Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Maillots amarillentos

El ciclismo es, sin duda, uno de los deportes más queridos en este país. Lo era cuando parecía imposible que un español ganara el Tour de Francia o el Giro de Italia y nos conformábamos con ser reyes de la montaña, alguna Vuelta que otra, las llegadas de Miguel Poblet y los seis campeonatos del mundo de Guillermo Timoner en ciclismo tras moto, que no dejaba de ser una curiosidad, meritoria pero residual. Hubo que esperar a 1959 para que, ¡por fin!, Federico Martín Bahamontes ganara el Tour de Francia. Para el Giro hubo que esperar mucho más: hasta que el gran Miguel vindicara los fallidos escarceos con el jersey rosa de Pérez Francés, Galdos o el Tarangu Fuente.

No volvimos a ganar el Tour hasta catorce años más tarde, bajo el imperio de Eddy Merckx. En buena lógica nos correspondió el del 71, cuando el pobre Ocaña se despeñó bajando el puerto de Mente. El corredor de Priego se desquitó dos años más tarde: aún así, siempre nos quedó la sensación de compartir aquel triunfo con la segunda patria del conquense, que vivía en Francia. Mala suerte la de aquel fenómeno de la cara triste, como si habitara un doble destierro. Pero seguimos aferrados al deporte de la bicicleta a pesar de que llegaron años oscuros, con corredores buenos, pero de andar por casa, como Rupérez, o eternas promesas sin granar, como Gorospe.

Hasta que llegaron los navarros de Echevarri, el Reynolds: con sus castellanos. Primero fueron las dentelladas de Arroyo al cuello del emperador Hinault; y, por detrás, un guerrillero de pura raza llamado Perico Delgado. Un maestro de la emboscada (ahí está el recuerdo de su primera Vuelta), de la arrancada en alto en el momento preciso, de las alianzas sobre la marcha: un genio que supo explotar no sólo sus cualidades sino las debilidades ajenas. Ganó un Tour, en el 88, y pudo ganar más. Pero a Perico se le perdonaba todo (salvo, evidentemente, José María García), porque nadie nos hizo vibrar como él.

Después llegó Miguel. Induráin Larraya, pero para qué decir los apellidos… Cinco victorias en la Grand Boucle, dos en el Giro, medallas en los mundiales… Por fin un capo español. Y hasta nos aburrimos de ganar.

Los tipos como Induráin no suelen tener herederos tempranos. Pero el navarro lo tuvo demasiado pronto: un monstruo llamado Lance Armstrong. Por aquí aguantamos el chaparrón como pudimos, con Abrahan Olano y Joseba Beloki. Un peldaño al menos por debajo de alemanes e italianos, con Ullrrich y Pantani. Ya por entonces el ciclismo, que siempre había estado bajo sospecha, al menos desde la muerte de Tom Simpson, era una pura herida: vampiros a todas horas, para nada. Pero la confianza en el deporte más duro que existe se fue deteriorando día a día. Testimonios desgarradores de ciclistas obligados a meterse de todo, los terribles suicidios del Pirata italiano y de nuestro entrañable Chaba Jiménez

El año 2006 se corrió un Tour muy raro. Parecía un mano a mano entre Floyd Landis y Andreas Kloden, ningún equipo quería por tanto asumir el trabajo de controlar el pelotón y se consintió una escapada absurda que dejó la victoria en manos de un corredor peligroso pero desahuciado como Óscar Pereiro. Con el jersey amarillo sobre sus hombros asistimos a una exhibición inhumana del americano Landis, derrotando por goleada, él solo, a todo un pelotón. Aquel chico era, evidentemente, una farmacia dando pedales, y fue desposeído de su triunfo unas horas después de coronarse en París.

De manera que en 2007 teníamos un ganador del Tour, que no lo fue de modo efectivo hasta que recibió el maillot, en una ceremonia casi privada. Entretanto se corrió el que correspondía a ese año; y también hubo polémica. Un ciclista que no debía haber participado demostró una sorprendente superioridad sobre el resto. La evidencia de que se había hurtado a dos controles previos eliminó al danés Radmussen, digno heredero del Bjarne Rijs, otro que no desayunaba Phoskitos, seguro. Ganó la gran esperanza blanca, Alberto Contador.

Entre la indiferencia general. Es penoso que haber ganado dos Tours seguidos, con dos corredores distintos, nos deje colectivamente fríos. Pero es lo que hay.

¿Volverá el ciclismo a ser lo que fue, pasión de masas? Cuando estemos seguros de que todo el pelotón está limpio. Dado que si todos los corredores se meten el mejor seguirá ganando, es éste un buen momento para que los tramposos se vayan y dejen sitio: que cada uno corra sentado sobre su culo y movido por sus piernas, y el resto sobra. No me gustaría entrar en la era Contador: adoro el tiempo en que podían ganar Perico, Fignon, Lemond o algún corredor desatado, aunque fuera irlandés.

A ver si el próximo Tour lo celebramos con champán, como Dios manda, hombre: no sólo en el pueblo de los chicos, quiero decir…

1 comentario

  1. Dice ser Maté

    si fuese querido aqui ya estarian escritos 80 comentarios jajavamos a ver todo el peloton se dopa pq es inhumano correr en esas condicionesellos se meten mierdas pero sin sobrepasar el 50% de lo permitidovenga viva el ciclismo y este tour se lo va a llevar kloden por sus santos cojonesagur

    05 enero 2008 | 10:33

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