Hace ya muchos años se oía hablar de un chaval de quince años, con el pelito lacio, a lo Fernando Redondo; un excelente espejo en el que mirarse, evidentemente. Se llamaba Guti: la explosión de Raúl y, más tarde, de Casillas, apagó su llegada al primer equipo. Acaso no parecía posible que la cantera, la humilde, puñetera, desolada cantera pudiera dar tres perlas de tacada: se habían olvidado los tiempos de la quinta del Buitre.
No eran tres, sino cinco. Un crío de Ávila que venía como una moto, Álvaro, y un poco más tarde un chico negro, de Camerún, que hacía locuras por la banda derecha, por la que discurría, para sorpresa de todos, un tal Ognienovic. Se llamaba, espero que nadie lo haya olvidado, Samuel Eto´o.
Y en estas llegó la creme de la creme de la creme a la presidencia. No unos supuestos trileros del mus, que habían ganado dos copas de Europa, por cierto, sino un hombre absoluta, infinita, asfixiantemente superior de cuyo nombre no quiero acordarme.
Recuerdo que en la primera (acaso la segunda) temporada de José María Gutiérrez en el primer equipo se lesionó Morientes. Del Bosque tiró de lo que había, colocó al rubio de delantero centro y se hinchó a marcar goles. Esas cosas pasan: a eso se le llama polivalencia y lo demás son tonterías.
Pero no era un galáctico: ¿cómo coño va a ser un galáctico un tipo de Torrejón? La vida deportiva de Guti ha consistido siempre en lo mismo: terminaba la temporada saliéndose y en verano le fichaban un primo baratito, Beckam o Zidane, para que se diera cuenta de lo que valía un peine. Así que el actual presidente se pudo permitir aquel memorable patinazo de que nunca había sido indiscutible. ¡Hombre, si no le han dejado jugar a golpe de talonario!
Y el chaval, desde luego, se aprendió lo del peine: cuida mucho su cabellera. Pero nunca he oído a todas esas organizaciones anti cosa defender al hombre más insultado de España. Incluyendo entre sus fanáticos detractores a la mitad del Bernabéu. Uno se ha tirado muchos años entre la rechifla general cuando ha defendido que Guti era un prodigio, un lujo, la solución de un equipo sin rumbo: «¿Ése? ¿La maricona esa? Aquí lo que hay que echar es cojones…» Ya se sabe: España, ay…
Me está saliendo un artículo un poco fuerte. Pido disculpas, pero me limito a recoger lo que he oído durante muchos años. Lo sorprendente es que el chaval no haya perdido más veces los nervios: sabiendo, como Bécquer, un himno gigante y extraño que sólo él conoce y viendo a los suyos (no digo nada por esos campos de Dios) silbarle como auténticos Zoilos.
Queda dicho. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace… dijo Lorca de Ignacio Sánchez Mejía. Pues eso: disfrutemos los pocos años que le quedan, porque es un jugador único. Compatible, por cierto, con Julio, que es tan diferente y tan bueno: no entiendo que se haya creado un dilema entre Baptista y el chavalín aquel de pelo lacio que nació en Torrejón. Y cuyas historias amorosas, por cierto, dejarían mudos de envidia a casi todos los machotes. Pero ésa es otra historia y, además, no viene a cuento.