Los enormes ojos y los cuernos translúcidos no son los atributos más destacables del saiga. Lo primero que llama la atención de este antílope críticamente amenazado es su nariz prolongada y abultada que parece un error de la evolución. De hecho, los científicos tardaron en averiguar su utilidad y hoy en día todavía no están claras todas sus funciones.
Mascarilla integrada
Lo que sí está comprobado es que esa cuasi-trompa funciona como un avanzado filtro de partículas que permite al saiga permanecer unido a la manada incluso durante la estación seca, cuando el polvo que se levanta durante su migración de más de mil kilómetros sería insoportable sin esa «mascarilla». Además este gran hocico dispone de una cámara de aire que hace las funciones de calefacción para el invierno y ventilación durante el verano, una climatización fundamental para sobrevivir en la estepa euroasiática, donde el clima es de los más extremos del planeta con temperaturas que van de los -40º en invierno a los 40º en verano.
Pero ahí no quedan las utilidades de su enorme nariz, tal vez la más cómica sea su capacidad de producir extraños ruidos durante la danza de cortejo: los machos sacuden la cabeza de un lado al otro creando un sonido parecido al de los mofletes del San Bernardo cuando se sacuden las babas.
Montaña rusa de extinción
Desde el siglo XX el saiga ha sufrido diversos eventos catastróficos que han reducido su número hasta rozar la extinción en varias ocasiones. A principios del siglo XX la caza indiscriminada recortó la población de varios millones a sólo mil animales. Durante la era soviética recibieron protección y se recuperaron hasta llegar a cerca de los dos millones de animales, pero una vez más se eliminaron las restricciones de caza en los 50 y se volvió a perder un tercio de la población en la siguiente década. A principios de los 90 con la escisión de la Unión Soviética, las fronteras se abrieron y comenzó una nueva y oscura amenaza, la demanda de la medicina tradicional china. Ésta otorga propiedades terapéuticas a los cuernos de saiga, aunque sin ninguna validez científica.
Esta nueva amenaza generó un desequilibrio en las poblaciones que perdieron la mayoría de los machos adultos (los animales que poseen cornamenta) llegando a rozar el colapso reproductivo. En 2003 sólo quedaban 21.000 ejemplares en Kazajistán y el saiga se convirtió en uno de los antílopes más amenazados del planeta. Desde entonces ha habido una combinación de esfuerzos de conservación exitosos y caídas catastróficas debido al furtivismo y diversas epidemias. La última gran caída ocurrió en 2015 cuando una enfermedad bacteriana vinculada al cambio climático acabó con 200,000 ejemplares en una sola semana.
Recuperación vertiginosa
En la actualidad el 97% de los saigas viven en Kazajistán y su población se ha triplicado desde que empezó la pandemia gracias a la reducción del furtivismo y a las acciones de conservación. Los nuevos datos de su crecimiento poblacional hacen pronosticar una recuperación de la especie. Sin embargo, hoy la Asociación para la Conservación de la Biodiversidad de Kazajistán (ACBK), Fauna & Flora Internacional (FFI) y la Sociedad Zoológica de Frankfurt no bajan la guardia y continúan trabajo duro para devolver al saiga a su estado original como principal ungulado del Serengueti euroasiático, porque con el saiga nunca se sabe cuando pueden venir curvas.