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Preventorios: «Me encontraron tan desmejorada que me llevaron de vuelta a casa mes y medio antes»

Por Esperanza López de Sevilla.

Yo también estuve allí en el año 1967 con ocho años. Fuimos diez niñas del colegio María Inmaculada para seis meses, pero mi madre y mi tía fueron a visitarme cuando me faltaba un mes y medio para cumplir los seis. No me reconocieron, mi madre pedía que le enseñara las manos y los dientes, me encontraron tan desmejorada que me llevaron de vuelta a casa, no sin antes enfrentarse a la dirección que no quería dejarme ir.

Las sevillanas (como nos llamaban) estábamos en el pabellón rosa. No tengo conciencia de presenciar ni sufrir castigos físicos, si castigos de permanecer de pie delante de la cama por la noche durante largo rato, de registros inesperados en el arcón a los pies de la cama con las pocas pertenencias personales que nos dejaban. Es cierto que a menudo nos vacunaban pero no creo que fueran nocivas porque yo tengo 53 años y estoy sana, también recuerdo las duchas de agua fría y en primavera al amanecer nos llevaban creo que a diario a un edificio en el campo donde había duchas y como unas piletas con escalones donde nos ponían en fila y nos restregaban los pies y piernas con estropajo de esparto quedando toda la piel enrojecida (al recordarlo siento el dolor).

Pero lo peor para mí eran las comidas, aún hoy el olor de ciertos platos me producen nauseas como las alubias rojas (que no he podido volver a comer), el bacalao con tomate (con la piel y muchas espinas), salchichas crudas con un arroz hervido pestilente y recuerdo los gritos de niñas que no lo querían comer y también de meterles la cabeza en los vómitos.

No tengo mal recuerdo de las monitoras o señoritas del pabellón rosa, en las fotos que adjunto, en el grupo estamos las diez niñas de mi colegio, yo estoy a la derecha y la monitora me pasa su mano derecha por mi hombro, en la otra estoy a la derecha con dos compañeras y en la tercera yo actualmente. Yo era de familia humilde y en mi casa no se hablaba de política hasta que fui mayor y tuve conciencia de ella y de la represión del franquismo. Creo totalmente los relatos de las mujeres que pasaron por allí porque la disciplina era férrea y no se olvida con facilidad los días allí pasados.

No creo que mi relato tenga mucho interés para nadie pero el simple hecho de expresar lo que viví en aquel Preventorio hace que me sienta muy bien y lo que sí me gustaría es saber de mis compañeras. Recuerdo a Ana María Cabeza, Olga Lancharro, Pepita Naranjo, Carmen Luna…  Muchas gracias por la oportunidad que me habéis brindado.

 

Preventorios: «Al que se daba la vuelta en la siesta sin darse cuenta se le sacaba de la cama y se le pegaba»

Por Antonio Zapata.

Yo estuve allí en el verano del 58. Salí un día todo ilusionado rumbo a Tarragona para ver el mar. Mi primer mal trago fue en el tren: me subieron en el falso techo del pasillo con una manta para pasar la noche, no cayeron en que teníamos que orinar, por lo que lo hice en el mismo sitio y supongo que le caería al que estaba en el suelo del pasillo.

Llegamos al preventorio; nos extrañó que los veteranos nos cantaran “novatos de pre” y nos decían “diez días pa la vía”, aparentando estar muy contentos por el poco tiempo que les quedaba allí. Nosotros íbamos con ropa nueva, ellos iban andrajosos, ropas descoloridas y alpargatas rotas, pues a la hora nos quitaron la ropa nueva y nos dejaron prácticamente como a ellos.

Nos bajaban todos los días a la playa pero ¿podéis creer que en tres meses me bañé cuatro veces de cinco minutos y otra vez para hacerme una foto que aún conservo? Tengo cinco hermanos de los cuales tres fuimos al preventorio nacional antituberculoso. Yo a la Sabinosa y mis hermanas a Guadarrama, dos de los cuales a los quince años caímos en dicha enfermedad. Mi hermana estuvo un año ingresada en un hospital en San Rafael y yo año y pico en otro hospital en el Escorial (y eso que era preventorio).

Un día en ese lugar era así: nos levantábamos temprano, nos lavábamos con un agua no potable que olía fatal, nos sacaban a la calle en formación y cantábamos el “cara al sol”. De allí a desayunar un plato de sémola, con mucho asco porque muchas veces encontrábamos gusanos dentro. De allí a misa y de misa a la playa vestidos. Nos ponían al final de la arena a jugar sentados, muchas veces en formación con la cabeza agachada, castigados por cualquier motivo o porque molestábamos a la cuidadora, que estaba leyendo un libro. De allí a beber agua: eso sí que era una odisea. Solo había tres grifos de agua potable en todo el recinto y nos llevaban a todos a la vez. A muchos no les daba tiempo ni a mojarse los labios y ahí daban “ostias a diestro y siniestro” porque había que beber después de estar toda la mañana a pleno sol; después nos ponían a la sombra a pasar la insolación hasta la hora de comer, en la puerta del comedor se ponía el instructor, un señor que para sargento de la Legión hubiera valido y no para tratar con niños, pasaba revista sobre todo de las cuerdas de las zapatillas que se rompían con sólo mirarlas. Una vez dentro siempre había algún niño que había dicho alguna palabrota, pues le sacaban al centro y delante de todos le daban aceite de ricino que después le hacían vomitar delante de todos los que estábamos allí esperando nuestro plato así que se puede imaginar el cuerpo que se nos quedaba. Por cierto, la comida era mucha cantidad pero asquerosa.

La siesta era otra odisea. Tenías que dormir de espalda a la cuidadora, que se ponía en un extremo del dormitorio con el dichoso libro; al que se daba la vuelta sin darse cuenta se le sacaba de la cama y se le pegaba. El pobre niño no sabía por lo que era. Una vez levantó a uno y se lio con él a zapatillazos en la boca, parecía que se había vuelto loca. El niño echaba sangre como un becerro, la cuidadora se asustó, creía que lo había matado. Me mandó a mí que le tapara la boca con una sabana para que no echara sangre. Después de la dichosa siesta nos mandaba a hacer nuestras necesidades, ya que para eso teníamos nuestro horario, después nos llevaban a la iglesia a rezar el rosario que se hacía interminable por la calor que hacía y después nos llevaban al monte. No nos hacían andar mucho por que el lema era hacer el mínimo ejercicio. Si nos portábamos bien nos dejaban andar, no correr.

Yo me pasé los tres meses buscando caracolas pequeñas para hacer un collar a mi madre pero un día de mala leche de la cuidadora, me abrió la mesilla y me las pisoteó todas. Eso me sentó muy mal. Si no me sujetan me tiro a por ella y por eso me pusieron un castigo de un mes sin bañarme en el mar, lo cuál no me importó demasiado ya que apenas nos dejaban bañarnos, aunque como niño que era sí que hacía ilusión. Después del monte, a cenar el famoso plato de sémola, luego a la cama y al día siguiente igual.

Un día fue diferente: nos dieron zapatos y ropa nueva. No sabíamos por qué era. Nos llevaron a Tarragona a los toros, pienso que si no había otro espectáculo mas adecuado para niños pequeños. De todas maneras se agradecía salir del preventorio. Teníamos un campo de fútbol precioso, con su tribuna y sus gradas pero nunca se utilizó por que allí como ya he dicho la actividad era la mínima para así poder engordar y traer un buen color de vuelta a Madrid.

Vacunas no sé cuantas nos pusieron, perdí la cuenta. Un día sí y otro también. Yo no estaba enfermo.

Había un director que tenía un chalet y allí tenía muchos hijos a los que veíamos pasar delante de nosotros con sus bicicletas, nos daban mucha envidia. Luego estaba el instructor, después monjas y por último las cuidadoras. Nos enseñaban canciones para cuando llegáramos a Madrid alabando las colonias, cuando fue un suplicio que no se lo deseo a nadie.

Lo mal que lo pase la mili en el Goloso, en comparación, sí que eran vacaciones.

Preventorios: «He visto patalear a críos sintiendo la angustia del ahogo»

Por Mariano Rodríguez.

A estas alturas de mi vida y de vuelta en casi todo, debo reconocer que me ha llegado a impresionar el leer testimonio de compañeros que sufrieron esa suerte de Gulag que Franco y su cohorte pusieron en práctica para aleccionar a los supuestos desarraigados del régimen.

Por necesidad familiar yo también estuve, junto a mi hermano dos años mayor, durante tres interminables meses en el Preventorio de La Sabinosa de Tarragona en el año 1957 y aún siendo una experiencia sanamente relegada al olvido, también lo es la operación de vegetaciones y, cuando mi recuerdo juega en profundidad, aún me sobrecojo viendo acercarse al galeno, a pelo, pinzas cortantes en mano, para resolver lo que hoy requiere ingreso, anestesia y mimos diversos.

El testimonio de mis colegas en penurias ha despertado en mi todo un caudal de emociones a las que injustamente se ha tratado en el tiempo por falta de credibilidad. Era así, y puedo garantizar que ningún testimonio se quedará corto a la hora de relatar lo que sufrimos.

Mi hermano, en sano ejercicio a su mayoría de edad (9 años), pidió que se nos permitiese instalarnos en camas contiguas apoyado en mi razonable vulnerabilidad, y no solo recibió un no por respuesta sino que le gratificaron con una bofetada por tratar de insistir. Fue el recibimiento que nos hacía el Patronato tan entregado a colaborar con las familias y que se convertiría en rutina durante noventa días.

Mis sensaciones por aquel trato, prefiero no reflejarlas públicamente. No insistiré más sobre el tema gastronómico, pues, aparte de desagradable, creo que se ha convertido en una constante para todos los sufridores tanto entre varones como entre mujeres, aunque incidiré que la alimentación es una de las suertes que más pueden servir para humillar a cualquiera y el La Sabinosa eran maestros y precursores de la cocina-fusión. Cualquier infante sometido a la tortura de ingerir platos incomibles, toman una primera determinación que es la de permitir que el plato se caiga al suelo. Solamente ocurría una vez. Si lo hacías, comías lo mismo pero con serrín.

Nosotros recibimos una visita familiar durante el periodo de cautiverio y, de las muchas chuches que nos llegaron, apenas recibimos una muestra pues las maquiavélicas cuidadoras que nos protegían, ya se ocuparon de su cuidado. La humillación era una constante y la autoridad, el puro ejercicio de las artes mas crueles.

Al preventorista que no seguía el estricto régimen castrense, se le llegaba a castigar con inmersiones subacuáticas impensables para alguien que se defina como ser humano. Yo presencié lo que el director definía como “la carretilla” (gustaba de practicarlo personalmente) que era un ejercicio basado en coger al infractor por los pies y llevarle andando de manos a través de la playa para sumergirle en las aguas del mar hasta que su cabeza quedaba cubierta. He visto patalear a críos sintiendo la angustia del ahogo mientras que aquel tipo enorme y seboso retozaba de placer.

Semejantes circunstancias consiguieron que cuatro o cinco de nosotros entre los que, por supuesto, estaba mi hermano, preparásemos un plan de fuga aprovechando que había cerca una estación de tren y los convoyes, al paso por el preventorio, aminoraban la marcha. Pretendíamos tomarlo al asalto sin conocer siquiera cual era su dirección. Afortunadamente tres meses no es tiempo como para no poderlo superar y, al menos, pasaron, si bien ni mi madre nos reconoció al recogernos de vuelta en la estación. La gente que no estábamos en el régimen imperante, e incluso ni fuera, también sobrevivimos. Ojalá que de aquellos que propiciaron lo que contamos, no quede ni uno.

Mi hermano y yo somos hijos del segundo matrimonio de mi madre, viuda de un primer marido con el que tuvo dos hijas. Por nuestra edad (7 y 9 años) no teníamos ni información ni la capacidad de comprensión como para conocer estas circunstancias, por lo que nuestras hermanas lo eran, hasta esos momentos,  sin ninguna necesidad de aclaraciones. De las cartas que recibíamos y que, por supuesto eran controladas y leídas por nuestras «cuidadoras», les llamó la atención el que escribiéndonos hermanas, figurase un primer apellido diferente en los remites. Aunque parezca mentira nos llamaron para aclarar aquel asunto y, puesto que no sabíamos nada más que la costumbre de que así fuese, nos ofrecieron toda suerte de posibilidades que solamente sirvieron para confundir, presionar y atormentar a unos niños con un altísimo grado de inocencia a pesar de ser tratados de aquella forma. Nuestros padres tuvieron un trabajo extra a nuestra vuelta del aleccionador campamento.

 

Preventorios: «Éramos muy pequeños y nos sentíamos indefensos en manos de mujeres crueles y nada piadosas»

Por Josefina.

Yo estuve en el preventorio de Guadarrama, en el año 64. Tenía 8 años y fui dos periodos de 3 meses cada uno. Todas las cosas que estoy leyendo y viendo estos días son ciertas.De los peores recuerdos que guardo es la cantidad de vacunas, inyecciones y extracciones de sangre que nos hacían. Una de mis primas que tenía 7 años, cuando veía una aguja se desmayaba, y yo me tenía que quedar a cuidarla, y claro esto era casi todos los días.

Mi hermana pequeña con 6 años, se intoxicó y le salieron unos granos enormes, se la llevaron a la “casita”, que era la enfermería. Yo preguntaba por ella y nadie me decía nada, a los dos o tres días me dijeron que estaba enferma, yo quise verla pero no me dejaron, era en Navidad y ella la pasó sin poder ver a nadie, (si eso no es crueldad…), el edificio estaba en el mismo patio, al final conseguí verla por la ventana, llorando sin entender como no entraba a verla.

Allí tenías que espabilar para coger la ropa, para lavarte, la que corría cogía la ropa a su medida, yo tenía que correr para coger, la mía la de mi hermana y las de mis primas, que eran muy pequeñas. La ropa les quedaba grande, sobre todo la interior, iba con una cuerda, si esta cuerda la perdías (tenía que durarte los tres meses) lo que hacías era quitársela a otra niña, y esta haría lo mismo con otra, y a la que aparecía sin la cinta (con las bragas colgando) la pegaban y castigaban. Otra cosa que no entendía era el ahorro de agua que había, te llenaban el lavabo y allí nos teníamos que lavar un montón de niñas sin cambiar el agua, y la ducha eran los lunes, con agua casi fría con un estropajo de esparto te frotaban haciéndote daño.

Te daban un vaso de agua en la merienda, si querías repetir no podías, yo hacía que me castigasen en las siestas (que no era difícil), porque era la única manera de beber agua, me castigaban en el baño y me daba unos atracones a agua tremendos, lo malo era cuando me castigaban sentada dentro de una mesa camilla, donde estaba una de las señoritas cuidándonos toda la siesta, pues se pasaba las dos horas dándome patadas porque me movía.

La comida era horrible, y por supuesto te obligaban a comerte todo dando arcadas o vomitando, a ellas eso les daba igual, tenías que salir gorda de allí para que viesen lo bien que habías estado. Había que ir a misa todos los días en ayunas, muchas nos mareábamos y te sacaban a rastras, eso sí al día siguiente la misma historia.

La correspondencia que enviaba a mis padres la revisaban antes de enviarla. Las cuidadoras más agradables, cuando veían algo que no les gustaban, lo tachaban y te dejaban escribir otra. En cambio otras la rompían y esa semana ya no podías escribir. Las que me enviaban mis padres siempre las recibías abiertas.

Tengo un hermano que estuvo en el preventorio de Tarragona, de la Savinosa. Para él ha sido un verdadero trauma, lo que yo cuento, no tiene nada que ver con todo lo que tuvo que pasar él allí. Al poco tiempo de volver cayó enfermo de tuberculosis. Él siempre ha estado seguro de que enfermó por todo lo que allí le ponían. Me gustaría que alguien investigase todo lo que pasó en los preventorios, sobre todo por mí hermano. La verdad es que siempre he pensado que si de estas historias se hiciese una película, nadie la creería ya que lo allí sucedía era surrealista y de una crueldad tremenda.

Lo que puedo asegurar es que todo lo que allí viví fue muy real, éramos todos muy pequeños y nos sentíamos totalmente indefensos y en manos de mujeres la mayoría de las cuales eran crueles y nada piadosas.

Preventorios: «Las letrinas, llenas de barro y suciedad, eran una simple tabla con un orificio»

Por Victoria.

Yo fui, junto con mi hermana, una de las niñas que estuvo en el preventorio de Guadarrama en el año 60. Estuve durante tres meses, de junio a septiembre de dicho año, y allí cumplimos (pues somos mellizas) los nueve años.

Los recuerdos que tengo sobre mi estancia en ese preventorio son horribles, desde que entré no deje de sufrir. Nada mas llegar nos cortaron el pelo y nos llenaron la cabeza de unos polvos que olían fatal y que picaban y tuvimos que tenerlos en la cabeza unos días.

El tema de la comida fue mi peor pesadilla, puesto que desde el primer día estuve vomitando la comida que me hacían comer después de vomitar. Como sería mi problema con la comida que enseguida me pusieron sola en una mesa aparte y fuera de la vista del resto de las demás niñas. Nada mas entrar en el comedor me ponía enferma con el olor que había y no digamos con la leche que nos daban. Siempre se les quemaba, sabía horriblemente mal y si no te la tomabas no podías beber un único vaso de agua que te daban. En el desayuno nos daba una “papilla” de maicena que parecía un engrudo, también quemada y no había quien se la comiera. Del resto de la comida igual de mal. Como anécdota a la sopa de macarrones que nos ponían la llamábamos sopa de «tuberías con lejía» ya pueden suponer el sabor de la misma.

El único día casi feliz durante mi estancia allí fue uno en que fueron de visita una señoras muy elegantemente vestidas revisando todas las instalaciones y en este caso en el comedor me pusieron en la mesa con las demás compañeras, pero advirtiéndome que no probara la comida que se servía bajo ningún concepto. Me imagino que sería para que no montara el numerito de todos los días con mis vómitos.

Había seis o siete salas de diversos colores perfectamente diferenciados. Tenías siempre que llevar una cinta en el pelo del color de la sala o dormitorio que te correspondía y del mismo color que la «batita» a rayas que llevábamos y que no podías quitarte bajo ningún concepto ni entrar en otra sala que no fuera la tuya. Teníamos otro traje de domingo que nos teníamos que poner si había alguna visita o si venían nuestros padres en la única visita que les permitían tener para vernos. Esta ropa picaba como un demonio y nos salían ronchas por todo el cuerpo.

Efectivamente y según cuentan otras mujeres, no podías por la noche levantarte de la cama bajo ningún concepto por lo que algunas se orinaban en la cama con la bronca posterior al día siguiente.

Existían dos zonas de “recreo” perfectamente diferenciadas. Una de verano llena de árboles y la otra de invierno donde daba totalmente el sol. Al final de la de verano estaban las letrinas que eran como las de los campos de concentración. Llenas de barro y suciedad con una simple tabla de madera con un orificio.

En tema de la correspondencia con nuestros padres no era tampoco agradable, puesto que teníamos que entregar las cartas ya franqueadas abiertas y las sometían a control, con lo que nuestros padres recibían lo que ellas querían pues retiraban las hojas donde contábamos algo que no les gustaba que se supiera o ni siquiera se las enviaban.

Del tema de las duchas mejor ni hablar. Estaban sucísimas y teníamos que ducharnos con agua muy fría y en un par de minutos. En una ocasión a mí me quitaron las zapatillas que nos daban al entrar y que supuestamente debíamos “defender y cuidar ” pues no nos daban otras. Yo me “busque la vida “ y pude encontrar una del numero 32 y la otra del número 36 ( mi número) con lo que el resto de mi permanencia allí sufrí del pie donde llevaba la del numero 32 que lógicamente me estaba muy pequeña y me dolían los dedos del pie mucho.

Las bragas que nos daban nos estaban muy grandes y para que no se nos cayeran nos quitábamos las cintas de las zapatillas y las ajustábamos a la cintura con lo que las zapatillas se salían continuamente excepto la que yo llevaba del número 32.

Del tema de la salud, MUY MAL. Tuve una herida en un dedo que me supuraba y después de varios días con un dolor espantoso me rajaron el dedo a lo vivo para sacarme la infección. Existía dentro del recinto un edificio al que llamaban “ la casita “ que era (ahora lo se) donde ingresaban a las niñas con las que creo experimentaban.
A mí me llevaron allí y estuvieron sin motivo aparente una semana inflándome de inyecciones que no sé de que eran. No dejaban entrar a nadie y mi pobre hermana estuvo toda la semana llorando y apostada debajo de la ventana de mi habitación para verme y yo en cuanto podía me asomaba a consolarla.

También estaba el suelo , las camas y todo el recinto lleno de grandes orugas que se caían de los árboles y que me produjeron una alergia tremenda para que la que no me dieron nada. Me pase todos los días que estuve ahí rascándome los picores con la consiguiente bronca por parte de las cuidadoras.

Otro tema muy fuerte fue que tuve una infección en una muela con un gran flemón y me llevaron junto a otras tres niñas al pueblo de Guadarrama, a la carnicería de un señor que, después de despachar a las clientas que estaban ahí, nos metió en una habitación donde despiezaban a la reses llena de suciedad y sangre y después de simplemente limpiarse las manos en el delantal que llevaba lleno de mierda me sacó la muela sin anestesia alguna . Debido a la infección que tuve, estuve varios días con mucha fiebre.

Hubo además un incidente una noche después de cenar bastante grave. Nos intoxicamos casi todas (menos mi hermana entre otras inexplicablemente) con los alimentos que nos dieron. Yo en mi línea fui una de las primeras en empezar a vomitar en la cama, manchando la misma y a punto de ahogarme con mi propio vómito ya que como comento anteriormente teníamos prohibido levantarnos de la cama bajo ningún concepto. Cuando la cuidadora de mi sala se dio cuenta de que estaba vomitando y que había manchado la cama me sacó de la misma a golpes e intentó que me comiera el vómito pero al momento comenzaron las demás niñas a vomitar también y eso me salvó pues desde ese momento comenzaron las carreras y los gritos de las cuidadoras. Hubo alguna niña que se puso realmente mal y se la llevaron de allí (no sé si al hospital).

Mi pobre hermana se pasó todo el tiempo que estuvimos allí llorando al verme pasar por tantas penalidades. No podré perdonar nunca esto, pues yo soy mucho mas fuerte y aunque lo pase muy mal me preocupaba mas ella. Todo esto nunca lo he podido olvidar y me ha marcado toda mi vida.

Preventorios: «Me trataron muy bien. Tendríamos que empezar por denunciar a nuestros propios padres que nos calentaban un montón»

Por Mariángeles.

Estoy enfadadísima de ver su publicación con esas señoras que hablan de los malos tratos en el preventorio de Guadarrama. He estado durante cuatro temporadas en los famosos preventorios de los que tanto se habla.  Yo niego la mayor. Ni sufrí malos tratos ni me quemaban el culo ni comía mis vómitos. Estuve en los años 54,55,56,57 y jamás nadie me puso la mano encima.

Pongo de antemano que mi familia era comunista, con parientes que estuvieron en el exilio con Carrillo, que tuve un familiar en la cárcel de Burgos durante 20 años, pero a mí nadie me fue a buscar para llevarme al preventorio. Me buscaban en el colegio para llevarme a esas colonias.

Yo nunca he cantado el ‘caralsol’ allí, en el colegio sí. Me trataron muy bien, pues de no ser así no habría vuelto y en cambio volví tres años más.

Quién diga que hubo malos tratos en los años que yo estuve está mintiendo, pues algo habríamos visto y no fue así.

En esa época era todo muy diferente y tendríamos que empezar por denunciar a nuestros propios padres que nos calentaban un montón, pero he querido y respetado a mis padres siempre (cosa que ahora deja mucho que desear el comportamiento de los hijos a los padres).

Fui en el verano  cuando terminaba el colegio. Lo pasaba fenomenal, con leyes estrictas como en los colegios. Se habla de que si estábamos adoctrinadas por la falange, que si nos reclutaban en los colegios, todo mentira. Para poder ir a esas colonias, que era como se llamaban entonces, tenías que tener alguien muy directo que estuviera
enfermo de tuberculosis (como era mi caso) pero eran muy rigurosos a la hora de darte la autorización.

Efectivamente cuando llegabas te duchaban y con el pelo mojado te echaban unos polvos para los piojos y dormías con una toalla envuelta en la cabeza hasta el día siguiente. Los médicos te hacían un reconocimiento para ver como llegabas y te hacían una prueba de la tuberculina, para ver qué defensas tenías en caso de contagio. A mí me hizo reacción y no volvieron a ponerme ninguna más, ya que tenía defensas , pero a las niñas que no las ponían la vacuna pero nada más.

Llegaban niñas desnutridas, enfermas, yo cuando volvía a mi casa al cabo de tres meses engordaba de 4 a 5 kilos. No he oído nada bueno que pasara allí por parte de esas señoras. Allí aprendí a bordar, a hacer flores de papel que se las hacíamos a nuestros padres cuando iban a verme el último domingo de cada mes, todos los días repasábamos los deberes y a las niñas que no sabían leer ni escribir, las señoritas las enseñaban.

Cuando te hacías pis en la cama por la noche te sacaban fuera te daban otro camisón y te llevaban a la cama que hubiera libre en otra sala pero ni había velas ni cristo que lo fundó, ni baños con agua fría (el agua me imagino que sería de calderas de leña ), frío hacía porque era la sierra de Madrid.

Tengo 66 años de izquierdas y este es mi testimonio.

Preventorios: «Una vez me dio un gran dolor de cabeza, lo mencioné y una de las que te cuidaban me dio una bofetada»

Por Consuelo Lucas.

Estoy feliz de que por fin alguien ha abierto esta puerta, que nunca pensé que se iba a abrir.

Por casualidad, una amiga me ha informado respecto a este tema, la razón es que yo vivo en Estados Unidos y en el año 59 yo por desgracia viví este infierno llamado “preventorio de Guadarrama”.

Me sumo a mis otras compañeras por lo que vivieron porque yo lo viví en carne propia. En ese año fuimos tres hermanas, nos pusieron en una sala grande que llamaban la sala blanca “de terror”, no nos pusieron a mis hermanas ni a mi juntas, lloramos mucho debido a que nos pareció injusto pero eso era el comienzo.

Nos hacían levantar a media noche a ir al baño, si tenias ganas o no, con un frío espantoso. Teníamos que compartir el mismo agua para limpiarte por la mañana y la que estuviera la última tenía que lavarse la cara con el agua de todas las anteriores. No te daban agua para beber, era leche en polvo. La comida recuerdo que era casi todas las noches macarrones hervidos.

Me acuerdo que una vez me dio un gran dolor de cabeza y cuando se lo mencioné a una de esas que te cuidaban llamadas “las señoritas” me dio una bofetada así sin más, todavía me acuerdo de su cara, nunca se me olvidará, tenía muy mal genio y la tomaba con las niñas, espero que allá donde se encuentre esa tal “señorita, esté pagando por todo lo MALA que fue con las niñas inofensivas.

Cuando ha salido el tema del preventorio con mis hermanas, la pequeña se pone a llorar de la impotencia de ese trauma que se pasó. A esas personas que abusaban de un niño/a físicamente, moralmente, y psicológicamente deberían tenerlas presas, pero lo peor es que tienen que vivir con su propia conciencia de haber hecho tanto daño.

Tengo tanto para decir que no acabaría nunca. Te leían las cartas, te pegaban por el hecho de que “yo puedo y tú no puedes hacer nada”. Estando allí esos tres meses  uno no sabía que día era de la semana, lo mismo daba el lunes que el jueves todos los días eran igual de tortura. Es triste pensar como ciertas personas pueden abusar y tomar ventaja de familias que son pobres y humildes. NO TIENE JUSTIFICACIÓN.

Creo que ya no puedo seguir, me es muy doloroso el seguir recordando tanta tortura infantil, es como si te hubieran robado parte de tu infancia, pero bueno si hay algo que es cierto es que el creer en Dios te ayuda a seguir adelante, creo que Dios tiene un sitio muy especial para personas que han hecho tanto daño a niños.

Dios bendiga a todas mis compañeras de esta época

Preventorios: «Estuve un día entero amarrada a un árbol, como un perro»

Por Consuelo Sebastián.

Al cabo de varios días de intentos, hoy me decido a escribir, es un tema que realmente me ha traumatizado y resulta duro describir las atrocidades que allí se realizaban; pero es hora de expulsar los demonios que me han atormentado de manera sutil pero a la vez destructiva, que yo escondí en mi memoria.

Ciertamente era un hotel de 5 vómitos, malos tratos físicos y psíquicos, si » hotel de sádicas», las cuidadoras, eran unas verdaderas herramientas de maltratos, no tenían que existir motivos, ellas los generaban. Todos los testimonios que he leído, son ciertos, algunos los viví en primera persona, otros, los presencié.

Sí, vomité y lo tuve que ingerir. Sí, estuve un día entero amarrada a un árbol, como un perro. ¿Por qué? Por sufrir un cólico como consecuencia de la maravillosa ingesta, me levanté a hurtadillas durante la noche al servicio y fui sorprendida por la gentil cuidadora.

También en este gran hotel, te denigraban y humillaban constantemente, por ejemplo, se reían y te ridiculizaban en las duchas, por cierto, el agua estaba helada, sería para tonificarnos. En otra ocasión, estuvimos cinco niñas dando vueltas por la sala o suite, desnudas. ¿Motivo? Era gracioso, supongo.

A mí me llevaron mis padres porque comía poco, no porque estuviese enferma; claro que a base de inyecciones que nos ponían de forma continua, imagino que serían vitaminas, calcio y otros medicamentos para que nos hiciésemos fuertes, cuando veías un vez al mes a tu familia, vamos yo comía de todo, con tal de que me rescataran, cosa que no ocurría.

Fui durante tres años, dado que mis padres no se lo creían. Podría seguir relatando muchas mas maravillas de la estancia, pero solo sería redundar en lo que ya han relatado otras niñas, hoy mujeres, que aún nos duele esa experiencia.

Envío una foto del año 1964, estoy con otras dos niñas que tal vez se reconozcan.

Por último decir que todas las niñas estábamos aterradas.

Preventorios: «Al vomitar me lo hacían comer otra vez»

Por Manuela Lozano, de 56.

Estuve en el Preventorio Infantil de Guadarrama en los años 1963 y 1965. Yo era muy pequeña. La primera vez que fui tendría siete años, fuimos tres años seguidos con lo cual la última vez tenía nueve. Los recuerdos de esos días a veces son muy nítidos y otras son muy vagos. Bien es verdad que, por duros que sean los tiempos y las situaciones que rodean a los niños, siempre hay buenos y malos recuerdos, pues no dejan de ser niños y ven las cosas con otros prismas diferentes que los adultos. Pero esos mismos nos marcan para el resto de nuestra vida sin darnos apenas cuenta.

Parece ser que era el patronato de vacunaciones los que se lo proponían a mi madre cuando nos llevaba a vacunarnos, al ser hijos de un enfermo de tuberculosis. Me imagino que además seguro que a mi madre le darían algún tipo de información asegurándole nuestro bienestar y nuestra futura salud con aquellos medicamentos que nos daban. A las hijas de estos enfermos nos mandaban por temporadas que no recuerdo cuanto duraban, creo tres meses, en donde desde que entrábamos hasta que salíamos no paraban de darnos medicamentos y nos ponían vacunas e inyecciones casi diarias. A mi madre nunca le dijeron que tipo de tratamiento usaban con nosotros y porqué, me imagino que las monjas que eran las que nos mandaban allí si sabrían algo sobre lo que se hacía allí y porqué.

Desde luego para nosotras, mi hermana y yo, que veníamos de estar en un colegio interno de niñas huérfanas de la misma época el preventorio en algunas cosas casi era un hotel de cinco estrellas, hasta se podía repetir.

Yo lo recuerdo muy estricto todo tipo militar como en las películas, esperábamos colas para que nos dieran la ropa, en la que habían unas bragas cuadradas gigantes que se ataban con una cinta incómoda, nos separaban por habitaciones de colores y la ropa era del mismo color. Nos duchaban a todas desnudas y de diferentes edades todas juntas, refregándonos con estropajos de esparto, arañándonos todo el cuerpo y si protestabas te lo hacían mas fuerte.

Yo con las picaduras de los mosquitos tenía mucha reacción alérgica, tanta que en alguna ocasión me dio fiebre y me tuvieron que meter en la casita verde, la enfermería. En realidad para las picaduras no te daban nada y yo me rascaba hasta hacerme heridas y seguro que se infectaban, por eso a lo mejor me daba fiebre. ¿Quién sabe?

Recuerdo algunas canciones y dichos curiosos típicos solo de allí.

Evidentemente teníamos miedo, pues en una ocasión me caí de bruces estando sentada en un banco del patio al tener metidas las manos debajo de las piernas y los pies enganchados en las tablas de atrás por debajo del banco y me tapé con un trapo para que no me vieran llorar, pensando que me iban a pegar por haber hecho eso.

En realidad hay muchos momentos dolorosos de miedos, soledad, incertidumbre, falta de caricias y mimos. Vamos, un compendio de sentimientos difíciles de explicar cuando eres tan pequeña y te toca vivir esas situaciones.

Yo siempre tuve problemas con el estómago, era muy lenta comiendo, aburría a todo el mundo, pero es que me sentaba mal la comida y nada mas lejos de comprobar por qué me sentaba mal, al vomitar me lo hacían comer otra vez y otra, hasta que una vez mi hermana dos años mayor que yo se levantó y la lió gorda hasta conseguir hablar con la superiora o jefa. Yo era muy pequeña y no recuerdo que pasó después.

De esa época recuerdo alguna canción, dichos y otros detalles.

Os adjunto fotos que mi madre guarda amorosamente en el álbum de nuestra infancia. Por detrás se ve la fecha  y dos están escritas por mi hermana a mi madre. En lo escrito se aprecia la preocupación sobre el crecimiento adecuado y la salud al estar gorditas o no.

Gracias por tomaros interés en casos como este, donde nos hace mas humanos entendiendo muchas cosas cuando sabemos del sufrimiento humano y no entendiendo otras que el ser humano es capaz de hacer.

Cuando me hice mayor pensaba muchas veces en aquellos años con dolor y algunos buenos recuerdos y siempre pensé que a lo mejor solo me había pasado a mí y no tuve tiempo ni la idea de compartirlo con nadie, ahora que he visto vuestro artículo los recuerdos han venido  mas fuertes todavía y estoy encantada de compartirlo.

Preventorios: «La hicieron recoger con la lengua la pasta de dientes que se le había caído al suelo»

Por María de la O Fernández, de 52 años.

Yo estuve en el preventorio de Guadarrama en el periodo que va desde noviembre de 1969 a febrero de 1970 (ambos incluidos) , mi experiencia no fue mala, fue pésima.

Mis padres me llevaron allí por recomendación médica, ya que había tenido una enfermedad de pulmón.

Nunca les conté nada de lo allí ocurrido porque no quería que se sintiesen culpables por algo que ellos no tenían ninguna culpa.

Cuando veo alguna película sobre los campos de concentración, siempre se me viene a la mente el preventorio. ¿Por qué será?
Leo con estupor como una cuidadora dice que allí vivíamos mejor que en un hotel. Lo que yo vi y sentí allí, daría muy bien para una película de terror.

Recuerdo que a una amiguita mía una mañana la hicieron recoger con la lengua la pasta de dientes que se le había caído al suelo.
Si vomitabas la comida, te la hacían recoger y comerla. Por la noche no te dejaban ir al servicio, yo siempre he sido muy meona, una noche me pillaron en el baño y me tuvieron toda la noche con un simple camisón en un pasillo de pie, imaginaos lo que es eso en el mes de diciembre en Guadarrama (yo era una niña convaleciente de una enfermedad de pulmón).

Cuando regresé a mi casa tenía 10 años y estuve orinándome en la cama todas las noches hasta los 16 años. Podrá seguir contando atrocidades y no terminaría. Me gustaría contactar con otras personas que estuvieron allí; si ellas quieren.

Siento mucho no poder mandarles ninguna foto, he buscado y he preguntado a mis padres pero no encontramos ninguna.