No hubo transición entre nosotros: la dictadura del amor llegó como uno torrente y se enrocó en mi corazón azulado por la asfixia de sentirte, latiendo sin pausa por tus huesos durante casi cuarenta años. Tú fuiste mi auténtico reino, mi patria, y mi bandera (que diseñé con el escudo de lo nuestro: la corona no fue más que un guiño por tu nombre), y mis ganas de tenerte ondeando en los balcones de cada ayuntamiento, de cada diputación, de cada organismo, y mis ganas de tenderte, al fin, el país que me habita. Llegué a matar elefantes por ti, me hice amigo de dictadores y genocidas por ti, aguanté estoico un golpe de estado por ti, hablé sólo para ti en cada discurso de navidad, y llegué a decir «Lo siento mucho, no volverá a pasar» al mundo entero por aquella vez que te enfadaste conmigo (reconoce, amor, que fue romántico). Sabes que cada nuevo implante de cadera también es tuyo, amor, cada tuerca, cada muelle, cada cicatriz, y mi aleación de titanio, y mi muleta cuyo botón conecta en secreto contigo por si me caigo, caigamos juntos.
Así es que ahora, si me pides que abdique, abdicaré, reina mía. Si tu máximo sueño es dedicarme sólo a ti y verme conducir un taxi y tú hacer las veces de usuaria, y jugar a seducirnos a través del espejo, y viajar juntos a una de esas playas del reino que antes fue nuestro, lo haré todo sin dudarlo.
PD1: Atenta a los medios a cosa de las diez y media.
PD2: Te veo esta noche a la hora de siempre en el árbol de siempre.
PD3: Convencí a un amigo y nos deja su taxi.
……………………………………
FDO. Tu don Juan.