La aventura ibérica de un guiri más crudo que una pescadilla

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La corrida de toros, ¿un arte bárbaro?

El domingo pasado fui a mi primera corrida de toros, aquí en la Plaza de Las Ventas de Madrid. Sin querer ofender, hay que decir que para nosotros los extranjeros la corrida nos parece una barbaridad y algo que pertenece a otra época, como las luchas de los gladiadores romanos o la caza de brujas de la Edad Media.

Yo nunca había ido a una corrida, y no quería hacerme una opinión antes de haberlo visto una con mis propios ojos, así que fui el domingo con un amigo madrileño, gran aficionado de los toros. Asistí a una novillada nocturna, donde compiten toreros jóvenes para ganarse una plaza en la próxima Feria de San Isidro.

La verdad es que la corrida no me repugnó tanto como me lo esperaba. Hombre, claro, no es divertido ver al toro sufrir en la fase final, sobre todo cuando no muere por la espada, sino que tienen que darle la puntilla. Cuando sacaron el toro muerto, me dio náuseas. Pero una vez asistí a una pelea de gallos en Ecuador, y eso me dio mucho más asco.

Por otro lado, comprendo porque la corrida le gusta a tanta gente. Es un espectáculo muy bonito con toda su liturgia; los pasos, ritos, trajes, la música. No tiene nada que ver con el deporte, pero como dijo mi amigo, es un arte que se parece al ballet. Y supongo que, como con cada arte hay que conocerlo para bien valorar los pasos y los movimientos de los toreros.

Esta tarde en las Ventas olió a muerte como siempre, pero también a guiri. Sobre todo muchos americanos, todos ilusionados con los relatos de Hemingway sobre la tauromaquia. El público sacó dos veces el pañuelo blanco e incluso dieron la oreja a uno de los toreros. Pero este entusiasmo sobredimensionado no fue aprobado por los viejos aficionados castizos, que siempre están allí con su puro y sus pipas…

Un domingo a la madrileña

Nadie hace el domingo como los madrileños. En otras ciudades del mundo, la gente aprovecha del séptimo día para descansar y preparar la semana que viene; hacen deporte, planchan la ropa, limpian la casa.

En Madrid es otra historia, aquí el domingo es como otro sabado. La gente sale, toma vermut al grifo, cañas, tapitas, copitas, cualquier cosa. Si caminas en la capital un domingo ves más gente por la calle que casi ningún otro día.

En Noruega, la gente pasa el domingo haciendo senderismo, bañándose en lagos fríos, tomando sauna, en fin todo tipo de actividad para limpiarse de los pecados del fin de semana y preparar el cuerpo y la mente para una semana nueva.

En Madrid, nada de eso, aquí hay que aprovechar hasta el último momento, el lema de los madrileños debe ser carpe dominicus. Después de haber salido el sábado hasta las tantas, los gatos se levantan el domingo, y ¡a tomar!

Este fenómeno se observa sobre todo en el barrio madrileño de la Latina. Ayer estuve por este lugar tan encantador, en la plaza San Andrés, hay una cervecería allí donde a veces se puede observar el santísimo Iker Casillas.

Fue un domingo perfecto. Estuvimos unos amigos con una nevera llena de Mahous frías, la plaza estaba a tope, todos hablando, chicas guapas, un grupo de estos músicos rumanos tocando los clásicos de siempre. Luego la gente pasa a la Plaza de la Paja, donde los bares sirven copas hasta la madrugada. Y nadie piensa en currar.

Para dejarlo claro, a mi me encanta el concepto del domingo madrileño y creo que el senderismo, lo tengo que dejar para adelante…

Gracias a todos por los comentarios que me llegan, y agradeceré a los que pueden comentar como se celebra el domingo en otras partes de España.

Aquí abajo veis el bar de la plaza San Andrés, llenísimo. Y he colgado una foto de dos amigos míos muriéndose de la risa, que nunca está lejos en la Latina.

Un cordero de la leche…

La comida es una de las cosas que más me gustan de la vida española, y uno de mis platos favoritos es el cordero lechal, lo encuentro delicioso.

Pero tengo que admitir que, por otro lado, el hecho de comer un animal tan jovencito me parece una barbaridad. Se mata el coderito cuando éste aun no ha dejado de mamar, su edad no pasa de las 6 semanas y su peso ronda los 8 kilos. Justamente por eso la carne tiene tantas calidades, presenta un color rosa pálido, casi blanco y muy poca grasa.

En Noruega también nos gusta el cordero. Se suele comer la cabeza, es un plato muy tradicional que se llama «smalahovud». A mi no me gusta mucho, sobre todo porque el ritual tradicional implica chupar los ojos del animal. En Islandia, que antes formaba parte del reino noruego, comen el antiguo plato vikingo “hrútspungur”, un plato a base de testículos de carnero macerados.

Uno de mis lugares favoritos en Madrid para disfrutar del cordero lechal es el Asador Real, al lado de la Opera.

Suelo llevar amigos de mi tierra allí, cuando vienen a visitarme aquí en Madrid. La verdad es que no se muestran muy animados al escuchar el menú, les parece una barbaridad comer el corderito. Cuando llega el plato, miran las piernas tan pequeñas, y les da un poco pena, la verdad. Pero al probarlo se callan y después de la comida ¡todos se quedan flipados!

Otro plato similar, igual de delicioso, es el cochinillo, que podáis ver aquí abajo.

Pido a los lectores que me comentan donde en España se encuentra el mejor cordero lechal (o cochinillo), ¡para que yo pueda ir en peregrinaje gastronómico!