Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Sangre, sudor y lágrimas

Tenía que ser una final británica para que cobraran todo su sentido las espléndidas palabras de Churchill cuando asumió en plena guerra la presidencia del gobierno. Era -ha sido- la final de la Liga de campeones (dicho así, en español, para disimular ausencias) y sólo había un objetivo, la victoria, para dos soberbios equipos. Hubo sangre: la de Paul Scholes y la de Nani, que por algo la sangre es roja. Hubo sudor: bajo el diluvio moscovita los jugadores dieron una lección de entrega y la mitad de ellos acabaron con los gemelos en el cuello.

Y hubo lágrimas. Las de Cristiano Ronaldo, fulgurante en el primer tiempo, con un primer cuarto de hora en el que parecía un cruce entre Romario y Van Basten; desparecido en combate más tarde, cuando los azules empezaron a asfixiarle con una vigilancia por parejas y con las subidas de Essien, que lo dejaron exhausto; una arrancada suya, pese a todo, demostró lo que significa mantener un jugador de verdadera jerarquía en el campo, porque sembró el terror en la defensa londinense. Las lágrimas del portugués tuvieron que ver con el fallo de «su» penalty.

Porque el partido acabó a uno y la prórroga no sirvió de nada. Bueno, sí: para demostrar que hasta los más afamados árbitros son muy malos.

Para llegar a la prórroga tuvimos que disfrutar de noventa minutos maravillosos. ¡Qué partido! El Manchester de la primera mitad hizo un fútbol de lujo mientras los jugadores del Chelsea intentaban ajustar las lonas para detener aquel vendaval. Marcó Ronaldo, de perfecto cabezazo, en el que Essien dio muestras de valer muy poco por alto. Y Tévez, que aprovechó perfectamente el sacrificio de Rooney, siempre fuera de su zona, llegó dos veces. En una de ellas Cech paró un cabezazo raso que llevaba cianuro y, en el rechace, Carrick disparó al muñeco; en la otra el balón rozó los tacos de su bota cuando estaba solo ante la puerta vacía. Estaban perdonando, evidentemente; y eso se suele pagar.

La primera acción del Chelsea en ataque demostró las carencias de Lubos Michel ignorando una peligrosísima falta al borde del área. Los londinenses sólo oponían fe y trabajo a la lucidez del equipo de Manchester: pero no es poco en un equipo cuajado de estrellas. Y tuvieron una recompensa por encima de sus merecimientos empatando en el típico gol de churro, con un disparo lejano que tocó en un defensor para que la bola cayera franca ante Lampard. Gol psicológico: estaba acabando el primer tiempo.

Se notó en el segundo tiempo el doble efecto de ese gol, que supuso el empate y, además, la resurreción de Lampard. Y, con él, de todo su equipo. Salvo el maniatado Drogba, que tenía como pareja de baile a un muro infranqueable llamado Rio Ferdinand (pese a lo cual hizo lo mejor de la noche: un disparo seco e inesperado que se estrelló en el poste de Van der Sar), los azules empezaron a carburar con enorme calidad, manteniendo además el terrible ritmo del primer tiempo. Suyas fueron las mejores ocasiones: del Manchester tuvimos noticia en ataque gracias a una arrancada impresionante del prodigioso Evra, con centro de la muerte incluido que se solventó con otro tiro al muñeco, Tery esta vez. Los azules hicieron todo lo demás, con otro disparo al poste, esta vez de Lampard, que añadir al haber.

Estaba claro que la suerte no estaba con ellos. Y eso es más grave que perdonar: parece que hay veces en las que el cielo decide por ti y San Jorge, desde luego, podía haber mostrado cierta neutralidad.

También Lubos Michel, que se ensañó contra el Chelsea, seguramente con la mejor de las intenciones, no faltaba más.

Para la prórroga quedaba poca gasolina y llovía con ganas en Moscú. Una tangana se saldó con la justa (reglamento en mano) expulsión de Drogba y la injusta permanencia de su agresor, creo que Vidic, sobre el césped. Se ve que el hombre no tenía su día: tengo ganas de verlo en un día bueno, que es que yo soy muy desconfiado.

Y llegaron los penaltys. Y las lágrimas de Cristiano Ronaldo, tras tirar horriblemente el suyo. Alguna lagrimita se le escaparía a Giggs al batir el record de Bobby Charlton (que algo tiene de blasfemia para los que vimos juagra al divino calvo), pero no le perturbó a la hora de tirar el suyo. Realmente nadie fallaba: de manera que el último lanzamiento, con empate a cuatro, le correspondió al capitán, John Terry. Y ese lanzamiento era la Copa de Europa: la que nunca ha ganado el equipo de Londres. Lo comenté con mis hijos: «es un acierto. Ahora que dispare fuerte, por el centro, a romperla…» Pues no: colocadita y a la derecha. Engañó completamente al portero holandés. Pero, ¡ay! resbaló… Pelota fuera: esto no ha acabado, señores.

Sí había acabado: ningún equipo puede remontar tanta mala suerte, tanta enemistad del destino. Así que el séptimo lanzamiento, el que servía para seguir vivos, le vino grande al pequeño Nicolás. Falló Anelka. El United, capeón de Europa.

¿Justo? ¿Y qué es justo en fútbol? El Manchester no fue superior al Barcelona y pasó la semifinal; no ha sido en absoluto mejior que el Chelsea y ha ganado la final. Campeón de Europa, campeón de la Premier… Se diría que sir Alex Ferguson ha hecho un pacto con el diablo. O con San Jorge, quién sabe… Pues nada: congratulations.

1 comentario

  1. Dice ser rgaa

    I agree with you , This is the best , Nothing is better , Enjoy!.

    06 junio 2008 | 5:01

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