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La vergüenza del mundo se llama Tíbet

Obama-Dalai Lama Meeting Shows U.S., China Must Accept Rivalry

Barack Obama y el Dalai Lama en la sala de los mapas en la Casa Blanca en 2010. (Foto oficial de la Casa Blanca, por Pete Souza)

Hace justo una semana Barack Obama abría las puertas de la Casa Blanca al Dalai Lama. Con esta ya van tres desde que Obama es presidente y, del mismo modo que ya hizo en ocasiones anteriores, se preocupó de recibir al líder tibetano en una sala que no fuera el Despacho Oval, donde suele recibir a los jefes de Estado. También se preocupó de explicarle el mismo cuento de siempre a Pekín: recibía al Dalai Lama «en su calidad de líder religioso y cultural”. Vaya, todo un ritual diplomático.

Pero cuando se trata del Tíbet no hay explicaciones ni cuentos que valgan. El Tíbet es el gran tema tabú en China, el tema del que no se habla, el problema inexistente –junto con la minoría uigur en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang- en un país que se hace llamar comunista. De hecho, el día antes del encuentro, cuando el gobierno de EEUU anunció que recibiría al líder tibetano, Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, lanzó una amenaza a Washington: si no cancelaba la visita “las relaciones con China podrían verse seriamente perjudicadas”.

A pesar de ello, todo transcurrió con la normalidad habitual: el Dalai Lama acudió, hicieron politiqueo protocolario, Obama remarcó que EEUU apoya la autonomía cultural y religiosa del Tíbet pero no su independencia y China se rebotó considerando la reunión como una “sería intromisión” en la política nacional de su país. Los dos premios Nobel charlaron a puerta cerrada durante poco más de una hora.

Y ahí estaba otra vez, presente pero invisible en esa sala. La doble moral de Occidente, el discurso de cara a la galería. Más allá de una visita que venderá a muchos (¿?) el gran compromiso de EEUU con el pueblo tibetano, la suerte de este seguirá siendo la misma y las relaciones entre China y EEUU tampoco no se verán perjudicadas, igual que tampoco pasó después de los encuentros de Obama con el Dalai Lama en 2010 y en 2011.

Mientras, lejos de la esfera diplomática y con los pies encima de la tierra, el país de la nieve sigue encendiéndose. Desde 2009 al menos 120 personas se han inmolado a lo bonzo para protestar desesperadamente contra los abusos de China y la discriminación étnica que sufren los tibetanos. Según los informes recopilados por el Gobierno Tibetano en el Exilio, establecido en la ciudad india de Dharamsala, más de un millón de tibetanos han muerto como consecuencia directa del acto de agresión y ocupación militar del Tíbet.

La semana pasada un oficial chino escribió en un editorial en la web Tibet.cn que “Pekín solo podía presionar a Occidente para que cambiara su forma de pensar si le hacía entender que no se puede prescindir del poder de China…y que los intereses de Occidente pasan por mantener estrechas relaciones con el país y no al revés”. Y es que por mucho que las relaciones entre China y Estados Unidos no se encuentren en su mejor momento, en un mundo odiosamente dominado por la economía cada vez son menos los que se atreven a alzarle la voz a Pekín.

Hace poco salió un libro sobre las inmolaciones en la región del Himalaya en el que han colaborado la poetisa tibetana Tsering Woeser y el artista disidente Ai Weiwei llamado “Tibet: la vergüenza del mundo”. Y lo cierto es que no tiene otro nombre.

Blanca Blay Planas

blanca.blay@gmail.com

@blancablay

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