Pensamos demasiado

Cuando me hablas con el corazón no puedo evitar pensar en aurículas, ventrículos y válvulas (que se abren y se cierran a un ritmo de infarto).

Cuando me hablas de cariño, de besos, y salivas, y abrazos, y caricias a lo largo y ancho de mi piel, no puedo evitar pensar en mi patito de goma Made in Hong Kong flotando en la bañera de mi mundo húmedo.

Cuando me hablas de tiempo, pienso en aquel reloj que me regalaste por nuestro primer aniversario (que no era de sol, precisamente).

Cuando me hablas de hijos, pienso en fotocopiar tus genes, en ganglios hinchados y en pañales de usar y tirar. Cuando me hablas de prisa pienso en mi taxi, en esa usuaria con ojeras y labios de almohada que siempre llega tarde al trabajo.

Cuando piensas en verde, yo me convierto en daltónico.

Cuando me hablas de proyectos conjuntos, pienso en la última voluntad del condenado a muerte, en el último cigarro, en la comida copiosa y en tu disfraz de sotana.

Cuando me hablas de sexo, no puedo evitar pensar en tres www, en la fecha de caducidad de mi tarjeta de crédito y en las huellas de mis dedos llenitas de píxeles.

Y tanto pienso en lo que dices, y tanto dices lo que pienso, que al fin puedo pensar en decirte que ya he dejado de pensar en ti; que ahora mi cabeza libre de pelos está ocupada en otros Sudokus mucho más sencillos de resolver.

¿Me estaré haciendo mayor, o cada vez más pequeño?

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