Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Archivo de enero, 2008

Hablemos de Guti

Hace ya muchos años se oía hablar de un chaval de quince años, con el pelito lacio, a lo Fernando Redondo; un excelente espejo en el que mirarse, evidentemente. Se llamaba Guti: la explosión de Raúl y, más tarde, de Casillas, apagó su llegada al primer equipo. Acaso no parecía posible que la cantera, la humilde, puñetera, desolada cantera pudiera dar tres perlas de tacada: se habían olvidado los tiempos de la quinta del Buitre.

No eran tres, sino cinco. Un crío de Ávila que venía como una moto, Álvaro, y un poco más tarde un chico negro, de Camerún, que hacía locuras por la banda derecha, por la que discurría, para sorpresa de todos, un tal Ognienovic. Se llamaba, espero que nadie lo haya olvidado, Samuel Eto´o.

Y en estas llegó la creme de la creme de la creme a la presidencia. No unos supuestos trileros del mus, que habían ganado dos copas de Europa, por cierto, sino un hombre absoluta, infinita, asfixiantemente superior de cuyo nombre no quiero acordarme.

Recuerdo que en la primera (acaso la segunda) temporada de José María Gutiérrez en el primer equipo se lesionó Morientes. Del Bosque tiró de lo que había, colocó al rubio de delantero centro y se hinchó a marcar goles. Esas cosas pasan: a eso se le llama polivalencia y lo demás son tonterías.

Pero no era un galáctico: ¿cómo coño va a ser un galáctico un tipo de Torrejón? La vida deportiva de Guti ha consistido siempre en lo mismo: terminaba la temporada saliéndose y en verano le fichaban un primo baratito, Beckam o Zidane, para que se diera cuenta de lo que valía un peine. Así que el actual presidente se pudo permitir aquel memorable patinazo de que nunca había sido indiscutible. ¡Hombre, si no le han dejado jugar a golpe de talonario!

Y el chaval, desde luego, se aprendió lo del peine: cuida mucho su cabellera. Pero nunca he oído a todas esas organizaciones anti cosa defender al hombre más insultado de España. Incluyendo entre sus fanáticos detractores a la mitad del Bernabéu. Uno se ha tirado muchos años entre la rechifla general cuando ha defendido que Guti era un prodigio, un lujo, la solución de un equipo sin rumbo: «¿Ése? ¿La maricona esa? Aquí lo que hay que echar es cojones…» Ya se sabe: España, ay…

Me está saliendo un artículo un poco fuerte. Pido disculpas, pero me limito a recoger lo que he oído durante muchos años. Lo sorprendente es que el chaval no haya perdido más veces los nervios: sabiendo, como Bécquer, un himno gigante y extraño que sólo él conoce y viendo a los suyos (no digo nada por esos campos de Dios) silbarle como auténticos Zoilos.

Queda dicho. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace… dijo Lorca de Ignacio Sánchez Mejía. Pues eso: disfrutemos los pocos años que le quedan, porque es un jugador único. Compatible, por cierto, con Julio, que es tan diferente y tan bueno: no entiendo que se haya creado un dilema entre Baptista y el chavalín aquel de pelo lacio que nació en Torrejón. Y cuyas historias amorosas, por cierto, dejarían mudos de envidia a casi todos los machotes. Pero ésa es otra historia y, además, no viene a cuento.

Refugium pecatorum

¡Qué cosa, la Copa! Ahí estaban los pezqueñines, a ver si la flota de Pescanova se había traído las redes grandes, como de costumbre, y podían escapar: el Alcoyano, el Alicante, el Burgos, el Denia, el Real Unión de Irún… Más raro fue aquel verano que no paró de nevar: pregunten en Toledo, donde le dieron un salto de caballo importante al venerable dios de las nieves (y del merengue).

Esta vez no: hasta el Valladolid le dio un zamacuco importante al Murcia, que estaba dispuesto a celebrar su centenario con brío, recordando tiempos mejores. ¡Pero cómo sufrieron, madre! El Alcoyano, cuyo presupuesto es menor que la ficha de Ezquerro, sufrió las iras del suplente por antonomasia (cosa que no es culpa del buen jugador riojano, digo yo), pero terminó empatando a dos en el Camp Nou (ya no tan nou, supongo); el Alicante estuvo empatando en el Bernabéu hasta el minuto noventa, sugiriendo que hay que rotar más a los chicos de arriba, porque se están oxidando; el Denia tuvo al vigente campeón a los pies de los caballos y sólo Burgos y Real Unión tuvieron la deferencia de permitir al primera de turno jugar cómodamente (debieron pensar que harto tienen con lo suyo, y no les falta razón).

Aparte de los murcianos había seis equipos de segunda con aspiraciones, en más de un caso justificadas. Todos cayeron. Muy honroso el papel de los jerezanos ante el equipo de la mercurial ciudad del Tinto y el Odiel, y nada que objetar al Granada 74, capaz de empatar en el Calderón dejando un muy buen sabor de boca. Bien los canarios ante el Villarreal: un duelo de amarillos en el que el submarino atómico sufrió para derrotar al otrora flamante y hoy desvencijado dragaminas del sur (¡ay, tiempos de Guedes y Germán…!). Algo más cómoda las victorias del impecable Rácing de Marcelino y del viejo aristócrata copero, el Athlétic, ante Málaga y Hércules, otros dos ex – primeras. La victoria más contundente se produjo en Sevilla: el Betis de Chaparro empieza a hacer algo más que resistir y le endosó tres al Elche. ¿Volverán las oscuras golondrinas al palmeral? Como no hagan una fotocopia de Marcial no lo veo…

Los dos duelos entre equipos de primera división parecían más equilibrados. Lo fue la eliminatoria entre el Déporry el Espanyol. Al final pudo más la pegada del equipo de Valverde, que siempre parece guardar algo para amargar los finales al pobre Lotina. Más sorprendente fue el 4 a 0 que el Mallorca de Goyo Manzano le atizó a otro equipo rojillo, el Osasuna, menos cuco que otras veces.

A expensas de lo que suceda hoy, queda una Copa del Rey niquelada. Sin invitados sorpresa, a cara de perro, grandes contra grandes. ¿Seguirán descuidándola los que se supone que van a estar arriba en la Liga en cualquier caso? ¿Tendrá ese tono de trofeo menor, de refugio de pecadores, de trono al que aspiran los de medio pelo para llegar a Europa por el camino más corto? Sería una pena: es una chica muy bonita que está pidiendo a gritos que los más guapos del guateque la saquen a bailar.

Maillots amarillentos

El ciclismo es, sin duda, uno de los deportes más queridos en este país. Lo era cuando parecía imposible que un español ganara el Tour de Francia o el Giro de Italia y nos conformábamos con ser reyes de la montaña, alguna Vuelta que otra, las llegadas de Miguel Poblet y los seis campeonatos del mundo de Guillermo Timoner en ciclismo tras moto, que no dejaba de ser una curiosidad, meritoria pero residual. Hubo que esperar a 1959 para que, ¡por fin!, Federico Martín Bahamontes ganara el Tour de Francia. Para el Giro hubo que esperar mucho más: hasta que el gran Miguel vindicara los fallidos escarceos con el jersey rosa de Pérez Francés, Galdos o el Tarangu Fuente.

No volvimos a ganar el Tour hasta catorce años más tarde, bajo el imperio de Eddy Merckx. En buena lógica nos correspondió el del 71, cuando el pobre Ocaña se despeñó bajando el puerto de Mente. El corredor de Priego se desquitó dos años más tarde: aún así, siempre nos quedó la sensación de compartir aquel triunfo con la segunda patria del conquense, que vivía en Francia. Mala suerte la de aquel fenómeno de la cara triste, como si habitara un doble destierro. Pero seguimos aferrados al deporte de la bicicleta a pesar de que llegaron años oscuros, con corredores buenos, pero de andar por casa, como Rupérez, o eternas promesas sin granar, como Gorospe.

Hasta que llegaron los navarros de Echevarri, el Reynolds: con sus castellanos. Primero fueron las dentelladas de Arroyo al cuello del emperador Hinault; y, por detrás, un guerrillero de pura raza llamado Perico Delgado. Un maestro de la emboscada (ahí está el recuerdo de su primera Vuelta), de la arrancada en alto en el momento preciso, de las alianzas sobre la marcha: un genio que supo explotar no sólo sus cualidades sino las debilidades ajenas. Ganó un Tour, en el 88, y pudo ganar más. Pero a Perico se le perdonaba todo (salvo, evidentemente, José María García), porque nadie nos hizo vibrar como él.

Después llegó Miguel. Induráin Larraya, pero para qué decir los apellidos… Cinco victorias en la Grand Boucle, dos en el Giro, medallas en los mundiales… Por fin un capo español. Y hasta nos aburrimos de ganar.

Los tipos como Induráin no suelen tener herederos tempranos. Pero el navarro lo tuvo demasiado pronto: un monstruo llamado Lance Armstrong. Por aquí aguantamos el chaparrón como pudimos, con Abrahan Olano y Joseba Beloki. Un peldaño al menos por debajo de alemanes e italianos, con Ullrrich y Pantani. Ya por entonces el ciclismo, que siempre había estado bajo sospecha, al menos desde la muerte de Tom Simpson, era una pura herida: vampiros a todas horas, para nada. Pero la confianza en el deporte más duro que existe se fue deteriorando día a día. Testimonios desgarradores de ciclistas obligados a meterse de todo, los terribles suicidios del Pirata italiano y de nuestro entrañable Chaba Jiménez

El año 2006 se corrió un Tour muy raro. Parecía un mano a mano entre Floyd Landis y Andreas Kloden, ningún equipo quería por tanto asumir el trabajo de controlar el pelotón y se consintió una escapada absurda que dejó la victoria en manos de un corredor peligroso pero desahuciado como Óscar Pereiro. Con el jersey amarillo sobre sus hombros asistimos a una exhibición inhumana del americano Landis, derrotando por goleada, él solo, a todo un pelotón. Aquel chico era, evidentemente, una farmacia dando pedales, y fue desposeído de su triunfo unas horas después de coronarse en París.

De manera que en 2007 teníamos un ganador del Tour, que no lo fue de modo efectivo hasta que recibió el maillot, en una ceremonia casi privada. Entretanto se corrió el que correspondía a ese año; y también hubo polémica. Un ciclista que no debía haber participado demostró una sorprendente superioridad sobre el resto. La evidencia de que se había hurtado a dos controles previos eliminó al danés Radmussen, digno heredero del Bjarne Rijs, otro que no desayunaba Phoskitos, seguro. Ganó la gran esperanza blanca, Alberto Contador.

Entre la indiferencia general. Es penoso que haber ganado dos Tours seguidos, con dos corredores distintos, nos deje colectivamente fríos. Pero es lo que hay.

¿Volverá el ciclismo a ser lo que fue, pasión de masas? Cuando estemos seguros de que todo el pelotón está limpio. Dado que si todos los corredores se meten el mejor seguirá ganando, es éste un buen momento para que los tramposos se vayan y dejen sitio: que cada uno corra sentado sobre su culo y movido por sus piernas, y el resto sobra. No me gustaría entrar en la era Contador: adoro el tiempo en que podían ganar Perico, Fignon, Lemond o algún corredor desatado, aunque fuera irlandés.

A ver si el próximo Tour lo celebramos con champán, como Dios manda, hombre: no sólo en el pueblo de los chicos, quiero decir…