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Encrucijada de intereses

La oposición siria, que se ha reunido esta semana en Madrid, ha dicho que sus objetivos, entre otros, son: que caiga el actual régimen del presidente Bachar al Asad, construir un gobierno democrático en el país, que se retire el Ejército, se liberen a los presos de guerra y abrir la puerta a la ayuda humanitaria.

Sin embargo, en el actual estado de división del país, parece poco probable que en un posible acuerdo de negociación no participe nadie de la actual cúpula de gobierno o el mismo al Asad. Esto es así porque el país está dividido en dos bandos y un proceso de reconciliación deberá contar con las dos partes. Además, hay potencias regionales e internacionales que se juegan mucho en este conflicto. Rusia, por ejemplo, tiene en Tartús (Siria) su única base naval fuera de su territorio. Como Moscú es un aliado del gobierno de Damasco exige que en una posible ronda de negociación, al Asad tiene que estar presente.

Siria es un país de cruce de culturas, donde hasta ahora, convivían musulmanes sunitas, chiitas, drusos e ismaelitas junto a cristianos maronitas, católicos, ortodoxos. Pero con este conflicto, la convivencia ha saltado por los aires y ha pasado de ser unas manifestaciones que reclamaban más democracia a una guerra tribal entre etnias.

Buena parte de esto, se debe por una disputa que se da en el seno de los musulmanes desde que su profeta Mahoma murió (632) y que dividió a esta religión entre sunitas (el 85% de los musulmanes actuales) y los chiitas, el resto. El problema es que el gobierno de Al Asad está conformado por los alauitas, una minoría chiita, que sólo representa el 10% de la población en un país que su mayoría es sunita.

Israel y Siria han mantenido un fuego cruzado en su frontera

Israel y Siria han mantenido un fuego cruzado en su frontera

Más allá de eso, tras la descolonización de los países árabes en la segunda mitad del siglo pasado, se crearon dos modelos a seguir: Egipto, con un gobierno aliado a Occidente y que negoció la Paz con Israel (Acuerdos de Camp David, 1978) o el de Irak o Siria, ambos del partido Baaz, y con discurso antiestadounidense y antiisraelí. Pese a las diferencias políticas, El Cairo, Damasco, Bagdad y la mayoría de los países árabes compartían una cosa en común: que eran gobiernos de partidos únicos y laicos. Esto conllevó que en 2010 llegaran las primaveras árabes que reclamaban sociedades más democráticas y una apertura de los partidos únicos.

Las primaveras árabes han dejado tambaleándose los gobiernos de Egipto y Siria, lo que ha abierto la puerta a que nuevos actores persigan incrementar su liderazgo en la región y han encontrado en Siria un escenario perfecto para hacerlo. Por un lado, Arabia Saudí y Qatar, ambos sunitas, están armando a la oposición para acabar con el régimen de Al Asad. Mientras que Irán y el grupo armado libanés Hizbolá, los dos chiitas, apoyan al gobierno. Sunitas y chiitas vuelven a enfrentarse, una historia que se repite desde el siglo VII.

En los últimos meses, otro actor que ha entrado en el terreno de juego es Israel, quien cree que la inestabilidad en Siria amenaza a su seguridad y que facilita la llegada de armamento a Hizbolá, con los que Tel Aviv ha tenido varios conflictos, el último en 2006. Por eso, Israel ha atacado diferentes objetivos en Siria. Esta semana, ambos países han mantenido un cruce de fuego en la frontera, concretamente, en la zona de los Altos del Golán, que es Siria, pero está ocupada por tropas israelíes desde 1967.

Mientras que en Siria ya han fallecido alrededor de 95.000 personas desde que empezó el conflicto en marzo de 2011, la ONU mira atónita sin saber qué hacer. El próximo mes de junio Washington y Moscú han convocado una reunión en Ginebra para encontrar una solución a este conflicto. Para llegar a un acuerdo, todas las partes deberán entender que tienen que renunciar a algo, para encontrar esos puntos comunes con los que empezar a construir la paz. En Siria urge una solución, porque cuando más se alargue el conflicto, más incrementará la guerra tribal y los rencores, lo que dificultará iniciar un proceso de reconciliación.

N. SEGURA INSA

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