La aventura ibérica de un guiri más crudo que una pescadilla

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El Botellón suena familiar para un guiri

La gente en el Norte de Europa suele pensar que los españoles beben a menudo, pero poco. Suelen tomarse una copa de vino con la comida o un aperitivo, pero nunca se emborrachan. Sin embargo, los nórdicos no beben con frecuencia, pero cada vez que toman, no paran hasta que están en el suelo. La gente nórdica que toma entre semana se defiende contra la acusación de alcoholismo argumentando que han adoptado el estilo de vida mediterraneo, que para nosotros implica tomar un poco cada día.

Pero al venir en España, esta ilusión mía se rompió. Me encontré con una famosa costumbre española, el botellón. Durante mis primeras visitas en la península, hace ya unos años, vi a miles de jóvenes bebiendo en plena calle. Bebidas fuertes circulaban de mano en mano, mezclándose unas con otras, dando lugar a todo tipo de duros combinados. Sin mencionar la bebida que para mi es la más friki de todas- el calimocho – ¡vaya sacrilegio enológico!

Como sabéis, esta costumbre ibérica se ha prohibido por la dicha «ley seca», pero mis amigos españoles me siguen contando anécdotas de su adolescencia, cuando la juerga todavía era legal. Sin embargo, sigo observando pequeños botellones todavía, incluso en la calle donde vivo, y he observado la popularidad de los dichos «macrobotellones» organizados últimamente.

El botellón como fenómeno inspira estudios sociológicos, como el libro de Artemio Baigorri, «Botellón: un conflicto posmoderno». El profesor de Sociología de la Universidad de Extremadura mantiene que en las citas botelloneras cada vez es más frecuente encontrar a no sólo los chicos de 16 años, pero que ahora también los que han cumplido los 30 años siguen con esta fórmula. El profesor afirma que los treintañeros mantienen viejas costumbres de diversión por temas económicos, dado que muchos hoy en día son mileuristas. A ver si la crisis hace renacer el botellón…

El botellón me suena bastante a una tradición que tenemos en Noruega. Allí, la gente se reúne en casa antes de salir, para beber. En el próximo post os contaré sobre esta costumbre, que llamamos el vorspiel, y que muestra que los jóvenes son iguales por todas partes. Y para mi beber como un bárbaro, que sea en Madrid o en Oslo, debe ser más premoderno que posmoderno.

Espectáculo andaluz

En España, la religión es algo muy presente, por lo menos en unos sectores de la sociedad, y es algo que golpea a los extranjeros que vienen aquí. En los países del Norte somos oficialmente protestantes, pero la verdad es que es ya una sociedad bastante laica, (o hereje, como me lo dijo un colega español…).

En Semana Santa a fui a Andalucía con otro amigo guiri. Es una tierra que ya conozco un poco, hace un par de años fui a la feria de Málaga, y este año visité Córdoba y Sevilla. La madrugada de viernes santo la pasamos en Carmona, un pueblo al lado de Sevilla. Localidad preciosa, con su antiguo alcázar donde se ubica hoy un parador.

Durante el día de jueves santo, el pueblo estaba bastante tranquilo y habíamos pensado pasar la noche allí antes de irnos a Sevilla. A las nueve salimos para cenar y de repente escuchamos una música y vimos un montón de gente en frente de la iglesia principal. Empezó a salir la estatua de la virgen, mientras que la banda sonaba. Todo el pueblo estaba mirando, y nosotros fuimos los únicos guiris. Fue mágico observar la procesión con nazarenos y hermandades, cada uno con un vestido de un color diferente. De hecho, para un guiri es extraño ver los capirotes de los nazarenos, ya que se parecen bastante a los vestidos del Ku Klux Klan, el grupo racista estadounidense…

Seguimos la procesión toda hasta la madrugada, tomando copas y tapas en el camino. Fue estupendo ver una tradición tan bonita, y estar cerca de la gente emocionada por el espectáculo. Pareció que todo el pueblo había participado en montarlo. En los países más herejes, como el mío, este tipo de tradiciones ya ha desaparecido.

Españoles, ¡pudisteis!

Este verano mi primer choque cultural fue, sin duda, la Eurocopa. Fue un gran placer vivir, junto con los españoles, la aventura de la selección, que, por fin, tuve un final feliz. Y por supuesto, hinché por España. Noruega casi nunca se cualifica para los grandes eventos del fútbol internacional.

Por fin España acabó con la neurosis colectiva que era la falta de éxito en el fútbol internacional. La angustia de fracasar fue tan grande que la cadena Cuatro eligió el lema más sencillo del mundo: ¡Podemos! A veces, su programa transmitido desde la plaza Colon parecía más a una psicoterapia colectiva que a un programa de entretenimiento.

En mi país, también nos gusta el fútbol, pero nunca alcanzamos el nivel de pasión y de angustia que hay aquí en España. Pudo citar muchas cosas que me llamó mi atención; la rabia contra Luis Aragonés por no elegir a Raúl, (ahora, ¿quién pide «Raúl selección»?), la depresión colectiva cuando nos tocó Italia en cuartos (la “vendetta” titular de Marca) y, por supuesto, la clímax de la final en la plaza Colon.

En el video podéis ver la celebración de un gol de la selección durante la semifinal contra Rusia. Estuvieron unos amigos míos de visita, y fuimos a ver el partido en un bar por la Latina. Tres guiris con camisetas españolas…

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Os cuento como pasé la final de la Eurocopa. La vi en casa de unos amigos, con la obligatoria Mahou fría y después nos dirigimos en metro hasta Colon, para ver de cerca las celebraciones.

En el vagón del metro había una tormenta roja, todo el mundo borracho, cantando ¡qué viva España! Yo me junto a la celebración, aunque con mi apariencia física aparecí casi extraterrestre en esta marea de morenos vestidos de rojo. De repente, uno de los jóvenes borrachos me mira y me pregunta: “¿tú no eres alemán?”.

Todo el vagón para de cantar, silencio total. Hay un segundo de susto general, hasta que le contesto. “No, no soy alemán, soy noruego. ¡A por ellos!”. El borracho sonríe, me agarra por el brazo y saltamos juntos mientras que todo el vagón empieza a cantar “¡a por ellos! ¡a por ellos! olé, olé, olé”. Y no paramos hasta que un petardo explota en el andén del metro Alonso Martinez. Vaya orgasmo nacional…