Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

Archivo de septiembre, 2006

Soul

Soul, eso es el hip-hop.

Nombremos a las cosas con autoridad.

Soul, eso es el hip-hop.

A Sam Cooke no lo mató un marido celoso en aquel callejón, a Otis Reding no lo machacó la chapa de la avioneta estrellada, a James Brown no lo adulteró su propia neurosis: la música negra es una bacteria contaminante saltando de abuelos a padres a hijos e hijas a brothers & sisters, cambiando de apodo sin cambiar de verdadero nombre.

Soul, eso es el hip-hop.

Estos días, a propósito de la Batalla de los Gallos, algunos roquistas lectores del diario dejan comentarios que me convencen de la miopía. ¿Hip-hop?. “Música de niños, música idiota, viva el rock y su pureza”, vienen a decir, olvidando, por desconocimiento o malicia, que Charley Patton, el gran padre, eran trovador de versos, freestyler.

Soul, eso es el hip-hop.

Veamos: Pear Jam acaba de tocar en Madrid. Los yuppies pagan entre 38 y 48 € por otra ceremonia de Heineken y mechero. “Gran sonido”, “clavan los discos”, “una leyenda”… ¿Rebeldía o quedada de culpables?

Soul, eso es el hip-hop.

En el último disco de Common, “Be”, un disco para temblar de emoción, el artista de Chicago concluye con una grabación de muchos niños enunciando sueños de futuro:

Quiero ser artista

quiero ser veterinario

quiero ser obstreta

quiero ser profesor

quiero ser bailarina

quiero ser la primera mujer negra presidente

quiero ser una súper estrella

Niños enunciando sueños, como deben hacer todos los niños. Aunque sean imposibles.

Y eso es lo que sientes cuando te llegan: vergüenza por tu parte de culpa en que sean imposibles, sin cabida en la MTV o la Super Bowl de la parte guay del mundo.

O, ya puestos, sin cabida en el diario en el que trabajas.

Common concluye la sinfonía con un blues hablado:

We write songs about wrong because it’s hard to see right

Algo así:

Escribimos canciones sobre el mal porque es difícil ver bien

Soul: eso es el hip-hop.

La música sigue en las mismas manos: manos negras manchadas por la noche apasionada y terrorífica en la que vivimos y de la que asomamos a veces para volver a ser y decir e insistir con los labios apretados casi como si abrazasen como brazos y entonces nos sentimos grandes pese a sabernos aplastados y fecundamos las cosas del mundo con su verdadero nombre

Y decimos, como el negro sevillano ToteKing:

Vengo de un terreno con sol donde tos se conocen

donde las madres dicen: «Mi hijo es mu bueno» y su hijo le pega al profe,

el mismo con 20 se mete en la pasma,

el franquismo aunque no está se siente como un miembro fantasma,

los mejores pucheros, profesionales raperos,

bares de menú que parten la franquicia del Mc’Donalds entero,

el rayo de AC/DC no es de Flash Gordon

el flúor no limpia los dientes, los virus los fabrica Norton,

los políticos se han inventao otro idioma,

los desechos somos las personas,

los medios se quieren involucrar

con el rap sin preguntar las dudas y ¡no!

Santa Claus vestío de rapero en Navidad no ayuda.

José Ángel González

Manual para una batalla de gallos (Decálogo básico)

Jaime, de 4X4 hip hop, uno de los popes de las batallas de gallos en Madrid, me llamó ayer. Tenía razón: no les había citado en el reportaje cuando seguramente han hecho bastante por este tipo de eventos en este país (llámenlo como quieran, España o España de los cojones, no sea que nos pase como a Rubianes…) en tiempos más difíciles, cuando nadie daba un euro por ellos.

Tampoco cité a la otra publicación colaboradora de Red Bull en la organización de la Batalla de los Gallos, Hip Hop Nation.

En honor de ambas voy a recopilar que cualidades se necesita para una batalla de gallos (dícese del boxeo verbal, del enfrentamiento primario en el hip hop). Recojo parte de lo que me dijeron los MC’s finalistas.

1. Ingenio: Para rimar hay que tener ingenio, demostrar que se supera el estadio básico de tu «madre me come la polla». Es importante ser creativo.

2. Dinamismo: No hay que quedarse en el simple pareado, la métrica es importante, debes fluir en el concurso, que se note que hay estructura. Lo peor que puede pasarte es que te repitas.

3. Vocabulario: Un buen gallo debe conseguir vocabulario para que sus rimas puedan tener más potencia y el recurso inmediato sea más sencillo de aplicar. Leer es fundamental.

4. Vacilar: Hay que ganarse al público y lo principal para ello es vacilar con gracia, ser versátil, darle contenido, levantar risas y aplausos, hacer vibrar.

5. Aptitud: No sólo de rimas canta el gallo. La aptitud, las formas, los gestos, el punto de te voy a comer de arriba a abajo es fundamental. Se debe tener pegada, capacidad de herir al contrario con tus rimas.

6. Practicar: en los parques, en los locales, es casas de colegas, poner unas bases y darle a la improvisación. Sacarlo todo de dentro.

7. Capacidad de análisis: poder captar los defectos del adversario, tanto físicos como psíquicos.

8. Confianza: Debes atraer a las musas, que estén contigo en esos minutos, las musas nacen de la confianza en uno mismo, y tener un golpe de suerte. El mejor puede perder ante el peor en cualquier combate.

9. A muerte: la batalla no es un freestyle, donde vacilas con la peña de lo primero que se te ocurra, no hay tiempo para relajarse, debes ir a por todas, sin compasión, buscar la yugular.

10. Espontáneo. Ante todo parecer fresco, las rimas no vienen de casa. Las chuletas para los escolares.

Ahhhh, y leer 4X4 Hip hop y Hip Hop Nation para estar a día.

Javier Rada

Gloria

He dejado estos días que hable mi brother Javi: es pequeño, está en la calle, sabe jugar.

Es decir, entiende que el hip-hop (que, por cierto, seamos sinceros, Javi, no te gusta como género musical) bebe de la fuente de la trascendencia, situada, cada día parece más claro, en las costras de las heridas, en los corazones de los heridos.

Hoy, sábado, horas antes de la final del certamen que pretende encontrar al piquito de oro de los freestylers españoles, me toca hablar a mí. En voz baja, como siempre. El grito ya no es lo mío.

Soy hijo del rock. Me ha salvado la vida tantas veces como el amor, mis hijos, los antidepresivos o la literatura. No sería quien soy –un tipo despedazado- sin Elvis, Dylan, los Beatles o Wilco.

Ahora que Mozart abre páginas en la prensa gratuita y la esclerosis neo roquista es aplaudida como novedad (vean a la tribu Converse chillando, y aforando euros, ante los Strokes, Franz Ferdinand y otros embriones de laboratorio, falsamente espontáneos, narcisistas, autoescenificados, tan seguros de su belleza, soberbios, desenfrenados, esclavos), sólo en el hip-hop me devuelve el clamor de palabras desamordazadas ancladas en el blues.

Es la única música profunda, con alma y rebeldía, de estos tiempos. Donde el rock ofrece parodia, el rap regala vida y horizonte. Quien sostenga lo contrario es un fanático maximalista o un nostálgico vocacional.

Una jungla, un llanto, una belleza dolorosa y poética, un ruido de uñas rotas, no por inútil menos orgulloso, un tono tan arrebatado como el mejor soul (la música santa que los blancos nunca sabremos cantar), una inmediatez médica, similar a la del rock’n roll siempre nuevo de 1957.

Nas, Common, Roots Manuva, Danger Mouse, Tote King…

Sé que será la historia única de estos años en el futuro que yo (Peter Pan ya no vuela) no conoceré.

Gloria a los muchachos que esta noche, en Fuenlabrada, hablarán con la lengua viva de los sencillos.

José Ángel González

Gallos de sangre y letra (o rompiendo con el jodido tabú civilizado)

Los gallos de pelea me fascinan, lo confieso, no me crucifiquen por ello y guarden los clavos para otra ocasión. Me atraen, me hacen sentir menos hombre, consiguen que decaiga mi sentido de lo civilizado para acercarme a mi tenebrosa parte animal. Reconozco que las peleas son crueles, un ejemplo de la bajeza humana… Pero aún así siguen fascinándome, o tal vez derive de allí la atracción.

El gallo tiene por objetivo matar al contrincante. ¡Cuánto simbolismo hallamos en esta rivalidad forzada! Uno contra el otro hasta el final. La comidilla de Tánatos. El poder de la brutalidad. La selva ontológica que aúlla en nuestro pecho en busca de lo primario. La fascinación ante todo lo que sea carne, sangre y esperma. El cuchillo de Abraham.

El gallo debe matar para sobrevivir y para que su criador conserve el honor. Los chamacos son conducidos por sus progenitores a este espectáculo para que aprendan otro valor selvático: la valentía, el coraje, que desprenden las plumas tintadas de sangre.

Sólo he visto un combate de gallos en vivo y fue de refilón. Los animales, batidos en mortal duelo en una estación de autobuses del Brasil rural, estaban cansados de pelear y rehuían constantemente el enfrentamiento. Quizá fueran más listos de lo que dice la sabiduría popular, quizá habían aprendido a amarse tras cada arañazo, al picotearse sus descrestadas cabezas, quizá intuían que no eran más que marionetas de la brutalidad de los hombres. Los espectadores se encontraban notoriamente defraudados. «¡Están demasiado cansados!». Al finalizar el combate, la selva ontológica empezó a convertirse en sabana y en los ojos de los apostadores se vislumbró un atisbo de reencuentro con la civilización.

Por eso me fascinan los gallos de pelea: tienen algo de lo humano, de las potencias soterradas por la civilización, potencias que pugnan por su supervivencia y que han sido mal encauzadas en una maraña de tabúes e hipócritas reglas. El problemático proceso de domesticación del instinto.

Ahora explicaré por qué me fascinan otros gallos de pelea, y recurriré para ello al simbolismo inverso.

Es algo primario en la cultura hip hop: el freestyle, la capacidad de demostrar que se puede rimar improvisando, la competición inherente a esta filosofía de vida.

Cuando unos chavales se baten en duelo verbal demuestran que el simbolismo de los gallos de pelea puede realizar el camino inverso, superar la selva. Porque los gallos de pelea del rap hacen de la palabra su mejor arma, consiguen un camino de expresión para canalizar esas fuerzas primigenias sometidas a la férula del tabú civilizado. Es igualmente un combate a muerte, hasta matar las palabras, el viejo sueño de Cortázar. Es un combate duro: aseguran que prima el ingenio, el vacile imaginativo, pero muchos acaban cagándose en la madre del contrario. Es un juego de aptitud. Aptitud para enfrentarse con la palabra… palabras para expresar la selva, palabras para convertirla en un lugar habitable sin necesidad de recurrir a la castración y al sueño de todo censurador. Sin caer en las redes de esta sociedad postmoderna hinchada de bollos de la felicidad e inmolaciones frente al televisor.

Visiten si pueden la competición de mañana. Si les acompañan las musas y la suficiente mala leche puede que sea un espectáculo tan fascinante como una auténtica pelea de gallos, justamente porque simboliza lo contrario.

Javier Rada