, eso sí que lo recuerdo como si fuera ayer. Era tan mala que muchas chicas vomitaban y las cuidadoras las cogían de los pelos y con la cuchara les metían sus propios vómitos en la boca hasta que se los tragaban. ¡Y no te mancharas la ropa los domingos!

En una de las fotos que adjunto aparece una chica a mi lado, que recuerdo era mi compañera de habitación en la colonia y que se llamaba Carolina. La recuerdo con mucho cariño ya que fuimos durante ese corto espacio de tiempo, muy buenas compañeras y compartíamos todo. Cuando me fui me dio mucha lástima dejarla allí sola. Lo siento Carolina, pero un ángel de la guarda – mi padre- me sacó de allí y me dio una inmensa alegría.

Preventorios: «Mis padres denunciaron aquello, pero cayó en saco roto»

Por Conchi Ramiro.

Estuve en el preventorio de Guadarrama a finales de los años 60, mi estancia allí fue breve y mi experiencia en ese lugar terrible.

Fui al preventorio porque convencieron a mis padres de que al ser una niña muy miedosa allí conseguiría vencer algunos miedos. Llegué a ese lugar con mi hermana, un año mayor que yo, y la realidad era muy distinta de lo que nos habían contado.

Me pasé día y noche llorando, apenas comía y si lo hacía como la comida no me gustaba, vomitaba y me hacían comer el vomito. Mi hermana, me decía que no llorara que me iban a pegar también me repetía una y otra vez que no dijera que eramos hermanas para que no nos separaran, por lo que mi hermana sufrió por protegerse ella y por protegerme a mí.

Recuerdo una vez que una de las señoritas me agarró de las coletas y me dijo » ten cuidado conmigo que tengo muy mal yogur» esa frase no la he olvidado nunca.

También recuerdo como esas «idílicas» señoritas se reían de una niña que tenía a su padre enfermo con párkinson, las burlas hacia ella eran demenciales.

Mi estancia allí, como ya he dicho fue breve, pues en cuanto tuvimos la primera visita de nuestros padres nos volvimos a nuestra casa. Yo tenía el aspecto de una niña enferma (imaginad una cría de 9 años llorando noche y día y sin apenas comer) la cara de mi madre al verme fue inaudita. Mi padre fue el que puso el grito en el cielo y, aunque nunca he sabido que fue lo que vio, sé que hubo algo que no le gustó nada y decidió sacarnos inmediatamente de allí. Y no solo a nosotras, si no a todas la niñas que habían ido de nuestro barrio.

Nosotros teníamos coche y consiguieron sacarnos de allí a todas excepto a una niña que no se la pudieron traer de vuelta porque iban de visita su madre y hermano mayor, iban el autobús y hubo un percance con el mismo por lo que la niña tuvo que esperar hasta el día siguiente.

Mis padres denunciaron aquello, pero supongo que a ser un centro dependiente del Estado y con las circunstancias políticas de la época aquella denuncia cayó en saco roto.

Preventorios: «Para mí no fue tan malo como dicen»

Por Olga Martínez.

Yo fui una de tantas niñas que estuvo en el preventorio de Guadarrama. Yo tenía 11 años, mi hermana 10 años.

Estoy indignada de todo lo que se está hablando del preventorio, eran tiempos difíciles para todos. Tenías que solicitar la plaza y si había suerte te la concedían. Nosotras estábamos sanas pero es normal que con tantas niñas con enfermedades nos pusieran vacunas, estuvimos tres meses allí.

Claro que te duchaban a todas juntas y el agua era casi fría pero… había que ducharse. La comida no estaba mal, yo no vi comerse los vómitos a nadie nunca. Estoy intentando recordar alguna cosa mala, pero es que no la viví.

Lo que sí recuerdo es que nos hicieron una fiesta el día de la Paloma (15 de agosto) invitaron a los padres y les hicieron limonada, a nosotras nos dieron refrescos, había música y lo pasamos muy bien.

Espero que mi carta sea publicada. Para mí no fue tan malo como dicen. Espero que se unan a mí otras niñas que vivieron lo mismo que yo.

Preventorios: «Nunca he enviado a mi hijo a colonias»

Por Javier López.

En 1966 cumplí 9 años en las colonias de Biurrun (Navarra). Desconozco por qué mis padres me enviaron a ellas.

El edificio fue fundado como hospital para niños tuberculosos, cuando ya no tenía razón de ser lo reconvirtieron en colonias infantiles. Supongo que estuve los meses de octubre, noviembre y diciembre (a mi madre le suena que eran seis meses). Teníamos clases y horarios de estudio.

Mi recuerdos son muy vagos, son mas bien sensaciones, excepto algunos muy concretos. No tengo recuerdos relacionados con malos tratos. Teníamos miedo a las cuidadoras, puede que fuera porque nos tuvieran a raya con disciplina.

No recuerdo ningún nombre, ni de adultos ni de compañeros.

Teníamos que comernos toda la comida y a media tarde íbamos al comedor, nos sentábamos en las mesas y unos chicos nos ponían unos cazos de legumbres para quitar las piedras, recogiéndolas una vez limpiadas.

Lo que sí recuerdo muy bien que en mi grupo había un “matón”. Hacía con nosotros lo que le daba la gana. Yo era su protegido e intocable para los demás por que era del pueblo vecino. Este “matón” se cebó con un chaval que le hizo la vida imposible. El pobre le limpiaba las legumbres, se quedaba sin comida o comía dos raciones a capricho del primero. Siempre era igual, “cierra los ojos”, el chaval los cerraba y le hacía el cambio de plato. “ Ya puedes abrirlos”. “Me has cambiado el plato”. “¿Yooooo? ¿Alguno me ha visto?”, nosotros lo negábamos con la cabeza. Le teníamos pánico. Nunca se me ha ido de la cabeza lo mal que lo pasó aquel chaval…

De adulto si tengo que madrugar dejo las películas a medias, salvo que sean de internados con esta temática, no puedo. ¿Por qué me ocurre esto? me preguntaba, hasta que un día caí en la cuenta, tiene que ver con las colonias.

“¡Qué mal lo pasaste en Biurrun!” me decía mi abuela cuando iba a verla con mi mujer y mi hijo.

Puede que fuera por estar tres meses separado de los míos a esa edad, no lo sé, pero aquella experiencia no me dejo buen sabor en absoluto. Nunca he enviado a mi hijo a colonias.

La foto que envío tiene un sello del fotógrafo: Prince, Pamplona Dic 1966. Estoy en la segunda fila, cuarto por la izquierda.